'E la nave va'
El ¨¦xito o fracaso en las visiones pronosticadas por obras con voluntad prof¨¦tica no depende s¨®lo del cumplimiento inmediato del escenario previsto, sino del dibujo de tendencias que s¨®lo se confirman sutilmente con el paso del tiempo. Cuando finaliz¨® el a?o 1984 se aludi¨® mucho al fracaso de George Orwell en la previsi¨®n de los acontecimientos futuros. Se dijo entonces que su novela 1984 apenas hab¨ªa acertado el rumbo que hab¨ªa seguido el mundo y que m¨¢s bien ¨¦ste, con la lenta disoluci¨®n del ¨²ltimo de los totalitarismos hist¨®ricos, se adentraba en una etapa de rara libertad en la que no era de prever la presencia de ning¨²n Gran Hermano.
Pero los acontecimientos posteriores han dado, al menos en parte, la raz¨®n a Orwell, y no es azaroso que una de sus principales figuras literarias, ese mismo Gran Hermano, haya sido utilizado por uno de los nuevos totalitarismos para programas televisivos de tanto ¨¦xito que han llegado a camuflar la ra¨ªz misma de su t¨ªtulo: le¨ª, en efecto, que casi todos los participantes en estos programas -e imagino que no pocos de sus espectadores- cre¨ªan que la denominaci¨®n Gran Hermano alud¨ªa a una met¨¢fora de solidaridad o fraternidad, ignorando as¨ª por completo al centinela omnipresente de la novela de Orwell. M¨¢s all¨¢, no obstante, de esta paradoja grotescamente significativa, 1984 ha cumplido su misi¨®n, si bien no tanto con respecto al pasado inmediato, sino en relaci¨®n con el paisaje que se insin¨²a para este siglo XXI, cuyos primeros pasos parecen dirigirse sombr¨ªamente hacia horizontes de exagerada autoridad y control sobre los ciudadanos particulares, siempre bajo la bandera del bien com¨²n.
De manera similar, ahora que ha finalizado el a?o 2001 podemos pensar que se han confirmado escasamente los augurios de la odisea espacial pensada por Arthur Clarke y Stanley Kubrick, y es cierto que la aventura humana en el universo se desarrolla a un ritmo m¨¢s lento del que ellos preve¨ªan (e infinitamente m¨¢s parsimonioso de lo que, un siglo antes, proclamaba alegremente Jules Verne). En otro orden de cosas, sin embargo, 2001, una odisea del espacio suscitaba conflictos y expectativas que ahora empiezan a estallar en nuestras conciencias, cuando debemos afrontar retos aparentemente pr¨®ximos vinculados a la, no creo que bien llamada, 'inteligencia artificial' y a la biogen¨¦tica. Parecer¨ªa, pues, que las visiones de Clarke y Kubrick eran m¨¢s aptas para la comprensi¨®n del universo interior que para la traves¨ªa del exterior.
Pero ser¨ªamos injustos si no advirti¨¦ramos el ¨¢ngulo fundamental de la pel¨ªcula por encima del hermoso enigma del monolito y de la demasiado confusa par¨¢bola final sobre el eterno retorno, 2001, una odisea del espacio introdujo una po¨¦tica visual enteramente nueva. Lo que tantos poetas hab¨ªan expresado en palabras se traduc¨ªa en im¨¢genes que tal vez ten¨ªan igual o mayor poder que las mismas palabras. El infinito de Leopardi encajaba bien con ese universo desencadenado por la m¨²sica de Richard Strauss. La Noche serena de fray Lu¨ªs de Le¨®n ten¨ªa su natural continuidad en ese cosmos danzante a ritmo de vals: '...su movimiento cierto, sus pasos desiguales y en proporci¨®n concorde tan iguales'.
La pel¨ªcula de Stanley Kubrick traz¨® una frontera tras la cual comenzaba una nueva sensibilidad celeste: esta fue su visi¨®n m¨¢s profunda y su m¨¢s extraordinaria profec¨ªa. Si importante era el viaje por el espacio, m¨¢s importante todav¨ªa era la nueva educaci¨®n visual de un hombre que, por primera vez, se hab¨ªa dotado de los medios t¨¦cnicos suficientes para verse y pensarse como un fruto m¨¢s de las estrellas.
En los m¨¢s de 30 a?os transcurridos desde la filmaci¨®n de 2001, una odisea del espacio, nuestra sensibilidad celeste se ha ido educando en el camino se?alado por Kubrick hasta el punto de que apenas entender¨ªamos el modo de imaginar el cielo de las ¨¦pocas anteriores. En medio del caos ir¨®nico de nuestro mundo, la nueva representaci¨®n del universo es una de las mayores revoluciones est¨¦ticas jam¨¢s realizada.
Por eso no deber¨ªamos pasar por alto ninguna gran oportunidad en este ¨¢mbito, y mucho menos cuando se da entre nosotros. Desde hace unos meses, como una rara joya crecida en medio del fango televisivo, el Canal 33 emite el breve programa Nostranau, un apasionante viaje a trav¨¦s de las estrellas con la particularidad de que la nave, nuestro propio planeta, se refugia a menudo en los puertos de la cotidianidad. El espacio dirigido por Xavier Berenguer se convierte as¨ª en un po¨¦tico zoom que recorre el subsuelo de los mitos y de las creencias antes de introducirnos en los laberintos de las galaxias para, con sendero circular, devolvernos el fragmento diario de nuestra existencia.
Nostranau constituye una aut¨¦ntica historia de la astronom¨ªa concebida como un work in progress que se va construyendo d¨ªa a d¨ªa, a medida en que nosotros viajamos por el universo, pero tambi¨¦n a medida en que el universo viaja por nuestra propia imaginaci¨®n. Quiz¨¢ por esto ¨²ltimo hay algo extremadamente ¨ªntimo en estas im¨¢genes ¨¦picas. Nuestra historia, nuestra biograf¨ªa, nuestro retrato.
Im¨¢genes que, por as¨ª decirlo, pertenecen a la escuela inaugurada por 2001, una odisea del espacio: una nueva representaci¨®n del cielo que invitaba a adquirir una sensibilidad celeste desconocida hasta entonces. La inquietante belleza de un paisaje en el que siempre habr¨¢ el enigma de un monolito por descifrar.
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