Los hombres-mujeres del Pac¨ªfico
Cuando Gauguin lleg¨® a Tahit¨ª, por primera vez, en junio de 1891, llevaba una cabellera que le barr¨ªa los hombros, un coqueto tocado de piel roja, y, en general, el atuendo llamativo y provocador que hab¨ªa adoptado desde que renunci¨® a su carrera de agente de la Bolsa, en Par¨ªs. Los ind¨ªgenas de Papeete, sorprendidos, lo creyeron un mahu, especie rara entre los europeos de la Polinesia. Los colonos explicaron al pintor que, en la lengua maor¨ª, el mahu era un hombre-mujer, una variante de los seres humanos que, aunque exist¨ªa desde tiempos inmemoriales en las culturas del Pac¨ªfico, los misioneros cat¨®licos y protestantes, empe?ados en una pugna sorda entre ellos por el adoctrinamiento de los ind¨ªgenas, hab¨ªan, sin embargo, demonizado y prohibido de com¨²n acuerdo desde que, a mediados del diecinueve, se aceler¨® la colonizaci¨®n de las islas.
Sin embargo, la extirpaci¨®n del mahu de la sociedad ind¨ªgena result¨® un hueso duro de roer, y, al cabo de los a?os, una ilusi¨®n. Disimulado en los asentamientos urbanos, sobrevivi¨® en las aldeas e incluso en las ciudades, recobrando su presencia plena cuando se atenuaban la hostilidad y la persecusi¨®n oficiales. Y una buena prueba de ello son los cuadros que pint¨® Gauguin en sus nueve a?os de vida en Tahit¨ª y en las Marquesas, llenos de seres humanos de incierto g¨¦nero, que participan por igual de lo femenino y lo viril con una naturalidad y desenvoltura semejantes a la manera como sus personajes lucen su desnudez, se funden con el orden natural o se entregan al ocio.
En su libro de fantaseadas memorias, Noa Noa, Gauguin relata una experiencia casi homosexual que habr¨ªa inspirado su cuadro Pape Moe (Aguas misteriosas), en el que un joven andr¨®gino se inclina a beber en una cascada del bosque. En verdad, las pinturas tahitianas de Gauguin ser¨ªan muy distintas y parecer¨ªan mucho m¨¢s arbitrarias sin la existencia tan vasta de los mahu en la sociedad ind¨ªgena de la que ¨¦l estuvo tan cerca. Ellos son la materia prima, la secreta ra¨ªz, de sus mujeres de s¨®lidos muslos y anchas espaldas tan bien posesionadas de la tierra con sus fuertes plantas y de sus j¨®venes afeminados, de l¨¢nguidas poses, que, a la vez que se estiran para coger los frutos de los ¨¢rboles, parecen exhibirse, y que adornan sus largas cabelleras con diademas de flores. Es cierto que ¨¦l invent¨® a esos inconfundibles personajes; pero, a partir de una realidad humana sobre la que, curiosamente, ¨¦l que era tan locuaz sobre tantas otras cosas, guard¨® siempre una reserva empecinada.
Traducir mahu por homosexual es arriesgado porque, incluso en las sociedades m¨¢s permisivas de nuestros d¨ªas, acompa?a todav¨ªa a la noci¨®n de homosexualidad una sombra de prejuicio y discriminaci¨®n, el supuesto rec¨®ndito de una forma de marginalidad, de anomal¨ªa. Nada de eso exist¨ªa entre los polinesios antes de que la Europa cristiana viniera a inyectar una carga de malicia y censura sobre una instituci¨®n que, hasta la llegada de los europeos, ten¨ªa perfecto derecho de ciudad y era universalmente respetada y admitida como una variante leg¨ªtima de la diversidad humana. La extraordinaria libertad sexual de los maor¨ªes de las islas ha sido objeto de incontables estudios, testimonios y caricaturas desde que las primeras naves europeas irrumpieron en esas islas de belleza paradis¨ªaca. Pero, durante mucho tiempo, se vio en aquella libertad una manifestaci¨®n de primitivismo pagano, de barbarie. S¨®lo ahora, que la sociedad occidental va avanzando poco a poco hasta admitir, respecto al sexo, una libertad y una tolerancia comparables a la de las culturas polin¨¦sicas, advertimos qu¨¦ civilizadas y l¨²cidas eran las peque?as comunidades maor¨ªes del Pac¨ªfico cuando el poderoso Occidente andaba todav¨ªa sumergido en el salvajismo del prejuicio y la intolerancia. No s¨®lo lo eran en materia de libertad sexual; tambi¨¦n, en la inveterada costumbre de las familias nativas de adoptar a los ni?os hu¨¦rfanos o abandonados, costumbre que siguen practicando. (El se?or Tetuani, de Mataiea, donde Gauguin vivi¨® unos meses, ten¨ªa 25 ni?os adoptados).
