El testamento po¨¦tico de Jean Genet
La publicaci¨®n de Un cautivo enamorado poco tiempo despu¨¦s del fallecimiento de Jean Genet fue acogida en el campo de la cr¨ªtica period¨ªstica parisiense con un rechazo casi general en el que la agresividad contra el autor y sus ideas pol¨ªticas subversivas se aunaba con una especie de ignorancia protectora frente a la lectura desestabilizadora del libro. Confrontado con un libro ajeno a los c¨¢nones literarios y cuya reflexi¨®n hist¨®rica, pol¨ªtica, social, cultural y sexual se sit¨²a en los ant¨ªpodas de la suya, el gremio cr¨ªtico hizo lo que suele hacer en tales casos: carg¨¢rselo y decretar su ilegibilidad. Convertido en monstrum horrendum, informe, ingens o etiquetado piadosamente de 'obra fallida sobre la revoluci¨®n palestina', Un cautivo enamorado fue a parar al dep¨®sito de objetos perdidos en el que permanece a¨²n pese a los esfuerzos por rescatarlo de unos pocos escritores ¨¢rabes y occidentales. Pocos han dicho a¨²n que la obra p¨®stuma de Genet es uno de los libros m¨¢s hondos, revulsivos y apasionantes escritos en franc¨¦s en los ¨²ltimos veinte a?os.
Un cautivo enamorado es una enciclopedia de conocimientos en cuyos cap¨ªtulos encontramos los temas fundamentales de la historia humana
'La dificultad es la cortes¨ªa del autor con el lector', dijo un d¨ªa Jean Genet
El autorretrato del autor es el de un Genet en toda su desconcertante complejidad: mezcla de raz¨®n y sue?o despierto
Este libro es el de un hombre que se despide del mundo despu¨¦s de haber vaciado de s¨ª la nostalgia de un orden mediocre, de la vida c¨®moda, del pensamiento correcto, de su pertenencia nacional
?Un libro sobre la revoluci¨®n palestina anterior a la primera y segunda Intifada y a los difuntos acuerdos de Oslo? S¨ª, pero much¨ªsimas cosas m¨¢s. Sus referencias a aqu¨¦lla, por importantes que sean, son s¨®lo un hilo cuidadosamente dispuesto con otros para pasar por la trama narrativa y componer el tejido en el telar del artista. Como otras grandes creaciones literarias del pasado, Un cautivo enamorado es una enciclopedia de conocimientos en cuyos apartados y cap¨ªtulos encontramos los temas fundamentales de la historia humana: una reflexi¨®n aguijadora, casi siempre ins¨®lita, sobre la escritura, la memoria, la sociedad, el poder, la aventura, el viaje, la rebeld¨ªa, el erotismo y la muerte -la de los personajes que aparecen en el libro y la del propio autor, acaecida mientras correg¨ªa las ¨²ltimas pruebas de imprenta-.
Como apunt¨¦ antes, la convergencia de una vida forjada por experiencias en verdad excepcionales con una acumulaci¨®n de saberes a primera vista ca¨®tica y dif¨ªcilmente rentable, hizo de Genet, en los umbrales de la sesentena, una enciclopedia viva. En el periodo en que m¨¢s le frecuent¨¦, me llamaron la atenci¨®n la amplitud y diversidad de sus lecturas. ?l no aspiraba a ser especialista en la Edad Media, ni arabista, ni un profesional del helenismo o de la historia otomana, pero sus conocimientos en estas materias eran fuera de lo com¨²n. Los escasos libros con los que se desplazaba en sus vagabundeos por Francia, Espa?a o Marruecos inclu¨ªan una serie de temas sin v¨ªnculo visible con las causas pol¨ªticas que defend¨ªa: acerca de los merovingios, la Revoluci¨®n Francesa, Homero, Solim¨¢n el Magn¨ªfico. Recuerdo una larga conversaci¨®n sobre Abelardo y sus razones para traducir el Cor¨¢n.
Ahora pienso que todo ese c¨²mulo de conocimientos dispares era una condici¨®n previa a la elaboraci¨®n de la obra en la que destilar¨ªa la totalidad de su saber y experiencia. Al embeberme en la relectura de su libro p¨®stumo comprend¨ª de forma retroactiva cu¨¢l era el nexo oculto entre su entrega a la revoluci¨®n palestina de 1970 y sus comentarios sobre la alegr¨ªa pagana del R¨¦quiem de Mozart y la movilidad -puro nomadismo en el tiempo- del calendario y festividades del islam.
Una singular l¨®gica narrativa
Las asociaciones de ideas -el salto inesperado de una a otra- desconciertan a menudo al lector. La l¨®gica narrativa de Genet es tan singular como la que hilvan¨® su vida desde la inclusa a su sepultura en el viejo cementerio espa?ol de Larache. Buscar un parentesco con la que gu¨ªa de ordinario los libros 'normales' ser¨ªa un ejercicio condenado al fracaso. Sus quiebras y s¨ªmiles revelan, no obstante, una gran coherencia en cuanto dejamos de considerarlos aisladamente y los abarcamos desde el acechadero de una cuidadosa relectura. Procurar¨¦ desgranar algunos ejemplos de esta peculiar singladura para aguja de navegantes.
1. De una aparente digresi¨®n sobre la invenci¨®n del lenguaje mar¨ªtimo a partir de los finisterres conocidos en el siglo XV y su fascinada relaci¨®n con las profundidades oce¨¢nicas, Genet pasa a la descripci¨®n del revisor que pica los billetes mientras avanza titubeando a causa del traqueteo de un tren en las curvas monta?osas del Tirol, y de ah¨ª, tras una nueva referencia al cabeceo marino y a una Austria sin costas ni puerto, a una reflexi¨®n sobre la topograf¨ªa de Amm¨¢n, con sus siete montes 'nobles' habitados por burgueses y cortesanos, y las profundidades abisales en las que se hacinan los refugiados palestinos y a las que, a partir de un traqueteo similar al del ferrocarril tirol¨¦s o al cabeceo de un bajel, se puede descender sin escafandra como un buzo terrestre. Las frases se entretejen con im¨¢genes sorprendentes que recuerdan a veces a Lezama Lima, pero sin el deliberado barroquismo de ¨¦ste.
2. El episodio del vendedor de fruta en una calleja pr¨®xima a la torre de G¨¢lata que, mediante un hilo transparente de nailon, hace levitar a una naranja para sorpresa y diversi¨®n de los transe¨²ntes enlaza p¨¢ginas m¨¢s tarde con la leyenda de la celda construida por Dios para uso exclusivo de santa Isabel reina de Hungr¨ªa, celda invisible a ojos de su marido y de la corte entera en la que aqu¨¦lla moraba capsulada en una burbuja de santidad. Tras esas levitaciones en burbuja o hilo de nailon, Genet nos da a conocer la tentaci¨®n a la que resisti¨® en un paraje ed¨¦nico de la costa de Anatolia, cuando el demonio nunca exorcizado de la posesi¨®n le construy¨® mentalmente un hogar ideal de retiro con sus pasillos, habitaciones, muebles, espejos, jardines y ¨¢rboles frutales. El descubrimiento de 'llevar en s¨ª mismo su casa y sus muebles era bastante depresivo para un hombre que [como ¨¦l] brill¨® una noche de su propia aurora interior', escribe Genet. Y as¨ª, tras los vericuetos por espejismos y milagros de invisibilidad y levitaci¨®n, nos conduce a uno de los pasajes m¨¢s fuertes y bellos del libro: la exposici¨®n de aquel ideal de desposesi¨®n que imant¨® su vida, un rigor asc¨¦tico, af¨ªn en su vertiente provocativa, a la moral del derviche malamat¨ª.
El fantasma o burbuja del dominio inmobiliario que le acuci¨® en Turqu¨ªa se desvaneci¨® para siempre:
'Desde hac¨ªa mucho tiempo hab¨ªa luchado contra m¨ª mismo y el gusto de posesi¨®n al punto de reducir los objetos a los vestidos que llevaba puestos, a un solo ejemplar; una vez rotos, rasgados, tirados l¨¢pices y papeles, el universo de los objetos, al descubrir el vac¨ªo, se precipit¨® a ¨¦l... los objetos, sin duda olvidadizos y apaciguados, dejaron de martirizarme'.
