Contaminantes para nuestros nietos
En Espa?a apenas hay estudios sobre los residuos org¨¢nicos en alimentos y sus efectos sobre la salud
La mayor¨ªa de nuestros cuerpos contienen niveles apreciables de los llamados contaminantes org¨¢nicos persistentes (COP en castellano, POP en ingl¨¦s) que afectan a la salud. Tambi¨¦n es un hecho que los contaminantes org¨¢nicos persistentes se han dispersado y siguen contaminando amplias zonas del planeta, son muy dif¨ªciles de excretar por el cuerpo humano, tienen una larga vida media en el organismo y se acumulan en los tejidos grasos.
Los principales COP son el plaguicida DDT, el DDE (el principal producto de degradaci¨®n del DDT), bifenilos policlorados (m¨¢s conocidos por PCB, en sus siglas en ingl¨¦s), dioxinas, hexaclorobenceno, hexaclorociclohexanos y otros residuos de compuestos organoclorados. En Espa?a el DDT se utiliz¨® ampliamente como plaguicida hasta hace aproximadamente una o dos d¨¦cadas; no se sabe con certeza cu¨¢ndo termin¨® realmente su uso. Los PCB, por su parte, se han utilizado como aislantes en equipos el¨¦ctricos (transformadores, l¨¢mparas), como lubricantes, en pl¨¢sticos, tintas y otras m¨²ltiples aplicaciones. En Espa?a existe un preocupante desconocimiento sobre la cantidad de PCB almacenados, la localizaci¨®n y las condiciones en que se encuentran las instalaciones que los contienen.
Los residuos llegan al cuerpo mediante una exposici¨®n ambiental continua a dosis bajas
Muchas muestras de huevos, pescado y carne contienen residuos de COP
En casi todos los reci¨¦n nacidos se detectan residuos org¨¢nicos persistentes
Es dif¨ªcil pensar en otro proceso que sea a la vez tan global y multidimensional
En la actualidad, Espa?a atiende una denuncia presentada por la Comisi¨®n Europea por incumplir la directiva comunitaria que establece la obligatoriedad de elaborar un inventario de productos e instalaciones que contienen PCB. Este lamentable hecho no s¨®lo ilustra las dificultades que tenemos de pasar de las palabras a lo hechos: refleja tambi¨¦n la magnitud de la escala temporal en la que nos movemos. Tengamos en cuenta que a menudo el tiempo de vida media de estos compuestos es de d¨¦cadas. De modo que si se cumplen normas como la mencionada directiva, entre los a?os 2020 y 2030 la impregnaci¨®n corporal por muchos COP s¨®lo habr¨¢ descendido a la mitad o a un tercio. Obviamente, los beneficios de aplicar la ley s¨®lo podr¨¢n ser percibidos por los descendientes de nuestros descendientes. Esta dimensi¨®n temporal plantea a nuestra generaci¨®n cuestiones culturales in¨¦ditas.
Circulando por la sangre e impregnando ¨®rganos y tejidos, los contaminantes org¨¢nicos persistentes forman parte de nuestras vidas. Con un poco de suerte, nunca lo notaremos. Pero un n¨²mero creciente de estudios sugiere que estas sustancias afectan a nuestra capacidad reproductora (pues aumentan el riesgo de endometriosis, infertilidad, malformaciones cong¨¦nitas), al equilibrio de los sistemas inmunol¨®gico y hormonal (son disruptores endocrinos); tienen un papel en el desarrollo de varios tipos de c¨¢ncer y transtornos neurol¨®gicos, y quiz¨¢ tambi¨¦n en la etiolog¨ªa de otras enfermedades de causas poco conocidas, como las demencias, la de Parkinson o la diabetes.
?Debemos resignarnos a esos efectos adversos o podremos hacer algo localmente ¨²til? Pero ?qu¨¦ sociedad ser¨ªa la que hiciese aceptable esa resignaci¨®n? 'Prefiero no saberlo', dicen algunos, agarrando el tenedor... ?No saber qu¨¦ comemos, bebemos y respiramos? Una democracia que favorece esa actitud est¨¢ seriamente contaminada.
