'Hay subproductos period¨ªsticos que fabrican la realidad'
Un magnetof¨®n y dos horas por delante, en el estudio, abarrotado de libros, del profesor Gubern. El periodismo y su crisis, como asunto general. Y algunos casos especialmente flagrantes de la actualidad.
Arcadi Espada. Podr¨ªamos comenzar por el asunto de la suplantaci¨®n. Hay ejemplos recientes. Una periodista se disfraza de miss para desvelar las supuestas irregularidades de los concursos, otro se convierte en padre de un alumno de un colegio de Oxford para demostrar, supuestamente, que tambi¨¦n en Oxford se pueden comprar t¨ªtulos. La suplantaci¨®n forma parte de una cierta tradici¨®n period¨ªstica, con ejemplos en su momento de mucha moda, como el de Gunter Wallraff, que igual se disfrazaba de emigrante turco que de redactor del Bild. Pero a m¨ª me parece que, tanto en los ejemplos digamos m¨¢s nobles como en los m¨¢s fr¨ªvolos, esos m¨¦todos incumplen la primera regla del oficio: el periodismo relata hechos, y no ficciones. El periodista disfrazado me parece el recurso a una ficci¨®n intolerable, una manera de construir una realidad, es decir, de elaborar una ficci¨®n. La ¨²nica conclusi¨®n que se puede sacar de estos experimentos es que un periodista falsificado ha logrado enga?ar a sus interlocutores. Generalizar o metaforizar es un procedimiento siempre discutible trat¨¢ndose del periodismo. Pero generalizar a partir de una falsedad, no s¨¦, ya me parece demasiado.
A. E.: 'La renuncia de los periodistas al hecho es grave. Cerramos ¨¦pocas, convertimos hechos en hist¨®ricos, damos instrucciones a los Gobiernos...'
R. G.: 'Cuando hablamos de la intervenci¨®n espectacular del periodista en la realidad, alter¨¢ndola, cre¨¢ndola, se convierte en noticia lo que no habr¨ªa de serlo'
R. G.: 'En Internet vale igual el 'paper' de un profesor de Harvard que las elucubraciones de cualquier 'chalao'. Pero, claro, la cuesti¨®n es c¨®mo discriminar'
A. E.: 'Esto que hacemos los periodistas de colocar verdades y mentiras al mismo nivel, esto es tambi¨¦n Internet, y esto deber¨ªa ser la ant¨ªtesis del periodismo'
Rom¨¢n Gubern. Es sabido que los medios no s¨®lo reflejan, sino que tambi¨¦n incitan. Est¨¢ el ejemplo cl¨¢sico del partido de f¨²tbol y la aparici¨®n de la pancarta Freedom for Catalonia o cualquiera de ese g¨¦nero. El periodista no es un agente pasivo. Incluso en su vocaci¨®n de pasividad, de neutralidad, se convierte, aunque s¨®lo sea por su capacidad amplificadora, en un agente que contribuye a dise?ar la realidad. Esta caracter¨ªstica del oficio se convierte en campo abonado para todo tipo de listillos y hasta de chorizos. Hace unos a?os se elabor¨® en la RAI un programa televisivo que demostraba que el refer¨¦ndum sobre la Rep¨²blica en la Italia de posguerra se hab¨ªa falsificado. As¨ª se fabric¨® una pel¨ªcula, en blanco y negro, un poco movida, filmada en 16 mil¨ªmetros, en la que aparec¨ªan diversas autoridades dando el pucherazo. El enga?o dur¨® unas pocas horas, pero qu¨¦ duda cabe que hizo su efecto sobre la conciencia colectiva italiana. Y te dir¨¦ m¨¢s: cuando este asunto lleg¨® a mi facultad de periodismo, muchos alumnos aplaudieron a este sujeto. En parte, porque encarnaba el h¨¦roe period¨ªstico: el periodista que interviene en la realidad y la somete, que es en el fondo con lo que todos sue?an. Yo creo que el periodismo bastardo est¨¢ enfeudado, sobre todo, en el narcisismo.
A. E. Otro asunto distinto de la suplantaci¨®n es que el periodista coloque c¨¢maras o micr¨®fonos ocultos...
R. G. Es distinto, en efecto, porque la c¨¢mara registra sin intervenir en la realidad. El hecho se produce sin condicionamientos, como ocurri¨® venturosamente el 23-F.
