Panorama de olivos y tumbas
El bosque mediterr¨¢neo entre Colmenar y Casabermeja abriga enterramientos de hace 6.000 a?os
El cerro de las Piedras de Cabrera es uno de esos parajes secretos, poco frecuentado por excursionistas y conocido apenas por la gente del lugar, pero que encierra misterios de vida y muerte al alcance de quien los quiera desgranar o, simplemente, contemplar y acariciar. Quiz¨¢ incluso demasiado a la mano de cualquiera, pero esas cosas pasan en un territorio con la riqueza arqueol¨®gica del andaluz. Otros pueblos, con un pasado mucho m¨¢s breve, reparan m¨¢s en estas cosas. Aqu¨ª, parad¨®jicamente, los ¨²nicos centinelas de las tumbas improvisadas en abrigos rocosos hace 6.000 a?os, son otras tumbas, las del cementerio jud¨ªo de Casabermeja que se divisa justamente enfrente del cerro, tambi¨¦n rebosante de paz.
Es uno de los miles de secretos fascinantes que encierra la carretera que en M¨¢laga se conoce como del arco, llamada as¨ª porque describe esta figura para unir por el interior el Este y el Oeste de la provincia. El punto de referencia para encontrar el paraje es, justamente, otro cementerio, el de Casabermeja, cristiano en este caso y, pese a su humildad, hermoso y vivo como pocos.
Viajando desde M¨¢laga por la autov¨ªa A-92, dejamos este camposanto a la izquierda de la carretera y, en seguida, encontramos la desviaci¨®n para penetrar en la carretera del arco, que indica las localidades de Casabermeja, Colmenar y Riogordo. Siguiendo esta carretera durante cuatro kil¨®metros y medio, dejamos a la izquierda el cementerio jud¨ªo, una peque?a parcela cercada con tumbas encaladitas, primorosamente cuidadas. Inmediatamente despu¨¦s, a la derecha, nace el carril terrizo que hay que seguir para alcanzar el cerro de Cabrera.
El riachuelo que corre paralelo al carril, jalonado de adelfas, retamas y juncos, es en realidad el r¨ªo Guadalmedina, que en su desembocadura junto al Puerto de M¨¢laga se torna ancho, seco, prosaico y maloliente. Aqu¨ª forma parte de un paisaje de ¨®leo rom¨¢ntico poblado de suaves lomas, olivos viejos y j¨®venes, encinas, fresnos, olmos machadianos, hierbas arom¨¢ticas y alguna casa de labor.
Para entrar en este cuadro conviene dejar el coche lo antes posible, si bien el carril permite subir con ¨¦l casi hasta la cima del cerro. Pero caminando se puede disfrutar primero de la serenidad del paseo junto al cauce, donde paran zorzales, abubillas y peque?as culebras de agua, acechados por cern¨ªcalos y otras peque?as rapaces, y despu¨¦s, del ascenso a trav¨¦s del genuino bosque mediterr¨¢neo, y apreciar la grandeza de los olivos centenarios, de los que a¨²n se descuelgan bien entrado el invierno aceitunas negras gordas y brillantes.
El Guadalmedina acompa?a s¨®lo el primer tramo del paseo, hasta un eucaliptal que marca el punto donde al r¨ªo se le une el arroyo del Jaral, y que hay que bordear por la derecha. El carril sigue entonces en sentido ascendente, iniciando una subida de unos 500 metros de bosque umbroso, durante la cual tropieza el caminante con antiguas construcciones de piedra que serv¨ªan para encauzar y aprovechar las aguas de corrent¨ªas y arroyos.
A mitad del ascenso se bifurca el carril. Hay que seguir hacia la izquierda. La cima del cerro est¨¢ coronada por una era usada en otro tiempo para trillar las mieses. Desde aqu¨ª se contempla la otra falda del cerro, y se inicia la bajada que nos conducir¨¢ hasta las tumbas. Hay que tomar una vereda que nace en el lado izquierdo, y que, despu¨¦s de un descenso orientado siempre hacia el mismo lado, permite descubrir las formaciones de piedra arenisca con los restos de un poblado (apenas trazados en el suelo) y, por fin, los abrigos usados como tumbas.
Los abrigos son someras excavaciones en la arenisca, orientados hacia el norte. En su interior se aprecian a veces s¨®lo restos de pigmentaci¨®n rojiza, y en otros algunos signos indescifrables para nosotros: parrillas, l¨ªneas verticales paralelas, figuras m¨¢s sinuosas que recuerdan un ciempi¨¦s o la hoja compuesta de alg¨²n ¨¢rbol. Y enfrente, la panor¨¢mica cargada de silencio del cementerio jud¨ªo, enclavado en una llanura amurallada al fondo por las cumbres de la Sierra de Los Camarolos. Gris, marr¨®n, verde y cielo. Los colores terrenales que eligieron hace 6.000 a?os unos remotos y desconocidos antepasados para reposar, adivinando quiz¨¢ que la autov¨ªa no llegar¨ªa milenios despu¨¦s a perturbar su descanso.
Chivo, migas y aceite
- D¨®nde: Al llegar por la autov¨ªa A-92 a la altura de Casabermeja, tomar la desviaci¨®n hacia Colmenar y Riogordo (Carretera del Arco). A 4,5 kil¨®metros, dejaremos a la izquierda el cementerio jud¨ªo de la localidad. Unos metros m¨¢s adelante, a mano derecha, nace el carril terrizo que hemos de tomar, sigui¨¦ndolo hasta un frondoso eucaliptal junto a una casa de labor. - Cu¨¢ndo: Para hacer esta excursi¨®n conviene evitar los d¨ªas calurosos, ya que no hay agua potable en el recorrido, si bien se trata de un paseo corto que se cubre en una hora aproximadamente. - Alrededores: El cerro pertenece al t¨¦rmino municipal de Casabermeja. El casco antiguo de este pueblo, con su bell¨ªsimo y peculiar cementerio, declarado Monumento Nacional en 1980, bien vale una visita. Tambi¨¦n es destacable la iglesia de Nuestra Se?ora del Socorro, del siglo XVI. Otra peculiaridad son las hornacinas para im¨¢genes sacras en las fachadas, algo com¨²n en otros pueblos cercanos, como Riogordo. - Y qu¨¦ m¨¢s: La recia cocina de Casabermeja, Riogordo y Colmenar, con sus platos de chivo y choto, sus migas, pipeos y dulces tradicionales merece un tiento. En M¨¢laga tiene inmensa fama el aceite de Riogordo, sobre todo el de aceituna de la variedad nevadilla, muy escaso pero que a¨²n se puede encontrar en algunas cooperativas.
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