Euro... pa
En mayo del 98, cuando se inici¨® la aventura de la puesta en marcha de una pol¨ªtica monetaria ¨²nica, publiqu¨¦ en estas p¨¢ginas una tribuna con el t¨ªtulo El euro lleva a la Uni¨®n Pol¨ªtica. Entre otras cosas, dec¨ªa:
'La moneda ¨²nica es la mayor cesi¨®n de soberan¨ªa desde la fundaci¨®n, si por tal entendemos el Tratado de Roma. Ceder para compartir, no ceder para someterse, como ha ocurrido durante siglos. Cuando se afirma que este paso nos debe llevar a la Uni¨®n Pol¨ªtica, se dice algo coherente y se olvida algo elemental. Coherente, porque ser¨¢ imposible dejarlo ah¨ª, sin dar otros pasos. Se olvida, no obstante, la naturaleza pol¨ªtica esencial de la decisi¨®n, la cesi¨®n de uno de los elementos de soberan¨ªa que definen nuestros Estados Naci¨®n.
Los ciudadanos han de saber que el euro cambiar¨¢ los equilibrios financieros mundiales, afectar¨¢ a los mercados de cambio, reforzando las posibilidades de la moneda europea, la de todos nosotros, frente al d¨®lar y el yen. Esto significa que dispondremos de un instrumento m¨¢s fuerte, m¨¢s acorde con la dimensi¨®n de la econom¨ªa europea, que debe servirnos para avanzar en las posiciones de todos nuestros pa¨ªses en la econom¨ªa abierta... Estaremos en condiciones de superar la dependencia excesiva de la moneda de referencia, el d¨®lar, fortaleciendo el euro como moneda de reserva, de intercambios... Nos deber¨¢n tener m¨¢s en cuenta...
Pero todo ser¨¢ m¨¢s fr¨¢gil si no sacamos todas las consecuencias, con coherencia, del espacio que estamos abriendo para Europa, no para cada uno de nosotros enfrentados por el falso dilema del 'inter¨¦s nacional versus inter¨¦s europeo'.
Los antieuropeos yerran en su apreciaci¨®n del proceso, porque temen perder identidad nacional, o porque no renuncian a viejas pretensiones hegem¨®nicas, arrumbadas en la historia. Se equivocan porque no comprenden el cambio mundial que se est¨¢ produciendo, que nos sit¨²a, como pueblos de Europa, ante un dilema fant¨¢stico: o d¨¦biles en la dispersi¨®n y el enfrentamiento, o fuertes en la Uni¨®n.
Necesitamos recordar que el euro es un instrumento para este proyecto, una herramienta, no un fin en s¨ª mismo, y menos un becerro de oro'.
Ahora, en este comienzo del a?o 2002, se materializa la moneda y empieza su circulaci¨®n, despu¨¦s de unos a?os de prueba y de algunos cambios significativos en el ciclo econ¨®mico y en la percepci¨®n de la seguridad. En el recorrido, el euro ha perdido valor frente al d¨®lar, a pesar de lo cual los ciudadanos han hecho una apuesta de confianza m¨¢s que razonable por la nueva moneda.
En diciembre de 1995 bautizamos la moneda ¨²nica como 'euro'. Fue una cumbre llena de intensidad al final del recorrido de una d¨¦cada que llamamos de la galopada europea. En junio del 89, en la primera cumbre europea celebrada en Espa?a, hab¨ªamos decidido poner en marcha la Uni¨®n Econ¨®mica y Monetaria.
Entre otras coincidencias no casuales, en aquel diciembre del 95 se firm¨® el primer acuerdo entre dos espacios regionales supranacionales: la Uni¨®n Europea y el Mercosur. Ahora, Espa?a y Argentina tienen la responsabilidad de presidir ambas ¨¢reas en un momento de gran transcendencia para el destino de esta naci¨®n. La reflexi¨®n sobre una moneda ¨²nica en el Mercosur podr¨ªa ayudar en la b¨²squeda de una salida concertada y solidaria entre las dos regiones.
Asimismo se dise?¨® una pol¨ªtica euromediterr¨¢nea en la conferencia de Barcelona, incluidas sus previsiones presupuestarias, para equilibrar la tendencia hacia el centro y el este de Europa que impon¨ªan las nuevas circunstancias. Ahora, las esperanzas de paz en el pr¨®ximo Oriente han desaparecido y la pol¨ªtica mediterr¨¢nea parece varada.
El euro es un elemento sustancial en el proceso de construcci¨®n europea, pero es instrumental. No es por ello el final del recorrido, sino el punto de irreversibilidad para avanzar en las dimensiones pol¨ªticas del proyecto.
El euro es tambi¨¦n el resultado de un proceso marcado por el desarrollo del mercado interior sin fronteras, que impon¨ªa una pol¨ªtica econ¨®mica y monetaria coherentes. Como tambi¨¦n lo era la consagraci¨®n de la cohesi¨®n como uno de los pilares que deb¨ªan informar toda la construcci¨®n europea. Como lo eran el desarrollo de pol¨ªticas de justicia e interior que respondieran a la desaparici¨®n de las barreras fronterizas, y de una pol¨ªtica exterior y de seguridad que nos diera representaci¨®n en el mundo m¨¢s all¨¢ de lo comercial, o el desarrollo de una ciudadan¨ªa europea.