A. E. Claro, es lo que acaba de suceder con el ya c¨¦lebre '?Vaya co?azo [de discurso] que les he soltado!' del presidente Aznar. La decisi¨®n de incluir o no las informaciones obtenidas de este modo deben ajustarse al C¨®digo Penal o a la ¨¦tica de cada cual. Pero, seg¨²n yo lo veo, no afectan a la c¨¦lula b¨¢sica del periodismo, es decir, al hecho.
R. G. Aludiendo a los m¨¦todos ileg¨ªtimos de obtenci¨®n de la informaci¨®n, me pregunto hasta d¨®nde el inter¨¦s de la informaci¨®n justifica su uso. Es decir, ?el inter¨¦s p¨²blico de una informaci¨®n justificar¨ªa el uso de medios ileg¨ªtimos? Es decir, ?hasta qu¨¦ punto hay que seguir la vieja m¨¢xima ¨¦tica de que el fin no justifica los medios? ?A ti qu¨¦ te parece?
A. E. El problema es qui¨¦n determina el inter¨¦s p¨²blico. Me parece que al final el inter¨¦s p¨²blico de una informaci¨®n lo determina el que la tiene. Si la ley no justifica o concreta el radio de acci¨®n ¨¦tica, al final la decisi¨®n es del que posee la informaci¨®n. Todo lo dem¨¢s son vaguedades. Una de las caracter¨ªsticas del discurso period¨ªstico es que siempre perjudica a alguien. Hablar entonces de un inter¨¦s p¨²blico objetivable, consensuado, humm...
R. G. Mira, en una de mis estancias en Am¨¦rica, en 1971, se produjo el famoso esc¨¢ndalo de los papeles del Pent¨¢gono. Era evidente que los periodistas del The New York Times hab¨ªan obtenido muchas de sus informaciones con malas artes. El caso lleg¨® al Supremo. Y el tribunal sentenci¨® que en este caso el inter¨¦s p¨²blico hac¨ªa que el derecho a la informaci¨®n estuviera por encima del uso de posibles medios ileg¨ªtimos. Aqu¨ª el inter¨¦s p¨²blico tuvo que fijarlo el alto tribunal. Pero, desde luego, en su consideraci¨®n inicial no depende m¨¢s que de criterios ¨¦ticos, de los valores morales del periodista y de su peri¨®dico. Nada lo reemplaza. Entre otras cosas, porque tampoco los tribunales tienen criterios fijos sobre la cuesti¨®n.
A. E. Es que no creo que puedan tenerlos.
R. G. De acuerdo. Cuando habl¨¢bamos de la intervenci¨®n espectacular del periodista en la realidad, alter¨¢ndola, cre¨¢ndola, se produce un fen¨®meno que me parece importante: y es que se convierte en noticia lo que no habr¨ªa de serlo. Quiero decir que la espectacularidad del m¨¦todo contribuye a alterar la jerarqu¨ªa de lo noticioso. Es m¨¢s noticia simplemente por c¨®mo se ha obtenido, aunque el contenido sea el mismo.
A. E. Los subproductos period¨ªsticos basados en la construcci¨®n de la realidad me parece que tienen bastante que ver con cierta frivolidad intelectual vinculada a la desvalorizaci¨®n del hecho. El posmodernismo que insiste en que los hechos no son nada m¨¢s que construcciones ling¨¹¨ªsticas, que dictamina que entre realidad y ficci¨®n s¨®lo hay convenciones, ?que cree que realidad y ficci¨®n son g¨¦neros y que como tales pueden mezclarse sin problemas!... En fin, ese tipo de discurso que llega al periodista ya muy regurgitado, creo que ha tenido consecuencias fatales. La renuncia de los periodistas al hecho es grave. Estamos todo el d¨ªa haciendo met¨¢foras, cerrando ¨¦pocas, convirtiendo hechos en hist¨®ricos, sacando conclusiones, dando instrucciones a los Gobiernos... Ante este panorama de descr¨¦dito del hecho qu¨¦ m¨¢s da que el hecho se produzca o se construya. Qu¨¦ m¨¢s da, si la naturaleza del hecho es tan incierta y tan poco prestigiosa.
