La impotencia de vivir
S¨¢rszeg, una ciudad de provincias perteneciente al imperio austroh¨²ngaro, 1899. Un matrimonio de alrededor de los sesenta a?os se desprende de su hija para que vaya a pasar una semana en el campo con sus parientes m¨¢s cercanos. La vida de la pareja -considerados ancianos a su edad- pierde su eje de vida con la ausencia de Alondra y s¨®lo saben aguardar, afligidos, el regreso de la joven. ?sta es una muchacha soltera de treinta y tantos a?os, nada agraciada y tan recogida como ellos en torno al hogar. Los tres han perdido la esperanza de hacer una boda digna y cada uno a su manera ha renunciado a la vida exterior para limitarse a vivir, prescindiendo de todo lo que consideran prescindible, en el interior de su casa; la ¨²nica excepci¨®n, pero bajo la misma moral de retirada, es la que se refiere a adornar suficientemente a su hija, por la dignidad social y por no dejar de rumiar la d¨¦bil idea de un casorio. Tras la despedida, el desconcierto se apodera de ellos y deambulan sin rumbo sobre sus pasos cotidianos. A la ausencia de Alondra deben a?adir la obligaci¨®n de comer fuera de casa; ella les ha recomendado el restaurante Rey H¨²ngaro, al que acuden con disgusto, incluso con rencor, pues en general abominan de todo aquello que no pertenece a su min¨²scula existencia. Pero el restaurante se revelar¨¢ como una puerta abierta a la vida exterior.
ALONDRA
Dezs? Kosztol¨¢nyi Traducci¨®n de Judith Xant¨²s Ediciones B. Barcelona, 2002 232 p¨¢ginas. 14,99 euros
As¨ª contado, al lector no le
queda m¨¢s que suponer que ha de pasar por unas p¨¢ginas de costumbrismo amable y conmovedor durante esa semana de espera. Nada m¨¢s incierto. Puedo asegurarle que le aguarda un relato fascinante que no lo dejar¨¢ escapar indemne. Bajo esa luz declinante de la provincia de un imperio y una concepci¨®n del mundo que se va con el siglo, vamos a asistir a una representaci¨®n impecable del orden de la vida y de la muerte. La narraci¨®n cuenta los seis d¨ªas de esa pareja de ancianos a los que, paso a paso, una serie de peque?os destellos de vida devuelve la memoria de su peque?a felicidad. Entonces asistiremos, por medio de la recuperaci¨®n de la rutina de las antiguas y peque?as delicias del vivir, al conocimiento cabal de c¨®mo las perdieron y se encerraron en una rutina mostrenca, c¨®mo todo su edificio de rencor levantado contra el mundo debido a su propia frustraci¨®n cerr¨® las puertas y ventanas de su casa y c¨®mo se vieron abocados a dejar de respirar el aire de fuera.
Kosztol¨¢nyi traza un c¨ªrculo perfecto y encierra en ¨¦l a sus personajes principales y secundarios. Entonces hace surgir el gran tema: la impotencia de vivir. En cuanto esta sombra cubre la idea de felicidad que constituye la existencia misma de S¨¢rszeg, las im¨¢genes de todos, aun los m¨¢s divertidos, se achican bajo ese temor a vivir que cubre su alicorta existencia. Y en ese espacio, las vidas y las almas de los dos ancianos se refugian en el m¨ªnimo espacio vital posible, todo su af¨¢n es no llamar la atenci¨®n, no destacarse, no participar.
El obligado encuentro con
los dem¨¢s a partir del paso por el restaurante les abrir¨¢ la memoria, no el futuro. ?sta es la clave del inteligente planteamiento de Kosztol¨¢nyi. Y por el camino de los abandonados placeres de lo cotidiano, vivir¨¢n un sue?o del que habr¨¢ de despertarles forzosamente la vuelta de Alondra, no s¨®lo por causa de ella sino tambi¨¦n por ellos mismos. Y lo curioso es que lo saben, pero lo apartan para que nada turbe la intensidad del momento.
Y esa intensidad ser¨¢ la que
les
recuerde, al t¨¦rmino de la semana, que el sue?o es s¨®lo un sue?o porque ellos son incapaces ya de asimilarlo en forma de vida, ni siquiera en forma de tentaci¨®n o esperanza. Como dec¨ªa antes, esta novela trata de la impotencia de vivir conseguida a partir de una cuidadosa y consciente automutilaci¨®n, una ordenada retirada de la vida en la que toda la vitalidad que les quedaba ha venido siendo absorbida por la necesidad de justificarse. Pero hay una diferencia: en los padres la mansedumbre es un cobijo y la felicidad consiste en poder vivir escondidos; en cierto modo, al final tienen miedo de la rememoraci¨®n viva de los placeres a los que les ha conducido su paso por el restaurante; en Alondra, en cambio, la mansedumbre le produce dolor e incertidumbre.
'Ak¨®s (el padre) cogi¨® nue
ve cartas, las orden¨® r¨¢pidamente con dedos expertos y las salud¨®, porque le hablaban de ¨¦pocas pasadas y de tiempos felices'.
As¨ª comienza la partida en el
Casino al que ha vuelto despu¨¦s de tantos a?os. Y su situaci¨®n a lo largo de ese d¨ªa, el d¨ªa cumbre de la semana, se expresa as¨ª: 'Era tal el gozo que experimentaba que no le hubiera importado, en aquel momento de ¨¦xtasis en que se sent¨ªa due?o de s¨ª mismo y de su vida, caerse muerto'. Este ¨²ltimo anhelo es de una notable perspicacia, sumamente revelador. ?l -y la mujer con ¨¦l- han llegado a ver y sentir la libertad, pero, como ratones de laboratorio, volver¨¢n asustados a su jaula. Cuando despierten, la v¨ªspera de la vuelta de Alondra, se pondr¨¢n a recoger su casa y sus vidas: s¨®lo entonces comprenderemos a la perfecci¨®n que Alondra no es para ellos m¨¢s que la encarnaci¨®n de su forma de vida. Y lloraremos por ella.
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