Ciudad violenta
Mi barrio es de los de ni fu ni fa y el vecindario m¨¢s tira a pobre que a rico. Ocupo un piso peque?o y modesto de una casa en la que abundan los jubilados. Cada d¨ªa veo m¨¢s puertas blindadas, lujo ins¨®lito que escandalizar¨ªa a ese diputado o diablo que propuso un recorte en la pensi¨®n de las mujeres, por longevas. Tiene una acaso 85 a?os y se hace poner una puerta blindada a costa de un asendereado hijo, como si ¨¦ste no tuviera cargas familiares y fuera por ah¨ª desparramando euros. Qu¨¦ desfachatez, se?ora Amalia.
Mientras, valencianos y valencianas aprenden artes marciales. Do?a Carmen Mas, delegada del Gobierno, ha sido v¨ªctima de dos o tres atracos, que en el n¨²mero difieren los informes. Los coches son teas encendidas en la noche y prolifera el mugging, el asalto m¨¢s o menos versallesco en plena calle. En efecto, asoma el hocico la llamada 'violencia por diversi¨®n'. La droga zigzaguea por barriadas en plan victorioso. Bolsos y carteras cambian de manos con la misma impunidad con que circulan los ciclomotores trucados y los autom¨®viles discoteca. Algo parece haber disminuido el fragor de las motos. Un poco. La ofensiva debe intensificarse y no ser flor de un d¨ªa.
Esto es Valencia, tercera ciudad de Espa?a y muy probablemente ya segunda en cr¨ªmenes per c¨¢pita, despu¨¦s de Madrid y por delante de Sevilla y Barcelona. Valencia, feudo de do?a Rita Barber¨¢, preclara alcaldesa vitalicia. ?Inocente o culpable? Decididamente, culpable de algo serio s¨ª es. Pues si prometi¨® ante notario limpiar la ciudad de droga (como record¨¦ en un art¨ªculo anterior, Droga en Valencia), si pregon¨® que aqu¨ª no ver¨ªamos m¨¢s camellos que los de los Reyes Magos, minti¨® c¨ªnicamente para hacerse con la alcald¨ªa o no ten¨ªa idea de la dificultad de los desaf¨ªos que plantea el buen gobierno de una urbe moderna. Sorprendente ingenuidad en alguien ya curtido en la pol¨ªtica. Hay caminos que se hacen al andar, pero entre ellos no figura el municipalismo, o no debe figurar. En Estados Unidos se dice que el segundo cargo pol¨ªtico m¨¢s dif¨ªcil del pa¨ªs es la alcald¨ªa de Nueva York. Giuliani triunf¨® seg¨²n unos, pero muchos otros pensaron y piensan que el nudo gordiano est¨¢ para deshacerlo, no para cortarlo de un machetazo. Y si el huevo de Col¨®n se mantuvo en pie aplast¨¢ndolo, digo yo que eso lo sabemos hacer todos. Si usted anda por las calles de Valencia, de noche y solo, vuelva la vista atr¨¢s. Eso no ocurr¨ªa con Franco y sin embargo Franco era el problema, no la soluci¨®n.