Los COP llegan hasta nuestro organismo primordialmente mediante una exposici¨®n ambiental de fondo, continua, a dosis muy bajas. Fundamentalmente, a trav¨¦s de las partes m¨¢s grasas de los alimentos y derivados. Muchos COP se mezclan bien con las grasas y el organismo los absorbe desde el tracto digestivo cuando est¨¢n disueltos en ellas. Estudios efectuados por equipos espa?oles han demostrado que muchas muestras de huevos, pescado y carne (tocino, pollo, cordero, salchichas) contienen residuos de COP. No es infrecuente, por ejemplo, detectar DDE, PCB, hexaclorobenceno o residuos relacionados con el lindano en un 60% o incluso un 85% de las muestras.
El h¨ªgado animal, la leche y la mantequilla son asimismo alimentos que habitualmente contienen residuos de varios COP. El problema ata?e tambi¨¦n a la grasa animal que se reutiliza para producir un sinf¨ªn de productos para consumo humano y animal. M¨¢s de un 90% de las dioxinas entran en el cuerpo humano a trav¨¦s de los alimentos. Por lo tanto, estamos tambi¨¦n ante un importante tema de seguridad alimentaria. En particular porque -aunque no siempre se sobrepasan los niveles establecidos por la legislaci¨®n comunitaria- la capacidad que el sistema espa?ol de salud p¨²blica tiene de detectar contaminaciones accidentales es d¨¦bil.
De la magnitud de la contaminaci¨®n de los alimentos en Espa?a apenas tenemos una idea cabal, pues la mayor¨ªa de los trabajos cient¨ªficos se han hecho sin exhaustividad, a menudo gracias al voluntarismo de grupos que trabajan en condiciones precarias. Y los estudios oficiales, cuando existen, son poco difundidos, o adolecen de importantes limitaciones metodol¨®gicas. Es pues necesario disponer de an¨¢lisis m¨¢s sistem¨¢ticos de la contaminaci¨®n por COP de los alimentos.En esta tarea deben implicarse los distintos niveles de la Administraci¨®n. Para empezar, aplicando met¨®dicamente la legislaci¨®n vigente y proporcionando informaci¨®n cre¨ªble a la ciudadan¨ªa. Asimismo, los programas que funcionan ejemplarmente (por ejemplo, los de algunos ayuntamientos) deber¨ªan popularizarse.
Si poca es la informaci¨®n en cuanto a los alimentos, mayor es nuestra ignorancia sobre los niveles de COP en la poblaci¨®n espa?ola. Y lo poco que se sabe no es tranquilizador: la inmensa mayor¨ªa de las personas estudiadas tienen concentraciones apreciables de COP. Lo habitual es detectar DDE, PCB, hexaclorobenceno y compuestos relacionados con el lindano en un 80% o un 90% de la poblaci¨®n.
Incluso en los reci¨¦n nacidos: la acumulaci¨®n de residuos en tejido graso durante la vida de la madre es una fuente de exposici¨®n para el hijo desde la concepci¨®n, durante la gestaci¨®n y a trav¨¦s de la lactancia. As¨ª lo indican estudios como los de Nicol¨¢s Olea en Andaluc¨ªa y de Jordi Sunyer y Joan Grimalt en Catalu?a: en la pr¨¢ctica totalidad de reci¨¦n nacidos se detecta DDE, hexaclorobenceno y PCB.
Aunque esos incipientes estudios no ofrecen una imagen v¨¢lida de lo que ocurre en la poblaci¨®n general espa?ola, sin duda indican que la situaci¨®n merece m¨¢s atenci¨®n. A t¨ªtulo no exactamente anecd¨®tico, mencionemos que un estudio de Pieter van Veer y Eliseo Guallar en mujeres de cinco ciudades europeas observ¨® que las mujeres de M¨¢laga presentaban concentraciones de DDE significativamente m¨¢s altas que el resto.
Estamos ya en 2002 y en Espa?a seguimos sin disponer de un solo buen estudio representativo de zonas geogr¨¢ficas amplias y bien definidas, que haya analizado los factores que condicionan los niveles de los COP en nuestra sangre, tejidos u orina. Esa carencia resulta llamativa, y contrasta con la multiplicidad de estudios gubernamentales de car¨¢cter econ¨®mico, sociol¨®gico y pol¨ªtico. El desequilibrio existente entre la abundancia de indicadores poblacionales socioecon¨®micos y la ausencia de indicadores poblacionales acerca de los efectos que los factores ambientales tienen en la salud humana es impropio de una sociedad posindustrial. Impide realizar tareas elementales, como monitorizar la salud de la poblaci¨®n. Impide tambi¨¦n efectuar valoraciones racionales y tomar decisiones cient¨ªficamente justificadas ante crisis motivadas por accidentes, brotes epid¨¦micos y otras circunstancias socialmente alarmantes.