R. G. Yo creo que hay una correspondencia entre la frivolidad medi¨¢tica y la irresponsabilidad intelectual. ?Y no sabr¨ªa decir muy bien cu¨¢l ha influido m¨¢s en la otra! Lo cierto es que la televisi¨®n, que es el medio m¨¢s extenso (no el m¨¢s influyente), est¨¢ programada en todo el mundo para satisfacer al ciudadano que llega cansado a casa, cena, se echa sobre el sof¨¢ y s¨®lo quiere chicle para los ojos. Y al que ahora acaban de darle Operaci¨®n Triunfo como antes le dieron Gran Hermano.
A. E. Que vuelve.
R. G. Que vuelve, en efecto. Hace poco uno del business me dec¨ªa que Gran Hermano es el ¨²nico formato que Europa ha conseguido vender a Estados Unidos. O sea, que podemos estar orgullosos de esa pica en Flandes. En fin, dinero... Dinero. Pecunia non olet. El dinero no huele. Gran Hermano era la exhibici¨®n descarada de un contrato impl¨ªcito que est¨¢ en muchas otras zonas de los medios: yo vendo mi intimidad a cambio de dinero.
A. E. M¨¢s que mi intimidad, una intimidad, otra vez, construida.
R. G. S¨ª, claro, as¨ª hay que hablar claramente de construcci¨®n. Gran Hermano ha legitimado el ojo de la cerradura. Es el producto m¨¢s avanzado de la sociedad voyeur, que me parece un t¨¦rmino m¨¢s adecuado que la sociedad del espect¨¢culo, sobre la que teorizara Guy Debord. Rescata, vulgariz¨¢ndolo y degrad¨¢ndolo, claro est¨¢, el viejo estilo de los tiempos muertos de Antonioni, de La aventura o de La noche, que tanto admir¨¢bamos. ?Jeanne Moreau paseando por las calles de Mil¨¢n, mirando el cielo! Bueno, de pronto, docenas de Moreau de pacotilla, envueltas en sus tiempos muertos, regresan. He le¨ªdo por ah¨ª que el inter¨¦s de la gente sobre Gran Hermano no era tanto los culos propiamente dichos como la g¨¦nesis de los deseos. Me parece muy bien visto
A. E. No me extra?a. Lo mejor de una pel¨ªcula pornogr¨¢fica es cuando todav¨ªa van vestidos y est¨¢n llegando al chalet.
R. G. Los culos est¨¢n ya muy vistos. Como medi¨®logo, lo que estuve esperando con gran inter¨¦s es que anunciaran una segunda parte de Gran Hermano, titulada algo as¨ª como Lo que usted no vio en Gran Hermano. Y no apareci¨®.
A. E. Pero f¨ªjate que eso ser¨ªa tan fant¨¢stico como inacabable. Porque despu¨¦s de ese Lo que no vio... pod¨ªa venir otro, y otro. Lo que llama la atenci¨®n, cuando comparas Gran Hermano con Operaci¨®n Triunfo, es el distinto tratamiento que uno y otro programa han recibido en los peri¨®dicos. La amplificaci¨®n que se le ha dado a este merengue, la unanimidad sentimental que ha concitado, ?la legitimidad moral, incluso...! Yo, para academias, prefer¨ªa la de Cesta y puntos, del se?or Daniel Vindel, que al menos aprend¨ªas lat¨ªn... y algo de gram¨¢tica parda.
R. G. Hay una diferencia entre los dos, bastante importante, y que explica la unanimidad sobre Operaci¨®n Triunfo, un producto al fin y al cabo moralizante: se trata de la competitividad de h¨¦roes locales. La granadina, el de Cantabria, el de Alicante... Lo mismo pasa con el f¨²tbol. Los h¨¦roes locales. Hasta el punto de que hubo un concejal de Granada que cuando gan¨® Rosa L¨®pez dijo que era un triunfo de la clase obrera.
