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LECTURA

Reflexiones sobre una matanza

El 13 de julio de 1942, los soldados del Batall¨®n de Reserva Policial de Alemania, cuyo comandante era Wilhelm Trapp, un polic¨ªa profesional de 53 a?os, recibieron la orden de fusilar a 1.500 jud¨ªos en Polonia. Los asesinatos se iniciaron en el pueblo de J¨®zef¨®w. Esa unidad policial estaba formada por 500 hombres de clase media profesional, procedentes de Hamburgo. En la d¨¦cada de los sesenta, 210 de ellos fueron interrogados judicialmente sobre aquel acontecimiento. El autor se pregunta: ?c¨®mo fue posible que una unidad formada por profesionales se convirtiera en un grupo de asesinos despiadados capaces de semejante atrocidad? A continuaci¨®n se incluye el cap¨ªtulo n¨²mero 8.

En J¨®zef¨®w, s¨®lo una docena de hombres de entre casi 500 hab¨ªan respondido de manera instintiva a la oferta del comandante Trapp de dar un paso al frente y evitar su participaci¨®n en la inminente matanza. ?Por qu¨¦ fueron tan pocos los agentes que desde el principio declararon que no quer¨ªan disparar? En parte, fue por lo inesperado del asunto. No hubo ning¨²n aviso previo ni tiempo para pensar, ya que los soldados se 'sorprendieron' much¨ªsimo con la acci¨®n de J¨®zef¨®w. A menos que fueran capaces de reaccionar a la oferta de Trapp sin pensarlo, esa primera oportunidad la hab¨ªan perdido.

Un polic¨ªa que pidi¨® el relevo tras unas cuantas rondas de disparos: 'Si se me pregunta por qu¨¦ dispar¨¦ con los dem¨¢s al principio, debo contestar que nadie quiere pasar por cobarde'

Igual de importante que la falta de tiempo para reflexionar fue la presi¨®n para conformarse: la identificaci¨®n b¨¢sica de los hombres de uniforme con sus compa?eros y el fuerte impulso de no separarse del grupo al dar el paso adelante. Hac¨ªa muy poco que el batall¨®n contaba con todos los efectivos, y muchos de los soldados todav¨ªa no se conoc¨ªan bien; a¨²n no se hab¨ªan creado del todo los v¨ªnculos de la camarader¨ªa militar. Aun as¨ª, el acto de dar un paso al frente esa ma?ana en J¨®zef¨®w significaba dejar a los compa?eros y admitir que uno era 'demasiado d¨¦bil' o 'cobarde'. '?Qui¨¦n se hubiera 'atrevido a humillarse' ante el grupo all¨ª reunido?', declar¨® en¨¦rgicamente un polic¨ªa. 'Si se me plantea la cuesti¨®n de por qu¨¦ dispar¨¦ con los dem¨¢s al principio', dijo otro que despu¨¦s pidi¨® que lo relevaran tras varias rondas de asesinatos, 'debo contestar que nadie quiere pasar por cobarde'. A?adi¨® que una cosa era negarse desde el principio y otra muy diferente intentar disparar, pero no poder continuar. Otro polic¨ªa, m¨¢s consciente de qu¨¦ era lo que en realidad requer¨ªa coraje, dijo simplemente: 'Fui cobarde'.

Muchos de los polic¨ªas que fueron interrogados negaron que hubieran tenido otra opci¨®n. Cuando se vieron ante la declaraci¨®n de otros, muchos no refutaron que Trapp hiciera la oferta, sino que afirmaron no haber o¨ªdo esa parte de su charla o que no se acordaban. Unos cuantos polic¨ªas hicieron la tentativa de enfrentarse a la cuesti¨®n de la elecci¨®n, pero no encontraron las palabras. Todo pas¨® en un lugar y en una ¨¦poca distintos, como si hubieran estado en otro planeta pol¨ªtico y los valores y el vocabulario pol¨ªtico de los a?os sesenta fueran in¨²tiles para explicar la situaci¨®n en la que se hab¨ªan encontrado en 1942. Bastante at¨ªpico a la hora de describir su estado mental esa ma?ana del 13 de julio fue un polic¨ªa que admiti¨® haber matado, nada m¨¢s y nada menos, a veinte jud¨ªos antes de dejarlo. 'Pens¨¦ que pod¨ªa dominar la situaci¨®n y que, de todas formas, aunque yo no estuviera all¨ª, los jud¨ªos no iban a escapar a su destino. Para ser sincero, debo decir que en ese momento no reflexionamos sobre ello en absoluto. S¨®lo a?os despu¨¦s algunos de nosotros fuimos verdaderamente conscientes de lo que all¨ª hab¨ªa ocurrido entonces. S¨®lo despu¨¦s se me ocurri¨® pensar que no hab¨ªa estado bien'.