De Antioqu¨ªa, Genet fue a Alepo, de Alepo a Damasco y de all¨ª a Amm¨¢n, hasta llegar a la base de los feday¨ªn.
3. El canto jubiloso del R¨¦quiem de Mozart, escribe, transforma el tiempo de la agon¨ªa -el espanto de dejar el mundo por el vac¨ªo inmenso que todas las religiones colman con visiones m¨¢s o menos dulzonas o espeluznantes- en la explosi¨®n de alborozo al abandonar 'las ingratas cortes¨ªas de lo cotidiano para subir -no bajar y subir- a la luz', a esa luz radiante de 'la libertad que se atreve a todo'. A continuaci¨®n, entroncando con la alegr¨ªa y fulgor mozartianos del Dies irae y del Lacrimosa, Genet nos ofrece una inesperada y provocativa comparaci¨®n entre los transexuales y los m¨¢rtires palestinos.
'Cuando el joven, despu¨¦s de largos d¨ªas de inquietud y perplejidad, resuelve cambiar de sexo conforme a la palabra bastante horrenda de transexual, una vez tomada la decisi¨®n, le invade la alegr¨ªa ante la idea de su sexo nuevo, de los senos que acariciar¨¢ realmente... Desprenderse del consabido, pero execrado modo de andar viril, dejar el mundo por el Carmelo o la leproser¨ªa, saltar del universo del pantal¨®n al de los sostenes, ?no es quiz¨¢s el equivalente de la muerte esperada pero temida y no admite una comparaci¨®n con el suicidio a fin de que los coros canten el Tubamirum? El transexual ser¨¢ pues un monstruo y un h¨¦roe... El temor comenzar¨¢ con la resistencia de los pies a achicarse: los zapatos de mujer, tac¨®n de aguja 43-44 son raros, mas la alegr¨ªa lo cubrir¨¢ todo, la alegr¨ªa y la exultaci¨®n. El R¨¦quiem expresa esto: el j¨²bilo y el temor. As¨ª los palestinos, los chi¨ªes, los locos de Dios que se precipitan riendo hacia los antiguos de las cavernas y los escarpines dorados del 43-44, se vieron brincar adelante con mil carcajadas, mezclados con el retroceso de los trombones. Alegr¨ªa del transexual, alegr¨ªa del R¨¦quiem, alegr¨ªa del Kamikaze... alegr¨ªa del h¨¦roe'.
?Elogio del terrorismo y sus Kamikazes suicidas? A primera vista s¨ª. En diversas entrevistas y textos compilados de forma p¨®stuma (L'ennemi d¨¦clar¨¦, Par¨ªs, 1991), Genet sostiene que los atentados (suicidas o no) son la respuesta de los pobres y oprimidos a los ej¨¦rcitos mejor pertrechados del opresor. Con dicho argumento justific¨® la acci¨®n de las Panteras Negras, de los feday¨ªn y, mezclando capachos con berzas, de la Fracci¨®n del Ej¨¦rcito Rojo del grupo Baader-Meinhof. Mas el t¨¦rmino terrorista, aplicado a realidades y contextos muy distintos, se presta a todo tipo de comparaciones inexactas y oportunistas, como las que hoy se establecen entre ETA y los palestinos o el IRA y los independentistas chechenos. Desmemoriados como somos, volvamos la vista atr¨¢s: ?no recurrieron al arma del terror los combatientes del FLN argelino y los fundadores del Estado de Israel hasta el d¨ªa en que plasmaron su proyecto de Hogar nacional jud¨ªo? Pisamos arenas movedizas y cuantas precauciones tomemos en el uso del vocablo ser¨¢n siempre pocas.
Por otra parte, la palabra 'h¨¦roes' en la pluma de Genet es sin duda alguna ambigua (el autor de Los negros se burl¨® toda su vida de ella). La r¨¢pida secuencia de cambios sem¨¢nticos que acabamos de citar concluye con una pregunta muy significativa: '?Habr¨ªa conocido [su h¨¦roe] la dicha del v¨¦rtigo suicida si no hubiese tenido como Hamlet p¨²blico y r¨¦plica?'.
(Genet no pod¨ªa prever, claro est¨¢, que este v¨¦rtigo escenificar¨ªa, en directo y a costa de miles de v¨ªctimas, su apoteosis destructiva ante centenares de millones de espectadores).
'La dificultad', dijo un d¨ªa Genet, 'es la cortes¨ªa del autor con el lector'. La frase me impresion¨® y la he citado a menudo, a prop¨®sito de mi propio trabajo y el de muchos escritores que admiro. En cualquier caso parece haber sido formulada para ilustrar un libro que Genet no escribir¨ªa sino veinte a?os m¨¢s tarde.
Un cautivo enamorado es una obra de dif¨ªcil acceso y, si se quiere, oscura pero en modo alguno opaca. Una relectura cuidadosa la ilumina y esa luz interior que perdura es la del astro solar, no el reflejo de una estrella lejana y quiz¨¢ extinta. El lector objeto de la cortes¨ªa debe responder a ella con rigor condigno, sin desanimarse por los cambios de rumbo y zarandeos bruscos de la narraci¨®n. El testamento po¨¦tico y humano de Genet goza del triste privilegio de ser una de las obras literarias peor le¨ªdas de su siglo.
En diversos pasajes de ella, el autor nos da respuestas a las razones de su compromiso. Si en un momento dado nos dice que 'hab¨ªa acogido esta rebeli¨®n de la misma manera que un o¨ªdo musical reconoce la nota justa', matizaci¨®n y enunciados posteriores desdibujan un tanto la nitidez de la declaraci¨®n. Como veremos luego, el paralelo entre la desposesi¨®n forzada de los palestinos ('tengamos siempre presente que no poseen nada: pasaporte, naci¨®n, territorio, y que si cantan todo esto y aspiran a ello es porque no ven sino sus fantasmas') y la que busca para s¨ª es estrecho pero no agota las razones m¨¢s o menos soterradas que el autor nos desvela a lo largo del libro.
Desde su llegada a Jordania, enfrentado con la realidad de la lucha desproporcionada de los palestinos contra la formidable maquinaria b¨¦lica de los israel¨ªes, Genet advierte la existencia de campamentos-Potemk¨ªn y desfiles de Cachorros con fusiles miserables, de simulacros destinados a encubrir la flaqueza del movimiento. Posar para fot¨®grafos occidentales y japoneses, observa, es escoger el clich¨¦ y el t¨®pico que convienen a la prensa sensacionalista o de gran tirada: 'Sus gestos corr¨ªan el riesgo de ser ineficaces a causa de esta ley teatral: el ensayo para la representaci¨®n'.
Genet no es periodista ni escritor en busca de scoop (aunque compuso un texto sobrecogedor sobre las matanzas de Sabra y Chatila). Su reflexi¨®n acerca de este teatro simb¨®lico, pero con muertos reales, corresponde a la del autor de obras como Las criadas, El balc¨®n o Los negros, en las que la parodia, juego de espejos, indistinci¨®n entre realidad y sue?o y af¨¢n de servirse de todo ello para trastocar el orden del mundo desempe?an un papel esencial. Al aceptar la invitaci¨®n de una estancia en Palestina, es decir, en el interior de una ficci¨®n -puesto que la Palestina real es la de los Territorios Ocupados-, Genet, autodefinido, record¨¦moslo, como espont¨¢neo simulador, se pregunta si, al aportar su 'funci¨®n de so?ador en el interior del sue?o', no a?ade a¨²n un elemento m¨¢s al proceso de desrealizaci¨®n de la causa que defiende: '?No era yo el europeo que dice al sue?o: eres sue?o y sobre todo no despiertes al dormido?'. El autor no encuentra respuesta a su vida so?ada -tampoco nos la dan Shakespeare ni Calder¨®n-, pero ahonda la reflexi¨®n sobre ella a partir de la no pertenencia a naci¨®n alguna, del descuaje, que quiere definitivo, de Francia y Europa gracias al sue?o revolucionario palestino, aunque su fe en ¨¦ste, precisa, no fuese nunca total ni se entregara a ¨¦l por entero.
Una galer¨ªa de retratos
Un cautivo enamorado no es un libro de memorias. Genet nos previene a menudo contra las trampas del recuerdo y de la escritura al tiempo que reflexiona sobre su propio trabajo. No s¨®lo nos indica las fechas de su composici¨®n: nos precisa tambi¨¦n el proceso de redacci¨®n de la obra que tenemos en nuestras manos. En corto: nos da a la vez el producto acabado y las distintas fases de su elaboraci¨®n.