El mahu puede practicar el homosexualismo o ser casto, como una muchacha que hace voto de castidad. Lo que lo define no es c¨®mo ni con qui¨¦n hace el amor, sino, habiendo nacido con los ¨®rganos sexuales del var¨®n, haber optado por la femineidad, generalmente desde la ni?ez, y, ayudado en ello por su familia y la comunidad, haberse convertido en mujer, en su manera de vestir, de andar, de hablar, de cantar, de trabajar y, a menudo tambi¨¦n, claro est¨¢, pero no necesariamente, de amar.
Una de las razones por que, pese a las prohibiciones de las iglesias, el mahu sobrevivi¨® en la sociedad maor¨ª durante el siglo XIX, fue que cont¨® con la disimulada complicidad de los colonos europeos. ?stos buscaban mahus para contratarlos como dom¨¦sticos -cocineros, ni?eros, lavanderos, etc¨¦tera-, pues en esos quehaceres 'femeninos' el mahu era tradicionalmente competente, y, seg¨²n la opini¨®n general, 'irremplazable'. Pero, adem¨¢s, en determinados bailes, cantos y espect¨¢culos p¨²blicos, el mahu es imprescindible tambi¨¦n, pues ciertas canciones, danzas y representaciones le son cong¨¦nitas, expresiones tradicionales de ese tercer sexo podr¨ªamos decir, n¨ªtidamente diferenciadas de las de la hembra y las del var¨®n.
?Es verdad que, en la actualidad, a diferencia de lo que ocurr¨ªa en la sociedad tradicional polin¨¦sica, el mahu es, en el noventa por ciento de los casos, de extracci¨®n humilde, y que existe algo as¨ª como una relaci¨®n de causa efecto entre el mahu y los sectores m¨¢s pobres y marginados de la sociedad ind¨ªgena? (Me apresuro a hacer la salvedad de que 'pobreza' y 'marginalidad' son conceptos que, en Tahit¨ª y las Marquesas, tienen muy poco que ver con los extremos de iniquidad e inhumanidad que expresan esas palabras, por ejemplo, en Am¨¦rica Latina). Debe serlo, pues quien me lo dice es un soci¨®logo de la Universidad de Papeete que estudia hace muchos a?os la sociedad maor¨ª. Me dice tambi¨¦n que, si en el pasado era frecuente que en las familias donde hab¨ªa varios varones, los propios padres decidieran educar a uno de los ni?os como ni?a, en la actualidad nadie es mahu por imposici¨®n paterna, s¨®lo por libre elecci¨®n.
En todo caso, aunque, en su mayor¨ªa, los mahu procedan de extracci¨®n popular, tambi¨¦n los segrega en abundancia la burges¨ªa nativa de las islas. Los he visto, por ejemplo, en las aulas universitarias, confundidos con los dem¨¢s estudiantes, como clientes o empleados en los restaurantes y caf¨¦s, y en los oficios protestantes y cat¨®licos de los domingos, engalanados con bellos atuendos y tocados, cantando y orando entre los dem¨¢s parroquianos de alta y media clase social, y sin atraer m¨¢s miradas impertinentes que las m¨ªas.
Confieso mi admiraci¨®n por la absoluta normalidad con que he visto circular a los mahu en las calles, hoteles, oficinas de la moderna Papeete, o de la remota localidad rural de Atuona, en la isla de Hiva Oa, en las Marquesas. El cocinero del albergue donde estuve alojado en Atuona era un mahu. Se llama Teriki y me cont¨® que entre los once y doce a?os se dio cuenta de que quer¨ªa ser mujer. No tuvo el menor obst¨¢culo para que sus padres lo aceptaran; por el contrario, desde el primer momento, la ayudaron, visti¨¦ndola y adorn¨¢ndola como f¨¦mina. Me asegura que jam¨¢s se ha sentido maltratada o ridiculizada por nadie en Atuona, donde ella y los otros mahu -el 10% de los varones de la ciudad, me asegura- llevan una vida normal. Es verdad que tuvieron algunas dificultades, al principio, con el simp¨¢tico padre Labr¨®, de la misi¨®n cat¨®lica, pero Teriki, con otros mahu de la isla, le explicaron largamente su caso y, desde entonces, 'el p¨¢rroco nos acept¨®'.