A. E. Es verdad. En Gran Hermano no hab¨ªa patriotas. S¨®lo apestados.
R. G. Claro, es lo del f¨²tbol, lo de las autonom¨ªas, y tantas cosas m¨¢s... dichosas de este pa¨ªs. Uno de los dramas de la competencia televisiva es que se compite por abajo y no por arriba. Que no se compite por la excelsitud, sino por la banalidad. Hasta el punto de que la actividad de las privadas ha acabado arrastrando a las p¨²blicas, y no s¨®lo en Espa?a, pues esto empez¨® con el duopolio en Italia.
A. E. Y a los propios peri¨®dicos.
R. G. Eso quiz¨¢ sea lo peor.
A. E. Yo creo que los peri¨®dicos, hablando en general, no han encontrado a¨²n la manera de hablar de la televisi¨®n. Umberto Eco dec¨ªa que los peri¨®dicos, respecto a la televisi¨®n, se comportan como un cami¨®n de mudanzas que se desplazara con el nombre de su m¨¢ximo competidor pintado en el remolque. Los peri¨®dicos legitiman demasiadas veces los productos televisivos. Les proporcionan una especie de amplificador cualitativo. Seguramente es cierto que los diarios han de hablar de la televisi¨®n porque forma parte de la realidad, pero no de esta manera acr¨ªtica, meramente colorista con que muchas veces lo hacen.
R. G. Tanto en Europa como en Am¨¦rica hay un seguidismo de la televisi¨®n por parte de los diarios. Desde el punto de vista de la maqueta, s¨®lo hay que ver c¨®mo ha influido la televisi¨®n en los despliegues infogr¨¢ficos de los diarios. Y desde el punto de vista de los contenidos, igualmente: el deporte, la informaci¨®n de sucesos.... A veces se hace esa pregunta tan poco ret¨®rica de si la televisi¨®n es un p¨²lpito o una ventana. Yo creo que est¨¢ claro: la televisi¨®n es un p¨²lpito que simula ser ventana. La relaci¨®n entre la imagen y el texto siempre ha sido dial¨¦ctica, necesaria. Susan Sontag dec¨ªa que el gulag nos ha parecido m¨¢s fantasmal que el holocausto o que la guerra de Vietnam porque de ¨¦l no ha habido fotos...
A. E. Es probable, aunque quiz¨¢ hay algunas razones, pol¨ªticas y culturales, para a?adir a esta desigualdad. No siempre son necesarios los cad¨¢veres. Mira los atentados del 11 de septiembre. No hemos visto un solo cad¨¢ver.
R. G. Bueno, ah¨ª hubo una estrategia de autocensura, de consenso medi¨¢tico en el que lo principal era el servicio a una determinada moral p¨²blica, patri¨®tica.
A. E. Puede que fuera as¨ª. Todo el mundo alude a ese pacto, t¨¢cito o no, pero no he visto que nadie lo explicara con detalle. A lo mejor ese pacto ten¨ªa otro tipo de razones. M¨¢s comerciales. Desde luego, el share no habr¨ªa resistido la exhibici¨®n de los muertos. T¨² puedes proyectar mil veces la imagen de los aviones estrell¨¢ndose contra las Torres Gemelas, y est¨¢s obligado a repetirla dada la magnitud del hecho, pero no podr¨ªas hacer lo mismo con los cad¨¢veres. La televisi¨®n necesita eso que llaman im¨¢genes de recursos, y dif¨ªcilmente los cad¨¢veres podr¨ªan haber cumplido esa funci¨®n.
R. G. Es verdad. Nunca hab¨ªa sucedido nada semejante. La realidad imitando al cine de Hollywood, como quer¨ªa Wilde.
A. E. Los cad¨¢veres son un asunto recurrente en el periodismo. Jam¨¢s he entendido a los que dicen: 'No, no mostremos los cad¨¢veres, que excitaremos los sentimientos morbosos'. ?De qu¨¦ est¨¢n hablando? A veces me parecen que s¨®lo hablan de sus sentimientos, tan raros. No creo que el periodismo trabaje para un tanto por ciento ¨ªnfimo de enfermos. Con el hecho de no mostrar cad¨¢veres despu¨¦s de un acto terrorista pasa algo muy significativo. El terrorista trabaja con objetivos simb¨®licos: no mata hombres, sino uniformes, para simplificar. Cuando no se muestran cad¨¢veres, cuando se le distrae a la sociedad el horror del hecho, se acaba adoptando la l¨®gica terrorista.