Adem¨¢s de la f¨¢cil racionalizaci¨®n de que el hecho de no tomar parte en las ejecuciones en ning¨²n caso iba a alterar el destino de los jud¨ªos, los polic¨ªas desarrollaron otras justificaciones para su conducta. Quiz¨¢ la deformaci¨®n m¨¢s asombrosa de todas fue la de un obrero metal¨²rgico de treinta y cinco a?os de Bremerhaven:

'Hice el esfuerzo y me fue posible disparar s¨®lo a ni?os. Ocurr¨ªa que las madres llevaban a los ni?os de la mano. Entonces, el que estaba a mi lado disparaba a la madre, y yo, al ni?o que era suyo, porque para m¨ª pens¨¦ que, al fin y al cabo, el ni?o no iba a sobrevivir sin su madre. Se supon¨ªa que, por as¨ª decirlo, liberar a ni?os incapaces de vivir sin sus madres iba a tranquilizar mi conciencia'.

Salvador o redentor

Todo el peso de esta afirmaci¨®n y la importancia de las palabras escogidas por el polic¨ªa anterior no se pueden apreciar en su totalidad a menos que uno sepa que la palabra alemana para 'liberar' ('erl?sen') tambi¨¦n significa 'redimir' o 'salvar' cuando se usa en sentido religioso. ?El que 'libera' es el Erl?ser: el Salvador o Redentor!

En cuanto a la motivaci¨®n y la conciencia, la omisi¨®n que m¨¢s salta a la vista en los interrogatorios es cualquier discusi¨®n del antisemitismo. En su mayor¨ªa los interrogadores no persiguieron ese tema. Y los antiguos agentes, por motivos comprensibles como acusados en potencia que eran, tampoco estaban impacientes por ofrecer alg¨²n comentario esclarecedor por su propia voluntad. Con pocas excepciones, toda la cuesti¨®n del antisemitismo se caracteriza por el silencio. Lo que est¨¢ claro es que la preocupaci¨®n de los hombres por su prestigio a ojos de sus compa?eros no fue igualada por ning¨²n tipo de lazos de humanidad con sus v¨ªctimas. Los jud¨ªos se encontraban fuera del c¨ªrculo de la obligaci¨®n y la responsabilidad humanas de los polic¨ªas. Por supuesto, una polarizaci¨®n as¨ª entre 'nosotros' y 'ellos', entre los compa?eros de uno y el enemigo, es habitual en la guerra.

Los jud¨ªos como enemigo

Parec¨ªa que incluso, aunque los soldados del Batall¨®n de Reserva Policial 101 no hubieran adoptado las doctrinas antisemitas del r¨¦gimen de manera consciente, como m¨ªnimo hab¨ªan aceptado la asimilaci¨®n de los jud¨ªos dentro de la imagen del enemigo. El comandante Trapp apel¨® a esa noci¨®n generalizada de los jud¨ªos como parte del enemigo en la charla que dio a primera hora de la ma?ana. Cuando estuvieran disparando a las mujeres y ni?os jud¨ªos, los soldados deb¨ªan recordar que el enemigo mataba a mujeres y ni?os alemanes al bombardear Alemania.

Si s¨®lo fueron unos 12 polic¨ªas los que dieron un paso al frente para librarse de la inminente matanza, fueron muchos m¨¢s los que intentaron eludir los fusilamientos mediante m¨¦todos menos evidentes o que pidieron que los relevaran de los pelotones de fusilamiento una vez hubieron empezado. No se puede determinar con seguridad cu¨¢ntos polic¨ªas actuaron de tal forma, pero no parece excesivo calcular del 10% al 20% de los que fueron destinados a los pelotones de fusilamiento. El sargento Hergert, por ejemplo, admiti¨® haber dispensado de su tarea a cinco agentes de su pelot¨®n, de 40 o 50 hombres. En el grupo de Drucker-Steinmetz, que fue del que m¨¢s tiradores se interrogaron, podemos identificar a seis polic¨ªas que lo dejaron despu¨¦s de cuatro rondas, y todo un pelot¨®n de cinco a ocho guardias que fueron relevados bastante despu¨¦s. Aunque el n¨²mero de polic¨ªas que eludieron la tarea o la abandonaron no era por tanto insignificante, este hecho no debe minimizar el corolario de que al menos el 80% de los que fueron exhortados a disparar lo continuaron haciendo hasta matar a 1.500 jud¨ªos de J¨®zef¨®w.

