Tres bellezas toscanas

La Toscana italiana es un lugar del mundo donde resulta f¨¢cil deshilvanar la malla son¨¢mbula y quebradiza que separa a veces el sue?o de la realidad. Karl Philipp Moritz, que morir¨ªa en 1793 tras una vida dedicada en su mayor parte a vagabundear, exalt¨® en la novela Anton Reiser un modo especial de viajar que no fuese ni formativo ni ¨²til, sino estimulador de la fantas¨ªa y la confusi¨®n, que son siempre elementos m¨¢s reveladores para el viajero y que por lo com¨²n arrojan una nueva profundidad sobre el paisaje nunca antes visto y, sin embargo, aparentemente conocido, reconocido de alguna manera imprecisa, a menudo incitante.

?sa parece ser una buena actitud para recorrer esta tierra llena de pueblos y rincones bautizados con nombres que bastan ser pronunciados para que se quede pegado a la lengua un poco de la extra?a forma de magia que contienen y que da luz a su antiguo misterio.

Bajando hacia el suroeste desde San Gimignano, equidistante entre Siena y el mar, se encuentra Volterra, m¨¢s combativa que su peque?a vecina y con un pasado mucho m¨¢s poderoso

Desde el Abismo de los Barrancos, en Volterra, puede contemplarse un panorama soberbio de colinas verdeazuladas, perezosamente ondulantes, que se juntan con el cielo

Massa Marittima, en cuyas calles casi se puede respirar el olor del mar, cuenta con fortalezas y con elegantes palacios, entre ellos, el t¨ªpico, pero nunca t¨®pico, palacio Comunal

San Gimignano, por ejemplo, es una poblaci¨®n peque?a que, vista con cierta perspectiva, crea la ilusi¨®n de incontables puntos de fuga confluyendo en los ¨¢ngulos de sus edificios nobles, de sus torres que se levantan hacia el cielo como los fornidos troncos minerales de unas plantas gigantes e ilusorias, vigilantes. Sus casas, arracimadas unas junto a las otras, como suspendidas en una suerte de espejismo vaporoso, de color p¨¦treo, ofrecen la impresi¨®n de un profundo recogimiento, de la conciencia inanimada de cierta vieja dignidad arquitect¨®nica. Fue un n¨²cleo urbano importante en la Edad Media -y de esa ¨¦poca hablan sus m¨¢s valiosos monumentos-, cuando la principal carretera que un¨ªa Italia con el resto de Europa, la v¨ªa Francigena, le aport¨® una prosperidad constantemente supeditada a la de su vecina Florencia -m¨¢s importante que ella y con la que fue solidaria- y a la de Siena.

La mayor parte de su riqueza art¨ªstica se halla concentrada en dos plazas, la de la Cisterna y la de la Catedral. La primera de ellas se llama as¨ª por una cisterna del siglo XIII, ideada como reserva de agua, que se levanta en el centro de un espacio repleto de edificios medievales, como el palacio Tortolini Treccani, del siglo XIV; el palacio Cortesi, o la Casa Salvestrini y la Casa Arazzi, del XIII, enmarcados a su vez por una serie de torres (las torres G¨¹elfas Gemelas y la torre del Diablo). La disposici¨®n del conjunto es tan rozagante y atrayente, con su gr¨¢vida superposici¨®n de colores marrones, cenizas y tostados, de esquinas y de arcos, de ajimeces y sombras doradas, que hasta la abundancia de piedra resulta aqu¨ª luminosa.

La plaza de la Catedral tambi¨¦n cuenta con sus propios palacios y torres: el palacio de la Podest¨¢ -y sus frescos ocultos tras los profundos muros-, frente a la colegiata y su hermosa fachada de ladrillo y piedra, con un interior rom¨¢nico rematado en unas magn¨ªficas b¨®vedas de crucer¨ªa. O el palacio Comunal, en cuya portada pueden admirarse los numerosos blasones de algunos magistrados medievales. Todo ello coronado por la torre de la Rognosa, que reina desde sus 51 metros de altura sobre la magnificencia del entorno.

San Gimignano es peque?o, pero al recorrerlo, el visitante descubre un po¨¦tico ardor, una intensidad muy placentera en el paseo por sus calles. ?sta es una ciudad que se deja contemplar limpiamente, como un objeto puro y real dentro de un sue?o al que la mirada del viajero es incapaz de turbar.

Volterra

Bajando hacia el suroeste desde San Gimignano, equidistante entre Siena y el mar, se encuentra Volterra, m¨¢s combativa que su peque?a vecina y con un pasado mucho m¨¢s poderoso y pendenciero, cuyos or¨ªgenes se remontan a la Edad del Hierro; fue durante mucho tiempo una de las m¨¢s pujantes lucumon¨ªas de Etruria (en el siglo III antes de Cristo contaba con unos 25.000 habitantes) y la ¨²ltima en rendirse ante el Imperio Romano, a quien plant¨® cara, como despu¨¦s har¨ªa con sus vecinas Florencia, Siena y la propia San Gimignano.

