Inmejorables

Esta tercera actuaci¨®n de la London Symphony Orchestra en el Palau confirma la impresi¨®n de las anteriores: se trata de la mejor formaci¨®n orquestal londinense. Al menos, a nivel t¨¦cnico y con la fuerza del directo. La partitura angustiada que construy¨® Britten para la Sinfonia da Requiem (1940) sirvi¨®, desde los primeros compases, para evidenciar la eficacia de la orquesta. Todas sus secciones lucieron una sonoridad elaborada, un ajuste perfecto y un fraseo revelador de ese humanismo cercano y comprensible que late en casi todas las obras de Britten.

La formaci¨®n, desde luego, se pliega con maleabilidad a las indicaciones de Andr¨¦ Previn. No le hizo falta esta vez contar con el admirable auxilio de Anne-Sophie Mutter (como en 1995) para encandilar a los oyentes. Su fraseo, tan flexible en las obras propias como en las ajenas, permite adivinar la ben¨¦fica influencia que el jazz ha tenido en ¨¦l, aunque Diversions (una partitura suya que se inclu¨ªa en el concierto) tiene m¨¢s ecos de Bernstein y del musical de Broadway que de lo genuinamente negroamericano.

En la segunda parte, Richard Strauss. Los deslumbrantes reguladores y el vuelo de Muerte y Transfiguraci¨®n dieron paso al op. 85. Por obra y gracia de los int¨¦rpretes pudimos percibir, en esta destilaci¨®n de El Caballero de la Rosa, el profundo cambio con respecto a la atm¨®sfera de la obra anterior: grandes dosis de iron¨ªa, falta deliberada de trascendencia, temas evocadores de climas delicados, y un trasfondo de valses que, pese a la opulencia de la orquestaci¨®n, nos situaban en la nostalgia de un universo tan gr¨¢cil como el del XVIII. O, mejor: como el de ciertas estampas del siglo XVIII.