Las torres gemelas
Juan Alfonso Gil Albors es un autor de segunda fila que ha sacado alg¨²n provecho a su escritura como gestor de una entidad p¨²blica, Teatres de la Generalitat, que ahora premia esa generosa y desinteresada entrega con el montaje de una de sus obras. Una obra, El camale¨®n, que es un discursivo pastiche de romanos y en la que Juli Leal -el director esc¨¦nico valenciano que m¨¢s v¨ªdeos ha visto de los montajes de Giorgio Strehler- ve nada menos que un trasunto de la ascensi¨®n del general Franco al poder. Como es natural, eso no existe en el texto, de modo que puede valer como pretexto para legitimar a estas alturas su montaje, o para lo que sea. Es curioso, aunque casual, ver el espect¨¢culo en el ecuador del congreso del partido en el gobierno.
El camale¨®n
De Juan Alfonso Gil Albors. Int¨¦rpretes, Joan Miquel Reig, Reis Juan, Juanjo Prats, Cristina Fenollar, Bego?a S¨¢nchez, Juan Mandli, Paco Pellicer, Rafa Albert, Angel F¨ªgols, Desir¨¦ Belmonte. Iluminaci¨®n, Pep Sanchis. Vestuario, Joan M. Reig. Escenograf¨ªa, Paco Pellicer. Dramaturgia, Carmen Morenilla. Direcci¨®n, Juli Leal. Teatro Rialto. Valencia.
Pero tampoco basta con eso, de manera que el aparato escenogr¨¢fico del asunto remite sin remedio a la l¨ªnea del cielo neoyorquina anterior al derrumbe de las torres gemelas. De una tacada, y sin comerlo ni beberlo, pasamos de la prosodia del poder romano y sus feroces alternativas a una remota met¨¢fora antifranquista y de ah¨ª a la m¨¢s candente actualidad de un imperio mayor que se derrumbar¨ªa.
Ni el texto, muy pasado de rosca, ni el montaje, m¨¢s antiguo que la tos, dan para tanto, as¨ª que lo que vemos en escena es una recreaci¨®n manierista de f¨®rmulas ajenas que juega sin fortuna con elementos anacr¨®nicos en detalles de vestuario y de utiller¨ªa, lo suficientemente engolado como para albergar la pretensi¨®n de ser tomado en serio, a la vez que lo bastante d¨¦bil como para arruinar la actuaci¨®n de una Cristina Fenollar que se agota en la presentaci¨®n de su personaje, de un Juanjo Prats que muchas veces se sobresalta sin motivo, ante los bostezos del respetable, y de un Juan Mandli -aqu¨ª, S¨¦neca, ni m¨¢s ni menos- cada vez m¨¢s impuesto en la repetici¨®n del anciano sabio que sirve de gu¨ªa, de advertencia o de consejo.
El resultado es la intenci¨®n de promocionar un estilo -calcado- que no camina hacia ning¨²n sitio porque el texto no tiene nada que decir en lo poquito que declama y porque el montaje quiere ser grande, cuando carece de los anclajes que le permitir¨ªan el vuelo hacia el que apunta. Mucha parafernalia para nada. Un fiasco palabrero y aburrido.
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