?Qui¨¦n es, finalmente, mallorqu¨ªn?
La trivial pregunta a la que se refiere el t¨ªtulo contiene, sin embargo, una de las confusiones m¨¢s perniciosas que dominan todo el tinglado artificioso que sirve para determinar si el sujeto propio de la historia, de su narraci¨®n, son las tierras, el medio llamado natural o las personas, la gente. Esta duda es un viejo vicio cuya pr¨¢ctica tiene que ver con la instauraci¨®n y el desarrollo de formas pol¨ªticas de autoridad y el consiguiente reconocimiento de los l¨ªmites donde ¨¦sta se ejerce, y tambi¨¦n con la Iglesia. La Constituci¨®n Espa?ola recoge el fatal equ¨ªvoco. Es, pues, un vicio vigente.
Lo importante, en el caso que propongo, no es la pregunta en s¨ª, sino por qu¨¦ se hace y qu¨¦ intenci¨®n tiene quien la haga. En principio, la pregunta no deber¨ªa tener m¨¢s sentido que el de averiguar una adscripci¨®n territorial muy espec¨ªfica en el caso de los isle?os. La respuesta ser¨ªa, pues, clara: todos los habitantes de la isla. Pero, obviamente, no es as¨ª. La pregunta se hace precisamente para, simulando una intenci¨®n esclarecedora, introducir nociones historiogr¨¢ficas por debajo de la aparente curiosidad localizativa. El que la hace act¨²a a sabiendas de la existencia de un orden de prelaci¨®n en la ocupaci¨®n humana organizada de la isla. Y aqu¨ª a menudo se equivoca puesto que la referencia m¨¢s antigua es su preferida. La historia de Mallorca empezar¨ªa al principio, en la noche de los tiempos, y habr¨ªa, pues, algo perpetuamente mallorqu¨ªn, transversal, superviviente a todos los dominios y todas las ¨¦pocas. En esto se reconocen f¨¢cilmente conservadores, curas, fascistas y advenidos espa?olizantes. No hay tal historia. Hay, ciertamente, pasados sucesivos, interruptos, antes de la conquista catalana, pero no son el que ha producido la actualidad. La sociedad mallorquina que lleg¨® a 1950 es el resultado ¨²nico de la conquista del 31 de diciembre de 1229. Es mentira el largo pasado y mentira es la previsi¨®n de un largo futuro fundado precisamente en la capacidad de supervivencia de algo mallorqu¨ªn indestructible. No hay tal. Es mentira, es una falsedad mantenida a sabiendas.
Ocurre, sin embargo, que a menudo el orden de prelaci¨®n se da por acabado en esta primera fase de ocupaci¨®n. Las migraciones posteriores son percibidas como integrables en un contexto social bien establecido y legitimado por su anterioridad. Es obvia la capacidad disruptiva que estas migraciones han tenido y tienen sobre la organizaci¨®n humana -residencia y densidad- mallorquina. En las lamentaciones, que deber¨ªan justificarse en todo caso, se echa en falta la consideraci¨®n de que tanto la inmigraci¨®n peninsular como la europea, especialmente la alemana, son movimientos amparados pol¨ªticamente, nada espont¨¢neos en su conjunto. Este amparo incluye los derechos ling¨¹¨ªsticos, entre otros, de los inmigrantes. Es torpe no centrar el an¨¢lisis en este notorio car¨¢cter pol¨ªtico de las inmigraciones. Si, como afirma el presidente Antich, la permanencia activa de la lengua catalana es el signo de supervivencia de la sociedad mallorquina que empez¨® con la conquista, no es desvariado pensar que esta continuidad est¨¢ gravemente amenazada, y no precisamente por la inmigraci¨®n alemana o africana. Eso se sabe y no tiene siquiera nombre pol¨ªticamente p¨²blico. Convendr¨ªa pon¨¦rselo. Saber que posiblemente se est¨¦ al final de una Mallorca no significa poder evitarlo. Tambi¨¦n podr¨ªa decirse que se est¨¢ al principio de otra. En todo caso hay que reconocerlo y actuar. Ciertamente, la l¨ªrica del mallorquinismo pol¨ªtico no sirve ni para una cosa ni para la otra. Quiz¨¢ s¨®lo sirva para pasar lista.
Miquel Barcel¨® es profesor de Historia medieval en la Universidad de Barcelona.
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