Democracia y cultura
La democracia no es ¨²nicamente un Estado de derecho, sino un sistema cultural. Adem¨¢s de un sistema p¨²blico de leyes iguales para todos y de instituciones pol¨ªticas para fomentar y salvaguardar el pluralismo, la tolerancia y la igualdad de oportunidades, es una interacci¨®n cotidiana de gente que queda como impregnada de muy similares h¨¢bitos de obrar y de vivir los acontecimientos. Cultura es ese molde configurador de una conducta compartida; consiste en materiales simb¨®licos que permiten a las personas predecir las conductas del vecino. En consecuencia, lo que uno espera que el otro haga en determinada ocasi¨®n y que es lo que supone har¨ªa ¨¦l mismo se le aparece como lo m¨¢s cabal, realista y sensato.
Los materiales simb¨®licos de la interacci¨®n en democracia nos conducen a la suposici¨®n de que todos somos iguales, somos personas no sometidas una a la otra, individualmente libres y aut¨®nomas. La ley, pensamos que sirve para todos por igual y que todos debemos cumplirla por igual. Los tribunales, los concebimos como que solamente son aceptables por su imparcialidad y el derecho a la defensa. Ante la autoridad, creemos que conviene discutirla, controlarla, elegirla, cambiarla. Lo justo se ve como una constante aproximaci¨®n a un reparto m¨¢s igualitario de la oportunidad social. La verdad, no la concebimos sino como resultado de un discutir sin constricci¨®n alguna para aceptar lo que parezca m¨¢s adecuado seg¨²n el mejor argumento en base a lo que se est¨¦ buscando en cada ocasi¨®n. Ante el Estado, nos parece m¨¢s sensato intervenir en su constituci¨®n y ser titulares de su legitimidad constrictiva que dej¨¢rselo a alg¨²n jerarca o dictador. Pero por experiencias pasadas, siempre disponemos de signos de temor y tendemos a mostrarnos desconfiados de su avasalladora capacidad de irrupci¨®n en otros ¨¢mbitos de la vida personal y social, y por eso tendemos a controlar el Estado. Las formas de vida privada se nos vuelven aceptables ¨²nicamente porque queda en nuestras manos el expandirnos libremente, pues, de lo contrario, nuestra vida no merecer¨ªa la pena ser vivida.
Y por eso no creemos que aguantar¨ªamos vivir en el Afganist¨¢n de los talibanes, en la Yugoslavia de Milosevic o en la Espa?a franquista. Ni concebimos ser espa?oles sin ser ciudadanos libres, aut¨®nomos y con mayores cotas de acceso al reparto de los bienes sociales, ni podr¨ªamos ser profesionales o artistas sin ejercitar la m¨¢s absoluta determinaci¨®n personal. As¨ª es la base simb¨®lica de nuestra cultura compartida y seg¨²n ella tomamos cada cual, individual e ¨ªntimamente, la decisi¨®n de nuestra peculiar forma de vida. Cada yo busca, como mejor le parece, sus propios materiales identitarios de expansi¨®n, seg¨²n las contingencias de tiempo y espacio que le tocan vivir, pero es uno mismo quien elige la propia partitura de su vida y la ejecuta.
Se llama ahora multiculturalismo al hecho de que en el seno del mismo Estado de derecho coexistan una cultura democr¨¢tica, por ejemplo la nuestra actual, con otra u otras culturas no necesariamente democr¨¢ticas. Es decir, cuando junto a nuestro actual tejido social de civismo laico, pero colocadas de manera aparte y sin interactuar con ¨¦l, estuviesen cohabitando conductas masivas de personas sin igualdad jur¨ªdica que interactuasen entre s¨ª mediante recursos simb¨®licos de desigualdad y jerarqu¨ªa; no en virtud de imparcialidad y derecho, sino de supeditaci¨®n discriminante entre var¨®n y mujer, mayor y joven, rico y pobre, cl¨¦rigo y s¨²bdito fiel. U otra cualquiera. Pero, por suerte, en Espa?a no existe multiculturalidad todav¨ªa aunque s¨ª existen proyectos, mensajes o intenciones de crear multiculturalismo. Cuantos hablan de que los inmigrantes son etnias piensan -lo quieran o no- en algo multicultural, piensan en que grupos enteros de gente inmigrante se coloquen aparte, en ghettos o reservas y mantengan ah¨ª su modo de vida colectivo de all¨ª. Pero a Espa?a no nos llegan etnias, sino personas singulares con proyectos personales. Personas sueltas o con su familia, que quieren mejorar su vida. Y por muy parecidas que sean unas y otras y tengan or¨ªgenes culturales similares, cada persona llega con su propio proyecto, a intentar realizarlo. Y lo encara desde su cultura de origen, pero renovando constantemente sus interacciones con las personas de la cultura democr¨¢tica para lograr triunfar personalmente.