En el recorrido del debate para el nuevo tratado, la realidad pol¨ªtica del continente cambi¨® radicalmente en el segundo semestre del 89 con la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, incidiendo en el proceso de discusi¨®n de Maastricht, aunque sin detenerlo. Cuando se culmina el nuevo tratado que denomina a la Comunidad como Uni¨®n Europea, nuevos desaf¨ªos, inimaginables al comienzo de la discusi¨®n, se hab¨ªan abierto. Un n¨²mero de pa¨ªses equivalente a los que compon¨ªan esa Uni¨®n llamaba a sus puertas exigiendo el derecho de pertenencia con toda legitimidad.
El proceso de profundizaci¨®n se encuentra desde esa exigencia con otro de ampliaci¨®n de una magnitud y complejidad indiscutibles. Como siempre, dos interpretaciones b¨¢sicas se contraponen, agudizadas ahora por la dimensi¨®n de los retos. De una parte, los euroesc¨¦pticos que tratan de frenar la profundizaci¨®n; de otra, los que creen que la ampliaci¨®n exige m¨¢s dimensi¨®n pol¨ªtica y no menos.
Y, en medio de esta discusi¨®n, el modelo econ¨®mico-social de la fase avanzada de la era industrial empieza a cuestionarse con la revoluci¨®n informacional que abre paso a una nueva era, a un fen¨®meno que comienza a denominarse 'globalizaci¨®n' o 'mundializaci¨®n'.
En este nuevo cuadro aparece f¨ªsicamente la moneda poniendo de manifiesto que la cesi¨®n de soberan¨ªa para compartirla no se vive como un drama, sino m¨¢s bien como lo contrario, y hasta los ausentes voluntarios de esta din¨¢mica se aprestan a sumarse a ella. Hoy, 12 pa¨ªses; ma?ana, 15, y pasado 25 convivir¨¢n en ese espacio monetario con capacidad para competir con el d¨®lar... si se sacan todas las consecuencias de la nueva situaci¨®n.
Es imprescindible recordar que el tratado que crea la moneda ¨²nica, lo es econ¨®mico y monetario, aunque las circunstancias hayan producido un avance sustancial en lo monetario y una resistencia a dar pasos en lo econ¨®mico.
Cuando en los a?os de vigencia de la pol¨ªtica monetaria del Banco Central Europeo, he discutido con algunos de los amigos m¨¢s europe¨ªstas de la relaci¨®n entre el d¨®lar y el euro, me resist¨ªa a admitir explicaciones simples, aunque parec¨ªan fundamentadas. La econom¨ªa americana iba mejor que la europea y la moneda a¨²n no circulaba f¨ªsicamente, eran los argumentos m¨¢s frecuentes para explicar la debilidad del euro.
Despu¨¦s del cambio de ciclo americano, y de la circulaci¨®n f¨ªsica del euro, la relaci¨®n entre las dos monedas no parece cambiar.
En tono de broma coment¨¦ con estos interlocutores que si la econom¨ªa americana iba mejor que la europea, el d¨®lar era m¨¢s fuerte que el euro. Si, por el contrario, la econom¨ªa americana iba peor, el d¨®lar era m¨¢s fuerte que el euro. En ambas circunstancias, el euro tiene una fragilidad frente al d¨®lar que nos obliga a analizar las causas de fondo.
Entre estas causas de fondo es f¨¢cil ver la correspondencia entre pol¨ªtica econ¨®mica y monetaria que sustenta al d¨®lar, acompa?ada de un presupuesto federal 15 veces m¨¢s importante que el presupuesto de la Uni¨®n Europea, frente a la dispersi¨®n de pol¨ªticas econ¨®micas de la zona euro y del conjunto de la Uni¨®n. Es poco discutible que la previsibilidad del d¨®lar es mucho mayor que la del euro para cualquier operador.
Pero creo que, adem¨¢s de esta realidad diferencial, nuestro sistema educativo transmite cantidad y calidad de conocimiento comparable con la americana o mejor, pero no forma para asumir iniciativa con riesgo; es decir, genera conocimiento pasivo, no forma para convertir ese conocimiento en oferta relevante para los otros.
Y, junto a este problema, el debate sobre la flexibilidad comparativa entre los dos sistemas, que parec¨ªa la clave de la respuesta en los acuerdos de Lisboa, no tiene en cuenta la diferencia mayor entre la realidad econ¨®mica y empresarial europea y americana. Nuestro sistema es mucho m¨¢s corporativo. Las posibilidades de nuevas iniciativas emprendedoras con posibilidades de competir, e incluso de sustituir a las ya establecidas, son mucho mayores en Estados Unidos que en Europa. Esto est¨¢ ausente de la revisi¨®n que se hace peri¨®dicamente de las propuestas de Lisboa, porque nunca se ha tenido en cuenta como factor diferencial.
Si el euro no es Europa, pero marca un punto de irreversibilidad para su desarrollo futuro, la pregunta clave es: ?c¨®mo construir un poder europeo relevante en democracias locales s¨®lidas y diversas?
La relevancia, en esta propuesta, tiene la dimensi¨®n externa frente al resto del mundo, y la dimensi¨®n interna respecto de los propios pa¨ªses que componen la Uni¨®n Europea.
Felipe Gonz¨¢lez es ex presidente del Gobierno espa?ol.
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