El aviso franc¨¦s
Los conservadores, de derechas y de izquierdas, que hay muchos y en todas partes, que siempre necesitan creer que no pasa nada, encontrar¨¢n mil argumentos para minimizar lo que ha ocurrido en las elecciones francesas. Los m¨¢s cavern¨ªcolas celebraran la debacle de la izquierda, que les permite seguir cultivando la fantas¨ªa de una democracia reducida a la alternancia entre la extrema derecha y la derecha liberal (as¨ª entienden algunos el modelo americano). Otros dir¨¢n que no hay para tanto, que la extrema derecha tiene larga tradici¨®n en Francia (Maurras, Action Fran?aise, Vichy...), con lo cual no hay sorpresa ni novedad. Y algunos dir¨¢n que al fin y al cabo lo ¨²nico que ha ocurrido es que la izquierda francesa sigui¨® la tradici¨®n de hacer trapacer¨ªas con el voto en la primera vuelta sin darse cuenta de que el lobo estaba al acecho, y que si el voto de izquierdas no se hubiese dispersado tanto, ahora Jospin estar¨ªa en la segunda vuelta, con posibilidades de ganar. Quien no se consuela es porque no quiere, pero de nada sirve dar la espalda a la realidad.
Y la realidad es que lo ocurrido en Francia viene despu¨¦s de Austria y de Italia, como confirmaci¨®n de un extendido malestar de las sociedades europeas, una sensaci¨®n de falta de representatividad real que tiene mucho que ver con la p¨¦rdida de perspectiva de la pol¨ªtica ante las exigencias de la globalizaci¨®n. Mucho m¨¢s importante que el leve aumento de votos de Le Pen es el retroceso global de los dos bloques gobernantes que, sumado a la subida de la abstenci¨®n y del voto a los extremos, es lo que realmente ha producido la sensaci¨®n de cataclismo. La historia nunca se repite, y los tiempos actuales se parecen muy poco a la d¨¦cada de 1930. Muy poco, excepto en dos puntos: en el profundo desajuste en este equilibrio siempre precario entre dos sistemas en el fondo antag¨®nicos: el capitalismo y la democracia, con impresionantes niveles de desigualdad en el seno del primer mundo; y en el descr¨¦dito de la clase pol¨ªtica, convertida en chivo expiatorio, para mayor gloria del poder econ¨®mico.
La pol¨ªtica no est¨¢ siendo capaz de gobernar la situaci¨®n, y esta sensaci¨®n llega a la ciudadan¨ªa, que se siente desamparada ante los grandes cambios que vive el mundo. En Francia este desasosiego ha cristalizado en torno a la seguridad. La derecha ha jugado a fondo esta carta, que ya se sabe que en tiempos de miedo da dividendos; la izquierda naufrag¨® en una cuesti¨®n que se presta mucho a la demagogia. Resultado: ah¨ª est¨¢ Le Pen. Si a los problemas de seguridad real se a?ade el machaqueo constante sobre el asunto durante la campa?a, es f¨¢cil comprender que la inseguridad haya eclipsado cualquier otro debate, y que, por tanto, haya hecho trizas el balance de la era Jospin.
La democracia necesita las alternativas. Necesita la contraposici¨®n de proyectos claramente diferenciados. La sumisi¨®n de la pol¨ªtica a la econom¨ªa, dando por hecho que no hay opci¨®n fuera de la ortodoxia normativa del poder financiero, y la obsesi¨®n por la conquista de este conjunto vac¨ªo llamado centro ha hecho que la gente cada vez apreciara menos diferencias en la pol¨ªtica de unos y de otros, y que amplias partes de la ciudadan¨ªa, desde los perdedores hasta los esp¨ªritus m¨¢s cr¨ªticos, se sintieran hu¨¦rfanas de representaci¨®n. Si a ello sumamos el clima de descr¨¦dito de las ¨¦lites pol¨ªticas, rodeadas de sospechas de corrupci¨®n y de impunidad -el caso de Chirac es clamoroso-, no es extra?o que a los electores se les fuera la mano en sus deseos de expresar su rechazo a la llamada politique politicien. A las personas que escribimos sobre la actualidad pol¨ªtica nos concicerne una reflexi¨®n: ?c¨®mo mantener la cr¨ªtica necesaria de una clase pol¨ªtica que se la ha ganado a pulso sin que ello suponga una deslegitimaci¨®n global de la pol¨ªtica? Creo que no queda otra opci¨®n que afrontar una reforma profunda de la democracia y de los modos de acci¨®n pol¨ªtica.