Las preguntas y dudas que le asaltan -el narrador, todo narrador, ?es fiable?; ?puede captarse la realidad por escrito?; ?c¨®mo reproducir el lenguaje hablado, el tono de los di¨¢logos y el timbre de una voz a trav¨¦s del filtro de la memoria?- no tienen obviamente respuesta. Mientras teje y desteje su evocaci¨®n de los campos palestinos y su fascinaci¨®n por la pareja de Hamza y su madre, subraya que su relato de los hechos no recoge las voces de quienes aparecen en ¨¦l sino exclusivamente la suya. 'Pero, como todas las voces', escribe, ' la m¨ªa est¨¢ ama?ada'.
El libro que le reclamaban ya en 1970 algunos dirigentes palestinos -Genet refer¨ªa a sus amigos este breve di¨¢logo con Arafat: -'?Cu¨¢ndo tendr¨¢ usted lista su obra?' -'?Cu¨¢ndo realizar¨¢n ustedes su revoluci¨®n?'- no responde desde luego al que cab¨ªa esperar de un militante tercermundista, conforme a un esquema y unas conclusiones trazados de antemano: es el de un hombre que se despide del mundo despu¨¦s de haber vaciado de s¨ª la nostalgia de un orden mediocre, de la vida c¨®moda, del pensamiento correcto, de su pertenencia nacional; de un hombre voluntariamente situado en la marca o espacio moral fronterizo en el que 'la totalidad de una persona, de acuerdo o en contradicci¨®n consigo misma, se expresa con mayor amplitud'. Pero cedamos la palabra al propio Genet, cuya provocaci¨®n moral y pol¨ªtica no se sit¨²a, como creyeron los apresurados enterradores del libro, en el plano de los hechos descritos -esto lo han cumplido ya docenas de autores justamente indignados por el cruel despojo de los palestinos-, sino en el espacio de una escritura que se convierte as¨ª, con su provocaci¨®n, en el cuerpo del delito.
'La forma que he dado desde el comienzo al relato nunca tuvo por finalidad el informar al lector de lo que fue realmente la revoluci¨®n palestina. La construcci¨®n misma del texto, su organizaci¨®n y disposici¨®n, sin proponerse traicionar deliberadamente los hechos, determinan de tal forma la narraci¨®n que parecer¨¢ muy probablemente que fui su testigo privilegiado o su guionista... Tantas y tantas palabras para decir: ¨¦sta es mi revoluci¨®n palestina recitada en un orden escogido por m¨ª. Al lado de la m¨ªa est¨¢ la otra, plausiblemente las otras... Querer pensar que la revoluci¨®n ser¨ªa como buscar una l¨®gica, al despertarse, en la incoherencia de las im¨¢genes so?adas'.
Las sombras de los feday¨ªn muertos, ?pueden hablar acaso? ?O es ¨¦l quien los transforma en t¨ªteres, tirando de los hilos para que muevan los labios?
Cuando Genet se aleja por 'unos d¨ªas' -que se prolongan finalmente en meses- en las bases guerrilleras de Jordania est¨¢ en los umbrales de la vejez. El distanciamiento de Europa se ha convertido en una ruptura que quiere definitiva. Francia es s¨®lo 'el recuerdo lejano' de su primera juventud: un extra?amiento gradual le lleva por otros caminos. Sabemos que fue feliz en Grecia en la d¨¦cada de los cincuenta; luego en Jap¨®n y tal en Marruecos; por fin entre las Panteras Negras. El instinto errabundo que le guiaba, como a m¨ª, a los barrios populares de las ciudades y al hormigueo del gent¨ªo, ?fue el que llev¨®, con su brujuleo, al santuario fr¨¢gil y amenazado de los feday¨ªn? Durante su estancia en Turqu¨ªa, escoltado por un mozo de buenas prendas, se percat¨®, escribe, de
'la escasa distancia que separaba al vagabundo que era a¨²n del guardi¨¢n de un orden en el que corr¨ªa el riesgo de transformarme si me dejaba arrastrar por la tentaci¨®n de aqu¨¦l y de la comodidad que procura. De vez en cuando deb¨ªa renovar la lucha contra los incentivos... de las rebeld¨ªas, en las que una poes¨ªa muy visible disimula, de manera casi imperceptible todav¨ªa, la invitaci¨®n al conformismo'.
En sus obras y conversaciones privadas, Genet rememoraba a menudo las c¨¢rceles por las que pas¨® como un refugio maternal y una condensaci¨®n de sus sue?os er¨®ticos.
Tres d¨¦cadas despu¨¦s conocer¨ªa igualmente por un tiempo en las bases guerrilleras de Jordania la 'felicidad de vivir en un cuartel inmenso'. Los palestinos no ten¨ªan patria, tierra ni hogar: hab¨ªan sido despojados de ellos en nombre de un sue?o ajeno. Su rebeli¨®n contra los poderosos del mundo -Estados Unidos, Israel y los reg¨ªmenes reaccionarios ¨¢rabes- le recordaba la suya frente al orden establecido y sus ubicuos guardianes. Como el delincuente que fue en su juventud, eran criminalizados a su vez, conforme a la ecuaci¨®n palestino=terrorista, por la opini¨®n p¨²blica occidental.
Desde su llegada a Irbid, los feday¨ªn no reproducen una imagen aproximativa de sus fantasmas: son su encarnaci¨®n mir¨ªfica. La absoluta inocencia de su seducci¨®n -excepto en el caso del sudan¨¦s Mubarak- excluye toda manifestaci¨®n de erotismo, cual si la plasmaci¨®n brusca de sus deseos anulara la realidad interior de los mismos. Como en una reciente retrospectiva de Picasso, pasamos del sexo crudo y a veces brutal de Nuestra Se?ora de las Flores y Diario del ladr¨®n a un voyeurismo apaciguado y reflexivo, desprendido de todo af¨¢n de posesi¨®n.
La pintura de alguno de los protagonistas del libro nos trae no obstante a la memoria la de los hampones y criminales reclusos de sus novelas de cuarenta a?os antes: Ab¨² Kassem -cuya inmediatez 'radioactiva' le somete, dice Genet, a un 'constante bombardeo de part¨ªculas'-, desaparecido a sus veinte a?os en el curso de una misi¨®n en los Territorios Ocupados de Cisjordania. Al¨ª, fugaz en su belleza y su gloria, mero centelleo en el tiempo de una sonrisa en el boscaje negr¨ªsimo del labio superior y el ment¨®n...
Un cautivo enamorado nos brinda una espl¨¦ndida galer¨ªa de retratos trazados mediante bosquejos sucesivos o de una simple pincelada, personajes atractivos e intensos que desaparecen de pronto del relato y vuelven a emerger decenas o centenares de p¨¢ginas m¨¢s tarde, en perpetua acron¨ªa, ennoblecidos por la muerte o la inexorabilidad del destino.
La descripci¨®n del teniente Mubarak y sus relaciones con el narrador, marcados por la voluntad de seducci¨®n -imantaci¨®n del rostro negro con las mejillas marcadas por cortes tribales, de un argot del arrabal parisiense y un vocabulario de Maurice Chevalier-, exigir¨ªa un apartado especial en la medida en que cifra la ambig¨¹edad del universo de Genet: el truh¨¢n y el revolucionario, el h¨¦roe y el farsante. Habr¨¢ que dejarlo para otra ocasi¨®n.
El autorretrato del autor, dibujado al trasluz a lo largo del libro, es el de un Genet en toda su desconcertante complejidad: mezcla de raz¨®n y sue?o despierto, de rebeld¨ªa permanente contra el orden del mundo y conciencia de un nihilismo teatral ante el vac¨ªo de la muerte. 'Encantado, mas no convencido, seducido y no cegado', escribe, ' me conduje m¨¢s bien como un 'cautivo enamorado'.