Incluso veinte o veinticinco a?os despu¨¦s, aquellos que s¨ª dejaron las ejecuciones cuando ya hab¨ªan empezado, en su inmensa mayor¨ªa alegaron pura repugnancia f¨ªsica ante lo que estaban haciendo como el motivo principal de su abandono, pero no manifestaron que detr¨¢s de esa repugnancia hubiera ning¨²n tipo de principio ¨¦tico o pol¨ªtico. Dado el nivel educativo de esos polic¨ªas de reserva, uno no pod¨ªa esperar una expresi¨®n sofisticada de valores abstractos. La ausencia de tales principios no significa que su asco no tuviera su origen en los instintos humanos a los que el nazismo se opon¨ªa radicalmente y que intentaba dominar. Pero los mismos agentes no parec¨ªan ser conscientes de la contradicci¨®n entre sus sentimientos y la esencia del r¨¦gimen al que serv¨ªan. Por supuesto, el hecho de ser demasiado d¨¦bil para seguir disparando planteaba un problema para la 'productividad' y la moral del batall¨®n, pero no entraba en conflicto con la disciplina policial b¨¢sica ni con la autoridad del r¨¦gimen en general. De hecho, el mismo Heinrich Himmler aprob¨® la tolerancia de esa clase de debilidad en su conocido discurso del 4 de octubre de 1943 en Posen ante los jefes de la SS. Aparte de exaltar la obediencia como una de las virtudes clave de todos los miembros de la SS, observ¨® de manera expl¨ªcita una excepci¨®n, a saber: 'Alguien que tenga los nervios destrozados es alguien d¨¦bil. Entonces uno puede decir: 'Bien, ve y cobra tu pensi¨®n'.

Un comunista

La oposici¨®n motivada pol¨ªtica y ¨¦ticamente, identificada de manera expl¨ªcita como tal por parte de los polic¨ªas, era relativamente poco com¨²n. Un soldado dijo que rechazaba con contundencia las medidas de los nazis contra los jud¨ªos porque era un miembro en activo del Partido Comunista, y por tanto rechazaba el nacionalsocialismo en su totalidad. Otro dijo que se opon¨ªa a la ejecuci¨®n de los jud¨ªos porque hab¨ªa sido un socialdem¨®crata durante muchos a?os. Un tercero explic¨® que los nazis lo consideraban 'pol¨ªticamente inestable' y un 'gru?¨®n', pero no se adjudic¨® ninguna otra identidad pol¨ªtica. Varios m¨¢s basaron su actitud en la oposici¨®n al antisemitismo del r¨¦gimen en concreto. 'Yo ya ten¨ªa la misma actitud antes en Hamburgo, porque, debido a las medidas contra los jud¨ªos que ya se hab¨ªan llevado a cabo all¨ª, hab¨ªa perdido la mayor parte de los clientes de mi negocio', dec¨ªa un jardinero paisajista. Otro polic¨ªa simplemente se defini¨® a s¨ª mismo como 'un gran amigo de los jud¨ªos' sin aclarar nada m¨¢s.

Los dos soldados que explicaron con mayor detalle su negativa a tomar parte en las ejecuciones insistieron ambos en el hecho de que fueron m¨¢s libres de actuar como lo hicieron porque no ten¨ªan ambiciones de mejorar su posici¨®n. Un agente acept¨® los posibles inconvenientes de su proceder 'porque yo no era un polic¨ªa profesional y tampoco quer¨ªa convertirme en uno, sino que era un artesano cualificado independiente y ten¨ªa mi negocio en casa, as¨ª que no ten¨ªa importancia que mi carrera como polic¨ªa no prosperara'.

El teniente Buchmann hab¨ªa alegado una cuesti¨®n de ¨¦tica como raz¨®n de su negativa: como oficial de reserva y hombre de negocios hamburgu¨¦s, no pod¨ªa disparar a mujeres y ni?os indefensos. Pero tambi¨¦n hizo hincapi¨¦ en la importancia de la independencia econ¨®mica al explicar por qu¨¦ su situaci¨®n no era an¨¢loga a la de sus compa?eros oficiales. 'Yo era algo mayor entonces y adem¨¢s era un oficial de reserva, as¨ª que no era especialmente importante para m¨ª que me ascendieran ni mejorar de alguna otra forma, porque ya ten¨ªa un pr¨®spero negocio en casa. Los jefes de la compa?¨ªa, por otra parte, eran soldados j¨®venes y polic¨ªas profesionales que quer¨ªan llegar a ser alguien'. Pero Buchmann tambi¨¦n reconoci¨® una actitud que los nazis sin duda hubieran condenado como 'cosmopolita' y projud¨ªa. 'Gracias a la experiencia con mi empresa, sobre todo porque se extendi¨® al extranjero, hab¨ªa adquirido una mejor perspectiva general de las cosas. Adem¨¢s, ya hab¨ªa conocido a muchos jud¨ªos durante mis actividades econ¨®micas anteriores'.