En Volterra hay ruinas etruscas, museos y pinacotecas, y espl¨¦ndidos palacios, como el de los Priores, insertado en una plaza rebosante de ellos; o un precioso baptisterio rom¨¢nico del siglo XIII, de planta octogonal, cuyo portal est¨¢ esculpido con suntuosas cabezas. Enfrente de ¨¦l se levanta la catedral, de fachada sencilla, pero enriquecida con un fin¨ªsimo portal de m¨¢rmol, que alberga un interior en el que el techo artesonado es la pieza maestra. Tambi¨¦n existe un teatro romano que conserva en condiciones m¨¢s que aceptables parte del escenario, la c¨¢vea y el p¨®rtico.

Pero quiz¨¢ lo m¨¢s interesante del sitio se encuentra en ese af¨¢n defensivo, a la vez que beligerante, como no pod¨ªa ser de otra manera, que tiene la ciudad; por ello, la impresi¨®n que ofrece Volterra al viajero es la de un lugar de fortines y alcazabas, de barbacanas y muros. Y de barrancos abismales que se han tragado, en sucesivos desprendimientos del terreno, los restos de murallas etruscas y otros antiguos edificios. Precisamente desde el llamado Abismo de los Barrancos -harto voraz e insaciable en cuesti¨®n de murallas- puede contemplarse un panorama soberbio de colinas verdeazuladas, perezosamente ondulantes, que se juntan con el cielo perfilado en el horizonte y por un momento aparentan formar parte natural de ¨¦l. El paisaje aqu¨ª es algo m¨¢s que paisaje. Y es como si el entorno, codicioso de s¨ª mismo, se hubiese empe?ado en engullir las atrabiliarias fortalezas que entorpec¨ªan la libre contemplaci¨®n de su belleza. A pesar de no hallarse en la cima de una alta monta?a, el viajero puede sentir, contemplando la campi?a toscana desde el Abismo de los Barrancos, que ante la tierra todos somos iguales, que apenas somos nada y que por eso aqu¨ª no hay murallas que no pueda devorar el paisaje.

Massa Marittima

Para llegar a Massa Marittima desde Volterra es posible hacerlo yendo hasta Siena, despu¨¦s bajando hasta Rosia, o Bonconvento, y luego encamin¨¢ndose hasta Montalcino (famoso por su vino Brunello), Paganico, Roselle (que tiene m¨¢s de tres kil¨®metros de murallas romanas, conservadas inesperadamente intactas desde el siglo VI antes de Cristo hasta hoy)... para volver a subir un poco y alcanzar al fin esta villa, nuestro ¨²ltimo pueblo toscano.

Asimismo se puede hacer un trayecto opuesto, dirigi¨¦ndose desde Volterra hasta el mar, hasta Marina de Cecina, y recorriendo despu¨¦s la costa por la v¨ªa Aurelia, atravesando deliciosos pueblecitos frente a la isla de Elba y el golfo de Baratti (aqu¨ª las aguas, algunos d¨ªas, parecen espejos), para m¨¢s tarde volver a remontar la Toscana desde Follonica (con sus balnearios y sus playas de fondo arbolado), hasta concluir el viaje en Massa Marittima.

?ste es un precioso pueblo toscano, como la mayor¨ªa de los pueblos toscanos, porque decir que lo son todos quiz¨¢ pueda parecer excesivo. Est¨¢ apaciblemente varado sobre una colina desde la que se domina todo un valle de reflejos lujuriantes en el que la tenacidad de los colores verdes y amarillos consigue un mosaico de grandiosa irisaci¨®n.

Massa Marittima, de probable origen etrusco, tambi¨¦n cuenta con fortalezas -por ejemplo, la de los Seneses, del siglo XIV-, con elegantes palacios rom¨¢nicos de travertino, entre ellos el t¨ªpico, pero nunca t¨®pico, palacio Comunal; una catedral en el centro urbano, y museos (es digno de visitar el Museo Arqueol¨®gico, donde pueden verse curiosidades mobiliarias de tumbas etruscas).

Y as¨ª, paseando por las viejas calles de Massa Marittima, desde las que casi se puede respirar el olor del mar, termina nuestro viaje, aunque ponerle fin a un periplo por tierras toscanas s¨®lo signifique que no tenemos m¨¢s tiempo para continuar, que hay que dar por concluidas nuestras andanzas entre el ensue?o y la vigilia, entre la imaginaci¨®n y la fuerza de la mirada gratamente sorprendida del viajero sobre un escenario que, a pesar de su calma aparente, un d¨ªa les prest¨® sus umbrales a las grandes historias de antiguos imperios, con sus gestas de muerte, de arte, de perd¨®n y de traici¨®n.

La belleza siempre nos protege de la persuasi¨®n del vac¨ªo, y la Toscana es una regi¨®n tan pl¨¢cida y refinada que incluso puede ser un ant¨ªdoto contra las depresiones primaverales o, por qu¨¦ no, contra la sencilla monoton¨ªa del resto del a?o. Resulta cara, desde luego, pero si pueden permitirse el lujo, h¨¢ganme caso: no se la pierdan. Les har¨¢ so?ar.