El s¨ªmbolo de la revoluci¨®n
Las referencias en modo alguno gratuitas a la procesi¨®n de la Virgen de las Falanges libanesas y de la abad¨ªa de Montserrat son los primeros hilos de un tejido de alusiones -que cobrar¨¢n sentido m¨¢s tarde- a las estatuas carolingias, Miguel ?ngel y las Piet¨¢s del barroco, en las que la madre de Dios aparece paulatinamente m¨¢s joven que el Hijo muerto sobre sus brazos: el amor de los artistas y el beso suavizador y bals¨¢mico de generaciones de devotos obran el milagro de un rejuvenecimiento m¨¢s eficaz y duradero , observa Genet, que el de la actual cirug¨ªa est¨¦tica. 'El t¨ªtulo de madre de Dios otorgado a la Virgen obliga a preguntarse -si el orden cronol¨®gico de los parentescos humanos corresponde al divino- ?en virtud de qu¨¦ prodigios o de qu¨¦ matem¨¢ticas la madre vino despu¨¦s de su Hijo, pero precediendo a su propio Padre? Tal denominaci¨®n y este orden estimativo son menos misteriosos cuando se piensa en Hamza'.
Aqu¨ª, las asociaciones de ideas se explicitan al fin y las diferentes piezas del rompecabezas encajan.
Cuando en pleno mes de ramad¨¢n se inicia la represi¨®n despiadada de los guerrilleros palestinos por el ej¨¦rcito del rey Hussein, Genet se halla en una base militar pr¨®xima a Irbid. Un responsable de la OLP lo conf¨ªa a un joven fedai para que le albergue de noche. Hamza le lleva a su casa, en uno de los barrios de refugiados que rodean la ciudad. Tras cruzar un patinillo, le introduce a una modesta vivienda en la que una palestina de una cincuentena de a?os, con un fusil colgado a la espalda, le acoge con una sonrisa. 'Es un amigo -dice Hamza a su madre-. Un cristiano, pero no cree en Dios'. 'Bueno, si no cree en Dios, habr¨¢ que darle de comer'. Y cuando el joven parte en misi¨®n de combate (ser¨¢ detenido y torturado m¨¢s tarde por los temibles mujabarat jordanos), la madre cuidar¨¢ de ¨¦l y depositar¨¢ con delicadeza a la cabecera de su lecho, mientras Genet finge dormir, una bandeja con una taza de caf¨¦ y un vaso de agua. Esta noche, la de la v¨ªspera de su partida forzosa de Irbid, ser¨¢ en lo futuro para Genet la que los musulmanes llaman Lilat al-Qader o Noche del Destino, correspondiente al vigesimos¨¦ptimo d¨ªa de ramad¨¢n.
A su salida de Jordania, escribe, la imagen de Hamza con su madre -de un Hamza cuya silueta se recorta en el fondo inmenso, casi mitol¨®gico de la madre- le persigue con la tenacidad de un enigma hasta la composici¨®n del libro. La estampa de mater dolorosa -de madre e hijo que, conscientes de su vulnerabilidad, velan el uno por el otro- simbolizar¨¢ en adelante para ¨¦l la revoluci¨®n palestina. Pero dicha asociaci¨®n misteriosa nos procura otra clave m¨¢s reveladora e ¨ªntima: 'Por una noche [...] un viejo mayor que ella se convirti¨® en el hijo de la madre. M¨¢s joven que yo, fue mi madre sin dejar de ser la de Hamza'. M¨¢s sorprendente a¨²n para el lector de Genet: el paralelo imprevisto y en verdad perturbador entre la pareja Hamza-Su Madre (y subsidiariamente del autor y de la madre de Hamza) y la de la Piet¨¢ y el Crucificado se remonta, nos dice, a una enso?aci¨®n de su infancia que se instal¨® en ¨¦l 'al punto de asumir una vida aut¨®noma, tan libre como la de un ¨®rgano invasor y un fibroma que multiplica su audacia y sus brotes, pr¨®ximo al orden de la vida animal y de la vegetaci¨®n de los tr¨®picos'.
Genet sufr¨ªa de los efectos de un c¨¢ncer de garganta y de la quimioterapia al redactar un libro en el que abundan las alusiones oscuras al mal, pero la imantaci¨®n de la Estrella Polar de Hamza y su madre -la de Hamza y la suya- no cej¨® hasta el d¨ªa en que, catorce a?os despu¨¦s, regres¨® a Irbid para comprobar la realidad de su sue?o: la mujer, ya anciana, le recuerda apenas y le da el tel¨¦fono de Hamza, no ya fedai sino obrero inmigrante en Alemania.
En esa 'noche helada' que llevaba siempre consigo, Irbid, el refugio materno de Irbid y ese amor, cuyo 'brillo y poder radioactivo se elaboraron quiz¨¢ durante milenios', arrojan una luz nueva, y de forma retrospectiva, sobre la totalidad de la obra de Genet.
Cuando, unos meses despu¨¦s del suicidio de su amigo Abdallah, Genet me confi¨® la decisi¨®n de poner fin a sus d¨ªas, Monique Lange fue a exponer nuestro desconcierto y emoci¨®n a Sartre. 'Ustedes no saben a¨²n lo que significa envejecer', coment¨® el fil¨®sofo. Genet tampoco lo sab¨ªa quiz¨¢ -un sentimiento de culpa y no la vejez hab¨ªa trazado aquel quiebro en su vida-, pero el peso de la muerte no le abandon¨® ya. En diversos pasajes del libro que analizamos, habla de s¨ª en pret¨¦rito, como desde un no-lugar del reino de las sombras: 'En mi interior reposaba el muerto que era yo desde hac¨ªa tiempo', 'los recuerdos que refiero son tal vez los adornos con los que se engalana mi cad¨¢ver'... A un muerto, dice, s¨®lo se le puede responder con silencio o ret¨®rica: el acto heroico de quien sacrifica su vida por una causa deber¨ªa hacerle acreedor de una l¨¢pida sepulcral capaz de encubrir y desrealizar la acci¨®n que caus¨® su mutismo definitivo. Si va a decir verdad, la muerte o desaparici¨®n oscura de los feday¨ªn de quienes se sinti¨® cautivo y enamorado le devolv¨ªan una imagen cruda de lo que despiadadamente juzgaba su propio simulacro. Una exigencia constante de ponerse a s¨ª mismo en tela de juicio le llevaba a considerar su existencia entera como un conjunto de gestos inconsecuentes, pero f¨¢cilmente interpretables como actos de audacia:
'Mi estupor fue inmenso cuando comprend¨ª que mi vida... no era sino una hoja de papel blanco que, a fuerza de pliegues, hab¨ªa podido transformarse en un objeto nuevo que yo era quiz¨¢s el ¨²nico en ver en tres dimensiones, con la apariencia de una monta?a, de un precipicio, de un crimen o de un accidente mortal'.
Tras haber eludido la tentaci¨®n de la comodidad, tanto material como moral, se enfrentaba al fin, cuando se sent¨ªa interiormente muerto, a la de la gloria o anhelo de trascendencia. El desarrimo de Genet de toda consideraci¨®n mundana -en hermoso contraste con la flexibilidad servil de todos los medios literarios que he conocido a lo largo de mi vida- ha sido y es la horma a la que con mayor o menor ¨¦xito he procurado ajustar mi conducta hasta el punto de haberla convertido en una especie de naturaleza segunda. Ning¨²n honor, ninguna recompensa, ning¨²n homenaje valen para m¨ª un minuto de esa dicha ef¨ªmera que en circunstancias y con gentes muy diversas he iluminado mi paso por el mundo con una luz semejante a la que hall¨® Genet en compa?¨ªa de los combatientes palestinos. La fascinaci¨®n de la ejemplaridad p¨®stuma a la que ¨¦l se enfrentaba nos devuelve a la paradoja que se?al¨¦ en mi visita a su tumba en el antiguo cementerio espa?ol de Larache: la de una reflexi¨®n casi m¨ªstica en pluma de un ateo.
'No existe probablemente un hombre que no desee convertirse en objeto de f¨¢bula a gran o peque?a escala: llegar a ser un h¨¦roe ep¨®nimo, proyectado en el mundo, esto es, ejemplar y, por consiguiente, ¨²nico, esplendoroso, porque procede de la evidencia y no del poder... [como] esta imagen despegada del hombre, del grupo, o del acto mismo que lleva a decir que son ejemplares'.
