La c¨¢rcel de papel
Un novelista espa?ol vivo, hijo de un c¨¦lebre novelista ya fallecido, pasaba temporadas en chirona. Timos, hurtos, peque?as o medianas estafas. Sus amigos dec¨ªan que ¨¦l prefer¨ªa la c¨¢rcel a la calle, porque era dentro, entre las rejas y los delincuentes, donde este hombre sagaz y cultivado hac¨ªa sus mejores negocios turbios. Yo le conoc¨ª en una de sus salidas, y no me pas¨® nada. La primera vez. Coincid¨ª otro d¨ªa con ¨¦l en una cena literaria informal y ya hubo timo, a costa de una peque?a cantidad de droga blanda (o semiblanda) que sali¨® a conseguirnos a muy buen precio; hasta hoy. Tambi¨¦n sustra¨ªa primeras ediciones firmadas, cuadros buenos y -si los confiados escritores que le invitaban a sus casas las ten¨ªan- cuberter¨ªas de plata. Me lo he encontrado despu¨¦s muchas veces, siempre igual de simp¨¢tico y trapisondista, y al despedirnos mi cartera segu¨ªa en su bolsillo. He sospechado siempre que yo era poco bot¨ªn para ¨¦l.
Quiz¨¢ ha sido nuestro mejor ladr¨®n-literato de los ¨²ltimos a?os, pero su nombre no aparece en el art¨ªculo sobre escritores pasados por la c¨¢rcel que publica en su n¨²mero de febrero la revista Qu¨¦ Leer. Se citan ladronzuelos, esp¨ªas, p¨ªcaros, y salen tambi¨¦n Genet, Casanova, el marqu¨¦s de Sade, Oscar Wilde, entre otros libertinos encarcelados por unas proezas sexuales que hoy en vez de al trullo te llevar¨ªan a Cr¨®nicas marcianas. Gracias a Dios, los escritores no son santos, aunque por prisi¨®n han pasado ejemplarmente, heroicamente, numerosos poetas y novelistas a quienes sus ideas de libertad o disensi¨®n pol¨ªtica convirtieron en reos del tirano y muchas veces en carne de horca.
Existe tambi¨¦n, y lo dejamos para lo ¨²ltimo, el listillo de las letras, por lo general muy tonto art¨ªsticamente. La especie es tan antigua como el mundo, y no merece ning¨²n realce, si bien hay medios y tribunas que, con tal de vender un peine, est¨¢n dispuestos a dar cancha a estos oportunistas del revuelto r¨ªo literario. Ni hay que darles a ellos importancia ni me la quiero dar yo por haber sufrido una agresi¨®n p¨²blica a manos de uno de los m¨¢s insignificantes del g¨¦nero.
Es un asunto menor, anecd¨®tico, desagradable por el estilo tabernario del agresor y que s¨®lo ha dejado en m¨ª la secuela de recibir casi a diario por escrito insultos soeces y amenazas f¨ªsicas.
Pero una cosa es saber -y a rengl¨®n seguido ignorar la existencia de patanes y ventajistas-, y otra enmudecer en toda ocasi¨®n ante el arma de la calumnia, por rid¨ªculos que sean los argumentos esgrimidos y marginal el sistema de difundirlos. No contesto a descalificaciones demostrablemente falsas y a torpes chanzas de cuartel (o sacrist¨ªa), como no lo hacen en su mayor¨ªa los escritores, hombres y mujeres, alanceados groseramente por el grup¨²sculo al que pertenece mi agresor. Ahora bien, enfrentado por sorpresa (a sabiendas nunca participo en coloquios donde haya o bien amigos del terrorismo criminal o bien calumniadores sin vitola ni cr¨¦dito literario) a uno de los segundos, no me call¨¦. La soluci¨®n m¨¢s dr¨¢stica habr¨ªa sido marcharme antes de la grabaci¨®n del programa de S¨¢nchez Drag¨®. No lo hice, por respeto a los dem¨¢s contertulios y al tema planteado en el debate, que me parec¨ªa relevante. Una vez comprobada la naturaleza prefabricada, rancia, vejatoria, del discurso de este ¨ªnfimo agresor de las letras, me defend¨ª como s¨¦: con palabras. De ¨¦l llegar¨ªan despu¨¦s los pu?os y los retos chulescos del tipo 'te espero a la salida' o 'te vas a acordar en tu cara de m¨ª'. Los espa?oles con memoria del franquismo sabemos bien de d¨®nde sale eso.
?C¨¢rcel? Uy, no. La c¨¢rcel tiene demasiado prestigio, demasiada historia literaria, para que en ella encierren a los granujas de medio pelo, a los oportunistas del esc¨¢ndalo en un tintero seco. Que sigan ladrando a la intemperie. No vaya a ser que en prisi¨®n encuentren el material novelesco del que carece enteramente su inspiraci¨®n.
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