Amargura y resentimiento

El resentimiento y la amargura del batall¨®n por lo que les hab¨ªan pedido que hicieran en J¨®zef¨®w eran compartidos por casi todo el mundo, incluso por aquellos que hab¨ªan estado disparando el d¨ªa entero. La exclamaci¨®n de un polic¨ªa al sargento primero Kammer, de la primera compa?¨ªa, diciendo que 'me voy a volver loco si tengo que hacerlo otra vez', expresaba los sentimientos de muchos. Pero s¨®lo unos pocos fueron m¨¢s all¨¢ de las quejas para evitar tal posibilidad. Varios de los soldados de m¨¢s edad y que ten¨ªan familias muy numerosas se aprovecharon de una regulaci¨®n que requer¨ªa su firma para acceder a estar de servicio en zona de combate. Uno de ellos que todav¨ªa no hab¨ªa firmado se neg¨® a hacerlo; otro anul¨® su firma. Ambos fueron trasladados provisionalmente de vuelta a Alemania. La respuesta m¨¢s dram¨¢tica fue de nuevo la del teniente Buchmann, que le pidi¨® a Trapp que lo trasladara de vuelta a Hamburgo y declar¨® que, a menos que recibiera una orden directa y personal de Trapp, no iba a tomar parte en las acciones contra los jud¨ªos. Al final escribi¨® a Hamburgo solicitando expl¨ªcitamente su retirada porque no 'serv¨ªa' para ciertas tareas 'ajenas a la polic¨ªa' que su unidad estaba llevando a cabo en Polonia. Buchmann tuvo que esperar hasta noviembre, pero al final sus esfuerzos para ser trasladado tuvieron ¨¦xito.

Por tanto, el problema que Trapp y sus superiores tuvieron que afrontar en Lublin no era la oposici¨®n con fundamento ¨¦tico y pol¨ªtico de unos pocos, sino la amplia desmoralizaci¨®n compartida tanto por los que estuvieron disparando hasta el final como por aquellos que no hab¨ªan sido capaces de seguir adelante. Por encima de todo, se trataba de una reacci¨®n contra el puro horror del mismo proceso de las ejecuciones. Si el Batall¨®n de Reserva Policial 101 ten¨ªa que seguir suministrando el personal fundamental para la puesta en pr¨¢ctica de la soluci¨®n final en el distrito de Lublin, la carga psicol¨®gica de los hombres deb¨ªa ser tomada en consideraci¨®n y aliviada.

En acciones posteriores se introdujeron dos cambios primordiales que se cumplieron a partir de entonces, aunque con algunas excepciones notables. En primer lugar, la mayor parte de las operaciones futuras del Batall¨®n de Reserva Policial 101 implicaron el desalojo y la deportaci¨®n, pero no el completo ajusticiamiento en el acto. De esta manera, los polic¨ªas se libraban del horror inmediato del proceso de ejecuci¨®n que (en el caso de los deportados del distrito norte de Lublin) se llevaba a cabo en el campo de exterminio de Treblinka. En segundo lugar, como la deportaci¨®n era un proceso horroroso que se caracterizaba tanto por la espantosa violencia coercitiva que se necesitaba para hacer que la gente subiera a los trenes de la muerte como por el asesinato sistem¨¢tico de aquellos que no pod¨ªan ser conducidos a ellos, por regla general esas acciones fueron asumidas conjuntamente por unidades del Batall¨®n de Reserva Policial 101 y los Trawnikis, auxiliares provenientes de territorios sovi¨¦ticos y entrenados por la SS, que eran reclutados en los campos de prisioneros de guerra y a quienes se les asignaba normalmente la peor parte del desalojo de los guetos y la deportaci¨®n.

La preocupaci¨®n por la desmoralizaci¨®n psicol¨®gica que result¨® de J¨®zef¨®w es en realidad la explicaci¨®n m¨¢s probable del misterioso incidente que ocurri¨® en Alekzandr¨®w varios d¨ªas despu¨¦s. Probablemente a Trapp le hab¨ªan asegurado que en esa ocasi¨®n las ejecuciones las llevar¨ªan a cabo los soldados Trawniki y, como no aparecieron, solt¨® a los jud¨ªos que sus hombres hab¨ªan reunido. En resumen, el alivio psicol¨®gico necesario para integrar al Batall¨®n de Reserva Policial 101 en el proceso de las ejecuciones ten¨ªa que lograrse mediante una divisi¨®n del trabajo en dos aspectos. Todo el grueso de las matanzas se trasladar¨ªa al campo de exterminio, y lo peor del trabajo sucio que se hac¨ªa sobre el terreno se iba a asignar a los Trawnikis. Este cambio demostr¨® ser suficiente para permitir que los agentes del Batall¨®n de Reserva Policial 101 se volvieran a acostumbrar a participar en la soluci¨®n final. Cuando lleg¨® la hora de matar de nuevo, los polic¨ªas no se 'volvieron locos'. En lugar de eso, se convirtieron en unos ejecutores cada vez m¨¢s eficientes y crueles.El 13 de julio de 1942, los soldados del Batall¨®n de Reserva Policial de Alemania, cuyo comandante era Wilhelm Trapp, un polic¨ªa profesional de 53 a?os, recibieron la orden de fusilar a 1.500 jud¨ªos en Polonia. Los asesinatos se iniciaron en el pueblo de J¨®zef¨®w. Esa unidad policial estaba formada por 500 hombres de clase media profesional, procedentes de Hamburgo. En la d¨¦cada de los sesenta, 210 de ellos fueron interrogados judicialmente sobre aquel acontecimiento. El autor se pregunta: ?c¨®mo fue posible que una unidad formada por profesionales se convirtiera en un grupo de asesinos despiadados capaces de semejante atrocidad? A continuaci¨®n se incluye el cap¨ªtulo n¨²mero 8.