Ahora bien, el ansia de esa imagen definitiva, capaz de impulsar al ser humano incluso a la aniquilaci¨®n, no puede ser premeditada sin transmutarse en impostura. Genet lo sab¨ªa y evit¨® la trampa de la inmortalidad en vida en la que caen tantos 'inmortales' ir¨®nicamente reducidos despu¨¦s a la nada, ca¨ªdos en justiciero olvido. Genet, ya muerto, es ejemplar en la medida en que fue ¨²nico. Su vida y su obra se confunden en una aventura cuya radicalidad ¨¦tica y literaria brilla sin consumirse. La soledad de los muertos, hab¨ªa escrito a prop¨®sito de Giacometti, 'es nuestra gloria m¨¢s segura'.La publicaci¨®n de Un cautivo enamorado poco tiempo despu¨¦s del fallecimiento de Jean Genet fue acogida en el campo de la cr¨ªtica period¨ªstica parisiense con un rechazo casi general en el que la agresividad contra el autor y sus ideas pol¨ªticas subversivas se aunaba con una especie de ignorancia protectora frente a la lectura desestabilizadora del libro. Confrontado con un libro ajeno a los c¨¢nones literarios y cuya reflexi¨®n hist¨®rica, pol¨ªtica, social, cultural y sexual se sit¨²a en los ant¨ªpodas de la suya, el gremio cr¨ªtico hizo lo que suele hacer en tales casos: carg¨¢rselo y decretar su ilegibilidad. Convertido en monstrum horrendum, informe, ingens o etiquetado piadosamente de 'obra fallida sobre la revoluci¨®n palestina', Un cautivo enamorado fue a parar al dep¨®sito de objetos perdidos en el que permanece a¨²n pese a los esfuerzos por rescatarlo de unos pocos escritores ¨¢rabes y occidentales. Pocos han dicho a¨²n que la obra p¨®stuma de Genet es uno de los libros m¨¢s hondos, revulsivos y apasionantes escritos en franc¨¦s en los ¨²ltimos veinte a?os.
?Un libro sobre la revoluci¨®n palestina anterior a la primera y segunda Intifada y a los difuntos acuerdos de Oslo? S¨ª, pero much¨ªsimas cosas m¨¢s. Sus referencias a aqu¨¦lla, por importantes que sean, son s¨®lo un hilo cuidadosamente dispuesto con otros para pasar por la trama narrativa y componer el tejido en el telar del artista. Como otras grandes creaciones literarias del pasado, Un cautivo enamorado es una enciclopedia de conocimientos en cuyos apartados y cap¨ªtulos encontramos los temas fundamentales de la historia humana: una reflexi¨®n aguijadora, casi siempre ins¨®lita, sobre la escritura, la memoria, la sociedad, el poder, la aventura, el viaje, la rebeld¨ªa, el erotismo y la muerte -la de los personajes que aparecen en el libro y la del propio autor, acaecida mientras correg¨ªa las ¨²ltimas pruebas de imprenta-.
Como apunt¨¦ antes, la convergencia de una vida forjada por experiencias en verdad excepcionales con una acumulaci¨®n de saberes a primera vista ca¨®tica y dif¨ªcilmente rentable, hizo de Genet, en los umbrales de la sesentena, una enciclopedia viva. En el periodo en que m¨¢s le frecuent¨¦, me llamaron la atenci¨®n la amplitud y diversidad de sus lecturas. ?l no aspiraba a ser especialista en la Edad Media, ni arabista, ni un profesional del helenismo o de la historia otomana, pero sus conocimientos en estas materias eran fuera de lo com¨²n. Los escasos libros con los que se desplazaba en sus vagabundeos por Francia, Espa?a o Marruecos inclu¨ªan una serie de temas sin v¨ªnculo visible con las causas pol¨ªticas que defend¨ªa: acerca de los merovingios, la Revoluci¨®n Francesa, Homero, Solim¨¢n el Magn¨ªfico. Recuerdo una larga conversaci¨®n sobre Abelardo y sus razones para traducir el Cor¨¢n.
Ahora pienso que todo ese c¨²mulo de conocimientos dispares era una condici¨®n previa a la elaboraci¨®n de la obra en la que destilar¨ªa la totalidad de su saber y experiencia. Al embeberme en la relectura de su libro p¨®stumo comprend¨ª de forma retroactiva cu¨¢l era el nexo oculto entre su entrega a la revoluci¨®n palestina de 1970 y sus comentarios sobre la alegr¨ªa pagana del R¨¦quiem de Mozart y la movilidad -puro nomadismo en el tiempo- del calendario y festividades del islam.
Una singular l¨®gica narrativa
Las asociaciones de ideas -el salto inesperado de una a otra- desconciertan a menudo al lector. La l¨®gica narrativa de Genet es tan singular como la que hilvan¨® su vida desde la inclusa a su sepultura en el viejo cementerio espa?ol de Larache. Buscar un parentesco con la que gu¨ªa de ordinario los libros 'normales' ser¨ªa un ejercicio condenado al fracaso. Sus quiebras y s¨ªmiles revelan, no obstante, una gran coherencia en cuanto dejamos de considerarlos aisladamente y los abarcamos desde el acechadero de una cuidadosa relectura. Procurar¨¦ desgranar algunos ejemplos de esta peculiar singladura para aguja de navegantes.
1. De una aparente digresi¨®n sobre la invenci¨®n del lenguaje mar¨ªtimo a partir de los finisterres conocidos en el siglo XV y su fascinada relaci¨®n con las profundidades oce¨¢nicas, Genet pasa a la descripci¨®n del revisor que pica los billetes mientras avanza titubeando a causa del traqueteo de un tren en las curvas monta?osas del Tirol, y de ah¨ª, tras una nueva referencia al cabeceo marino y a una Austria sin costas ni puerto, a una reflexi¨®n sobre la topograf¨ªa de Amm¨¢n, con sus siete montes 'nobles' habitados por burgueses y cortesanos, y las profundidades abisales en las que se hacinan los refugiados palestinos y a las que, a partir de un traqueteo similar al del ferrocarril tirol¨¦s o al cabeceo de un bajel, se puede descender sin escafandra como un buzo terrestre. Las frases se entretejen con im¨¢genes sorprendentes que recuerdan a veces a Lezama Lima, pero sin el deliberado barroquismo de ¨¦ste.
2. El episodio del vendedor de fruta en una calleja pr¨®xima a la torre de G¨¢lata que, mediante un hilo transparente de nailon, hace levitar a una naranja para sorpresa y diversi¨®n de los transe¨²ntes enlaza p¨¢ginas m¨¢s tarde con la leyenda de la celda construida por Dios para uso exclusivo de santa Isabel reina de Hungr¨ªa, celda invisible a ojos de su marido y de la corte entera en la que aqu¨¦lla moraba capsulada en una burbuja de santidad. Tras esas levitaciones en burbuja o hilo de nailon, Genet nos da a conocer la tentaci¨®n a la que resisti¨® en un paraje ed¨¦nico de la costa de Anatolia, cuando el demonio nunca exorcizado de la posesi¨®n le construy¨® mentalmente un hogar ideal de retiro con sus pasillos, habitaciones, muebles, espejos, jardines y ¨¢rboles frutales. El descubrimiento de 'llevar en s¨ª mismo su casa y sus muebles era bastante depresivo para un hombre que [como ¨¦l] brill¨® una noche de su propia aurora interior', escribe Genet. Y as¨ª, tras los vericuetos por espejismos y milagros de invisibilidad y levitaci¨®n, nos conduce a uno de los pasajes m¨¢s fuertes y bellos del libro: la exposici¨®n de aquel ideal de desposesi¨®n que imant¨® su vida, un rigor asc¨¦tico, af¨ªn en su vertiente provocativa, a la moral del derviche malamat¨ª.
El fantasma o burbuja del dominio inmobiliario que le acuci¨® en Turqu¨ªa se desvaneci¨® para siempre:
'Desde hac¨ªa mucho tiempo hab¨ªa luchado contra m¨ª mismo y el gusto de posesi¨®n al punto de reducir los objetos a los vestidos que llevaba puestos, a un solo ejemplar; una vez rotos, rasgados, tirados l¨¢pices y papeles, el universo de los objetos, al descubrir el vac¨ªo, se precipit¨® a ¨¦l... los objetos, sin duda olvidadizos y apaciguados, dejaron de martirizarme'.
De Antioqu¨ªa, Genet fue a Alepo, de Alepo a Damasco y de all¨ª a Amm¨¢n, hasta llegar a la base de los feday¨ªn.
