Reputaci¨®n
El pr¨®ximo fin de semana se celebra el congreso del partido en el poder, destinado no s¨®lo a glorificar al l¨ªder, reforzando la cohesi¨®n de su cohorte, sino sobre todo a redise?ar la imagen que ofertar¨¢ en el resto de legislatura, a fin de recuperar la confianza del electorado quiz¨¢s erosionada por el desgaste del poder.
En la primera mitad de un mandato se puede gobernar con audacia asumiendo riesgos inciertos sin temor a defraudar a los votantes, pues las elecciones quedan tan lejos que seguramente nada de cuanto suceda se recordar¨¢ despu¨¦s. La reelecci¨®n s¨®lo est¨¢ en juego durante la segunda mitad de la legislatura, lo que exige prudencia al gobernar para no provocar innecesaria-mente la desconfianza de los electores.
Por eso este congreso intentaba dar la imagen de tener todo atado y bien atado, creando la impresi¨®n de que el partido gobernante es tan s¨®lido y seguro que se puede confiar en ¨¦l sin temor a errar. De ah¨ª el empe?o en no abrir la cuesti¨®n sucesoria, pues tan incierto debate resultar¨ªa inoportuno al sembrar dudas sobre el futuro desenlace.
Pues bien, todo esta pompa congresual corre el riesgo de desvanecerse como un castillo en el aire ante las dos amenazas que acaban de presentarse ante sus puertas. El primer reto es la proposici¨®n de Cascos para limitar el liderazgo en el partido a dos mandatos, de acuerdo al modelo estadounidense, lo que implica una forma indirecta de plantear la cuesti¨®n sucesoria.
Se?alar¨¦ de pasada que su propuesta me parece acertada, pues as¨ª se reduce el riesgo de caer en el abuso de poder, peligro que es muy elevado en nuestro sistema pol¨ªtico, presidencialista en la pr¨¢ctica aunque formalmente parlamentario.
Es verdad que la medida presenta el inconveniente de que el presidente goza de irresponsabilidad pol¨ªtica durante su segundo mandato, al no tener que volver a presentarse ante sus electores a rendir cuentas por su ejercicio del poder. Pero a cambio, esto permite que los presidentes salientes eviten caer en demag¨®gicos electoralismos, pudiendo tomar decisiones impopulares pero necesarias a fin de pasar a la historia s¨®lo por la reputaci¨®n de su buen gobierno.
Por supuesto, nada de esto explica la propuesta de Cascos, quien s¨®lo busca defender los intereses sindicados de la vieja guardia fraguista que encabeza, y que teme ser puenteada por el tapado de Aznar en la lucha sucesoria que se avecina. Y al hacerlo, Cascos est¨¢ poniendo precio anticipado a su jubilaci¨®n de la c¨²pula, a sabiendas de que su propuesta no va a prosperar en el congreso.
Aznar lo impedir¨¢, pues se quiere retirar s¨®lo por voluntad propia y no por prescripci¨®n estatutaria, lo que carecer¨ªa de m¨¦rito. As¨ª demostrar¨¢ que cumple la palabra que dio cuando no estaba obligado a hacerlo. Y lo que ahora le obliga a retirarse es su palabra personal, en vez de la institucional de su partido, pues si no se retirase perder¨ªa su reputaci¨®n de hombre de palabra, y ya no ser¨ªa digno de confianza.
La otra amenaza que se cierne sobre el congreso es el caso Alierta, oportunamente denunciado por el escandalizador habitual. Sostiene Thompson que 'los esc¨¢ndalos son luchas por la obtenci¨®n del poder simb¨®lico en las que est¨¢n en juego la reputaci¨®n y la confianza' (El esc¨¢ndalo pol¨ªtico, p. 338, Paid¨®s, 2001). La revelaci¨®n escandalosa levanta el velo de secreto que protege la puesta en escena del poder, desenmascarando los manejos impresentables que se producen en su trastienda (backstage).
Pero ?a qui¨¦n pretende desenmascarar nuestro m¨¢s notorio exorcista de esc¨¢ndalos: al acusado Alierta o al poder que le respalda y al que sirve? Si hay reputaciones en juego, la que m¨¢s lo est¨¢ es la de Aznar, cuya m¨¢scara esc¨¦nica finge no tener trastienda, construida como est¨¢ de una sola pieza, sin carisma, artificio ni componenda.
Por eso, tras los casos Villalonga y Gescartera, el esc¨¢ndalo Alierta supone otra filtraci¨®n que hace m¨¢s visible la dudosa trastienda de Aznar, minando su reputaci¨®n de gobernante invulnerable en el que poder confiar.
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