Confesiones de una adicta al arte

E l palacio Venier dei Leoni se encuentra en la orilla del Gran Canal correspondiente a Dorsoduro, justo despu¨¦s del puente de la Accademia, para quien llega desde el Canal di San Marco. Hab¨ªa empezado a construirse dos siglos casi exactos antes de comprarlo Peggy para la antigua familia veneciana de los Venier, de la que se dec¨ªa que ten¨ªa un le¨®n en la finca. Es probable que la referencia a leones en el nombre del palacio se deba a la serie de cabezas esculpidas de le¨®n que adornan la fachada del canal. Por otro lado, el emblema de Venecia es el le¨®n de san Marcos.

La construcci¨®n fue lenta, y sufri¨® una interrupci¨®n permanente con la toma de Venecia por los franceses (1797), cuando s¨®lo se hab¨ªan terminado la planta baja y un s¨®tano. Su aspecto es ¨²nico entre los palacios venecianos. Su fachada larga y baja, que hoy en d¨ªa est¨¢ pintada de blanco (mientras que cuando lo ocupaba Peggy estaba tomada por las enredaderas), le otorga un aspecto sin complicaciones, y moderno. El hecho de ser un inmueble inacabado lo exim¨ªa de los estrictos controles edilicios de la ciudad, para provecho de Peggy. Adem¨¢s de mucho espacio para exponer la colecci¨®n, tambi¨¦n daba para vivir con desahogo. Peggy prefiri¨® no separar las zonas de exposici¨®n y vivienda, sino organizar el palacio como una vivienda que contuviera obra de arte (con la salvedad de algunas estancias privadas). Otra baza del palacio era contar con uno de los mayores jardines de Venecia, ciudad donde cualquier jard¨ªn, en s¨ª, es una rareza.

Sus gondoleros iban vestidos de blanco con franjas turquesas y, para empezar, ten¨ªa dos para su g¨®ndola privada (el n¨²mero correcto: uno delante y otro detr¨¢s). Hoy d¨ªa, esta embarcaci¨®n agoniza en favor del 'vaporetto'

Entre sus propietarios recientes se contaban dos exc¨¦ntricas. Desde 1910 hab¨ªa sido la residencia de Luisa, marquesa de Casati, una mujer rica, mundana, bohemia y devorahombres que hab¨ªa sometido el palacio a una reforma completa, a base de blancos y negros, y pan de oro (material que tambi¨¦n aplicaba a sus pajes, que en las fiestas no llevaban nada m¨¢s). La marquesa de Casati ten¨ªa dos guepardos con brillantes en el collar, y cada temporada se hac¨ªa traer de su mansi¨®n romana todo un suelo de m¨¢rmol blanco y negro. En una ocasi¨®n hab¨ªa hecho cerrar al p¨²blico la plaza de San Marcos para dar una fiesta. Falleci¨® en 1957 en una habitaci¨®n alquilada de Knightsbridge, con deudas que hoy en d¨ªa equivaldr¨ªan a 40 millones de d¨®lares. Posteriormente, el palacio hab¨ªa sido residencia de la vizcondesa Diana Castlerosse, que lo hab¨ªa comprado en 1938, poco despu¨¦s de abandonarlo la Casati, y que, una vez reformado, se lo hab¨ªa cedido un a?o a Douglas Fairbanks, hijo. Diana Castlerosse -'una de las personas m¨¢s elegantes y atractivas de la historia', en palabras del pintor Derek Hill-, entre cuyas haza?as se contaba el haber tenido m¨¢s o menos relaciones con Cecil Beaton, tambi¨¦n hab¨ªa aportado lo suyo al entorno que hered¨® Peggy, incluidos seis cuartos de ba?o de m¨¢rmol negro con la ba?era a ras de suelo. Lady Castlerosse figura, adem¨¢s, como ¨²nico personaje var¨®n de Las muchachas de Radcliffe Hall, mal¨¦volo roman ¨¤ clef de lord Berners, cuyos otros personajes (femeninos) son, naturalmente, hombres (Cecil Beaton, Oliver Messel, Peter Watson, etc¨¦tera) disfrazados de colegialas y maestras.