En J¨®zef¨®w, s¨®lo una docena de hombres de entre casi 500 hab¨ªan respondido de manera instintiva a la oferta del comandante Trapp de dar un paso al frente y evitar su participaci¨®n en la inminente matanza. ?Por qu¨¦ fueron tan pocos los agentes que desde el principio declararon que no quer¨ªan disparar? En parte, fue por lo inesperado del asunto. No hubo ning¨²n aviso previo ni tiempo para pensar, ya que los soldados se 'sorprendieron' much¨ªsimo con la acci¨®n de J¨®zef¨®w. A menos que fueran capaces de reaccionar a la oferta de Trapp sin pensarlo, esa primera oportunidad la hab¨ªan perdido.

Igual de importante que la falta de tiempo para reflexionar fue la presi¨®n para conformarse: la identificaci¨®n b¨¢sica de los hombres de uniforme con sus compa?eros y el fuerte impulso de no separarse del grupo al dar el paso adelante. Hac¨ªa muy poco que el batall¨®n contaba con todos los efectivos, y muchos de los soldados todav¨ªa no se conoc¨ªan bien; a¨²n no se hab¨ªan creado del todo los v¨ªnculos de la camarader¨ªa militar. Aun as¨ª, el acto de dar un paso al frente esa ma?ana en J¨®zef¨®w significaba dejar a los compa?eros y admitir que uno era 'demasiado d¨¦bil' o 'cobarde'. '?Qui¨¦n se hubiera 'atrevido a humillarse' ante el grupo all¨ª reunido?', declar¨® en¨¦rgicamente un polic¨ªa. 'Si se me plantea la cuesti¨®n de por qu¨¦ dispar¨¦ con los dem¨¢s al principio', dijo otro que despu¨¦s pidi¨® que lo relevaran tras varias rondas de asesinatos, 'debo contestar que nadie quiere pasar por cobarde'. A?adi¨® que una cosa era negarse desde el principio y otra muy diferente intentar disparar, pero no poder continuar. Otro polic¨ªa, m¨¢s consciente de qu¨¦ era lo que en realidad requer¨ªa coraje, dijo simplemente: 'Fui cobarde'.

Muchos de los polic¨ªas que fueron interrogados negaron que hubieran tenido otra opci¨®n. Cuando se vieron ante la declaraci¨®n de otros, muchos no refutaron que Trapp hiciera la oferta, sino que afirmaron no haber o¨ªdo esa parte de su charla o que no se acordaban. Unos cuantos polic¨ªas hicieron la tentativa de enfrentarse a la cuesti¨®n de la elecci¨®n, pero no encontraron las palabras. Todo pas¨® en un lugar y en una ¨¦poca distintos, como si hubieran estado en otro planeta pol¨ªtico y los valores y el vocabulario pol¨ªtico de los a?os sesenta fueran in¨²tiles para explicar la situaci¨®n en la que se hab¨ªan encontrado en 1942. Bastante at¨ªpico a la hora de describir su estado mental esa ma?ana del 13 de julio fue un polic¨ªa que admiti¨® haber matado, nada m¨¢s y nada menos, a veinte jud¨ªos antes de dejarlo. 'Pens¨¦ que pod¨ªa dominar la situaci¨®n y que, de todas formas, aunque yo no estuviera all¨ª, los jud¨ªos no iban a escapar a su destino. Para ser sincero, debo decir que en ese momento no reflexionamos sobre ello en absoluto. S¨®lo a?os despu¨¦s algunos de nosotros fuimos verdaderamente conscientes de lo que all¨ª hab¨ªa ocurrido entonces. S¨®lo despu¨¦s se me ocurri¨® pensar que no hab¨ªa estado bien'.