R. G. En el caso de Espa?a, me preocupa que el terrorismo, que es tan cotidiano, se vaya devaluando en la sensibilidad de las gentes. Un muerto m¨¢s. El terrorismo se ha convertido en rutina y esto favorece a los terroristas. En Irlanda, hace a?os, hubo un gran debate sobre el silenciamiento de los actos terroristas. Meses atr¨¢s me preguntaron en televisi¨®n si hab¨ªa que silenciar o censurar la informaci¨®n terrorista. Yo dije que no, porque, entre otras cosas, con la censura se sabe c¨®mo empieza y no c¨®mo acaba.
A. E. A los que defienden, o defend¨ªan, el silenciamiento del terrorismo los emplazar¨ªa al 11-S. ?Por qu¨¦ no lo silenciaron? ?Por qu¨¦ era demasiado grande? Basta preguntarse esto para ver el absurdo de este punto de vista.
R. G. Yo no defiendo el silenciamiento del terrorismo. S¨®lo constato la erosi¨®n de la sensibilidad emocional del p¨²blico, por el hecho repetido.
A. E. No creo que haya m¨¢s soluci¨®n que repetir exactamente las mismas palabras de condena, eso que parece tan ret¨®rico y tan tedioso. Ellos tienen menos problemas de tedio a la hora de repetir los disparos. No hay otra posibilidad
R. G. No hay otra posibilidad porque el terrorismo se ha convertido en el modus vivendi de un grupo de mafiosos. No saben hacer nada m¨¢s que matar. Viven de la muerte.
A. E. Quer¨ªa hablar tambi¨¦n del nivel de conocimiento y de incertidumbre que Internet ha aportado sobre los hechos. T¨² ya sabes que la teor¨ªa de la conspiraci¨®n es una de las m¨¢s florecientes industrias norteamericanas. Ahora, por ejemplo, hay varias p¨¢ginas que se preguntan qu¨¦ ha pasado en realidad con el avi¨®n del Pent¨¢gono. Y que ponen en duda, desde mi punto de vista, bastante absurdamente, que fuera un avi¨®n lo que se estrell¨® contra el Pent¨¢gono.
R. G. S¨ª, lo que t¨² dices, un negocio, una industria...
A. E. S¨ª, pero f¨ªjate. La historia del avi¨®n del Pent¨¢gono surge despu¨¦s de que se especulara sobre el misterio de otro avi¨®n, un misterio para m¨ª mucho m¨¢s inquietante y real: el llamado avi¨®n de Pittsburgh, que tal vez fue derribado por militares americanos. Bueno, lo que quiero decir: a una incertidumbre plausible, la del avi¨®n de Pittsburgh, se a?ade de inmediato la emergencia de otra incertidumbre... yo creo que impostada. De tal manera que al emerger las dos, y en el mismo medio, Internet, acaban como anul¨¢ndose: acabamos dici¨¦ndonos: s¨ª, a los americanos les encanta la conspiraci¨®n. Internet, el mecanismo m¨¢s maravilloso de mi vida adulta, favorece estos fen¨®menos.
R. G. Es el problema: vale igual el paper de un profesor de Harvard que las elucubraciones de un chalao. Pero, claro, la cuesti¨®n es c¨®mo discriminar. Y el problema para los diarios es hacer frente a la estructura horizontal de la Red. Ah¨ª est¨¢ el caso Lewinsky: los diarios lo sab¨ªan, pero s¨®lo reaccionaron despu¨¦s de que una publicaci¨®n digital lo colgara. La cuesti¨®n importante es que no pudieron ignorarlo. Internet alienta la informaci¨®n intersticial. La hace barata y tiende a homogeneizar la credibilidad, aunque tambi¨¦n alienta los patios de vecindad.
A. E. Lo importante, creo, es que Internet describe perfectamente el papel que el periodismo debe jugar en la sociedad contempor¨¢nea. Esto que a veces hacemos los periodistas de colocar verdades y mentiras al mismo nivel jer¨¢rquico, esto que llamamos, tan campantes, 'dar todas las versiones de los hechos', con independencia de que sean ciertas o no, bueno, esto es tambi¨¦n Internet, y esto deber¨ªa ser la ant¨ªtesis del periodismo.
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