Barrag¨¢n en blanco y negro
Un muro rosa, una celos¨ªa amarilla, una tapia violeta: la obra de Luis Barrag¨¢n se apocopa con frecuencia en texturas rugosas y colores encendidos, una inesperada combinaci¨®n de aspereza t¨¢ctil y violencia visual que resume bien su devoci¨®n paralela a la austeridad franciscana y a la sensualidad oriental; sin embargo, este eficaz ox¨ªmoron sensorial oculta con su fulgor crom¨¢tico el laconismo esencial de unas casas y unos jardines que aspiran a construir para¨ªsos a trav¨¦s del despojamiento, en un itinerario m¨ªstico y er¨®tico que transita del rumor de las fuentes al silencio de las acequias. Si contemplamos a Barrag¨¢n en blanco y negro, la trayectoria art¨ªstica y vital de este refinado caballero cat¨®lico se hace a la vez m¨¢s transparente y m¨¢s herm¨¦tica, m¨¢s irritante en su criollismo ensimismado y m¨¢s desconcertante en sus hallazgos testarudos, m¨¢s trivial en su exotismo arcaizante y m¨¢s profunda en sus convicciones intemporales.
Algunos han visto en el Barrag¨¢n arquitecto un trasunto del Rulfo escritor y fot¨®grafo
Alimentado siempre por el humus nutricio de una infancia de haciendas y de potros, algunos han visto en el Barrag¨¢n arquitecto un trasunto del Rulfo escritor y fot¨®grafo, al tener ambos sus ra¨ªces en las geograf¨ªas ¨¢ridas de la sierra del Tigre, en el sur de Jalisco; pero mientras Rulfo percibe el territorio desolado como escenario de un drama antropol¨®gico y coral, Barrag¨¢n se apropia del paisaje vern¨¢culo como marco de una exploraci¨®n individual y solitaria. Al t¨¦rmino de sus estudios de ingenier¨ªa y arquitectura, y durante el inevitable viaje a Europa, el joven tapat¨ªo descubre en los jardines isl¨¢micos andaluces un sue?o de armon¨ªa que entra en resonancia con la naturaleza inocente de su ni?ez, y en los jardines mediterr¨¢neos y decadentes de Ferdinand Bac una promesa de felicidad que palpita en sinton¨ªa con las construcciones tradicionales de su tierra natal: cuando regresa a M¨¦xico en 1927, el arquitecto ha trazado ya el camino de soledad que le devolver¨¢ a los jardines y los ranchos de su infancia.
En las casas construidas en Guadalajara antes del definitivo traslado a Ciudad de M¨¦xico en 1936, la sensibilidad regional no es ajena a las arquitecturas neocoloniales coet¨¢neas en California o Florida, de las sobrias tapias encaladas del estilo misi¨®n a los exuberantes jardines y recatadas celos¨ªas de las mansiones espa?olas, y Barrag¨¢n comienza a balbucear un idioma propio. Pero en las obras realizadas en la capital del pa¨ªs durante los cuatro a?os siguientes, el arquitecto intenta reconciliarse con la modernidad en su versi¨®n m¨¢s somera y mercantil, y el resultado son un pu?ado de edificios pragm¨¢ticos y mediocres, en un extrav¨ªo progresivo que s¨®lo detendr¨¢ en 1940 la decisi¨®n de no trabajar para terceros, limitando su actividad en el futuro a sus propias promociones; una f¨®rmula eficaz que confunde el arquitecto y el cliente, y que dar¨¢ a Barrag¨¢n sus mejores ¨¦xitos profesionales y sus m¨¢s felices logros art¨ªsticos.
Como arquitecto de 'fraccionamientos' -urbanizaciones parceladas donde el promotor dise?a calles, plazas y cerramientos-, Luis Barrag¨¢n adquiere terrenos y desarrolla colonias en las que construye jardines y obras ornamentales, en una actividad a la vez econ¨®mica y est¨¦tica que culminar¨¢ en sus grandes realizaciones paisaj¨ªsticas: los vergeles volc¨¢nicos de El Pedregal en 1945-1952, las avenidas de fresnos y eucaliptos de Las Arboledas en 1957-1963, y las fuentes y senderos ecuestres de Los Clubes, realizados entre 1965 y 1968. Tres conjuntos de exquisita serenidad, levantados con geometr¨ªa, vegetaci¨®n y silencio, y donde la materia grave de la construcci¨®n contrasta con los azares de la topograf¨ªa, los caprichos de la bot¨¢nica y el aleteo impreciso de la brisa, los p¨¢jaros o el agua. Desnaturalizados por desgracia casi todos, su esp¨ªritu on¨ªrico y pl¨¢cido sobrevive intacto en las fotos de ¨¦poca, que desprenden un perfume de perfecci¨®n inm¨®vil y soledad sonora.
