El oscurantismo reverenciado
Contra lo que pudiera parecer, la convivencia de diferentes culturas en el ¨¢mbito de una misma sociedad no forma parte de las transformaciones m¨¢s decisivas de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas. Lo que s¨ª constituye un cambio sustancial, un cambio que est¨¢ alterando las percepciones y las pol¨ªticas de los pa¨ªses desarrollados, es la transformaci¨®n del significado del t¨¦rmino 'cultura'. Frente a la idea ilustrada de cultura como excelencia, que ha venido operando desde el fin de la II Guerra Mundial y hasta fecha reciente, la noci¨®n que se ha impuesto ahora es la rom¨¢ntica, para la que la cultura est¨¢ vinculada a la tradici¨®n. S¨®lo tomando en consideraci¨®n esta radical alteraci¨®n de los significados se puede entender la inquietante paradoja de que se apele al multiculturalismo, no para referirse al hecho de que se representen las obras de Ibsen y de Tawfiq al-Hakim en el mismo teatro, sino para comparar la costumbre de arrojar una cabra desde un campanario con la de mutilar sexualmente a las mujeres.
Cuando en los an¨¢lisis ortodoxos acerca de las transformaciones del mundo contempor¨¢neo -de los efectos de la globalizaci¨®n- se habla del resurgir de las identidades, pocas veces se repara en que el fen¨®meno tiene menos que ver con unos hipot¨¦ticos miedos al gigantismo de los actuales procesos econ¨®micos que con el extraordinario desarrollo de las pol¨ªticas locales.
Durante los ¨²ltimos 20 a?os, la cultura que se ha promocionado desde los poderes regionales y municipales responde al patr¨®n rom¨¢ntico, de modo que, al mismo tiempo que se consideraba ruinoso el hecho de que el Estado central financiase, por ejemplo, la edici¨®n del Poema de Gilgamesh, se pensaba que la subvenci¨®n de grupos de baile tradicional, de museos antropol¨®gicos o de premios para los artistas nativos constitu¨ªa, por el contrario, una opci¨®n leg¨ªtima y razonable. Pero si lo fuera, ?c¨®mo sorprendernos entonces de la reaparici¨®n de las actitudes etnicistas? ?C¨®mo admirarnos del irrespirable aire castizo que ha invadido las fiestas y conmemoraciones p¨²blicas de la mayor parte de los pueblos y ciudades de nuestro entorno?
Como es f¨¢cil advertir a poco que se contemple el problema desde esta perspectiva, no son los inmigrantes quienes han aportado la diferencia a nuestras sociedades, sino que son nuestras sociedades las que, de manera insensata, llevan dos d¨¦cadas aplicadas a cultivar la diferencia, a concederle relevancia y significado pol¨ªticos, a recorrer ese tortuoso y fat¨ªdico camino que conduce a considerar valiosos el apego al pasado y los prejuicios, tan s¨®lo porque hemos decidido ofrecerles cobijo bajo el venerable nombre de cultura. Eso que se ha dado en considerar como el 'desaf¨ªo' de la inmigraci¨®n no es, en el fondo, m¨¢s que el repentino descubrimiento de que todos los argumentos empleados para cultivar nuestras se?as de identidad, nuestras esencias, servir¨ªan tambi¨¦n para que, llegado el caso, los inmigrantes pudiesen cultivar las suyas. El absurdo en el que estamos incurriendo es el de que, en lugar de desactivar la tensi¨®n recordando que las identidades son quimeras y que las culturas son otra cosa, nos hemos lanzado a encontrar razones en las que apoyar la superioridad de las nuestras, de manera que las suyas aparezcan como irremediablemente b¨¢rbaras.
Con todo, la cuesti¨®n principal no radica en saber si se deben admitir pr¨¢cticas atroces como, pongamos por caso, la ablaci¨®n del cl¨ªtoris o los sacrificios humanos siempre que se realicen bajo la coartada de una 'cultura': por supuesto que no. La cuesti¨®n principal radica, por el contrario, en saber por qu¨¦ nos parece digno de tener en cuenta el m¨®vil 'cultural' para lo que, en todos los dem¨¢s casos, se castigar¨ªa sencillamente como una mutilaci¨®n o un asesinato, en los que las razones alegadas por el delincuente ser¨ªan irrelevantes a la hora de aplicarle la ley. La repentina importancia del m¨®vil 'cultural' no procede del apego de los inmigrantes a sus identidades y sus esencias, sino del hecho de que nuestras sociedades llevan demasiado tiempo reverenciando la tradici¨®n y el oscurantismo, llevan demasiado tiempo consider¨¢ndolo cultura, al punto de que hoy parecen flaquear algunos de los m¨¢s elementales principios democr¨¢ticos, como el de que la ley debe ser igual para todos o el de que lo ¨²nico que debe enjuiciar son conductas individuales, evitando convalidar la idea de que hay grupos humanos sospechosos o m¨¢s proclives que otros a cometer atrocidades.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es diplom¨¢tico.
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