Pa¨ªses como B¨¦lgica saben de eso, y han aprendido dolorosamente algunas lecciones tras sufrir, detectar y analizar con rigor episodios como el de contaminaci¨®n alimentaria por COP, ocurrido all¨ª en 1999. Tras ello, los expertos belgas han escrito: 'Aunque tras el accidente se han efectuado m¨¢s de 20.000 mediciones de PCB y dioxinas en piensos para animales, grasas animales y alimentos para humanos, persisten muchas incertidumbres acerca de la magnitud de la exposici¨®n a estos t¨®xicos por parte de la poblaci¨®n belga. Tales incertidumbres tienen su principal origen en el hecho de que pr¨¢cticamente no hab¨ªa mediciones disponibles sobre la carga corporal de esos contaminantes antes de la crisis, ni tampoco se hicieron mediciones durante o despu¨¦s de ella'.
Lo que hoy nadie pone en duda es que las autoridades democr¨¢ticas -en particular las autoridades ambientales y de salud p¨²blica- tienen la responsabilidad de evaluar los niveles biol¨®gicos de los contaminantes ambientales y valorar los posibles riesgos de efectos adversos para la salud.
Sin embargo, ante la pregunta: ?cu¨¢les son las concentraciones de COP en el cuerpo de los espa?oles, seg¨²n comunidades aut¨®nomas, grupos de edad y g¨¦nero, h¨¢bitos alimentarios, ocupaci¨®n, educaci¨®n, clase social, ...?, la respuesta es: no lo sabemos, pues no disponemos de los correspondientes sistemas de informaci¨®n. Ante lo cual es l¨®gico preguntarse ?qu¨¦ prioridades de salud p¨²blica, laboral y ambiental, qu¨¦ prioridades de investigaci¨®n tenemos en Espa?a que nos ayudan tan poco a saber y a controlar lo que sucede en este tema?
Un componente central de tales sistemas consistir¨ªa en un Informe sobre la Exposici¨®n Humana a Agentes Qu¨ªmicos Ambientales en la poblaci¨®n general espa?ola. El prop¨®sito general de este informe ser¨ªa proporcionar a los agentes sociales, a las autoridades (sanitarias, laborales, ambientales) y a los expertos informaci¨®n v¨¢lida sobre dosis internas de agentes qu¨ªmicos ambientales como los COP en una muestra representativa de la poblaci¨®n general, con el fin de ayudar a prevenir enfermedades provocadas por la exposici¨®n a tales agentes.
Ciertamente, los actuales niveles de COP en humanos son producto de d¨¦cadas de ingenuidad, ignorancia, mercantilismo y abuso tecnol¨®gico; en suma, de un determinado modelo de desarrollo. Y por supuesto, del largo tiempo de vida media que tienen la mayor¨ªa de los compuestos. Hay tambi¨¦n buenas razones para preguntarse si los alimentos, piensos, grasas y derivados que importamos est¨¢n libres de COP. Por ejemplo, el DDT se sigue detectando en muchos alimentos que consumimos.
En todo ello ?qu¨¦ papel pueden tener los controles locales? Es una cuesti¨®n especialmente dif¨ªcil, pues muchos COP viajan por todo el planeta; por la atm¨®sfera, las aguas y el suelo, pero tambi¨¦n por los canales internacionales de comercializaci¨®n de compuestos qu¨ªmicos, piensos y alimentos. De modo que tenemos contaminaci¨®n por COP sin fronteras y para rato. Es dif¨ªcil pensar en otro proceso que sea a la vez tan genuinamente global y multidimensional por sus causas y consecuencias qu¨ªmico-biol¨®gicas, econ¨®micas, ecol¨®gicas y culturales.
Miquel Porta es profesor de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona, de la Universidad de Carolina del Norte e investigador del Instituto Municipal de Investigaci¨®n M¨¦dica de Barcelona.