A causa de los estragos de la guerra, cuando Peggy compr¨® el palacio al hermano de Diana Castlerosse por unos 60.000 d¨®lares se lo encontr¨® en muy malas condiciones. Su intervenci¨®n consisti¨® en reformar el interior, reparar el terrado (convertido en sol¨¢rium para tomar el sol desnuda desde principios de primavera, motivo de alegr¨ªa entre los empleados de la prefettura de la orilla opuesta del canal, pero tambi¨¦n de reacciones m¨¢s encontradas entre las familias venecianas de mayor alcurnia) y replantearse el jard¨ªn, que acabar¨ªa convertido en jard¨ªn de esculturas. Al principio lo someti¨® a una planificaci¨®n a la inglesa. M¨¢s tarde, el director de la Tate Gallery de Londres, sir Norman Reid, le consigui¨® unos rosales cuyo efecto super¨® todas las expectativas. El jard¨ªn ten¨ªa ¨¢rboles crecidos y un pozo esculpido. Peggy, en poco tiempo, compr¨® e instal¨® un gran trono bizantino de m¨¢rmol, en el que aparece, ya mayor y con sus perros, en diversas fotos. Hoy en d¨ªa, los parterres del patio delantero del palacio, en el lado del canal, tienen, cuando lo permite la estaci¨®n, margaritas en su memoria.

Pintura azul oscura

El resultado final fue un interior sobrio, moderno y blanco, con la excepci¨®n del sal¨®n y la biblioteca privados, que conservaron 10 a?os la pintura azul oscura de antes. En 1959, Peggy escribi¨® a su amigo Robert Brady: 'Voy a pintarme el sal¨®n con el color amarillo de la ropa de los sacerdotes budistas'. No est¨¢ nada claro que llegara a hacerlo, porque en las fotos se ve que las paredes son blancas. El mobiliario del sal¨®n consist¨ªa en unos sof¨¢s sencillos y pr¨¢cticos de Elsie de Wolfe, con fundas de falsa piel blanca (por los perros, aunque en general a Peggy no le quitaba el sue?o la decoraci¨®n de interiores), alfombras, una mesita de cristal, estanter¨ªas para libros y adornos africanos, am¨¦n de cuadros y esculturas. Al principio s¨®lo eran los pocos que le dejaba conservar el Gobierno italiano para su disfrute personal: como segu¨ªa sin resolverse el pago de los impuestos, la colecci¨®n a¨²n no ten¨ªa sede oficial en Italia, y su grueso estaba almacenado en Ca'Pesaro. En el ¨ªnterin se organizaron exposiciones muy parciales, entre ellas una de arte brit¨¢nico, cuyo comisario, Michael Combe Martin, del British Council, trab¨® con Peggy una firme amistad.

El comedor del palacio Venier dei Leoni ten¨ªa una mesa de refectorio, as¨ª como el gran arc¨®n italiano rescatado del Yew Tree Cottage. Ambas piezas las hab¨ªan comprado muchos a?os antes Peggy y Laurence, cuando ten¨ªan el proyecto de instalarse en Venecia. El cabezal plateado de Calder se hallaba en el dormitorio de Peggy, flanqueado, en las paredes, por la colecci¨®n de joyas y los retratos de Lenbach donde aparec¨ªan de ni?as Benita y ella. Las paredes estaban pintadas de turquesa. En general, las habitaciones privadas del piso principal daban al canal (menos el comedor). Las que daban al jard¨ªn estaban reservadas, o bien a los criados, o bien como salas de exposici¨®n.

Pali, en plural, es el nombre que reciben los postes a los que se atan las g¨®ndolas frente a cada uno de los palacios del Gran Canal. Tradicionalmente se pintan a franjas, como los indicadores de las barber¨ªas, pero con los colores de la familia a la que pertenezca el palacio. Puntualicemos que hoy en d¨ªa, en Venecia, s¨®lo queda un palacio que sea propiedad de una sola familia, y que la mayor¨ªa est¨¢n divididos en apartamentos. Peggy, sus pali se los hizo pintar de blanco y su color favorito, el turquesa. Sus gondoleros iban vestidos de blanco con franjas turquesas. Ten¨ªa, para empezar, dos gondoleros para su g¨®ndola privada (el n¨²mero correcto: uno delante y otro detr¨¢s). Si hoy en d¨ªa s¨®lo hay uno por g¨®ndola se debe a que ¨¦sta, como medio de transporte, agoniza a favor del vaporetto y del taxi acu¨¢tico, y que s¨®lo sobrevive para usos tur¨ªsticos. Peggy fue la ¨²ltima persona que tuvo g¨®ndola privada en Venecia. En lugar de los tradicionales cavalli que sirven para atar las cuerdas con borlas a cada lado de la embarcaci¨®n, ella se hizo poner lhasa apsos [perros de lana de origen tibetano], aunque, a juzgar por las fotos, se parecen mucho a leoncitos rampantes de san Marcos. Pronto adopt¨® la costumbre de dar un paseo diario de cuatro horas (reducidas con el tiempo a tres) a bordo de su g¨®ndola, a fin de disfrutar de su adorada ciudad adoptiva, e invitaba a sus hu¨¦spedes a acompa?arla. Margaret Barr le cont¨® al artista Saul Steinberg: 'Seguro que te lleva a dar un paseo con su g¨®ndola. Si te coge la mano, yo te sugiero que te dejes, seg¨²n el principio de ?a co?te si peu et ?a donne tellement de plaisir'.