3. El canto jubiloso del R¨¦quiem de Mozart, escribe, transforma el tiempo de la agon¨ªa -el espanto de dejar el mundo por el vac¨ªo inmenso que todas las religiones colman con visiones m¨¢s o menos dulzonas o espeluznantes- en la explosi¨®n de alborozo al abandonar 'las ingratas cortes¨ªas de lo cotidiano para subir -no bajar y subir- a la luz', a esa luz radiante de 'la libertad que se atreve a todo'. A continuaci¨®n, entroncando con la alegr¨ªa y fulgor mozartianos del Dies irae y del Lacrimosa, Genet nos ofrece una inesperada y provocativa comparaci¨®n entre los transexuales y los m¨¢rtires palestinos.
'Cuando el joven, despu¨¦s de largos d¨ªas de inquietud y perplejidad, resuelve cambiar de sexo conforme a la palabra bastante horrenda de transexual, una vez tomada la decisi¨®n, le invade la alegr¨ªa ante la idea de su sexo nuevo, de los senos que acariciar¨¢ realmente... Desprenderse del consabido, pero execrado modo de andar viril, dejar el mundo por el Carmelo o la leproser¨ªa, saltar del universo del pantal¨®n al de los sostenes, ?no es quiz¨¢s el equivalente de la muerte esperada pero temida y no admite una comparaci¨®n con el suicidio a fin de que los coros canten el Tubamirum? El transexual ser¨¢ pues un monstruo y un h¨¦roe... El temor comenzar¨¢ con la resistencia de los pies a achicarse: los zapatos de mujer, tac¨®n de aguja 43-44 son raros, mas la alegr¨ªa lo cubrir¨¢ todo, la alegr¨ªa y la exultaci¨®n. El R¨¦quiem expresa esto: el j¨²bilo y el temor. As¨ª los palestinos, los chi¨ªes, los locos de Dios que se precipitan riendo hacia los antiguos de las cavernas y los escarpines dorados del 43-44, se vieron brincar adelante con mil carcajadas, mezclados con el retroceso de los trombones. Alegr¨ªa del transexual, alegr¨ªa del R¨¦quiem, alegr¨ªa del Kamikaze... alegr¨ªa del h¨¦roe'.
?Elogio del terrorismo y sus Kamikazes suicidas? A primera vista s¨ª. En diversas entrevistas y textos compilados de forma p¨®stuma (L'ennemi d¨¦clar¨¦, Par¨ªs, 1991), Genet sostiene que los atentados (suicidas o no) son la respuesta de los pobres y oprimidos a los ej¨¦rcitos mejor pertrechados del opresor. Con dicho argumento justific¨® la acci¨®n de las Panteras Negras, de los feday¨ªn y, mezclando capachos con berzas, de la Fracci¨®n del Ej¨¦rcito Rojo del grupo Baader-Meinhof. Mas el t¨¦rmino terrorista, aplicado a realidades y contextos muy distintos, se presta a todo tipo de comparaciones inexactas y oportunistas, como las que hoy se establecen entre ETA y los palestinos o el IRA y los independentistas chechenos. Desmemoriados como somos, volvamos la vista atr¨¢s: ?no recurrieron al arma del terror los combatientes del FLN argelino y los fundadores del Estado de Israel hasta el d¨ªa en que plasmaron su proyecto de Hogar nacional jud¨ªo? Pisamos arenas movedizas y cuantas precauciones tomemos en el uso del vocablo ser¨¢n siempre pocas.
Por otra parte, la palabra 'h¨¦roes' en la pluma de Genet es sin duda alguna ambigua (el autor de Los negros se burl¨® toda su vida de ella). La r¨¢pida secuencia de cambios sem¨¢nticos que acabamos de citar concluye con una pregunta muy significativa: '?Habr¨ªa conocido [su h¨¦roe] la dicha del v¨¦rtigo suicida si no hubiese tenido como Hamlet p¨²blico y r¨¦plica?'.
(Genet no pod¨ªa prever, claro est¨¢, que este v¨¦rtigo escenificar¨ªa, en directo y a costa de miles de v¨ªctimas, su apoteosis destructiva ante centenares de millones de espectadores).
'La dificultad', dijo un d¨ªa Genet, 'es la cortes¨ªa del autor con el lector'. La frase me impresion¨® y la he citado a menudo, a prop¨®sito de mi propio trabajo y el de muchos escritores que admiro. En cualquier caso parece haber sido formulada para ilustrar un libro que Genet no escribir¨ªa sino veinte a?os m¨¢s tarde.
Un cautivo enamorado es una obra de dif¨ªcil acceso y, si se quiere, oscura pero en modo alguno opaca. Una relectura cuidadosa la ilumina y esa luz interior que perdura es la del astro solar, no el reflejo de una estrella lejana y quiz¨¢ extinta. El lector objeto de la cortes¨ªa debe responder a ella con rigor condigno, sin desanimarse por los cambios de rumbo y zarandeos bruscos de la narraci¨®n. El testamento po¨¦tico y humano de Genet goza del triste privilegio de ser una de las obras literarias peor le¨ªdas de su siglo.
En diversos pasajes de ella, el autor nos da respuestas a las razones de su compromiso. Si en un momento dado nos dice que 'hab¨ªa acogido esta rebeli¨®n de la misma manera que un o¨ªdo musical reconoce la nota justa', matizaci¨®n y enunciados posteriores desdibujan un tanto la nitidez de la declaraci¨®n. Como veremos luego, el paralelo entre la desposesi¨®n forzada de los palestinos ('tengamos siempre presente que no poseen nada: pasaporte, naci¨®n, territorio, y que si cantan todo esto y aspiran a ello es porque no ven sino sus fantasmas') y la que busca para s¨ª es estrecho pero no agota las razones m¨¢s o menos soterradas que el autor nos desvela a lo largo del libro.
Desde su llegada a Jordania, enfrentado con la realidad de la lucha desproporcionada de los palestinos contra la formidable maquinaria b¨¦lica de los israel¨ªes, Genet advierte la existencia de campamentos-Potemk¨ªn y desfiles de Cachorros con fusiles miserables, de simulacros destinados a encubrir la flaqueza del movimiento. Posar para fot¨®grafos occidentales y japoneses, observa, es escoger el clich¨¦ y el t¨®pico que convienen a la prensa sensacionalista o de gran tirada: 'Sus gestos corr¨ªan el riesgo de ser ineficaces a causa de esta ley teatral: el ensayo para la representaci¨®n'.
Genet no es periodista ni escritor en busca de scoop (aunque compuso un texto sobrecogedor sobre las matanzas de Sabra y Chatila). Su reflexi¨®n acerca de este teatro simb¨®lico, pero con muertos reales, corresponde a la del autor de obras como Las criadas, El balc¨®n o Los negros, en las que la parodia, juego de espejos, indistinci¨®n entre realidad y sue?o y af¨¢n de servirse de todo ello para trastocar el orden del mundo desempe?an un papel esencial. Al aceptar la invitaci¨®n de una estancia en Palestina, es decir, en el interior de una ficci¨®n -puesto que la Palestina real es la de los Territorios Ocupados-, Genet, autodefinido, record¨¦moslo, como espont¨¢neo simulador, se pregunta si, al aportar su 'funci¨®n de so?ador en el interior del sue?o', no a?ade a¨²n un elemento m¨¢s al proceso de desrealizaci¨®n de la causa que defiende: '?No era yo el europeo que dice al sue?o: eres sue?o y sobre todo no despiertes al dormido?'. El autor no encuentra respuesta a su vida so?ada -tampoco nos la dan Shakespeare ni Calder¨®n-, pero ahonda la reflexi¨®n sobre ella a partir de la no pertenencia a naci¨®n alguna, del descuaje, que quiere definitivo, de Francia y Europa gracias al sue?o revolucionario palestino, aunque su fe en ¨¦ste, precisa, no fuese nunca total ni se entregara a ¨¦l por entero.
Una galer¨ªa de retratos
Un cautivo enamorado no es un libro de memorias. Genet nos previene a menudo contra las trampas del recuerdo y de la escritura al tiempo que reflexiona sobre su propio trabajo. No s¨®lo nos indica las fechas de su composici¨®n: nos precisa tambi¨¦n el proceso de redacci¨®n de la obra que tenemos en nuestras manos. En corto: nos da a la vez el producto acabado y las distintas fases de su elaboraci¨®n.