La misma mixtura de monu-
mentalidad e intimidad est¨¢ presente en sus escasas arquitecturas de esos a?os: su propia casa y jard¨ªn en Tacubaya, de 1947, una autobiograf¨ªa po¨¦tica, elemental y laber¨ªntica -que Elena Poniatowska llamaba 'monasterio para un solo monje'-, con episodios m¨ªticos como la escalera de madera de sabina que se pliega ingr¨¢vida, el ventanal dividido por los montantes de una cruz a¨¦rea o la azotea transformada en patio secreto de tapias herm¨¦ticas y vibrantes; el convento de las Capuchinas, de 1952-1955, donde la nueva capilla y la remodelaci¨®n del edificio existente se iluminan con el fulgor ¨¢mbar y los reflejos cambiantes de la alberca con p¨¦talos del patio, un recinto de rigor y arrebato enclaustrado por celos¨ªas y vidrieras; y la cuadra de San Crist¨®bal, de 1967, un escenario horizontal de muros rosados, estanques verdes y fuentes anaranjadas para la coreograf¨ªa lenta de los caballos, que recrea en la periferia de M¨¦xico DF la arcadia infantil del rancho familiar donde el Barrag¨¢n jinete hab¨ªa experimentado la comuni¨®n con los potros y el paisaje.
Tanto en los fraccionamientos como en las construcciones, el arquitecto se beneficia del apoyo cordial de tres pupilas singulares: la del pintor tapat¨ªo Chucho Reyes, su amigo desde que ambos se instalan en la capital mexicana, y cuyos colores juguetones, exc¨¦ntricos y vern¨¢culos inspiran los tintes ins¨®litos de los muros de Barrag¨¢n; la del escultor de origen europeo Mathias Goeritz, su colaborador desde 1949 en numerosos proyectos, y del que acabar¨ªa alej¨¢ndose tras los conflictos de autor¨ªa que suscitan en 1957 las torres de Ciudad Sat¨¦lite, unos colosales hitos de geometr¨ªa afilada utilizados como reclamo de una urbanizaci¨®n; y la del fot¨®grafo paisajista Armando Salas Portugal, int¨¦rprete privilegiado de la obra de Barrag¨¢n desde que se conocieron en 1944 hasta la muerte del arquitecto en 1988, y sin cuyas im¨¢genes fascinantes ser¨ªa imposible explicar la popularidad internacional de Barrag¨¢n, que tuvo como hitos la colaboraci¨®n con Louis Kahn en el Salk Institute en 1965, la exposici¨®n organizada por Emilio Ambasz en el MoMA neoyorquino en 1976 y la concesi¨®n del Premio Pritzker a instancias de Philip Johnson en 1980.
Esta fama un¨¢nime, que en la ¨²ltima d¨¦cada ha dado lugar a un aluvi¨®n de publicaciones, a la adquisici¨®n de sus archivos por la firma de mobiliario Vitra, y a una exposici¨®n itinerante que pasea incansable por el mundo el evangelio barraganiano, ha producido tambi¨¦n una cierta fatiga ante la proliferaci¨®n de muros de colores y declaraciones en trance que incuba el germen de una reacci¨®n. Luis Barrag¨¢n podr¨ªa ser visto como un hacendado nost¨¢lgico del antiguo r¨¦gimen, de cultura superficial y escasas dotes de dibujante, que cae bajo el influjo del orientalismo ajado de un dise?ador de jardines de la belle ¨¦poque y se dedica a promover urbanizaciones para ricos y casas neocoloniales amuebladas con el gusto convencional de un decorador de cortijos y paradores de turismo. Y es cierto que la insufrible trivialidad de sus notas de lectura y sus apuntes interpretativos, la cursiler¨ªa m¨ªstica de sus interiores de luces doradas e indirectas, o la escenograf¨ªa folcl¨®rica de sus casas con tinajas, sillas de montar, ¨¢ngeles estofados, candelabros de forja y retablos ind¨ªgenas llegan a embotar la discriminaci¨®n cr¨ªtica, amenazando con ocultar el genio genuino del arquitecto bajo la barah¨²nda de la quincalla visual y literaria.
Al cabo, la trascendencia de
Barrag¨¢n seguramente hay que buscarla en su resistencia reticente ante la mecanizaci¨®n bulliciosa y acelerada del mundo contempor¨¢neo: no tanto en una supuesta y probablemente falaz fusi¨®n de modernidad y tradici¨®n, como en el cultivo voluptuoso de un ascetismo concupiscente y reflexivo que formula una enmienda a la totalidad del proyecto moderno. Pese a su esteticismo evanescente y a su espiritualismo vagamente metaf¨ªsico, en la figura espigada y se?orial de don Luis se advierte, como ha sabido subrayar el antrop¨®logo Alfonso Alfaro, una secreta fraternidad con el Pasolini consciente de que 'a las verdades ¨²ltimas se accede solamente a trav¨¦s de la pureza de los cuerpos y de los sentidos'. Ese mismo Barrag¨¢n es el que juzgaba un error haber sustituido 'el abrigo de los muros por la intemperie de los ventanales', y el que dedic¨® su trayecto vital a rectificar este extrav¨ªo moderno.
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