Peggy se mud¨® al palacio a principios de 1949, y muy poco despu¨¦s los venecianos ya se refer¨ªan a ella como l'americana con i cani, apelativo que m¨¢s tarde cedi¨® al de la dogaressa. En el segundo caso pod¨ªa haber un matiz de iron¨ªa. La sociedad veneciana no aceptaba con facilidad a los reci¨¦n llegados. La colecci¨®n de Peggy no merec¨ªa muy buena opini¨®n, y su condici¨®n de jud¨ªa tampoco le hac¨ªa ning¨²n favor. Los estudiantes universitarios de Ca'Foscari, para burlarse de ella, le tiraban gatos muertos al jard¨ªn.

M¨¢s o menos en la misma ¨¦poca se fue a vivir con ella Vittorio Carrain, cuya principal tarea consist¨ªa en revisar el cat¨¢logo original. La idea de que colaborasen fue de Peter Ruta. Carrain, nacido en 1924 (un a?o despu¨¦s que Sindbad), lo recuerda as¨ª: 'Conmigo era generosa. Si necesitaba dinero, siempre me lo daba, y me trataba como a un hijo'. Su trabajo para Peggy no fue objeto de ning¨²n contrato ni salario oficiales.

Peggy no estaba sola. Por un lado ten¨ªa a la peque?a comunidad angloamericana del Harry's Bar (un local al que Peggy iba a comer con frecuencia, y donde siempre revisaba la cuenta); por otro, el flujo de visitas de otras partes de Europa y Am¨¦rica nunca deca¨ªa, hasta el punto de que empez¨® a estar molesta con los gastos de su papel de anfitriona (aunque, eso s¨ª, disfrutaba con las fiestas, regadas con vino barato y amenizadas con tentempi¨¦s, a la manera de cuando recib¨ªa en Hale House). Los hu¨¦spedes predilectos y los viejos amigos recib¨ªan un trato preferente. A principios de los cincuenta, Herbert Read visit¨® Venecia con su amante, una artista checa de poca monta que se llamaba Ruth Franchen, y Peggy estuvo encantada con la idea de ayudar y secundar los amores de su antiguo mentor. Ten¨ªa varios libros de visitas, que se han conservado, y que est¨¢n llenos de dibujitos, vi?etas y poemas de invitados, desde familiares hasta amigos artistas y -con el paso del tiempo y el aumento de la fama de Peggy- estrellas de cine. Citemos, entre los invitados de la primera ¨¦poca, a Nelly van Doesburg (que hab¨ªa vuelto a Meudon y se exced¨ªa un poco en sus consejos a Peggy), Pegeen y Jean H¨¦lion (que ya ten¨ªan dos hijos: Fabrice, nacido en 1947, y David, nacido en 1948), Alberto Giacometti, Charles Henri Ford y Pavel Tchelitchew. Como colecci¨®n de aut¨®grafos, los libros de invitados no tienen parang¨®n: ci?¨¦ndonos a los primeros a?os, pasaron por casa de Peggy Joan Mir¨®, Marc Chagall, Jean Cocteau, Saul Steinberg y su mujer (la artista Hedda Sterne), los Bouch¨¦ (de la ¨¦poca de Hayford Hall) y Cecil Beaton, entre muchos otros. El elenco de visitas comprende asimismo a amigos como Alfred Barr, Henry Moore y Virgil Thornson, y personalidades como Somerset Maugham, Tennessee Williams, Joseph Losey, Paul Newman e Igor y Vera Stravinski. Tambi¨¦n pasaron por Venecia varios amigos de la ¨¦poca de Guggenheim Jeune, como Wyn Henderson. Algunos s¨®lo pasaban a tomar una copa o a cenar; otros se quedaban unos cuantos d¨ªas, y otros -pocos-, semanas enteras, pero fue cre¨¢ndose la tradici¨®n de que no hab¨ªa estancia completa en Venecia sin su visita a Peggy, hasta el extremo de que ella empez¨® a ver invadida su intimidad, y a protegerla con un celo cada vez mayor. Nunca lleg¨® a ser una reclusa, pero su viejo miedo de que la explotaran le infund¨ªa cada vez m¨¢s prudencia a la hora de abrir la puerta de su casa. Hubo momentos de soledad, y problemas con la peque?a comunidad extranjera. A Ezra Pound y su mujer, Olga Rudge, que pasaron los ¨²ltimos a?os en Venecia, no quiso ni verlos a causa del apoyo prestado por el poeta al fascismo durante la guerra.