Las preguntas y dudas que le asaltan -el narrador, todo narrador, ?es fiable?; ?puede captarse la realidad por escrito?; ?c¨®mo reproducir el lenguaje hablado, el tono de los di¨¢logos y el timbre de una voz a trav¨¦s del filtro de la memoria?- no tienen obviamente respuesta. Mientras teje y desteje su evocaci¨®n de los campos palestinos y su fascinaci¨®n por la pareja de Hamza y su madre, subraya que su relato de los hechos no recoge las voces de quienes aparecen en ¨¦l sino exclusivamente la suya. 'Pero, como todas las voces', escribe, ' la m¨ªa est¨¢ ama?ada'.
El libro que le reclamaban ya en 1970 algunos dirigentes palestinos -Genet refer¨ªa a sus amigos este breve di¨¢logo con Arafat: -'?Cu¨¢ndo tendr¨¢ usted lista su obra?' -'?Cu¨¢ndo realizar¨¢n ustedes su revoluci¨®n?'- no responde desde luego al que cab¨ªa esperar de un militante tercermundista, conforme a un esquema y unas conclusiones trazados de antemano: es el de un hombre que se despide del mundo despu¨¦s de haber vaciado de s¨ª la nostalgia de un orden mediocre, de la vida c¨®moda, del pensamiento correcto, de su pertenencia nacional; de un hombre voluntariamente situado en la marca o espacio moral fronterizo en el que 'la totalidad de una persona, de acuerdo o en contradicci¨®n consigo misma, se expresa con mayor amplitud'. Pero cedamos la palabra al propio Genet, cuya provocaci¨®n moral y pol¨ªtica no se sit¨²a, como creyeron los apresurados enterradores del libro, en el plano de los hechos descritos -esto lo han cumplido ya docenas de autores justamente indignados por el cruel despojo de los palestinos-, sino en el espacio de una escritura que se convierte as¨ª, con su provocaci¨®n, en el cuerpo del delito.
'La forma que he dado desde el comienzo al relato nunca tuvo por finalidad el informar al lector de lo que fue realmente la revoluci¨®n palestina. La construcci¨®n misma del texto, su organizaci¨®n y disposici¨®n, sin proponerse traicionar deliberadamente los hechos, determinan de tal forma la narraci¨®n que parecer¨¢ muy probablemente que fui su testigo privilegiado o su guionista... Tantas y tantas palabras para decir: ¨¦sta es mi revoluci¨®n palestina recitada en un orden escogido por m¨ª. Al lado de la m¨ªa est¨¢ la otra, plausiblemente las otras... Querer pensar que la revoluci¨®n ser¨ªa como buscar una l¨®gica, al despertarse, en la incoherencia de las im¨¢genes so?adas'.
Las sombras de los feday¨ªn muertos, ?pueden hablar acaso? ?O es ¨¦l quien los transforma en t¨ªteres, tirando de los hilos para que muevan los labios?
Cuando Genet se aleja por 'unos d¨ªas' -que se prolongan finalmente en meses- en las bases guerrilleras de Jordania est¨¢ en los umbrales de la vejez. El distanciamiento de Europa se ha convertido en una ruptura que quiere definitiva. Francia es s¨®lo 'el recuerdo lejano' de su primera juventud: un extra?amiento gradual le lleva por otros caminos. Sabemos que fue feliz en Grecia en la d¨¦cada de los cincuenta; luego en Jap¨®n y tal en Marruecos; por fin entre las Panteras Negras. El instinto errabundo que le guiaba, como a m¨ª, a los barrios populares de las ciudades y al hormigueo del gent¨ªo, ?fue el que llev¨®, con su brujuleo, al santuario fr¨¢gil y amenazado de los feday¨ªn? Durante su estancia en Turqu¨ªa, escoltado por un mozo de buenas prendas, se percat¨®, escribe, de
'la escasa distancia que separaba al vagabundo que era a¨²n del guardi¨¢n de un orden en el que corr¨ªa el riesgo de transformarme si me dejaba arrastrar por la tentaci¨®n de aqu¨¦l y de la comodidad que procura. De vez en cuando deb¨ªa renovar la lucha contra los incentivos... de las rebeld¨ªas, en las que una poes¨ªa muy visible disimula, de manera casi imperceptible todav¨ªa, la invitaci¨®n al conformismo'.
En sus obras y conversaciones privadas, Genet rememoraba a menudo las c¨¢rceles por las que pas¨® como un refugio maternal y una condensaci¨®n de sus sue?os er¨®ticos.
Tres d¨¦cadas despu¨¦s conocer¨ªa igualmente por un tiempo en las bases guerrilleras de Jordania la 'felicidad de vivir en un cuartel inmenso'. Los palestinos no ten¨ªan patria, tierra ni hogar: hab¨ªan sido despojados de ellos en nombre de un sue?o ajeno. Su rebeli¨®n contra los poderosos del mundo -Estados Unidos, Israel y los reg¨ªmenes reaccionarios ¨¢rabes- le recordaba la suya frente al orden establecido y sus ubicuos guardianes. Como el delincuente que fue en su juventud, eran criminalizados a su vez, conforme a la ecuaci¨®n palestino=terrorista, por la opini¨®n p¨²blica occidental.
Desde su llegada a Irbid, los feday¨ªn no reproducen una imagen aproximativa de sus fantasmas: son su encarnaci¨®n mir¨ªfica. La absoluta inocencia de su seducci¨®n -excepto en el caso del sudan¨¦s Mubarak- excluye toda manifestaci¨®n de erotismo, cual si la plasmaci¨®n brusca de sus deseos anulara la realidad interior de los mismos. Como en una reciente retrospectiva de Picasso, pasamos del sexo crudo y a veces brutal de Nuestra Se?ora de las Flores y Diario del ladr¨®n a un voyeurismo apaciguado y reflexivo, desprendido de todo af¨¢n de posesi¨®n.
La pintura de alguno de los protagonistas del libro nos trae no obstante a la memoria la de los hampones y criminales reclusos de sus novelas de cuarenta a?os antes: Ab¨² Kassem -cuya inmediatez 'radioactiva' le somete, dice Genet, a un 'constante bombardeo de part¨ªculas'-, desaparecido a sus veinte a?os en el curso de una misi¨®n en los Territorios Ocupados de Cisjordania. Al¨ª, fugaz en su belleza y su gloria, mero centelleo en el tiempo de una sonrisa en el boscaje negr¨ªsimo del labio superior y el ment¨®n...
Un cautivo enamorado nos brinda una espl¨¦ndida galer¨ªa de retratos trazados mediante bosquejos sucesivos o de una simple pincelada, personajes atractivos e intensos que desaparecen de pronto del relato y vuelven a emerger decenas o centenares de p¨¢ginas m¨¢s tarde, en perpetua acron¨ªa, ennoblecidos por la muerte o la inexorabilidad del destino.
La descripci¨®n del teniente Mubarak y sus relaciones con el narrador, marcados por la voluntad de seducci¨®n -imantaci¨®n del rostro negro con las mejillas marcadas por cortes tribales, de un argot del arrabal parisiense y un vocabulario de Maurice Chevalier-, exigir¨ªa un apartado especial en la medida en que cifra la ambig¨¹edad del universo de Genet: el truh¨¢n y el revolucionario, el h¨¦roe y el farsante. Habr¨¢ que dejarlo para otra ocasi¨®n.
El autorretrato del autor, dibujado al trasluz a lo largo del libro, es el de un Genet en toda su desconcertante complejidad: mezcla de raz¨®n y sue?o despierto, de rebeld¨ªa permanente contra el orden del mundo y conciencia de un nihilismo teatral ante el vac¨ªo de la muerte. 'Encantado, mas no convencido, seducido y no cegado', escribe, ' me conduje m¨¢s bien como un 'cautivo enamorado'.
El s¨ªmbolo de la revoluci¨®n
Las referencias en modo alguno gratuitas a la procesi¨®n de la Virgen de las Falanges libanesas y de la abad¨ªa de Montserrat son los primeros hilos de un tejido de alusiones -que cobrar¨¢n sentido m¨¢s tarde- a las estatuas carolingias, Miguel ?ngel y las Piet¨¢s del barroco, en las que la madre de Dios aparece paulatinamente m¨¢s joven que el Hijo muerto sobre sus brazos: el amor de los artistas y el beso suavizador y bals¨¢mico de generaciones de devotos obran el milagro de un rejuvenecimiento m¨¢s eficaz y duradero , observa Genet, que el de la actual cirug¨ªa est¨¦tica. 'El t¨ªtulo de madre de Dios otorgado a la Virgen obliga a preguntarse -si el orden cronol¨®gico de los parentescos humanos corresponde al divino- ?en virtud de qu¨¦ prodigios o de qu¨¦ matem¨¢ticas la madre vino despu¨¦s de su Hijo, pero precediendo a su propio Padre? Tal denominaci¨®n y este orden estimativo son menos misteriosos cuando se piensa en Hamza'.
