Chapado a la antigua
En los alrededores de los jardines del Luxembourg, en Par¨ªs, se da cita una gran acumulaci¨®n de escritores exiliados que han rehecho su vida al amparo de la hospitalidad de la cultura francesa. Se da, o m¨¢s bien se daba, pues ahora el precio del suelo es demasiado alto, y los escritores extranjeros que se instalaron all¨ª en las d¨¦cadas de los cincuenta, los sesenta, los setenta, se van muriendo. Los vivos, aunque hayan alcanzado fama y fortuna, siguen viviendo en las condiciones de austeridad que aprendieron cuando j¨®venes. De otra forma se sienten inc¨®modos. All¨ª Kadar¨¦ se encontraba con Cioran, con Ionesco, que han pasado ya a mejor vida. Con Kundera tuvo recientemente una charla sobre las especificidades de las distintas dictaduras comunistas, y el checo tuvo que admitir que la albanesa se llevaba la palma, y que comparado con Enver Hoxha, Clement Gottwald fue casi un beato. Aun as¨ª, quiso argumentar, con patriotismo inverso: '?A que en su pa¨ªs nunca estuvo prohibido darse los buenos d¨ªas?'. Y en seguida le explic¨®, supongo que con esa satisfacci¨®n rencorosa que a veces depara el espect¨¢culo de la estupidez humana, c¨®mo durante cuatro o cinco a?os en Checoslovaquia hubo que sustituir, so pena de multa, el saludo de 'buenos d¨ªas' por un '?gloria al trabajo!'.
En Checoslovaquia fue obligatorio sustituir el 'buenos d¨ªas' por un '?gloria al trabajo!'
?A qui¨¦n no le interesan las conductas desviadas, las personalidades retorcidas, las formas banales y grotescas del mal? Si nos sedujese el bien, seguramente las novelas policiacas, las noticias criminales y los libros sobre el Tercer Reich no los leer¨ªa nadie, y nadie mirar¨ªa la tele, porque todos estar¨ªamos leyendo apasionadamente la biograf¨ªa de la madre Teresa de Calcuta y las vidas ejemplares de los santos. Pero nos interesan los monstruos. Este es el argumento al que mentalmente recurr¨ª para permitirme preguntarle a Kadar¨¦ si hab¨ªa conocido a Enver Hoxha, el dictador de su pa¨ªs, y c¨®mo era...
(Kadar¨¦ estuvo 24 horas en Barcelon el mi¨¦rcoles pasado para presentar su ¨²ltimo libro, Fr¨ªas flores de marzo, en el Centro de Cultura Contempor¨¢nea, donde permanece abierta al p¨²blico la exposici¨®n Tirania, que recrea la capital albanesa durante el comunismo. Esta es la segunda novela que el autor ambienta en la transici¨®n, en los a?os finales de la d¨¦cada pasada, y a los que, como en todas las dem¨¢s, llega como elemento fatal la influencia del pasado, de una historia rica en atrocidades. En su conferencia, Kadar¨¦ expuso algunas paradojas de la dictadura albanesa, como por ejemplo que los libros de Sartre estuvieran prohibidos -por pr¨®ximo a la URSS-, pero no los de Drieu La Rochelle. O que la libertad pol¨ªtica de la que disfruta desde 1990 no le ha hecho m¨¢s libre como escritor: al fin y al cabo, si la libertad pol¨ªtica fuese decisiva para la literatura, ¨¦sta apenas existir¨ªa, ya que, salvo lapsos excepcionales, lo que ha regido al mundo es la opresi¨®n. Como ejemplo puso la ¨¦poca y la obra de Cervantes).
'S¨®lo una vez habl¨¦ con Hoxha', me contest¨® Kadar¨¦. 'A aquel asesino le gustaba llorar en los m¨ªtines multitudinarios, y en privado d¨¢rselas de culto e ilustrado, salpicar su conversaci¨®n con dichos de los moralistas franceses. Yo hab¨ªa pedido permiso para consultar documentos secretos relativos a la ruptura con la URSS. Como usted recordar¨¢, aquella ruptura traum¨¢tica, que ven¨ªa despu¨¦s de la de la Yugoslavia de Tito, persegu¨ªa el objetivo de que Occidente se volcase con Albania pero, eso s¨ª, respetando el car¨¢cter personal del r¨¦gimen, la dictadura de Hoxha. Pero la maniobra sali¨® mal, Europa nos ignor¨® y hubo que buscar otro valedor, y lo encontramos nada menos que en la China de Mao... El caso es que Hoxha me llam¨® a su casa para hablar del asunto. De pronto abandon¨® la sala donde est¨¢bamos conversando; yo no las ten¨ªa todas conmigo, pero regres¨® en seguida con las obras completas de Balzac, que me regal¨®. 'Por favor', me dijo, 'no crea que quiero influir en su estilo; usted escriba como le parezca, lo que pasa es que yo soy un hombre de gustos cl¨¢sicos, un poco chapado a la antigua...'.
Kadar¨¦ r¨ªe poco. Se lamenta de su edad, que le ha hecho 'perezoso, ego¨ªsta, desinteresado'. De su fama, que hace que le tengan por rico e influyente. Todo compatriota que llega a Par¨ªs le telefonea. Le merodean los aprendices de escritor. Es muy popular en las c¨¢rceles francesas, de las que contribuy¨® 'con mil trabajos, y porque en efecto era v¨ªctima de un error judicial', a liberar a un preso; desde entonces recibe una copiosa y desalentadora correspondencia con remite presidiario. 'Entre unos y otros, ya ve el resultado; no puedo escribir m¨¢s de un folio al d¨ªa'. S¨®lo le vi entusiasmado un momento: cuando hablaba del art¨ªculo que le dedica Julien Gracq, el cl¨¢sico vivo, nonagenario, retirado de casi todo, incluida la escritura, en cierta revista de no s¨¦ qu¨¦ organizaci¨®n juvenil.
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