Novela inacabada

Entre los hu¨¦spedes de Peggy hab¨ªa alg¨²n ingrato. A finales de los a?os cincuenta, Truman Capote pas¨® unas semanas en su casa redactando un libro (Se oyen las musas, 1957) sobre su viaje a la URSS de 1955-1956 como integrante de una gira de Porgy and Bess. M¨¢s tarde, en su 'novela inacabada' Plegarias atendidas, publicada p¨®stumamente y rebosante de descalificaciones a sus coet¨¢neos, se ensa?a con Peggy sin contemplaciones. El narrador, P. B. Jones, que est¨¢ casado, la recuerda as¨ª: 'Podr¨ªa haberme casado con la Guggenheim, aunque era quiz¨¢ 30 a?os mayor que yo, quiz¨¢ m¨¢s. Y si lo hubiera hecho no habr¨ªa sido porque me entusiasmara, pese a su h¨¢bito de entrechocar los dientes postizos y al hecho de que parec¨ªa una Bert Lahr de pelo largo. Era agradable pasar una velada del invierno veneciano en el blanco y compacto palacio Dei Leoni, donde ella viv¨ªa con 11 terriers tibetanos y un mayordomo escoc¨¦s, homosexual, que siempre andaba haciendo viajes rel¨¢mpago a Londres para reunirse con su amante, circunstancia que no provocaba queja alguna por parte de su se?ora, ya que ¨¦sta era m¨¢s bien esnob, y se dec¨ªa que el amante era el ayuda de c¨¢mara del pr¨ªncipe Felipe; agradable beber el buen vino tinto de aquella dama y escuchar mientras ella recordaba en voz alta sus matrimonios y aventuras... y me asombr¨® o¨ªr que, entre aquella legi¨®n de gigol¨®s, se encontraba el nombre de Samuel Beckett. Dif¨ªcil concebir un emparejamiento m¨¢s dispar: la jud¨ªa rica y mundana, y el monacal autor de Molly y Esperando a Godot. Eso le hace a uno dudar de Beckett... con su pretenciosa actitud distante, su austeridad. Porque los escritores empobrecidos e in¨¦ditos, que es lo que Beckett era en el momento de la relaci¨®n, no toman como queridas a herederas americanas de fortunas amasadas en la miner¨ªa sin tener algo m¨¢s que amor en mente. Yo mismo, al margen de mi admiraci¨®n por ella, supongo que habr¨ªa estado muy interesado en su bot¨ªn, pero lo ¨²nico que me impidi¨® apresurarme a despojarla de una parte de ¨¦l fue que el engreimiento me hab¨ªa convertido en un simple y condenado necio'.

Adem¨¢s de los invitados, empezaron a proliferar los lhasa apsos. Fijos sol¨ªa haber media docena, y con los a?os las camadas (que Peggy casi siempre regalaba) se contaron por decenas. Los perros de Peggy -'mis queridos ni?os'- est¨¢n enterrados al lado de su due?a en el jard¨ªn del palacio: Capuccino, Pegeen, Peacock, Toro, Foglia, Madame Butterfly, Baby, Emily, White Angel, Sir Herbert (en honor de Herbert Read y en previsi¨®n de que lo nombraran sir), Sable, Gypsy, Hong Kong y Celida. En los ¨²ltimos tiempos hab¨ªa algunos que no eran lhasas de pura raza. El 12 de abril de 1964, en una carta al artista Robert Brady, amigo suyo, escribe: 'Mi nueva perra, Gypsy, se cas¨® con Peke (porque no pude encontrarle uno de su raza) y est¨¢ en estado'. Por lo visto, para entonces ya se hab¨ªa agotado el suministro de Audrey Fowler, una criadora de lhasas que viv¨ªa en Knightsbridge, en Trevor Place.

Quedaba el problema de qu¨¦ hacer con la colecci¨®n, que segu¨ªa en custodia de la administraci¨®n de la Biennale. Peggy ten¨ªa muchas ganas de fundar de una vez su museo-galer¨ªa, pero el obst¨¢culo de los derechos de importaci¨®n parec¨ªa insuperable. En 1949 consigui¨® que le prestaran algunas esculturas para una exposici¨®n en su jard¨ªn, con obras de Arp, Brancusi, Calder, Consagra, Giacometti, Hare, Lipchitz, Marini, Mirko, Moore, Pevsner, Salvatore y Viani; exposici¨®n que fue un gran ¨¦xito, a pesar de que los visitantes m¨¢s curiosos insistieran en meterse en la casa por el jard¨ªn, y que hubiera que echarlos. En el verano de 1950 tambi¨¦n le pidieron montar una exposici¨®n de sus cuadros de Pollock en el Museo Correr del Ala Napole¨®nica de la plaza de San Marcos. Ese mismo a?o, Alfred Barr eleg¨ªa a Pollock como uno de los artistas que representar¨ªan a Estados Unidos en la 25? Biennale.