Aqu¨ª, las asociaciones de ideas se explicitan al fin y las diferentes piezas del rompecabezas encajan.
Cuando en pleno mes de ramad¨¢n se inicia la represi¨®n despiadada de los guerrilleros palestinos por el ej¨¦rcito del rey Hussein, Genet se halla en una base militar pr¨®xima a Irbid. Un responsable de la OLP lo conf¨ªa a un joven fedai para que le albergue de noche. Hamza le lleva a su casa, en uno de los barrios de refugiados que rodean la ciudad. Tras cruzar un patinillo, le introduce a una modesta vivienda en la que una palestina de una cincuentena de a?os, con un fusil colgado a la espalda, le acoge con una sonrisa. 'Es un amigo -dice Hamza a su madre-. Un cristiano, pero no cree en Dios'. 'Bueno, si no cree en Dios, habr¨¢ que darle de comer'. Y cuando el joven parte en misi¨®n de combate (ser¨¢ detenido y torturado m¨¢s tarde por los temibles mujabarat jordanos), la madre cuidar¨¢ de ¨¦l y depositar¨¢ con delicadeza a la cabecera de su lecho, mientras Genet finge dormir, una bandeja con una taza de caf¨¦ y un vaso de agua. Esta noche, la de la v¨ªspera de su partida forzosa de Irbid, ser¨¢ en lo futuro para Genet la que los musulmanes llaman Lilat al-Qader o Noche del Destino, correspondiente al vigesimos¨¦ptimo d¨ªa de ramad¨¢n.
A su salida de Jordania, escribe, la imagen de Hamza con su madre -de un Hamza cuya silueta se recorta en el fondo inmenso, casi mitol¨®gico de la madre- le persigue con la tenacidad de un enigma hasta la composici¨®n del libro. La estampa de mater dolorosa -de madre e hijo que, conscientes de su vulnerabilidad, velan el uno por el otro- simbolizar¨¢ en adelante para ¨¦l la revoluci¨®n palestina. Pero dicha asociaci¨®n misteriosa nos procura otra clave m¨¢s reveladora e ¨ªntima: 'Por una noche [...] un viejo mayor que ella se convirti¨® en el hijo de la madre. M¨¢s joven que yo, fue mi madre sin dejar de ser la de Hamza'. M¨¢s sorprendente a¨²n para el lector de Genet: el paralelo imprevisto y en verdad perturbador entre la pareja Hamza-Su Madre (y subsidiariamente del autor y de la madre de Hamza) y la de la Piet¨¢ y el Crucificado se remonta, nos dice, a una enso?aci¨®n de su infancia que se instal¨® en ¨¦l 'al punto de asumir una vida aut¨®noma, tan libre como la de un ¨®rgano invasor y un fibroma que multiplica su audacia y sus brotes, pr¨®ximo al orden de la vida animal y de la vegetaci¨®n de los tr¨®picos'.
Genet sufr¨ªa de los efectos de un c¨¢ncer de garganta y de la quimioterapia al redactar un libro en el que abundan las alusiones oscuras al mal, pero la imantaci¨®n de la Estrella Polar de Hamza y su madre -la de Hamza y la suya- no cej¨® hasta el d¨ªa en que, catorce a?os despu¨¦s, regres¨® a Irbid para comprobar la realidad de su sue?o: la mujer, ya anciana, le recuerda apenas y le da el tel¨¦fono de Hamza, no ya fedai sino obrero inmigrante en Alemania.
En esa 'noche helada' que llevaba siempre consigo, Irbid, el refugio materno de Irbid y ese amor, cuyo 'brillo y poder radioactivo se elaboraron quiz¨¢ durante milenios', arrojan una luz nueva, y de forma retrospectiva, sobre la totalidad de la obra de Genet.
Cuando, unos meses despu¨¦s del suicidio de su amigo Abdallah, Genet me confi¨® la decisi¨®n de poner fin a sus d¨ªas, Monique Lange fue a exponer nuestro desconcierto y emoci¨®n a Sartre. 'Ustedes no saben a¨²n lo que significa envejecer', coment¨® el fil¨®sofo. Genet tampoco lo sab¨ªa quiz¨¢ -un sentimiento de culpa y no la vejez hab¨ªa trazado aquel quiebro en su vida-, pero el peso de la muerte no le abandon¨® ya. En diversos pasajes del libro que analizamos, habla de s¨ª en pret¨¦rito, como desde un no-lugar del reino de las sombras: 'En mi interior reposaba el muerto que era yo desde hac¨ªa tiempo', 'los recuerdos que refiero son tal vez los adornos con los que se engalana mi cad¨¢ver'... A un muerto, dice, s¨®lo se le puede responder con silencio o ret¨®rica: el acto heroico de quien sacrifica su vida por una causa deber¨ªa hacerle acreedor de una l¨¢pida sepulcral capaz de encubrir y desrealizar la acci¨®n que caus¨® su mutismo definitivo. Si va a decir verdad, la muerte o desaparici¨®n oscura de los feday¨ªn de quienes se sinti¨® cautivo y enamorado le devolv¨ªan una imagen cruda de lo que despiadadamente juzgaba su propio simulacro. Una exigencia constante de ponerse a s¨ª mismo en tela de juicio le llevaba a considerar su existencia entera como un conjunto de gestos inconsecuentes, pero f¨¢cilmente interpretables como actos de audacia:
'Mi estupor fue inmenso cuando comprend¨ª que mi vida... no era sino una hoja de papel blanco que, a fuerza de pliegues, hab¨ªa podido transformarse en un objeto nuevo que yo era quiz¨¢s el ¨²nico en ver en tres dimensiones, con la apariencia de una monta?a, de un precipicio, de un crimen o de un accidente mortal'.
Tras haber eludido la tentaci¨®n de la comodidad, tanto material como moral, se enfrentaba al fin, cuando se sent¨ªa interiormente muerto, a la de la gloria o anhelo de trascendencia. El desarrimo de Genet de toda consideraci¨®n mundana -en hermoso contraste con la flexibilidad servil de todos los medios literarios que he conocido a lo largo de mi vida- ha sido y es la horma a la que con mayor o menor ¨¦xito he procurado ajustar mi conducta hasta el punto de haberla convertido en una especie de naturaleza segunda. Ning¨²n honor, ninguna recompensa, ning¨²n homenaje valen para m¨ª un minuto de esa dicha ef¨ªmera que en circunstancias y con gentes muy diversas he iluminado mi paso por el mundo con una luz semejante a la que hall¨® Genet en compa?¨ªa de los combatientes palestinos. La fascinaci¨®n de la ejemplaridad p¨®stuma a la que ¨¦l se enfrentaba nos devuelve a la paradoja que se?al¨¦ en mi visita a su tumba en el antiguo cementerio espa?ol de Larache: la de una reflexi¨®n casi m¨ªstica en pluma de un ateo.
'No existe probablemente un hombre que no desee convertirse en objeto de f¨¢bula a gran o peque?a escala: llegar a ser un h¨¦roe ep¨®nimo, proyectado en el mundo, esto es, ejemplar y, por consiguiente, ¨²nico, esplendoroso, porque procede de la evidencia y no del poder... [como] esta imagen despegada del hombre, del grupo, o del acto mismo que lleva a decir que son ejemplares'.
Ahora bien, el ansia de esa imagen definitiva, capaz de impulsar al ser humano incluso a la aniquilaci¨®n, no puede ser premeditada sin transmutarse en impostura. Genet lo sab¨ªa y evit¨® la trampa de la inmortalidad en vida en la que caen tantos 'inmortales' ir¨®nicamente reducidos despu¨¦s a la nada, ca¨ªdos en justiciero olvido. Genet, ya muerto, es ejemplar en la medida en que fue ¨²nico. Su vida y su obra se confunden en una aventura cuya radicalidad ¨¦tica y literaria brilla sin consumirse. La soledad de los muertos, hab¨ªa escrito a prop¨®sito de Giacometti, 'es nuestra gloria m¨¢s segura'.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.