Adem¨¢s de la f¨¢cil racionalizaci¨®n de que el hecho de no tomar parte en las ejecuciones en ning¨²n caso iba a alterar el destino de los jud¨ªos, los polic¨ªas desarrollaron otras justificaciones para su conducta. Quiz¨¢ la deformaci¨®n m¨¢s asombrosa de todas fue la de un obrero metal¨²rgico de treinta y cinco a?os de Bremerhaven:

'Hice el esfuerzo y me fue posible disparar s¨®lo a ni?os. Ocurr¨ªa que las madres llevaban a los ni?os de la mano. Entonces, el que estaba a mi lado disparaba a la madre, y yo, al ni?o que era suyo, porque para m¨ª pens¨¦ que, al fin y al cabo, el ni?o no iba a sobrevivir sin su madre. Se supon¨ªa que, por as¨ª decirlo, liberar a ni?os incapaces de vivir sin sus madres iba a tranquilizar mi conciencia'.

Salvador o redentor

Todo el peso de esta afirmaci¨®n y la importancia de las palabras escogidas por el polic¨ªa anterior no se pueden apreciar en su totalidad a menos que uno sepa que la palabra alemana para 'liberar' ('erl?sen') tambi¨¦n significa 'redimir' o 'salvar' cuando se usa en sentido religioso. ?El que 'libera' es el Erl?ser: el Salvador o Redentor!

En cuanto a la motivaci¨®n y la conciencia, la omisi¨®n que m¨¢s salta a la vista en los interrogatorios es cualquier discusi¨®n del antisemitismo. En su mayor¨ªa los interrogadores no persiguieron ese tema. Y los antiguos agentes, por motivos comprensibles como acusados en potencia que eran, tampoco estaban impacientes por ofrecer alg¨²n comentario esclarecedor por su propia voluntad. Con pocas excepciones, toda la cuesti¨®n del antisemitismo se caracteriza por el silencio. Lo que est¨¢ claro es que la preocupaci¨®n de los hombres por su prestigio a ojos de sus compa?eros no fue igualada por ning¨²n tipo de lazos de humanidad con sus v¨ªctimas. Los jud¨ªos se encontraban fuera del c¨ªrculo de la obligaci¨®n y la responsabilidad humanas de los polic¨ªas. Por supuesto, una polarizaci¨®n as¨ª entre 'nosotros' y 'ellos', entre los compa?eros de uno y el enemigo, es habitual en la guerra.

Los jud¨ªos como enemigo

Parec¨ªa que incluso, aunque los soldados del Batall¨®n de Reserva Policial 101 no hubieran adoptado las doctrinas antisemitas del r¨¦gimen de manera consciente, como m¨ªnimo hab¨ªan aceptado la asimilaci¨®n de los jud¨ªos dentro de la imagen del enemigo. El comandante Trapp apel¨® a esa noci¨®n generalizada de los jud¨ªos como parte del enemigo en la charla que dio a primera hora de la ma?ana. Cuando estuvieran disparando a las mujeres y ni?os jud¨ªos, los soldados deb¨ªan recordar que el enemigo mataba a mujeres y ni?os alemanes al bombardear Alemania.

Si s¨®lo fueron unos 12 polic¨ªas los que dieron un paso al frente para librarse de la inminente matanza, fueron muchos m¨¢s los que intentaron eludir los fusilamientos mediante m¨¦todos menos evidentes o que pidieron que los relevaran de los pelotones de fusilamiento una vez hubieron empezado. No se puede determinar con seguridad cu¨¢ntos polic¨ªas actuaron de tal forma, pero no parece excesivo calcular del 10% al 20% de los que fueron destinados a los pelotones de fusilamiento. El sargento Hergert, por ejemplo, admiti¨® haber dispensado de su tarea a cinco agentes de su pelot¨®n, de 40 o 50 hombres. En el grupo de Drucker-Steinmetz, que fue del que m¨¢s tiradores se interrogaron, podemos identificar a seis polic¨ªas que lo dejaron despu¨¦s de cuatro rondas, y todo un pelot¨®n de cinco a ocho guardias que fueron relevados bastante despu¨¦s. Aunque el n¨²mero de polic¨ªas que eludieron la tarea o la abandonaron no era por tanto insignificante, este hecho no debe minimizar el corolario de que al menos el 80% de los que fueron exhortados a disparar lo continuaron haciendo hasta matar a 1.500 jud¨ªos de J¨®zef¨®w.