Los organizadores de la exposici¨®n de Peggy se limitaron a suministrar un cat¨¢logo, dej¨¢ndoles a Peggy y Carrain la tarea de supervisar personalmente el transporte de los cuadros con la ayuda de varios camareros del All'Angelo. La contribuci¨®n personal de Carrain a la exposici¨®n fue tan grande que Peggy, agradecida, le regal¨® un pollock peque?o que entonces val¨ªa 90 d¨®lares. Fue la primera exposici¨®n de Pollock en Europa, y como m¨ªnimo tuvo resonancia entre los pintores venecianos que fueron a verla. Venecia es una ciudad intr¨ªnsecamente conservadora, pero tampoco faltaron reservas en la respuesta de la cr¨ªtica internacional, con la excepci¨®n de los valedores del pintor. La siguiente exposici¨®n, que obtuvo un ¨¦xito francamente escaso, estuvo dedicada a Jean H¨¦lion y se celebr¨® en el palacio Giustiniani. La importaci¨®n de las obras se vio complicada por la burocracia italiana; lo solucion¨® en gran parte Carrain, pero entonces surgi¨® otro problema: el mal tiempo. Peggy, mientras tanto, ya se hab¨ªa hartado de las groser¨ªas de los Pollock (siempre fue muy puntillosa en cuesti¨®n de modales), y, como no contestaban a sus cartas ni le enviaban cr¨ªticas, se desentendi¨® de ellos. Ten¨ªa raz¨®n en que el ¨¦xito incipiente de Pollock se le estaba subiendo a la cabeza.

Un puesto de monta?a

Por fin, a principios de 1951, se present¨® la soluci¨®n al problema de los derechos: el Museo Stedelijk de Amsterdam invitaba a Peggy a presentar su colecci¨®n, que gracias a ello pudo salir de Italia. Despu¨¦s de Amsterdam hubo exposiciones en Bruselas y Z¨²rich. Cuando lleg¨® el momento de que la colecci¨®n regresara a manos de Peggy, la llevaron de noche por un peque?o puesto fronterizo de monta?a, donde los aduaneros, que no ten¨ªan ni idea de su aut¨¦ntico valor, la tasaron muy por debajo de ¨¦ste (por lo que recordaba Peggy, unos mil d¨®lares por todo el lote). Las autoridades italianas no se tomaron muy bien el enga?o, pero ya no ten¨ªa remedio, y s¨®lo les quedaba buscar las armas que pudiera suministrarles el laberinto de las leyes del pa¨ªs para que, ya que la colecci¨®n volv¨ªa a estar en Italia, se quedara. A fin de cuentas, pod¨ªa llegar a ser un atractivo tur¨ªstico. El problema, sin embargo, tard¨® mucho en presentarse. De momento, Peggy ya hab¨ªa recuperado el ansiado control legal de su colecci¨®n, y pod¨ªa convertir en realidad su museo.

La reforma del palacio Venier dei Leoni no se hizo esperar, aunque, como no hab¨ªa sitio para exponerlo todo, fue necesario almacenar varios cuadros en el s¨®tano, donde corr¨ªan riesgo por la humedad. Arc of petals, el enorme m¨®vil de Calder, fue instalado en el vest¨ªbulo, que es donde sigue estando (uno o dos nietos de Peggy han confesado que de ni?os hab¨ªan tenido ganas de usarlo de columpio), y una adquisici¨®n reciente de posguerra, L'angelo della citt¨¤, de Marino Marini, en la terraza que daba al canal. A Marini le hab¨ªa conocido en Mil¨¢n, en casa de un miembro del British Council, Maurice Cardiff, y de su mujer, Leonora. En cuanto al propio matrimonio Cardiff, hac¨ªa poco que hab¨ªan conocido a Peggy y Freya Stark en el palacio Dario, que quedaba justo al lado del de Peggy. El intercambio de visitas fue el preludio de una larga amistad, consolidada, en una visita posterior a Venecia, por los comentarios del hijo de los Cardiff, Charles: adem¨¢s de gustarle los cuadros, dijo que Peggy parec¨ªa demasiado joven para ser abuela. (...)