Leyes y trampas
Camino de Martorell, por la autopista, nadie dir¨ªa que la nueva ley de seguridad vial ha entrado en vigor. Desde que sal¨ª de Barcelona, respeto escrupulosamente la se?alizaci¨®n y los l¨ªmites de velocidad, pero tengo la extra?a sensaci¨®n de ser la excepci¨®n que confirma la regla. Por los carriles de la izquierda me adelantan decenas de b¨®lidos (Mercedes, Audi, Ford, Toyota...) conducidos por humanoides de diverso sexo y pelaje que, en ocasiones, hablan por tel¨¦fono. 'Ni m¨®viles ni radio transmisores', dicen las nuevas normas, pero, aunque lo hagan con cierto temor a ser multados, los que todav¨ªa no han instalado el dispositivo de manos libres siguen atendiendo llamadas. Los hay que incluso telefonean a emisoras de radio para opinar sobre lo divino y lo humano o para conseguir entradas gratuitas para un espect¨¢culo o un lote de productos y que mienten sin reparos cuando el locutor les pregunta si se han detenido para no causar ning¨²n accidente.
'Observo que la ¨²nica forma de conseguir que la gente reduzca la velocidad es poniendo un peaje. Quiz¨¢ por eso hay tantos'
En cualquier debate sobre tr¨¢fico que se precie llega un momento en el que alguien, descubriendo el Mediterr¨¢neo, pregunta: ?por qu¨¦ fabrican coches que pueden alcanzar los 250 kil¨®metros por hora si no se puede circular a m¨¢s de 120? Es una pregunta ret¨®rica que les permite seguir superando los l¨ªmites de velocidad con la conciencia tranquila y referirse, c¨®mo no, a la falta de l¨ªmite de velocidad en Alemania. Alemania es, a todos los efectos, el pa¨ªs al que siempre recurrimos para poner ejemplos que nadie se toma la molestia de comprobar si son ciertos. En Alemania resolvieron la conversi¨®n al euro en unas horas, nos dicen. Y nos lo creemos. En las autopistas alemanas puedes circular a 280 kil¨®metros por hora, insisten. Y nos lo tragamos porque nos da una pereza inmensa ir hasta a Alemania y comprobar si es verdad o una de tantas leyendas urbanas. La pieza de recambio tiene que llegar de Alemania, diagnostica el mec¨¢nico cuando nos inmoviliza el veh¨ªculo durante un par de semanas.
Mientras tanto, el vendaval estad¨ªstico sigue causando destrozos. Leo que el XIV Congreso Mundial de la Carretera, celebrado en Par¨ªs, cuantific¨® en 900.000 los muertos por accidentes de tr¨¢fico en todo el mundo. Cada a?o. Y que en 2000 y con un parque m¨®vil formado por 24.063.478 veh¨ªculos, en Espa?a fallecieron 4.295 personas y otras tantas resultaron heridas de gravedad. Nada de eso parece importar y las deficiencias en se?alizaci¨®n y calzada se mantienen, as¨ª como las imprudencias, tan castigadas por una ley que, fiel a una larga tradici¨®n de disparates jur¨ªdicamente solventes, resulta imposible de aplicar y se ensa?a con los conductores m¨¢s j¨®venes. Dicen que son los m¨¢s peligrosos, aunque a mi alrededor los fittipaldis que me adelantan a 180 kil¨®metros por hora ya tienen una edad y desmienten aquella frase de Speedy Nieman seg¨²n la cual 'La media edad empieza el d¨ªa en que empieza a interesarte m¨¢s cu¨¢ntos a?os durar¨¢ tu coche que su velocidad m¨¢xima'.
El tel¨¦fono distrae, pienso mientras resisto los bocinazos de los coches que me instan a aumentar la velocidad. Tambi¨¦n distrae fumar, tocar los botones de la radio y probablemente desviar la mirada hacia iglesias y castillos, montes o perfiles de toros Osbornes, anuncios de lencer¨ªa femenina o las letras pintadas en los camiones. Distrae mirar a los dem¨¢s coches, fijarse en las motos, en los carteles de se?alizaci¨®n. Distrae hablar solo, bostezar o silbar, rezar o poner en marcha los limpiaparabrisas. Distrae cantar intentando acompa?ar al vocalista de turno que suena en la Cadena Cien: 'Rectas, curvas, rectas, curvas imposibles de aprender', una versi¨®n de un tema de Antonio Flores que no habla de carreteras, sino del cuerpo de una mujer. Vivir distrae. Ergo: si vives, no conduzcas. Porque, como cuenta Michel Faber en su extra?a novela Bajo la piel, lo peor no son las distracciones convencionales. 'La mayor fuente de distracci¨®n no la constitu¨ªa la amenaza de aquel peligro, sino la seducci¨®n de la belleza. Una zanja resplandeciente por el agua de la lluvia, una bandada de gaviotas siguiendo una m¨¢quina sembradora por un campo cubierto de abono, el reflejo de la lluvia al caer dos o tres monta?as m¨¢s all¨¢, y hasta el vuelo en las alturas de un ostrero solitario, pod¨ªan hacer que Isserley casi se olvidara de para qu¨¦ estaba en la carretera'.
Yo no lo olvido. Estoy en la autopista A-2 para comprobar que nadie respeta los l¨ªmites de velocidad y que las distracciones permanecen. De vez en cuando, pasa un coche con un conductor que habla solo gracias al manos libres. O una mujer que enciende un cigarrillo, sin caer en la cuenta de que ese segundo de distracci¨®n podr¨ªa causarle un terrible accidente. Al boxeador Perico Fern¨¢ndez se le cay¨® una cinta de casete en el suelo del coche, se inclin¨® a recogerla desatendiendo el volante y se sali¨® de la carretera. En la pel¨ªcula Maitresse, creo recordar que Bulle Ogier y G¨¦rard Depardieu copulaban con el coche en marcha, ella encima de ¨¦l, sin dejar de conducir, atentos a la carretera. Eso tiene que distraer cantidad. Aqu¨ª, en cambio, observo que la ¨²nica forma de conseguir que la gente reduzca la velocidad es poniendo un peaje. Quiz¨¢ por eso hay tantos.
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