Un hijo de Europa
No ha sido el XX el mejor de los siglos. Empez¨® con ilusiones, tal vez como todos, pero pronto quebraron con la Primera Guerra Mundial. Lleg¨® al paroxismo de la destrucci¨®n con los bombardeos sobre ciudades, desde las machacadas en la guerra civil espa?ola hasta su extensi¨®n por toda Europa. Y culmin¨® el invento de amedrentar con la infamia de los campos de concentraci¨®n y el env¨ªo final a Hiroshima y Nagasaki.
La poes¨ªa de Czeslaw Milosz, es una contestaci¨®n a la marcha delirante del mundo. Implica en primer lugar un compromiso (que debe llegar de alg¨²n astro en proceso de extinci¨®n) con la memoria y, desde ella, una exploraci¨®n en el deterioro de las palabras. Porque ¨¦stas, como las mujeres y hombres que las habitan, se pierden; y pueden morir tambi¨¦n.
En la poes¨ªa de Milosz, el lector se enfrenta a una voz que asume el devenir ca¨®tico del mundo y de las guerras, y de sus armisticios y diplom¨¢ticas malignidades. Sus poemas abarcan, con piedad, setenta a?os del siglo reciente, setenta a?os que importa no olvidar. Ese memorial est¨¢ recogido en New and Collected Poems (Harper Collins, 2001). El imperativo que mueve esta poes¨ªa es el de indagar lo real, el entusiasmo por sus precarias r¨¢fagas de esplendor y su aterrorizado eco ante la miseria que no cesa.
Todo lo que ocurre atrae al poeta, y le desasosiega tambi¨¦n. Y es en la tierra, aunque contemplada con la atenci¨®n minuciosa de una distancia terrible -porque es la de un oficio que no muere-, donde han de arraigar sus palabras. Lo terrestre, la vinculaci¨®n con todos los hombres, con todos los nombres, es como un imperativo absoluto al que tan bien se hab¨ªa referido Hermann Broch.
Del vivir al escribir, hablar del sufrimiento y poder escribirlo resulta inaudito cuando otros, tantos, han sucumbido. Sin duda se entiende entonces mejor el subrayado de Milosz a su virtuosismo m¨¢ximo: la descripci¨®n. Con decir lo que hay, con transparentarlo, ya basta.
Los poemas trenzan el sentido de la continuidad hist¨®rica, no su mera historicidad. El hecho de saberse un momento entre momentos, confiere una especie de alivio, de reactivada esperanza. Suceder¨¢n otros momentos que uno ya no ver¨¢. Pero esos momentos volver¨¢n. Y el poema sucesivo seguir¨¢ con otros.
De ah¨ª el mandato de prevalecer, asentido desde un interior que definitivamente tiene que ver con el alma del artista, del hombre en ¨¦l y de una piedad comprensiva que se ampara naturalmente en la iron¨ªa. Un catolicismo inmanente y un sentido inminente de su necesaria inutilidad pr¨¢ctica oxigenan esta poes¨ªa, sensual y abierta a reconocer sus precariedades y su desapoderada generosidad. Leal consigo mismo, el autor habla en un poema ('Iniciaci¨®n', perteneciente al libro Tierra inalcanzable, de 1986, y ya anticipado en la selecci¨®n de Tusquets de 1984) de la vanidad y glotoner¨ªa que acusa en la amante; pero acostumbrado a ella, feliz e inseparable de ella, deja de juzgarla (mandamiento ¨¦ste cat¨®lico fundamental) y descubre entonces sus dos pecados: vanidad y glotoner¨ªa. Naturalmente, ¨¦se no es Milosz, pero s¨ª el poeta que al fin y al cabo participa, y por eso escribe, de todos los pecados del mundo.
Y no hay otro camino, si la cuesti¨®n es entender, y si uno trata de comprender-se. En su discurso de investidura del Nobel, dijo Czeslaw Milosz: 'Yo soy un hijo de Europa, como afirma el t¨ªtulo de uno de mis poemas, pero se trata, sin duda, de una amarga y sarc¨¢stica afirmaci¨®n'. Autor entre otros t¨ªtulos de una historia de la literatura polaca, de Otra Europa y de los estupendos ensayos contenidos en El pensamiento cautivo (tambi¨¦n en Tusquets), esta voz recupera la dignidad del testimonio y ejemplo de Simone Weil -'la distancia es el alma de la bondad'-, como recordaba el poeta en su discurso del Premio Nobel.
Siempre desde la memoria de su Lituania natal y desde la evocaci¨®n de otro gran poeta y antecesor suyo (Oscar Venceslas de Lubicz Milosz), la palabra de este testigo privilegiado y excepcional del siglo emplaza a lo que reste de esp¨ªritu a la recuperaci¨®n entera de sus exigencias. Sin sublimarse, sin hipostallarse en la soledad o el silencio ¨²nicos, hablando y sin renunciar a nada hasta el fin, el poeta es uno m¨¢s, pero en la singularidad de una voz que no se complace en la muerte. Como dice en uno de sus poemas en This (Esto), su coraz¨®n anhela una entrada en el cielo, aunque no cree que eso le pueda sanar. Y concluye: 'Y as¨ª tiene que ser, que aquellos que sufren seguir¨¢n sufriendo, alabando tu nombre'. El poema lleva por t¨ªtulo Un alcoh¨®lico entra en las puertas del cielo. Un cielo nunca demasiado protector, que es el de que nos habla Czeslaw Milosz. Hay que seguir escuch¨¢ndole.
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