Dijo hace a?os Felipe Gonz¨¢lez que prefer¨ªa el peligro del Metro neoyorquinno al de vivir en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Es una elecci¨®n personal que uno comparte a ratos o a d¨ªas. Hay que tener en cuenta un fen¨®meno natural y es que a medida que uno envejece se hace menos aventurero y entonces la seguridad personal, la tranquilidad, son valores que adquieren fuerza y pasan a primer plano. Morir est¨²pidamente v¨ªctima de un atraco en cualquier rinc¨®n del mundo, Se?or. La dictadura de la delincuencia callejera es puramente arbitraria y no ofrece elecci¨®n. Es la caza indiscriminada del m¨¢s d¨¦bil que cuando la cacer¨ªa arrecia no est¨¢ seguro ni en su misma madriguera. Por otra parte, la violencia de las dictaduras estatales -m¨¢s cuanto mayor su contenido ideol¨®gico- es tambi¨¦n muy humillante. El se?or a fusilar puede tener menos ideas que un abedul, pero se le fusila por sus ideas y eso no est¨¢ bien. Un individuo tendr¨¢ pocas o muchas ideas, buenas o malas ideas, pero hay que respetarlas todas porque en eso hemos quedado; aunque en las dictaduras bananeras no hemos quedado en nada, que por algo son un h¨ªbrido de delincuencia callejera y de delincuencia estatal. (Estoy consciente de que todo gangsterismo, de la ¨ªndole que sea, est¨¢ emparentado de un modo u otro con la pol¨ªtica, pero eso ser¨ªa materia para otro art¨ªculo). En definitiva, hay una cuesti¨®n de grado y una cuesti¨®n de circunstancia personal y la suma de ambas determina la elecci¨®n: mayor riesgo de persecuci¨®n pol¨ªtica con menor riesgo de abuso callejero o a la inversa.
La elecci¨®n depende tambi¨¦n, obviamente, de otro factor: la gravedad de la amenaza; quiero decir, el grado que haya alcanzado el peligro. Aqu¨ª en Valencia y al paso que vamos, dentro de una d¨¦cada estar vivo y sin haber sufrido un trauma en casa o fuera de casa ser¨¢ una peligrosa provocaci¨®n. Barrios hay ya en los que los taxistas no quieren entrar y en los que la polic¨ªa, si no entra es porque no existe. Ni la hay urbana, ni auton¨®mica ni estatal. Curioso pa¨ªs: a mayor criminalidad, menor n¨²mero de agentes del orden. En la ¨²ltima d¨¦cada, el Cuerpo Nacional de Polic¨ªa ha perdido unos seis mil agentes; de los que quedan, unos dos mil se dedican a escoltar a ciudadanos amenazados y m¨¢s de treinta mil han rebasado los cuarenta a?os, una edad en la que s¨®lo est¨¢ para carreras el futbolista hispano-brasile?o Donato. Los coches de nuestra polic¨ªa van perdiendo piezas a poco que se les fuerce y resuellan m¨¢s que Rocinante, el dulce caballejo cervantino que s¨®lo una vez en su vida pudo pasar del trote y se tir¨® una galopada -de unos treinta metros- que le dej¨® para el arrastre.
Nuestros cuerpos policiales se quejan de escasez de medios, de descoordinaci¨®n entre unos y otros, de la generosidad chapucera del c¨®digo, del sistema puerta giratoria (revolving door) por el que se sale sin llegar a entrar. Sugerencia al Ministerio del Interior: funde otro cuerpo policial, uno m¨¢s. En Gran Breta?a, la eficient¨ªsima Margaret Thatcher consigui¨® que fuera necesario el concurso de ocho personas para cambiar una bombilla en un hospital. Debemos comprender que debe existir lo incomprensible so pena de no alcanzar jam¨¢s la anhelada paz interior y vivir en perpetuo desasosiego. Pero nadie piense, ruego, que le estoy echando un capote a do?a Rita. Si lo que se da no se quita, nos quedamos con sus fr¨ªvolas promesas incumplidas, fuera el que fuere el resorte que las impulsara. Y hart¨¢ndonos est¨¢ tambi¨¦n el recurso a la carencia de competencias, pues a las que hay se les puede sacar m¨¢s jugo; pero resulta m¨¢s c¨®modo este jueguecito de pasarse la pelota.
As¨ª por ejemplo, uno entre tantos, demasiada gente vive con ratas, cucarachas y televisor. Excelente abono para la delincuencia. Mientras se construyen miles de viviendas para ricos existentes e inexistentes. Vale. Agotado mi espacio volver¨¦ en otro art¨ªculo. Mientras se pueda, hay que ejercer el derecho al pataleo.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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