Imponderables
La historia est¨¢ llena de profec¨ªas de toda ¨ªndole que luego no cuajaron. De haberse materializado s¨®lo una de las m¨¢s gordas no estar¨ªamos aqu¨ª ni existir¨ªa ya el planeta tierra; al que por cierto, los humanos hemos sacralizado de manera algo m¨¢s que inmoderada o as¨ª me lo parece. Nos hemos tomado demasiado en serio y nos ha faltado a espuertas sentido del humor. En el fondo de esta arrogancia -pues arrogancia es- est¨¢ el hecho de que no aceptamos nuestra mortalidad; todas nuestras civilizaciones han nacido de ah¨ª y tienen este mismo cord¨®n umbilical. Lo dejar¨¦ aqu¨ª y retomo el hilo.
Si bien es cierto que existe un nexo entre las profec¨ªas m¨¢s o menos cient¨ªficas y el ansia de infinitud; es muy obvio en los doctrinarios del progreso del siglo de las luces, sobre todo, en Condorcet. Con qu¨¦ ardor describi¨® este hombre los pasos futuros -e irreversibles- de la humanidad sobre la tierra. Incluso entrevi¨® la inmortalidad de la que tanto se habla ahora, aunque se hable, todo hay que decirlo, con menos convicci¨®n que hace s¨®lo un par de a?os o menos. (Seg¨²n Grisol¨ªa, los ni?os de hoy, si no sufren contratiempos, alcanzar¨¢n los cien a?os). Pues bien, al marqu¨¦s de Condorcet le reconfortaba pensar en el brillante futuro que nos aguardaba a los humanos a sabiendas de que la Revoluci¨®n francesa se lo llevar¨ªa por delante todav¨ªa en la plenitud de su vida. Admito que nunca he entendido un para¨ªso en el que no estar¨¦ ni de mir¨®n. Distinto es el caso de Karl Marx, cuyo determinismo es la conclusi¨®n a la que le lleva su estudio de la historia y de la econom¨ªa.
Lo malo es que si las grandes variables resultan torticeras, las peque?as y a corto plazo tambi¨¦n lo son. Por lo menos con la frecuencia suficiente como para que uno opte por la incredulidad como mal menor, sobre todo, si se trata del proceloso mar de la econom¨ªa. Uno dir¨ªa que ah¨ª, cuando los analistas dan en el clavo es por casualidad. Me acuerdo de Diego de Torres Villarroel, aquel escritor, matem¨¢tico y m¨¦dico que pronostic¨® con acierto el a?o de la muerte de Luis I y de quien se dice (pero uno no ha le¨ªdo los 14 tomos de su obra) que profetiz¨® no s¨®lo la Revoluci¨®n francesa, sino el a?o de su estallido d¨¦cadas antes de que tuviera lugar. Aunque hablando de econom¨ªa, es m¨¢s pertinente recordar la apuesta del escritor sat¨ªrico americano H. L. Mencken. Un n¨²mero de monos lanzar¨ªan dardos a una pizarra en la que figurar¨ªan varios valores burs¨¢tiles. Prol¨®nguese el experimento durante cierto tiempo y se ver¨¢ que los simios no tienen nada que envidiar a la gente del oficio. Me suena que fue aceptado el envite y que ganaron los expertos, pero por tan poco que bien hubiera podido ocurrir lo contrario.