Incluso veinte o veinticinco a?os despu¨¦s, aquellos que s¨ª dejaron las ejecuciones cuando ya hab¨ªan empezado, en su inmensa mayor¨ªa alegaron pura repugnancia f¨ªsica ante lo que estaban haciendo como el motivo principal de su abandono, pero no manifestaron que detr¨¢s de esa repugnancia hubiera ning¨²n tipo de principio ¨¦tico o pol¨ªtico. Dado el nivel educativo de esos polic¨ªas de reserva, uno no pod¨ªa esperar una expresi¨®n sofisticada de valores abstractos. La ausencia de tales principios no significa que su asco no tuviera su origen en los instintos humanos a los que el nazismo se opon¨ªa radicalmente y que intentaba dominar. Pero los mismos agentes no parec¨ªan ser conscientes de la contradicci¨®n entre sus sentimientos y la esencia del r¨¦gimen al que serv¨ªan. Por supuesto, el hecho de ser demasiado d¨¦bil para seguir disparando planteaba un problema para la 'productividad' y la moral del batall¨®n, pero no entraba en conflicto con la disciplina policial b¨¢sica ni con la autoridad del r¨¦gimen en general. De hecho, el mismo Heinrich Himmler aprob¨® la tolerancia de esa clase de debilidad en su conocido discurso del 4 de octubre de 1943 en Posen ante los jefes de la SS. Aparte de exaltar la obediencia como una de las virtudes clave de todos los miembros de la SS, observ¨® de manera expl¨ªcita una excepci¨®n, a saber: 'Alguien que tenga los nervios destrozados es alguien d¨¦bil. Entonces uno puede decir: 'Bien, ve y cobra tu pensi¨®n'.

Un comunista

La oposici¨®n motivada pol¨ªtica y ¨¦ticamente, identificada de manera expl¨ªcita como tal por parte de los polic¨ªas, era relativamente poco com¨²n. Un soldado dijo que rechazaba con contundencia las medidas de los nazis contra los jud¨ªos porque era un miembro en activo del Partido Comunista, y por tanto rechazaba el nacionalsocialismo en su totalidad. Otro dijo que se opon¨ªa a la ejecuci¨®n de los jud¨ªos porque hab¨ªa sido un socialdem¨®crata durante muchos a?os. Un tercero explic¨® que los nazis lo consideraban 'pol¨ªticamente inestable' y un 'gru?¨®n', pero no se adjudic¨® ninguna otra identidad pol¨ªtica. Varios m¨¢s basaron su actitud en la oposici¨®n al antisemitismo del r¨¦gimen en concreto. 'Yo ya ten¨ªa la misma actitud antes en Hamburgo, porque, debido a las medidas contra los jud¨ªos que ya se hab¨ªan llevado a cabo all¨ª, hab¨ªa perdido la mayor parte de los clientes de mi negocio', dec¨ªa un jardinero paisajista. Otro polic¨ªa simplemente se defini¨® a s¨ª mismo como 'un gran amigo de los jud¨ªos' sin aclarar nada m¨¢s.

Los dos soldados que explicaron con mayor detalle su negativa a tomar parte en las ejecuciones insistieron ambos en el hecho de que fueron m¨¢s libres de actuar como lo hicieron porque no ten¨ªan ambiciones de mejorar su posici¨®n. Un agente acept¨® los posibles inconvenientes de su proceder 'porque yo no era un polic¨ªa profesional y tampoco quer¨ªa convertirme en uno, sino que era un artesano cualificado independiente y ten¨ªa mi negocio en casa, as¨ª que no ten¨ªa importancia que mi carrera como polic¨ªa no prosperara'.

El teniente Buchmann hab¨ªa alegado una cuesti¨®n de ¨¦tica como raz¨®n de su negativa: como oficial de reserva y hombre de negocios hamburgu¨¦s, no pod¨ªa disparar a mujeres y ni?os indefensos. Pero tambi¨¦n hizo hincapi¨¦ en la importancia de la independencia econ¨®mica al explicar por qu¨¦ su situaci¨®n no era an¨¢loga a la de sus compa?eros oficiales. 'Yo era algo mayor entonces y adem¨¢s era un oficial de reserva, as¨ª que no era especialmente importante para m¨ª que me ascendieran ni mejorar de alguna otra forma, porque ya ten¨ªa un pr¨®spero negocio en casa. Los jefes de la compa?¨ªa, por otra parte, eran soldados j¨®venes y polic¨ªas profesionales que quer¨ªan llegar a ser alguien'. Pero Buchmann tambi¨¦n reconoci¨® una actitud que los nazis sin duda hubieran condenado como 'cosmopolita' y projud¨ªa. 'Gracias a la experiencia con mi empresa, sobre todo porque se extendi¨® al extranjero, hab¨ªa adquirido una mejor perspectiva general de las cosas. Adem¨¢s, ya hab¨ªa conocido a muchos jud¨ªos durante mis actividades econ¨®micas anteriores'.

