Un viejo con arterias de muchacho
Todo conduce a Gosford Park en el itineriario del cine -que oscila de lo vulgar a lo eminente, de la chapuza a la obra maestra- del pont¨ªfice de los cineastas estadounidenses que hacen su cine de espaldas a las reglas del juego de Hollywood. Todo lo que hay de medular en el edificio profesional de Robert Altman lleva con rectitud al prodigio de gracia esc¨¦nica, de conocimiento de los pliegues de los comportamientos y de inteligencia de las ra¨ªces de nuestro tiempo que llena hasta el rebosamiento Gosford Park.
El arte de representar el mundo mediante la representaci¨®n de un mundillo, diablura metaf¨®rica que Robert Altman hizo volar con sagacidad en los vendavales ir¨®nicos de El juego de Hollywood y Vidas cruzadas, que hasta ahora se ten¨ªan como sus pel¨ªculas mejor hechas, alcanza en Gosford Park la delicada, y casi irreal, frontera de lo insuperable, la idea de plena posesi¨®n de una forma superior de elocuencia esc¨¦nica. Quedan, en la estela que deja en la memoria la flotaci¨®n de esta inteligent¨ªsima pel¨ªcula, indicios de un juego metaf¨®rico de alt¨ªsima precisi¨®n. Se atrapan estos indicios en la pausada (aunque movida por aguas turbulentas) sabidur¨ªa que destila y gotea el paso de las im¨¢genes; en su arrollador (aunque se desliza sobre apacibles sedas) conocimiento de las interioridades de la vida de nuestro tiempo; en su astuta (aunque elegante y noble) cuquer¨ªa para hacer comedia con la materia de la tragedia.
GOSFORD PARK
Direcci¨®n: Robert Altman. Gui¨®n: Julian Fellowes. Int¨¦rpretes: Alan Bates, Kristin Scott Thomas, Maggie Smith, Emily Watson, Helen Mirren, Michael Gambon. EE UU-Reino Unido, 2001. G¨¦nero: drama. Duraci¨®n: 134 minutos.
Y hay tambi¨¦n en Gosford Park indicios de esa rara e inconfundible energ¨ªa que despide la pantalla cuando en ella ha dejado sus huellas dactilares la mirada de un cineasta viejo, que ya no hace cine, sino que lo respira, o lo sue?a, y alcanza las alturas m¨¢s dificiles de alcanzar en la compleja escalada de su tarea sin transmitir sensaci¨®n de esfuerzo, con la majestuosa sencillez de los artistas ancianos con arterias de muchacho.
Es Gosford Park una pel¨ªcula formalmente tan cercana a la perfecci¨®n que no se percibe en su transcurso ni un solo desfallecimiento, ni hay en su larga (y tan bien medida que se hace corta) duraci¨®n el sobresalto de un chirrido en alg¨²n engarce del mecanismo de la enrevesada (pero cristalina) trama. No brota ni un solo balbuceo del riqu¨ªsimo (lleno de sorprendentes quiebros y esquinas) ritmo secuencial, y las caras de su buen acabamiento hay que comenzar a buscarlas en el gui¨®n, que es un golpe de alta solvencia hecho a la medida de la mano izquierda de Altman.
Y ¨¦ste se despacha con un portentoso ejercicio de puesta en pantalla sostenido por una genial exhibici¨®n de engarce rec¨ªproco entre (nada menos) que 25 int¨¦rpretes que conforman un todo de relojer¨ªa y que cada uno por su cuenta logra, o borda, una escultura viva tan transparente que acabamos familiarizados con los m¨¢s peque?os rasgos de su identidad no evidente, movida por talentos de la escena brit¨¢nica como Maggie Smith, Alan Bates, Michael Gambon, Helen Mirren, Kristin Scott Thomas, Emily Watson y 20 colegas cuyo contrapunto de ideas, acentos, composiciones, miradas, r¨¦plicas, gestos, regates y roces devuelven en estado de gracia, con toda la energ¨ªa de su pureza, el gozo de la representaci¨®n y de la ficci¨®n como forma m¨¢s elevada de expresi¨®n de la verdad.
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