'Moss¨¨n Jacinto'
El A?o Gaud¨ª (150? aniversario de su nacimiento) amenaza con oscurecer el A?o Verdaguer (centenario de su muerte). La popularidad internacional del arquitecto es superior a la del poeta, pero la trascendencia de ambos en la cultura catalana tiene un calibre parecido. Los dos act¨²an en una misma contradicci¨®n: viven sin reparos a sueldo de la aristocracia m¨¢s conservadora y culturalmente m¨¢s reaccionaria, pero en sus respectivos campos abren las v¨ªas de la modernidad. El subvencionador de Verdaguer fue el segundo marqu¨¦s de Comillas (en proceso de beatificaci¨®n) y su cu?ado, el conde de G¨¹ell, fue el cliente de Gaud¨ª (proceso de beatificaci¨®n anunciado). No es de extra?ar que esta contradicci¨®n, en el caso de Verdaguer, provocara al final una ruptura y un esc¨¢ndalo que conmovi¨® a la opini¨®n p¨²blica de Catalu?a.
El Ayuntamiento de Barcelona deber¨ªa suprimir la 'o' de Jacinto en el monumento de la Diagonal para devolver a Verdaguer el signo de su catalanidad
El Museo de Historia de la Ciudad ha tenido el acierto de dedicar una exposici¨®n a ambos artistas que, a pesar de las incomodidades y de ciertas incongruencias, intenta explicar el ambiente de la ¨¦poca y, quiz¨¢ sin propon¨¦rselo, el com¨²n tono de religiosidad pedante de esos beatos alienados. Hasta ahora el homenaje verdagueriano m¨¢s consistente ha sido la reedici¨®n de los art¨ªculos period¨ªsticos En defensa propia (L'Ull de Vidre. Tusquets) publicados en 1895 para denunciar las agresiones del marqu¨¦s, la persecuci¨®n de las autoridades eclesi¨¢sticas y reclamar la permanencia sacerdotal y la subsistencia econ¨®mica. Estos art¨ªculos, publicados en la prensa progresista de la ¨¦poca, fueron el punto ¨¢lgido de aquella explosi¨®n p¨²blica. Hace pocos d¨ªas la interpretaba Maria del Mar Arn¨²s en el peri¨®dico Avui, casi en t¨¦rminos de recuerdos familiares. Hay suficientes textos -incluso novelas como El moss¨¨n (1987), de Isabel Clara Sim¨®- que permiten evitar ahora una referencia descriptiva. Lo que sobresale es la sordidez de unas clases sociales sumergidas en un paternalismo que disimula pasiones inconfesables y orgullos insatisfechos, la falta de entereza espiritual de la Iglesia representada por el obispo Morgades y sus sat¨¦lites oficiales y oficiosos, el funambulismo de los pol¨ªticos y los intelectuales, los equ¨ªvocos seudoespiriturales de los pobres marginados que hab¨ªa que apartar de la revoluci¨®n con caridad y con aparatosos exorcismos, pero tambi¨¦n sobresale el car¨¢cter agresivo del mos¨¦n, en los l¨ªmites del desequilibrio psicol¨®gico.
Pero lo m¨¢s importante de este texto es su car¨¢cter y su calidad literaria. Seguramente es uno de los primeros textos modernos de la literatura catalana y, sobre todo, un ins¨®lito modelo period¨ªstico y pol¨ªtico, casi no superado en la evoluci¨®n de estos g¨¦neros. Narc¨ªs Garolera, en el pr¨®logo de esta edici¨®n, analiza el estilo period¨ªstico, propagand¨ªstico y hasta mitinesco de los art¨ªculos, anticipadores de la prensa moderna m¨¢s agresiva. Uno de los instrumentos m¨¢s persuasivos -y a la vez m¨¢s provocadores por el mismo desconcierto que provoca- es la mezcla de dos tonos contrapuestos. Despu¨¦s de la advocaci¨®n a 'Jes¨²s, Maria i Josep' y de presumir de 'pobre sacerdot', puede pasar directamente a insultar al 'Senyor Marqu¨¨s' y reclamarle que pague urgentemente las deudas contra¨ªdas con espiritualizadas compras inmobiliarias. Despu¨¦s de compararse con Cristo en la subida al Calvario, no duda en insultar al obispo Morgades, al can¨®nigo Collell, a su primo Verdaguer i Callis -protector y promotor del joven Camb¨®- y defender su desobediencia eclesi¨¢stica como una obediencia revolucionaria a Dios. Despu¨¦s de exagerar su santa humildad, reclama la adhesi¨®n de todo el pueblo a su causa y el reconocimiento de su alta jerarqu¨ªa p¨²blica. No duda en utilizar instrumentos demag¨®gicos contra la autoridad del marqu¨¦s y del obispo para sublevar al pueblo, un pueblo humillado por la autoridad del dinero y de la Iglesia, pero al que hab¨ªa que salvar del desorden del anarquismo y de la violencia de las bombas con abrazos paternalistas y con exorcismos. Nunca se hab¨ªa utilizado el catal¨¢n en t¨¦rminos tan violentos y con estructuras literarias tan convincentes, tan anticipadoras del debate pol¨ªtico como manifiesto revolucionario.
Como suele suceder en Catalu?a, el conflicto termin¨® en Madrid. Los padres agustinos de El Escorial convencieron a Verdaguer para que se retractase y volviese a la obediencia del obispo de Vic que le hab¨ªa suspendido a divinis. Morgades le devolvi¨® las licencias y se acabaron los discursos acusadores, pla?ideros y reivindicativos del poeta. A los cuatro a?os, su entierro hab¨ªa de ser una nueva manifestaci¨®n popular que exteriorizaba otra vez -como dijo Josep Maria de Sagarra- que 'davant de moss¨¨n Cinto hi havia un plet de dretes i esquerres'.
Despu¨¦s de muerto, Verdaguer seguir¨¢ siendo un punto de contradicci¨®n. En 1913 se convoca un concurso para erigir un monumento en el cruce de la Diagonal y el paseo de Gr¨¤cia que ganan el arquitecto J. M. Pericas y el escultor Borrell Nicolau. Se coloca la primera piedra en 1914, pero el monumento no se termina hasta 1924. Es inaugurado por Alfonso XIII y el dictador Primo de Rivera, que aprovechan demag¨®gicamente el homenaje para absorber el prestigio popular de Verdaguer en su escaparate de falsedades pol¨ªticas. La izquierda y el catalanismo se desentienden o protestan. En la columna del monumento, con letras y guirnalda de estilo muniqu¨¦s, se lee la inscripci¨®n: 'A Moss¨¨n Jacinto Verdaguer'. Lo de 'Jacinto' es el ¨²ltimo testimonio del doble juego de Primo de Rivera. O 'Jacint' o 'Cinto', pero nunca 'Jacinto'. En ocasi¨®n de las conmemoraciones de este a?o, el Ayuntamiento podr¨ªa hacer un gesto elegante y conciliador: suprimir la 'o' final de Jacinto y devolver al poeta el signo de su catalanidad incontrovertida, superadas las batallas, las demagogias y los equ¨ªvocos entre paternalismo y revoluci¨®n.
Oriol Bohigas es arquitecto
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