Una cosa es la planificaci¨®n, cada d¨ªa m¨¢s necesaria y a la que se tendr¨¢ que recurrir con frecuencia creciente; entre otras cosas, para reducir el n¨²mero y la malignidad de los imponderables. Con ¨¦stos, sin embargo, habr¨¢ que contar m¨¢s de lo que cuentan los gobiernos espa?oles y los analistas financieros. No hace tantos meses que Rodrigo Rato daba por sentado un tres por ciento m¨¢s bien largo de la econom¨ªa espa?ola para 2002. Hoy se habla del dos e incluso ese dos est¨¢ en el alero. A diferencia de los simios y la bolsa, esto nada tiene que ver con los estudios de doctorado del se?or Rato, factor que no puede ser tildado de imponderable. Don Rodrigo no tiene el doctorado y quiere tenerlo, como en su d¨ªa quiso obtenerlo y lo obtuvo el se?or Trillo a despecho y sin pesar de su alta comisi¨®n pol¨ªtica. Admiremos sin atisbo de ponzo?a la capacidad de trabajo de algunas personas, que aqu¨ª nadie da un palo al agua y llenamos el vac¨ªo con envidia. Dicho esto y no lo otro, supongamos que los gobiernos, en sus c¨¢lculos econ¨®micos, tiran por lo alto con el laudable prop¨®sito de inyectarle moral al mercado -deidad susceptible donde las haya-, y con ello vencer el recelo de los inversores espa?oles, mucho m¨¢s timoratos que sus colegas europeos; por no hablar ya de los norteamericanos, de quienes se dir¨ªa que se la juegan a cara y cruz si no fuera porque esa ruleta confirma el proverbio seg¨²n el cual la fortuna ayuda a los audaces. He escrito 'supongamos' porque, a decir verdad, y en vista del muy posible efecto bumer¨¢n del envite, no s¨¦ si el optimismo del gobierno tiene como efecto fortalecer la confianza de tirios y troyanos. No estoy pensando, conste, en las urnas, a las que tanto se les da un dos como un tres, que los votantes no hilan con seda sino m¨¢s bien con arpillera por no decir con maroma.
De los analistas econ¨®micos podemos decir con mayor certeza que se equivocan cada dos por tres por dos razones: una, la menor, porque lo exige el oficio. Un experto an¨®nimo le dijo al diario La Vanguardia: 'Casi siempre nos equivocamos por lo alto porque ning¨²n departamento de an¨¢lisis se atreve a hacer unas previsiones muy catastrofistas; si publicas que la bolsa caer¨¢ un 30%, tu clientela se marchar¨¢ de la bolsa'. Uno no tiene m¨¢s remedio que acordarse de que la econom¨ªa es una 'ciencia l¨²gubre', como dijo Carlyle; y puede ser tambi¨¦n inmoral. Fi¨¢ndose de las predicciones de los grandes analistas financieros usted deposita sus ahorros en bolsa sin sospechar que los tales expertos han hinchado el perro, bien para atraerle a usted, bien para retenerle. Eso tiene m¨¢s de un nombre y usted elija el que m¨¢s le desfogue. Pero hay una segunda raz¨®n para el error, en parte, es de suponer, como impregnaci¨®n del talante de la primera: los ya mencionados imponderables. Ellos son tantos y tales que mejor no prestarle atenci¨®n a ninguno. La econom¨ªa no es una ciencia exacta pero a los profanos se nos insufla la impresi¨®n de que s¨ª lo es; a todo tirar, el error es cuesti¨®n de redondeo. Por supuesto, con alguna tremenda excepci¨®n. ?Qui¨¦n iba a suponer que las Torres Gemelas estar¨ªan y ya no estar¨ªan? Sin ser economista, no obstante, el lector habitual sabe que el mundo iba camino de la recesi¨®n desde marzo del pasado a?o y que la destrucci¨®n de las Torres Gemelas ha servido de excusa.
El euro es un imponderable al que se le est¨¢ restando importancia. A lo sumo se admite que puede presionar la inflaci¨®n al alza hasta un 0,4%. Ser¨¢ m¨¢s que eso y el gobierno y los analistas querr¨¢n consolarnos con una bater¨ªa de imponderables que ir¨¢n surgiendo a lo largo de este a?o. As¨ª cualquiera es analista y cualquiera es ministro de Econom¨ªa. Lo dif¨ªcil y honesto es ponderar los imponderables. Y decirlo.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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