Como un Torrente
Uno. Esta semana he visto el Ub¨² rey del teatro de La Abad¨ªa, dirigido por ?lex Rigola. El espect¨¢culo es un taller con alumnos del centro, lo que en principio resulta adecuad¨ªsimo: Jarry plante¨® su farsa negra como un bromazo escolar, y Rigola ha querido recuperar el tono y las maneras de un 'fin de curso' desabrochado y salvaje, como si John Belushi y sus secuaces de Desmadre a la americana hubieran tomado por asalto la universidad para lanzar un fuego racheado de pedorretas y bombas f¨¦tidas.
Para acabar de redondear el s¨ªmil, vi Ub¨² en sesi¨®n de tarde, con un p¨²blico, que yo sepa, poco frecuente en La Abad¨ªa: una turbamulta de adolescentes. La pesadilla de cualquier actor, por cierto: la t¨ªpica funci¨®n 'de colegio' (risotadas, gritos, conversaciones ininterrumpidas de fila a fila, foll¨®n tentacular), centuplicada ante la certeza de que 'aquello' iba a ser poco menos que una org¨ªa de sexo & drogas & rock'n'roll. No es dif¨ªcil, de entrada, suscitar la complicidad adolescente: basta con encadenar barbaridades y meter m¨²sica a todo trapo para hacerles salivar.
Si tuviera que trazar un gr¨¢fico de sus reacciones, dir¨ªa que la l¨ªnea roja alcanz¨® los cien grados en el minuto diez (bater¨ªa tronante, Ub¨² enlazando alegres blasfemias, enculadas en cadena), empez¨® a bajar a medida que avanzaba la trama y las provocaciones se reiteraban, y, poco a poco, el jolgorio incontrolado ante la proliferaci¨®n de tetas y culos, y la feliz hilaridad ante el tono b¨ºte et m¨¦chant de los chistes, dio paso a un silencio glacial -cero grados- cuando lleg¨® el tercio final, rematado por el almuerzo desnudo, que dec¨ªa San Bill Burroughs, del dolor, la tortura y la muerte en la mejor escena del montaje, la ¨²nica memorable.
No otra cosa, imagino, pretend¨ªa ?lex Rigola -la antigua f¨®rmula del 'tiemble despu¨¦s de haber re¨ªdo' preconizada por La Codorniz-, hasta el punto de que este Ub¨² hace pensar en una revisi¨®n punk del Sal¨® de Pasolini contada por Torrente. Y como un torrente es el espect¨¢culo, en su ca¨®tica amalgama de gemas que destellan un instante entre sus aguas para perderse luego entre gangas de aluvi¨®n. Es una propuesta apresurada, con clich¨¦s gastad¨ªsimos (los reyes de Polonia en clave mongoloide), con f¨®rmulas est¨¦ticas de recuelo (hijas directas de Titus Andr¨°nic) y otras escasamente desarrolladas (las intervenciones del espl¨¦ndido Jordi Collet, casi un sosias del locutor de Doctor en Alaska), alternando con embestidas feroces y secuencias brechtianas (el horrorizado mon¨®logo de la campesina, duplicado por una int¨¦rprete y mimado en parodia para sordomudos) hasta llegar a ese grand finale donde ya no hay risa que valga, donde el presunto erotismo se convierte en carne escarnecida, el Mal triunfa con abrigo de vis¨®n y la Muerte danza a los sones de Fly Me To The Moon.
Dos. A la salida de La Abad¨ªa no dej¨¦ de pensar en la sorprendente influencia que parecen haber ejercido el teatro y los 'ismos' de los a?os setenta en toda una serie de j¨®venes directores que en aquella ¨¦poca dorm¨ªan en el limbo de los justos: herencias intrauterinas de Godard y el Situacionismo (Roger Bernat); de los happenings del Living (Rodrigo Garc¨ªa); de Carmelo Bene (Xavier Albert¨ª), y del movimiento P¨¢nico en Calixto Bieito y en Rigola, con la guinda, aqu¨ª, del Pasolini m¨¢s helado y terminal.
Aureolado de modernidad transgresora, este Ub¨² podr¨ªa ser muy bien la quintaesencia de un 'teatro independiente' imposible en su momento, o caernos, como un asteroide, desde un Festival de Nancy del Universo Paralelo. Dicho de otra manera: es tan 'antiguo', tan de los setenta, que quiz¨¢ vuelva a ser moderno, nacido de una nostalgia furiosa por un tiempo no vivido y de una voluntad militante con la que agitar las aguas tibias y sosas del momento que nos ha tocado vivir.
Al espect¨¢culo, desde luego, 'le sobran los motivos', como en la canci¨®n, pero le falta afinar la trayectoria de la bala y precisar el blanco. Mi impresi¨®n fundamental es que el montaje no acaba de bajar; que toda la energ¨ªa y la mala leche que Rigola ha inyectado en sus j¨®venes y notables actores no 'pasa la corbata' salvo en contados momentos. ?Se llevaron algo a casa, me pregunto, los adolescentes de la otra tarde, m¨¢s all¨¢ de las risas cantadas? ?Algo del dolor, del asco, de la barbarie final? No lo s¨¦. Y por otro lado, la eterna pregunta: ?a qui¨¦n puede escandalizar, realmente, este Ub¨²? ?A la 'gente de orden'? Dudo que se pasen por el teatro. Boadella hizo diana, como pocas veces en su vida, con aquel Operaci¨® Ub¨² del Lliure, antes de recalentar el plato y servirlo una y otra vez como carnaza pura y dura para recreo del partido en el poder. Y Santiago Segura, al crear con Torrente un Ub¨² espa?ol¨ªsimo, de escaso poder pero con malignidad esencial, logr¨® el prodigio de pegar la patada al gran p¨²blico y forrarse al mismo tiempo. Rigola ha huido de la identificaci¨®n directa del monstruo, y todo lo que gana en abstracci¨®n lo pierde, claro est¨¢, en virulencia pol¨ªtica. Pero la radicalidad del final del espect¨¢culo sit¨²a a este Ub¨² un paso m¨¢s all¨¢ de los fuegos de artificio de Suzuki, su anterior trabajo: el caos es aqu¨ª m¨¢s ¨¢spero y brutal, sin concesiones, y apunta a la pronta recuperaci¨®n de un Rigola en plena forma.
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