La revoluci¨®n surrealista vuelve a Par¨ªs
Una antol¨®gica en el Pompidou agrupa m¨¢s de 600 obras realizadas entre 1920 y 1942
Para Werner Spies, comisario de la exposici¨®n La revoluci¨®n surrealista, ¨¦sta es la ¨²nica que no fracas¨® totalmente. La fuerza del surrealismo descansa en que 'no se puede presentar o describir a trav¨¦s de una terminolog¨ªa estil¨ªstica', dice Spies. 'Contrariamente a lo que hac¨ªa la vanguardia, el surrealismo concede una aut¨¦ntica importancia al contenido'. De ah¨ª la furia censora de Andr¨¦ Breton, dispuesto a expulsar a los culpables de racionalismo, religiosidad o apoliticismo. En Par¨ªs y hasta el 24 de junio se pueden contemplar, en el Centro Georges Pompidou, m¨¢s de 600 obras -pinturas, esculturas, pel¨ªculas, poemas- de unos sesenta artistas vinculados a dicho movimiento.
Jean Arp, Brassai, Andr¨¦ Breton, Hans Bellmer, Victor Brauner, Salvador Dal¨ª, Giorgio de Chirico, ?scar Dom¨ªnguez, Marcel Duchamp, Max Ernst, Alberto Giacometti, Wifredo Lam, Dora Maar, Man Ray, Ren¨¦ Magritte, Andr¨¦ Masson, Roberto Matta, Joan Mir¨®, Meret Oppenheim, Pablo Picasso, Francis Picabia, Yves Tanguy, Tristan Tzara, Paul Eluard, Georges Bataille, Louis Aragon, Ren¨¦ Char y Ren¨¦ Crevel son algunos de los artistas representados en La revoluci¨®n surrealista.
La antol¨®gica se ci?e a un periodo breve, de entreguerras, y toma como punto de partida la publicaci¨®n en 1920 de Les champs magn¨¦tiques, de Andr¨¦ Breton y Philippe Soupault, primer ejemplo de escritura autom¨¢tica, y acaba en 1942, en Nueva York, con la exposici¨®n organizada por Duchamp bajo el t¨ªtulo First papers of surrealism. El punto de partida es la reacci¨®n contra la hipocres¨ªa patri¨®tica que llev¨® a la gran carnicer¨ªa 1914-1918 y el final es el exilio estadounidense, el alejarse del mundo de referencias que supon¨ªa Par¨ªs. En esos 20 a?os, los surrealistas van a modificar nuestra manera de mirar al poner en primer plano el inconsciente y el azar, van a jugar con todo lo que hasta entonces hab¨ªa ocultado la creaci¨®n art¨ªstica. De pronto, la Virgen puede zurrarle a Jes¨²s en el culo, petrificarse las ciudades (Ernst), los auriculares telef¨®nicos transformarse en langosta (Dal¨ª), los paraguas coincidir con las m¨¢quinas de coser en la mesa de disecci¨®n (Dom¨ªnguez a partir de Lautremont) o las mujeres ser violonchelos (Man Ray).
El recorrido respeta la cronolog¨ªa del movimiento, pero agrupa las obras como en sucesivos gabinetes de curiosidades, siguiendo el ejemplo de la pared de Breton, esa pared que el poeta hab¨ªa llenado en su casa de objetos de todas procedencias y que ahora forma parte del Museo de Arte Moderno. Ciertos temas, como el sue?o, la noche, el paseante, el erotismo o la blasfemia, sirven tambi¨¦n de criterio para reagrupar las obras y subrayar sus puntos en com¨²n.
La mujer
El escritor Julien Gracq, gran admirador de Breton y muy influido por el surrealismo, estima hoy que este movimiento, como el romanticismo, 'se ha filtrado en la sangre de la ¨¦poca, con todas las transfusiones y metabolismo imprevisible que eso implica'. Ha desaparecido, pues, como movimiento program¨¢tico para convertirse en algo que forma parte de la vida de todos. Eso puede considerarse como un ¨¦xito, tal y como lo hacen Spies o Gracq, pero tambi¨¦n puede ser visto como un camino hacia la trivialidad. Por ejemplo, para el cr¨ªtico Pierre Sterckx, la imagen de la mujer de los surrealistas 'es un descenso al infierno, hacia el museo de cera de una sexualidad triste y fetichista', que conlleva 'el paso de escultura a maniqu¨ª y de ¨¦ste a la condici¨®n de robot para acabar como mu?eca'.
Sterckx les reprocha que se 'fabricasen una moral reaccionaria', que condena la homosexualidad 'porque no ten¨ªan la menor noci¨®n ni respeto por el otro'. Sus elogios 'de las org¨ªas son meras apolog¨ªas de la cama redonda' y sus 'sue?os de crimen se concretan en peque?os robos'. En el fondo, la publicidad habr¨ªa recuperado y trivializado todos los hallazgos del surrealismo.
Para Jean Clair, director del Museo Picasso de Par¨ªs -Spies reivindica un periodo surrealista en Picasso-, hoy es imposible ver el surrealismo haciendo abstracci¨®n de la evoluci¨®n pol¨ªtica. Clair recuerda que Aragon afirmaba en 1925: 'Destruiremos esa civilizaci¨®n que am¨¢is... Mundo occidental, est¨¢s condenado a muerte'; y que Breton reclamaba que 'los traficantes de drogas se lancen contra nuestros pa¨ªses aterrorizados, que Am¨¦rica se hunda de tanto rascacielos'. Robert Desnos hablaba de los 'arc¨¢ngeles de Atila' y situaba en Oriente 'la gran reserva de fuerzas salvajes'.
Palabras de odio
En un mapa surrealista de 1929, Estados Unidos desaparece y Rusia, la isla de Pascua, M¨¦xico, Alaska o Afganist¨¢n aparecen sobredimensionados. Para Clair, 'las palabras de odio de las vanguardias han preparado la muerte de los individuos' y 'los manifiestos surrealistas, si se leen fr¨ªamente, tienen mucho en com¨²n con los panfletos, de izquierda o de derecha, incitando al crimen'. Pero el surrealismo no ha sufrido una revisi¨®n cr¨ªtica como s¨ª la han vivido el cubismo, el futurismo, el constructivismo y otros movimientos de vanguardia. El surrealismo, dice Clair, 'en la medida en que nunca crey¨® en el progreso, hoy est¨¢ de moda' y nos propone otra vez la glosa de 'lo natural, la locura, la noche, el inconsciente, lo primitivo o lo aut¨¦ntico'.
Si Sterckx le reprocha al surrealismo su inanidad est¨¦tica -'los genios de la escritura autom¨¢tica son Charlie Parker o John Coltrane, negros enfrentados a una sociedad implacable'-, Clair le acusa casi de estar detr¨¢s del atentado contra las Torres Gemelas. Contra esos ataques, brillantes y razonados aunque no siempre bien fundados, est¨¢n las obras y los nombres, una evidencia material de enorme calidad e imaginaci¨®n a la que pocos, muy pocos -quiz¨¢ Matisse y Bonnard-, han escapado.
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