Desaf¨ªos para Espa?a m¨¢s all¨¢ de Estocolmo
El n¨²mero de estudios sobre los efectos que los contaminantes org¨¢nicos persistentes (COP) tienen en los espa?oles se cuentan con los dedos de una mano. Espa?a est¨¢ subordinada a las investigaciones de otros pa¨ªses, que indican que dosis de algunos contaminantes por debajo de las que se consideran seguras pueden causar efectos biol¨®gicos. Valorar mejor la significaci¨®n cl¨ªnica, poblacional y ecol¨®gica de los efectos m¨¢s sutiles y con periodos de latancia m¨¢s largos de los COP es uno de los grandes retos cient¨ªficos y sociales actuales. Se espera que el Gobierno incentive estudios que conecten las ciencias biol¨®gicas y las ciencias poblacionales. En particular, para analizar las interacciones gen¨¦tico-ambientales; para conocer, por ejemplo, qu¨¦ alteraciones gen¨¦ticas adquiridas tienen su origen en procesos ambientales. Una actitud cauta, si la salud p¨²blica y la ecolog¨ªa fueran m¨¢s prioritarias, exigir¨ªa empezar a poner en marcha actuaciones concretas; y fortalecer las que funcionen. Como, por ejemplo, programas de control de la contaminaci¨®n industrial por PCB del agua y el aire, protecci¨®n de los trabajadores expuestos, control del uso de plaguicidas en agricultura, o medidas eficaces de inspecci¨®n de los residuos qu¨ªmicos en los alimentos. En paralelo se considera fundamental apoyar con decisi¨®n la investigaci¨®n -actualmente d¨¦bil en Espa?a- que ayude a comprender mejor el impacto ambiental, laboral, epidemiol¨®gico y econ¨®mico de los COP sobre los ecosistemas y la salud humana. Dicho conocimiento y el control de esos efectos son una de las grandes utop¨ªas asequibles del siglo XXI: por el vasto n¨²mero de personas expuestas, por el car¨¢cter global de la contaminaci¨®n y por los retos econ¨®micos, pol¨ªticos y culturales que su control nos plantea. El panorama parece sombr¨ªo y, sin embargo, sorprendentemente, los COP nos ofrecen ahora una oportunidad fascinante para hacer algo ¨²til. Cuando los movimientos opuestos a la globalizaci¨®n incontrolada pugnan por articular alternativas, los COP han conseguido fraguar un instrumento jur¨ªdico global con un potencial enorme: el Convenio de Estocolmo. Auspiciado por el Programa Ambiental de la ONU, propone acabar con el uso de varios de esos compuestos y reducir el de otros (aldrin, DDT, PCB, clordano, dieldrina, endrina, heptacloro, hexaclorobenceno, mirex, toxafeno). Establece, adem¨¢s, las condiciones en las que los COP actualmente existentes deben ser eliminados. Adem¨¢s, exige planes de aplicaci¨®n a cada pa¨ªs que lo ratifique. El convenio fue suscrito por un centenar de pa¨ªses -entre ellos, Espa?a- en Estocolmo en el pasado mes de mayo. Los pa¨ªses firmantes deben ratificarlo en los pr¨®ximos meses; de momento s¨®lo lo han hecho Canad¨¢ y Fiji. Iniciada ya la presidencia espa?ola de la Uni¨®n Europea, el Gobierno tiene la oportunidad de alentar la ratificaci¨®n del Convenio de Estocolmo en todos los pa¨ªses de la UE. Empezando por dar ejemplo con la ratificaci¨®n en el Parlamento espa?ol, y sobre todo, presentando un buen plan de aplicaci¨®n. Si el compromiso de los gobiernos central, auton¨®micos y municipales con este acuerdo internacional es firme, ahora es el momento de poner en marcha actuaciones concretas para servir a los intereses generales del pa¨ªs y demostrar que hay voluntad pol¨ªtica de actuar global y localmente. Y hacerlo pensando a largo plazo, pues el convenio contempla el abandono de los PCB para dentro de dos o tres d¨¦cadas. As¨ª pues, m¨¢s all¨¢ de Estocolmo, la utop¨ªa asequible es que los hijos de nuestros nietos nazcan sin COP en su sangre.
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