Este siglo ten¨ªa dos a?os
V¨ªctor Hugo describi¨® en un poema su propio nacimiento trabado al inicio del nuevo siglo: '?Este siglo ten¨ªa dos a?os! Roma reemplazaba a Esparta'. Podr¨ªa repetirlo hoy, en su bicentenario. Entonces el imperio napole¨®nico desplazaba a la espartana revoluci¨®n francesa. Tambi¨¦n hoy el imperio ha reemplazado a las revoluciones e impone la paz con sus misiles inteligentes. Ya no quedan reyes por decapitar. Pero los dioses ¨²nicos y las diosas de la patria resisten todav¨ªa a los nuevos tiempos y empujan a sus seguidores al martirio, tras dejar su despedida grabada en un v¨ªdeo dom¨¦stico.
A los diez a?os, V¨ªctor Hugo estudiaba en un colegio de Madrid donde viv¨ªa con su hermano, y con su madre, mientras su padre, Leopoldo Hugo, general franc¨¦s de la ocupaci¨®n, se dedicaba m¨¢s en atender a su querida, Catherine Thomas. Desde esa ¨®ptica privilegiada presenci¨® la guerra popular contra el invasor aquellos meses. Un grito de libertad a favor del absolutismo, pero grito al fin, ahogado en sangre por quienes pretend¨ªan exportar a ca?onazos el poder de la raz¨®n. Aprendi¨® muy pronto a ver la vida como una turbulencia en que se mezclan la historia y los sentimientos personales. As¨ª lo dej¨® grabado en Los Miserables: '?Qu¨¦ son las convulsiones de una ciudad al lado de los motines del alma?'.
'Qu¨¦ son las convulsiones de una ciudad al lado de los motines del alma'
A los veinticinco a?os escribi¨® en el pr¨®logo a Cromwell lo que pronto ser¨ªa reconocido como el manifiesto fundacional del romanticismo. Desde entonces, s¨®lo la acci¨®n dar¨¢ unidad a la obra dram¨¢tica como se la daba ya a la vida.
Era yo muy ni?a cuando de la mano de mis padres contempl¨¦ por primera vez las torres de Nuestra Se?ora de Paris y ya entonces escudri?¨¦ sus feroces g¨¢rgolas intentando descubrir entre ellas la figura de Quasimodo, mi querido monstruo enamorado de la gitana Esmeralda. Luego fui creciendo y comprend¨ª que los verdaderos monstruos pod¨ªan pasearse vestidos con h¨¢bitos de iglesia para ocultar sus vicios y la maldad de su poder.
Victor Hugo me ense?¨® las calles de Par¨ªs, varios a?os antes de descubrir junto a otros estudiantes que bajo sus adoquines, arrancados y arrojados a los guardias, pod¨ªa encontrarse la playa. Me sent¨ª marxista con Los Miserables, sin saber a¨²n que Marx hab¨ªa existido. Sus novelas primero y alg¨²n revolucionario caribe?o en seguida, me hicieron so?ar con barricadas erguidas como 'acr¨®polis de los descamisados'. Pero su lectura me ayud¨® tambi¨¦n a entender que las barricadas de los miserables s¨®lo ofrecen la fraternidad intensa y amenazadora de todos los escombros. Hoy debo admitir la unidad de acci¨®n de aquellos adoquines parisinos del 68 con las barricadas descritas por Hugo: ambas levantadas con montones de odio humano. Amasadas en 'el prodigio de todas las c¨®leras'.
A comienzos de los a?os cuarenta de aquel siglo XIX Marx y Engels preparaban su Manifiesto Comunista. Alain Touraine ha escrito que si cambi¨¢semos en ese texto la palabra 'burgues¨ªa' por 'globalizaci¨®n', encontrar¨ªamos descrito el mundo actual. En la misma ¨¦poca Victor Hugo hizo un viaje al Pa¨ªs Vasco, al que llam¨® 'el antiguo pa¨ªs de los fueros, las viejas provincias libres vascongadas'. Y descubri¨® el nacionalismo vasco cincuenta a?os antes de que lo hiciera el fundador del PNV. Pero claro, ¨¦l era un rom¨¢ntico que buscaba libertad y democracia en el pasado medieval y en la unidad de las tribus. No como Marx, que lo buscaba en un futuro pendiente a¨²n de edificar. Pero tambi¨¦n Engels qued¨® fascinado por el car¨¢cter 'popular' de la insurrecci¨®n carlista y de una 'democracia' vasca que exclu¨ªa a las mujeres y a los desposeidos.
Victor Hugo explica en este viaje las claves de la primera guerra carlista. 'A primera vista parecer¨ªa que una naci¨®n semejante, estaba admirablemente preparada para recibir las novedades francesas. Error. Las viejas libertades temen a la nueva libertad. El pueblo vasco lo ha demostrado bien'. Y ?c¨®mo lo ha demostrado? De una manera 'salvaje y violenta'. 'Unos se enrolaban, otros hu¨ªan. Hab¨ªa que ser o carlista o cristino (...) Los cristinos quemaban a los carlistas y los carlistas a los cristinos (...) Los que se absten¨ªan eran golpeados hoy por los carlistas y fusilados ma?ana por los cristinos. En el horizonte humeaba siempre alg¨²n incendio'.
Parece que no hubiesen pasado estos ciento cincuenta a?os. Quiz¨¢s el escritor franc¨¦s, buen observador de las enfermedades sociales, intuyera que entre los vascos habitan los ¨²ltimos espa?oles dispuestos a levantar barricadas contra la democracia. Seres peligrosos de la estirpe de aqu¨¦l que en la barricada del barrio parisino del Temple 'en las ocasiones solemnes, no enarbolaba m¨¢s que una bandera: la negra'. Personas con las que resulta imposible dialogar.
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