Sin embargo, un curioso personaje que conozco en Papeete, llamado Cerdan Claude, me asegura que, contrariamente a las apariencias, ya no es tan generalizada la aceptaci¨®n del mahu en la sociedad polinesia como me lo dicen los ojos. Seg¨²n ¨¦l, con la modernidad ha llegado tambi¨¦n a la Polinesia el machismo y la homofobia, sobre todo en las noches, en que no es raro ver irrumpir en los barrios prostibularios vecinos del puerto de Papeete bandas de matones en pos de mahus para hostilizarlos y golpearlos. Cerdan Claude tiene sesenta a?os y es enteco y misterioso como un personaje de Conrad. Naci¨® en un campamento de la Legi¨®n Extranjera, en Argelia, pero no ha sido nunca legionario. Ha recorrido mucho mundo, sido en alg¨²n momento boxeador, lleva m¨¢s de treinta a?os en Tahit¨ª, y ahora escribe novelas. La ¨²ltima es un documental novelado sobre el mundo de los rae rae, palabra que yo cre¨ªa sin¨®nimo de mahu, pero ¨¦l me asegura que hay entre ambos una 'distancia metaf¨ªsica'. Su larga explicaci¨®n sobre lo que los diferencia me deja en una confusa tiniebla. Por ¨²ltimo, deduzco que, en tanto que el mahu es el hombre-mujer de ra¨ªces tradicionales de la sociedad polin¨¦sica, el rae rae tahitiano es, m¨¢s bien, su expresi¨®n urbana y moderna, m¨¢s en sinton¨ªa con los drag-queen tijereteados e inyectados de hormonas y de siliconas de Occidente, que con esa delicada recreaci¨®n cultural, psicol¨®gica y social, que es el mahu de la tradici¨®n maor¨ª. El mahu forma parte integral de la sociedad y el rae rae vive en sus m¨¢rgenes. Cerdan Claude parece conocer al dedillo el mundo prostibulario y noct¨¢mbulo de los rae rae, entre los que se mueve como pez en el agua y con los que adopta posturas bienhechoras y paternales. Ellos le cuentan sus penas y anhelos y ¨¦l les da consejos para 'sortear los escollos de la vida': lo dice con tanta seguridad que le creo.
El 'Piano-Bar' de Papeete, donde Cerdan Claude me lleva un viernes a medianoche, es una discoteca humosa y enorme, en la que alternan rae rae y parejas heterosexuales en perfecta coexistencia. Unos y otros se mezclan todo el tiempo. No es nada f¨¢cil detectar las fronteras que separan los sexos -mi impresi¨®n es que los separa muy poco o nada- para un profano como yo. Cerdan Claude, en cambio, tiene un ojo zahor¨ª y conoce por su nombre a todo el mundo. Los rae rae vienen, uno tras otro, a saludarlo y besarlo en las mejillas, y ¨¦l los recibe como un abuelo zalamero. Me los presenta a todos y los incita a que me cuenten sus vidas y a que se dejen fotografiar por mi hija Morgana, algo que aceptan encantados, rebosando buen humor y con curiosidad infantil. Anne, hijo de neozeland¨¦s y tahitiana, es una muchacha bell¨ªsima, de silueta filiforme, que, dice, tuvo dificultades con sus padres, de ni?o, cuando empez¨® a vestirse de mujer. Pero ahora se lleva muy bien con ellos, que no objetan su vida sexual. Cuesta trabajo imaginar que esta risue?a chiquilla fuera en alg¨²n momento un caballero. Pero as¨ª fue, y as¨ª lo es en parte todav¨ªa, seg¨²n me cuenta, con mucha gracia y sin pizca de vulgaridad. Ha pasado por los bistur¨ªes de un cirujano que le resping¨® la nariz y le implant¨® los enhiestos pechos que exhibe, pero a¨²n no se ha hecho cambiar el falo y los test¨ªculos por una vagina artificial, porque la operaci¨®n cuesta muy cara. Est¨¢ ahorrando y ya lo har¨¢. Acaba de pasar un par de a?os en Par¨ªs, donde consigui¨® buenos contratos modelando, pero la violencia en esa ciudad -donde, una noche, un ¨¢rabe la amenaz¨® con un cuchillo-, y el fr¨ªo la devolvieron a la tibia y pac¨ªfica Polinesia. Cuando se despide de nosotros, los muchachos del 'Piano-Bar' caen sobre Anne como moscas, invit¨¢ndola a bailar. A ella le escuch¨¦ esta frase patri¨®tica, la m¨¢s sorprendente de la noche y, acaso, de toda mi rauda visita a Tahit¨ª: '?Es mil veces preferible ser prostituta en Papeete que modelo en Par¨ªs!'.
? Mario Vargas Llosa, 2002. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SA., 2002.
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