Herencia
Ahora que ha pasado el tiempo suficiente para que el f¨¦retro de Cela se haya convertido en una caja de angulas y ha terminado tambi¨¦n la fiesta que los salmonetes hayan podido montar con las cenizas de Marsillach en el Mediterr¨¢neo, es el momento de hablar de la soledad del artista. Si en este pa¨ªs a veces los herederos se acuchillan en presencia del notario a la hora de repartirse una silla de enea, ya me contar¨¢n qu¨¦ sucede cuando el motivo de la disputa no es una silla, un perol de cobre o la garrota del abuelo, sino un muerto convertido en gloria nacional. Hasta las moscas se ponen en primera fila para contemplar el espect¨¢culo. Ha habido dos entierros hace poco, el de Cela y el de Marsillach, en los que se ha visto a las dos Espa?as tirando del camal de cada fiambre para llevarlo a la propia trinchera. Sin ser una mosca literaria que guste de pasearse por la boca cerrada de los difuntos dir¨¦ que me conmovi¨® el entierro del actor Marsillach acompa?ado s¨®lo de amigos frente a la desolaci¨®n multitudinaria que rode¨® el funeral de Cela ahogado bajo el mar de elogios gubernamentales. Ambos cad¨¢veres forman parte del humus de mis hojas amarillas que fueron aquellas lecturas boca arriba en la cama del colegio mayor, La Colmena, Viaje a la Alcarria, en Valencia y luego en Madrid las copas en Oliver cuando ensay¨¢bamos la libertad de la noche. He admirado a aquel Cela de mis tiempos j¨®venes con el que aprend¨ª a escribir, cuando ¨¦l era barbudo y parec¨ªa montaraz. Entonces me dio un consejo que no he olvidado: el don m¨¢ximo de un escritor es la independencia que ¨²nicamente se consigue estando solo. Cela no cumpli¨® su propia receta a no ser que la m¨¢xima ambici¨®n del artista consista en verse de marqu¨¦s vestido como un mu?ec¨®n con botones de ancla y que tres ministros lleven tu mojama a la eternidad haciendo de costaleros en tu entierro. He agradecido siempre a Cela que me ense?ara el sonido de las palabras y a Marsillach, su iron¨ªa. De ambos restar¨¢ ese esp¨ªritu m¨¢s all¨¢ de inquinas y medallas. La memoria del actor flotar¨¢ siempre sobre las aguas del Mediterr¨¢neo, tan inmaterial; en cambio, uno presiente que de la vanidad y boato de la Fundaci¨®n CJC de Iria Flavia, despu¨¦s de unos a?os, s¨®lo quedar¨¢ moho y herrumbre, el abandono que siempre sigue a los sue?os de gloria, pero cuando esas piedras mueran, tal vez el viento que todo lo limpia har¨¢ que Cela recupere finalmente la verdadera soledad que buscaba: cuatro libros extraordinarios, sus lectores y nada m¨¢s.
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