XXI
Este siglo ha empezado pronto. No como el anterior, que a decir de Eric Hobsbawm fue un siglo 'corto' porque, seg¨²n el historiador brit¨¢nico, comenz¨® de verdad con la primera guerra mundial y la revoluci¨®n de Octubre para extinguirse al mismo tiempo que la Uni¨®n Sovi¨¦tica, en medio del colapso de todo el bloque comunista. De 1914 a 1991, pues, la 'era de los extremos' (age of extremes) despleg¨® cat¨¢strofes, amenazas nucleares, grandes avances sociales y gigantescas crisis. Despu¨¦s de esa concentrada aventura hist¨®rica, el final de la bipolaridad internacional, el boom de la tecnologia digital y la irrupci¨®n de la sociedad de la informaci¨®n parec¨ªan abocarnos a un periodo en el que el mundo corr¨ªa muy deprisa pero en el que tambi¨¦n resultaba posible razonar con cierto aplomo c¨®mo maximizar la riqueza y el desarrollo y c¨®mo minimizar los costes sociales y culturales de la globalizaci¨®n. Ha durado poco. La demolici¨®n terrorista de las torres gemelas de Nueva York con aviones secuestrados por suicidas, ejecutada ante la mirada at¨®nita de la humanidad, desboc¨® de nuevo la marcha de la historia y desbarat¨® sus coordenadas. El 11 de septiembre de este 2001, sin duda, inaugur¨® el siglo XXI, con esa violencia que impone los acontecimientos a las explicaciones, el suceso al proceso y la acci¨®n a cualquier teor¨ªa o intento de debate. En una novela de Martin Amis, el fren¨¦tico protagonista comenta de pasada la noticia de una muchacha que est¨¢ enferma porque le tiene alergia al siglo XX. La boutade no carece de sentido. Con la sociedad de masas llegaron la cat¨¢strofe espectacular, el mito medi¨¢tico y la tragedia televisada. Una de las cualidades de lo global consiste en que, en cierta medida, 'todo ocurre a la vez en todas partes', lo que puede resultar abrumador. De ah¨ª la desaz¨®n que, en el umbral del a?o 2002, afecta a los ciudadanos: el estupor ante la aceleraci¨®n de lo colectivo, que parece imposible de acompasar al latido del coraz¨®n humano. El siglo XXI ha empezado muy pronto, envuelto en el aliento de la contradicci¨®n, asustado ante el v¨¦rtigo de una enloquecida modernidad.
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