Ribeyro y Bryce
DE REPENTE comienza a llover y uno mira por la ventana, y entonces, sin darse uno cuenta, ya se acord¨® de alguien, y a m¨ª los d¨ªas de lluvia, los d¨ªas tristones, me hacen recordar la imagen delgada y t¨ªmida de Julio Ram¨®n Ribeyro. ?sos eran sus d¨ªas. Le gustaba ponerse un 'terno' -as¨ª llaman en Per¨² al vestido con chaleco- y una gabardina, e ir a sentarse en la terraza de cualquier bar parisino, con predilecci¨®n por La Rotonde o La Coupole, en el barrio de Montparnasse. All¨ª Ribeyro ped¨ªa una botella de vino, casi siempre un Saint Emilion, y la iba tomando lentamente, mirando a la gente y mirando la lluvia.
Cuando estaba en Par¨ªs, Ribeyro pasaba la mitad de su vida sentado en estas terrazas. Sus personajes, gentes sencillas, eran como cualquiera de las personas que ¨¦l ve¨ªa desde su mesa atravesando la calle, corriendo con una carpeta sobre la cabeza para no mojarse el pelo. Eran los hombres y mujeres simples, de todos los d¨ªas, esos que nutren con su existencia las estad¨ªsticas, que se levantan temprano para ir al trabajo en cualquier oficina p¨²blica, r¨ªen y lloran, tienen hijos, aplauden cuando aterriza el avi¨®n, y de vez en cuando necesitan alivio.
El recuerdo de Ribeyro est¨¢ unido al de otro entra?able peruano, Alfredo Bryce Echenique, uno de sus disc¨ªpulos y m¨¢s queridos amigos. Ver ahora a Bryce, de alg¨²n modo, es como ver a Ribeyro, pues ambos reivindicaron en sus libros una literatura de hombres flacos y t¨ªmidos, de seres fr¨¢giles, casi siempre perdedores, guiados a trav¨¦s de la vida por nobles sentimientos como la amistad, el amor o la ternura. Alfredo Bryce lo dijo en una ocasi¨®n: 'La ternura es el aporte del Per¨² a la cultura universal'. Y ternura, claro, era lo que hab¨ªa en los ojos de Ribeyro cada vez que lo escuch¨¦ hablar de su amigo Alfredo, cada vez que evocaba las an¨¦cdotas, los vinos y whiskys solidarios, los abrazos urgentes que tantas veces se dieron.
Julio Ram¨®n hablaba de su amigo, a principios de los noventa en Par¨ªs, y yo ten¨ªa la sensaci¨®n de que los verdaderos escritores son como sus libros, como sus personajes m¨¢s queridos: ambos fueron t¨ªmidos profesionales, ambos dijeron alg¨²n d¨ªa 'confieso que he bebido', ambos conocieron la petit mis¨¨re del Par¨ªs latinoamericano, ambos exclamaron, citando a Vallejo, 'soy peruano del Per¨², y perdonen la tristeza'.
En el origen de la carrera literaria de Bryce estuvo siempre el sabio consejo de Julio Ram¨®n, quien le sugiri¨® el t¨ªtulo de su primera colecci¨®n de cuentos, Huerto Cerrado, con la que Bryce obtuvo m¨¢s tarde un premio en La Habana. En su casa de Par¨ªs, Ribeyro guardaba los manuscritos de casi todas las novelas de Bryce, y Bryce, en sus casi 30 a?os de vida de escritor, no ha dado una sola entrevista en la que no hable de su amigo Ribeyro, en la que no le exprese de mil modos su afecto, neg¨¢ndose, ahora que Ribeyro ya no est¨¢, a que el tiempo se vaya tragando el recuerdo del 'flaco', prest¨¢ndole siempre su voz y su sangre, que es la misma que est¨¢ en los libros de ambos.
Conversando con Bryce sobre Ribeyro, comprob¨¦ que ¨¦l tambi¨¦n tiene ese brillo de nostalgia en los ojos, y que sigue y seguir¨¢ hablando de Julio Ram¨®n como la prueba de una de las amistades literarias y humanas m¨¢s perdurables, una amistad digna, como podr¨ªa decir Bryce, de un cap¨ªtulo aparte en la Historia Universal de la Ternura.
Santiago Gamboa (Bogot¨¢, 1965) es autor de libros como Vida feliz de un joven llamado Esteban (Ediciones B) y Octubre en Pek¨ªn (Mondadori).
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