Los sectores m¨¢s responsables de la derecha francesa se dieron cuenta inmediatamente de la gravedad de la situaci¨®n. En la noche electoral, en ning¨²n momento se les escap¨® un solo gesto de triunfalismo, a pesar de que Chirac tiene la reelecci¨®n absolutamente asegurada. Es evidente que el propio Chirac hubiera preferido ganar por 51 a 49 a Jospin que por 75 a 25 a Le Pen. La necesidad de que la derecha sea derecha sin complejos ni ambig¨¹edades y de que la izquierda sea izquierda sin caer en fascinaciones ni mimetismos fue evocada por los diferentes tenores de la derecha, desde Sarkozy a Millon, pasando por Bayrou. La izquierda tiene que tomar distancia respecto al d¨ªa a d¨ªa para tratar de definir su propuesta. De lo contrario ir¨¢ languideciendo y facilitando la huida hacia los extremos. Est¨¢ confrontada a un problema de redefinici¨®n y no puede resignarse al papel de simple recambio cuando la derecha est¨¦ agotada.
La autoconciencia de los franceses est¨¢ en apuros. El mito de la Francia de la diversidad, que acompa?¨® la victoria de la selecci¨®n nacional en el Campeonato del Mundo, parece marchito. El euro y los vaivenes de la globalizaci¨®n no pod¨ªan pasar impunemente. Esta ha sido una parte de la factura. La naci¨®n francesa entre el proceso de trasnacionalizaci¨®n europea y la presi¨®n de la inmigraci¨®n y de los media electr¨®nicos tiene dificultades para reconocerse a s¨ª misma. Esta subida a los extremos es una rotunda expresi¨®n de este desconcierto. La quinta rep¨²blica dise?ada por el general De Gaulle hace m¨¢s de 40 a?os ya no sirve para la nueva situaci¨®n. Su ineficiencia ha quedado demostrada en su m¨¢s preciada instituci¨®n: la elecci¨®n presidencial. Superado el trauma de este 21 de abril, Francia tendr¨¢ que afrontar seriamente la recomposici¨®n de su sistema pol¨ªtico. Los ciudadanos ya daban por descontado el cambio de r¨¦gimen: encuestas recientes dec¨ªan que el 65% de los electores daba prioridad a las legislativas y que s¨®lo el 20% consideraba m¨¢s importantes las presidenciales. Quiz¨¢, con este desd¨¦n, las hayan hecho importantes por ¨²ltima vez.
Europa siempre ha visto los peligros cuando ya era tarde. No desperdiciemos las se?ales que Francia emite. Tambi¨¦n esta vez puede que vaya por delante enarbolando signos de alerta. En pol¨ªtica, s¨®lo hay un ciego peor que el que no quiere ver: el que no puede ver. Har¨¢ bien la izquierda espa?ola en analizar lo que ocurre cuando se entra en la obsesi¨®n del centrismo, del mimetismo del ganador y de la indiferenciaci¨®n entre proyectos. Y har¨¢n bien los creadores de opini¨®n en relativizar las maravillas del consenso y de la llamada moderaci¨®n. Ren¨¦ Char dec¨ªa: 'Stalin (pongan Hitler si lo consideran m¨¢s adecuado al caso) es perpetuamente inminente'. Desgraciados los pueblos que lo olviden.
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