Estrategas
En la pol¨ªtica activa, como en cualquier revoluci¨®n, lo que desgasta es la primera l¨ªnea de fuego. Salir en todas las fotos tiene ese precio. Y eso explica que la vida de un pol¨ªtico -salvo en las infaustas dictaduras- sea por lo general ef¨ªmera y endiabladamente ingrata, como la de los boxeadores o los vocalistas trasnochados. Tras unos a?os en la c¨²pula del poder, pasar a una reserva pasiva de devastadora soledad cuesta mucho de asumir. Hace unos d¨ªas, hablando precisamente de ello con algunos pol¨ªticos en activo saltaron sobre la mesa figuras que son ya pasto del pasado, meros ep¨ªgrafes en ciertos libros de Historia o en cr¨®nicas restringidas. He ah¨ª nombres como el de Fernando Mor¨¢n, Adolfo Su¨¢rez, Gerardo Iglesias, Hern¨¢ndez Mancha y un largo etc¨¦tera de incunables de la entra?able fauna pol¨ªtica de nuestra transici¨®n. Sin duda, los que desaparecieron de la escena de modo tan fulminante fueron los que ocuparon esa primera l¨ªnea, aquellos que vendieron su sonrisa en vallas publicitarias de 3 por 9 junto al logotipo a color de un partido que hoy ni existe. Los otros, los que hicieron de zapadores o de estrategas, los que dise?aron desde una c¨®moda retaguardia las f¨®rmulas del triunfo, fueron m¨¢s imperecederos, adaptaron su voluntad a nuevas disciplinas y siguieron en esa segunda fila que desgasta menos y permite mantener a salvo el tipo y el perfil. S¨®lo criaturas de esta capacidad adaptativa, camale¨®nica, han podido mantenerse d¨¦cadas y d¨¦cadas en el flanco pol¨ªtico a salvo de cualquier erosi¨®n. Lo que ya no sabe uno es hasta qu¨¦ punto esa constancia y esa milagrosa permanencia en el poder o en la divina oposici¨®n responde a una aut¨¦ntica vocaci¨®n de servicio al ciudadano o a un inquietante instinto de supervivencia, a un desmedido horror a regresar al pret¨¦rito oficio que reza a¨²n en el dorso de su DNI y reencontrarse en los pasillos del olvido con el fantasma de antiguos camaradas, con el alma errante de Su¨¢rez, Mor¨¢n, Peces Barba, Redondo, Verstrynge, Luis G¨¢mir, Lassaletta y otros muchos. Ser un pr¨ªncipe destronado requiere una talla humana y una compostura que pocos soportan y en eso, precisamente en eso, reside la grandeza del estratega.
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