Amargura y resentimiento

El resentimiento y la amargura del batall¨®n por lo que les hab¨ªan pedido que hicieran en J¨®zef¨®w eran compartidos por casi todo el mundo, incluso por aquellos que hab¨ªan estado disparando el d¨ªa entero. La exclamaci¨®n de un polic¨ªa al sargento primero Kammer, de la primera compa?¨ªa, diciendo que 'me voy a volver loco si tengo que hacerlo otra vez', expresaba los sentimientos de muchos. Pero s¨®lo unos pocos fueron m¨¢s all¨¢ de las quejas para evitar tal posibilidad. Varios de los soldados de m¨¢s edad y que ten¨ªan familias muy numerosas se aprovecharon de una regulaci¨®n que requer¨ªa su firma para acceder a estar de servicio en zona de combate. Uno de ellos que todav¨ªa no hab¨ªa firmado se neg¨® a hacerlo; otro anul¨® su firma. Ambos fueron trasladados provisionalmente de vuelta a Alemania. La respuesta m¨¢s dram¨¢tica fue de nuevo la del teniente Buchmann, que le pidi¨® a Trapp que lo trasladara de vuelta a Hamburgo y declar¨® que, a menos que recibiera una orden directa y personal de Trapp, no iba a tomar parte en las acciones contra los jud¨ªos. Al final escribi¨® a Hamburgo solicitando expl¨ªcitamente su retirada porque no 'serv¨ªa' para ciertas tareas 'ajenas a la polic¨ªa' que su unidad estaba llevando a cabo en Polonia. Buchmann tuvo que esperar hasta noviembre, pero al final sus esfuerzos para ser trasladado tuvieron ¨¦xito.

Por tanto, el problema que Trapp y sus superiores tuvieron que afrontar en Lublin no era la oposici¨®n con fundamento ¨¦tico y pol¨ªtico de unos pocos, sino la amplia desmoralizaci¨®n compartida tanto por los que estuvieron disparando hasta el final como por aquellos que no hab¨ªan sido capaces de seguir adelante. Por encima de todo, se trataba de una reacci¨®n contra el puro horror del mismo proceso de las ejecuciones. Si el Batall¨®n de Reserva Policial 101 ten¨ªa que seguir suministrando el personal fundamental para la puesta en pr¨¢ctica de la soluci¨®n final en el distrito de Lublin, la carga psicol¨®gica de los hombres deb¨ªa ser tomada en consideraci¨®n y aliviada.

En acciones posteriores se introdujeron dos cambios primordiales que se cumplieron a partir de entonces, aunque con algunas excepciones notables. En primer lugar, la mayor parte de las operaciones futuras del Batall¨®n de Reserva Policial 101 implicaron el desalojo y la deportaci¨®n, pero no el completo ajusticiamiento en el acto. De esta manera, los polic¨ªas se libraban del horror inmediato del proceso de ejecuci¨®n que (en el caso de los deportados del distrito norte de Lublin) se llevaba a cabo en el campo de exterminio de Treblinka. En segundo lugar, como la deportaci¨®n era un proceso horroroso que se caracterizaba tanto por la espantosa violencia coercitiva que se necesitaba para hacer que la gente subiera a los trenes de la muerte como por el asesinato sistem¨¢tico de aquellos que no pod¨ªan ser conducidos a ellos, por regla general esas acciones fueron asumidas conjuntamente por unidades del Batall¨®n de Reserva Policial 101 y los Trawnikis, auxiliares provenientes de territorios sovi¨¦ticos y entrenados por la SS, que eran reclutados en los campos de prisioneros de guerra y a quienes se les asignaba normalmente la peor parte del desalojo de los guetos y la deportaci¨®n.

La preocupaci¨®n por la desmoralizaci¨®n psicol¨®gica que result¨® de J¨®zef¨®w es en realidad la explicaci¨®n m¨¢s probable del misterioso incidente que ocurri¨® en Alekzandr¨®w varios d¨ªas despu¨¦s. Probablemente a Trapp le hab¨ªan asegurado que en esa ocasi¨®n las ejecuciones las llevar¨ªan a cabo los soldados Trawniki y, como no aparecieron, solt¨® a los jud¨ªos que sus hombres hab¨ªan reunido. En resumen, el alivio psicol¨®gico necesario para integrar al Batall¨®n de Reserva Policial 101 en el proceso de las ejecuciones ten¨ªa que lograrse mediante una divisi¨®n del trabajo en dos aspectos. Todo el grueso de las matanzas se trasladar¨ªa al campo de exterminio, y lo peor del trabajo sucio que se hac¨ªa sobre el terreno se iba a asignar a los Trawnikis. Este cambio demostr¨® ser suficiente para permitir que los agentes del Batall¨®n de Reserva Policial 101 se volvieran a acostumbrar a participar en la soluci¨®n final. Cuando lleg¨® la hora de matar de nuevo, los polic¨ªas no se 'volvieron locos'. En lugar de eso, se convirtieron en unos ejecutores cada vez m¨¢s eficientes y crueles.

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