Un alto en la terapia
So?¨¦ que me com¨ªa unas bragas con cuchillo y tenedor. Ven¨ªan precocinadas, dentro de un estuche de aluminio, y no hab¨ªa m¨¢s que meterlas dos minutos en el microondas. Eran blancas, de celos¨ªa, y se deshac¨ªan en la lengua. Ven¨ªan tres en cada paquete, una para cada comida del d¨ªa, y pose¨ªan propiedades diet¨¦ticas adelgazantes. Eran bragas de parafarmacia, o de herborister¨ªa, por decirlo r¨¢pido. Le cont¨¦ el sue?o a mi psicoanalista, que en aquella ¨¦poca era un hombre delgado y muy nervioso. Me pregunt¨® que a qui¨¦n cre¨ªa yo que pertenec¨ªan esas bragas.
-Eran impersonales -dije-. Ven¨ªan dentro de un estuche de aluminio.
-?De verdad cree usted que eran impersonales?
-Yo al menos no las hab¨ªa visto nunca.
?l se call¨®, pero era un silencio con el que ven¨ªa a decir que no me hiciera el ingenuo. Lo cierto es que no pod¨ªa dejar de pensar en el sabor de las bragas. Creo que nunca hab¨ªa tenido un sue?o tan intenso, en el que se combinaran los placeres del sexo con los de la comida de ese modo. Me pregunt¨¦ si existir¨ªa una ropa interior de mujer comestible y al salir de la consulta pas¨¦ por una herborister¨ªa. No me atrev¨ª a preguntar por las bragas, pero mir¨¦ todos los productos de la tienda, uno a uno, y puedo asegurar que no las hab¨ªa, al menos de esas caracter¨ªsticas. Por la tarde telefone¨¦ a una amiga con la que tengo mucha confianza. Le pregunt¨¦ si las conoc¨ªa, y me dijo que no. Por lo visto, hab¨ªa unas de papel, pero no eran comestibles.
Al d¨ªa siguiente fui a la farmacia y ped¨ª un paquete de kleenex y otro de bragas de papel.
-Es que estoy muy acatarrado -dije por decir algo.
Una vez en casa abr¨ª el paquete y, en efecto, eran bragas de papel, pero no se parec¨ªan en absoluto a las de mi sue?o, que parec¨ªan org¨¢nicas sin dejar de ser sint¨¦ticas. Las de papel se pod¨ªan comer, desde luego, pero daban sed porque ten¨ªan mucha celulosa. Me deshice de ellas y no volv¨ª a so?ar con las otras, pese a la insistencia de mi psicoanalista.
-Si quiere saber m¨¢s de esas bragas, tendr¨¢ que so?ar usted mismo con ellas -le dije-. Yo raramente repito el mismo sue?o.
Un d¨ªa, ya muy avanzado mi an¨¢lisis, conoc¨ª a una chica con la que acab¨¦ en la cama. Ella se qued¨® dormida enseguida y yo me levant¨¦ para ir al ba?o. Entonces vi sus bragas en el suelo, junto a la cama, y, no se lo va usted a creer, le dije a mi psicoanalista, eran las del sue?o. La chica dorm¨ªa profundamente, de manera que me las llev¨¦ a la cocina, las puse sobre un plato y, sin calentar ni nada, me las com¨ª con cuchillo y tenedor. Ten¨ªan una textura perfecta y aquel sabor a espuma que tanto me hab¨ªa cautivado en las del sue?o.
-?Se comi¨® las bragas de verdad? -pregunt¨® mi psicoanalista.
Le dije que s¨ª, porque en el an¨¢lisis nunca miento, creo que la mentira es una forma de resistencia, aunque me pareci¨® que en su pregunta hab¨ªa un tono de censura, o quiz¨¢ de envidia. Y adem¨¢s me sentaron muy bien. Despu¨¦s volv¨ª al dormitorio, me acost¨¦ junto a la chica y me qued¨¦ dormido. Cuando me despert¨¦, la vi ir de un lado para otro en busca de sus bragas.
-Me las he comido -le dije.
-No importa -respondi¨® ella-, te traer¨¦ m¨¢s.
Lo cierto es que no la volv¨ª a ver. Lo ¨²nico que ten¨ªa de ella era un tel¨¦fono que result¨® ser falso. Mi psicoanalista insinu¨® si no habr¨ªa so?ado tambi¨¦n aquel encuentro y lo cierto es que me hizo dudar, aunque lo real tiene una textura y un volumen muy dif¨ªciles de confundir con los del sue?o.
-Pero usted vino aqu¨ª porque confund¨ªa las cosas -me dijo con malicia.
-Es verdad -tuve que admitir-, pero en lo que respecta a las bragas siempre tuve los pies en la tierra.
-?Recuerda las primeras bragas que vio? -me dijo.
-Las primeras bragas las so?¨¦.
-Pero acaba de decirme que en lo que se refiere a las bragas siempre ha tenido los pies en la tierra.
-La tierra de las bragas son los sue?os -argument¨¦ yo.
Mi psicoanalista call¨® con un silencio rencoroso. Yo hice como que estaba constipado y me met¨ª la mano en el bolsillo para sacar el pa?uelo, pero en lugar de un kleenex saqu¨¦ unas bragas. Mi psicoanalista se arroj¨® sobre m¨ª, me las arrebat¨® y se las meti¨® en la boca mastic¨¢ndolas con desesperaci¨®n. El pobre cre¨ªa que eran las del sue?o, pero eran unas de papel que hab¨ªa guardado para enga?arle. S¨®lo entonces pudimos continuar mi terapia sin interrupciones.
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