Hay experiencias multiculturales que nos sirven para no repetirlas nosotros, como por ejemplo el tratamiento en los EE UU a las comunidades indias, a ciertos colectivos religiosos y, de facto, a la mayor¨ªa de la comunidad de origen africano esclavo. Tambi¨¦n Sur¨¢frica decidi¨® practicar la vida aparte de comunidades separadas unas de otras cuando los afrik¨¢nder de habla holandesa afrikaans decidieron que era mala para ellos la creciente tendencia a la amalgama entre blancos y negros. El doctor Verwoerd teoriz¨® de esta manera en 1963 la necesidad de multiculturalismo: 'Podremos probar que s¨®lo con la creaci¨®n de naciones separadas la discriminaci¨®n de hecho desaparecer¨¢ a la larga'. Se trataba, pues, de crear algo que no exist¨ªa, potenciando institucionalmente la separaci¨®n existente entre blancos y negros en los deportes, conciertos, playas, bibliotecas, iglesias, sistemas de educaci¨®n, programas de radio o universidades. A. Brink, c¨¦lebre escritor surafricano en afrikaans ha escrito en un art¨ªculo de 1970 (Cultura y Apartheid) que 'culturalmente, la premisa del apartheid fue que el desarrollo separado ofrecer¨ªa iguales servicios para todos los grupos. Con la conservaci¨®n de su 'propia' identidad, todos los grupos desarrollar¨ªan plenamente su potencial cultural y ser¨ªan leales a su propio yo'. Y en su art¨ªculo desvelaba c¨®mo 'la separaci¨®n cultural ha significado carencia cultural para casi todos los grupos no blancos' y c¨®mo la separaci¨®n cultural fue teoriz¨¢ndose sobre la base de una impotencia f¨ªsica y racial de los negros respecto a los blancos. Plantear¨ªa, pues, un proyecto multicultural similar quien tratase hoy a los inmigrantes que nos llegan como si fuesen bloques compactos de culturas y no personas individuales con intereses particulares, aunque es verdad que con costumbres y recursos simb¨®licos a veces muy distintos de los nuestros.
Pero hay adem¨¢s experiencias hist¨®ricas hispanas que no nos sirven. Por ejemplo, ante nuestro actual reto por integrar a los inmigrantes en nuestra sociedad, el senador de Izquierda Unida nos propuso en la Comisi¨®n del Senado que el Toledo de las Tres Culturas era un buen modelo. Lo sentimos mucho, se?or senador, pero no solamente el modelo toledano es irrepetible, sino que es inservible. No se repetir¨¢ nunca m¨¢s porque en el Toledo de los siglos X o XIII coexist¨ªan unos junto a otros tres tipos de cultura no democr¨¢tica ni igualitaria, sin ni siquiera conocer la palabra 'derechos humanos', que es muy moderna. 'Derecho', tanto entre cristianos, jud¨ªos y musulmanes, equival¨ªa all¨¢ entonces a dominio o 'facultad para', 'jurisdicci¨®n sobre' y se ejerc¨ªa como poder jer¨¢rquico entre se?ores y s¨²bditos, patronos y aprendices, varones y mujeres, cl¨¦rigos y fieles. Si bien hubo aut¨¦nticos momentos de buen entendimiento entre determinados vecinos e incluso entre vecindarios, unos terminaron por expulsarlos a los otros de la ciudad. Los cristianos a jud¨ªos y musulmanes por cierto; precisamente porque el derecho era un s¨ªmbolo del poder del m¨¢s fuerte, eminente o superior. Y la fuerza f¨ªsica suele ser a la larga el ¨²nico dirimente de los conflictos en ese tipo de sociedades. Y sin embargo, nuestras relaciones con vecinos y hasta vecindarios jud¨ªos y musulmanes hoy, tanto aqu¨ª como fuera, pero sobre todo aqu¨ª, pueden ser infinitamente mejores que las mejores de aquel Toledo. A condici¨®n de que la relaci¨®n se estructure precisamente sobre la base de nuestros valores democr¨¢ticos, es decir, reconociendo el derecho de todos a vivir seg¨²n la misma ley para todos: la que nos facultar¨¢ a cada cual ser ciudadanos todo lo diferente que queramos. Para juntarnos con quienes queramos a hacer el tipo de cosas que cada cual suele hacer en su casa o con sus amigos: sea comer y beber, rezar y adorar, jugar y divertirse, estudiar y discutir, planificar y proyectar el futuro, o bien hacer el amor y estar en el ocio m¨¢s completo. En el Toledo democr¨¢tico actual, con barrios y calles donde cohabitasen m¨¢s o menos mezclados agn¨®sticos, evangelistas, ateos, jud¨ªos y musulmanes en proporciones similares, nadie tendr¨ªa el derecho de expulsar a nadie ni de molestar a nadie por mor de creencias religiosas, gastron¨®micas, ¨¦ticas o est¨¦ticas.
El multiculturalismo es hoy una confusi¨®n te¨®rica porque imagina que las relaciones son inter¨¦tnicas, entre nosotros, los de la sociedad mayoritaria, y todos los dem¨¢s, tomados en bloques ¨¦tnicos minoritarios. Por eso como proyecto m¨¢s o menos consolidado de relaci¨®n inter¨¦tnica en agrupamientos separados, unos al margen de otros, el multiculturalismo ser¨ªa una gangrena fatal para la sociedad democr¨¢tica. Ni nosotros somos cultura mayoritaria ni los inmigrantes son etnias de cultura minoritaria; aqu¨ª, de momento y ojal¨¢ para siempre, s¨®lo existe una cultura democr¨¢tica, con bastantes taras y costumbres poco democr¨¢ticas todav¨ªa, en la que ya est¨¢n integr¨¢ndose masivamente miles de inmigrantes que hacen en su vida privada lo que buenamente gustan sin menoscabar la dignidad ni el derecho de nadie, como hablar en sus lenguas, rezar a su dios o cubrirse con un pa?uelo al ir al colegio.
Mikel Azurmendi es presidente del Foro para la Integraci¨®n de los Inmigrantes.
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