Imprevisible

Sali¨® vestido de blanco, y no con el fin de caer en gracia a la audiencia en noche de f¨²tbol europeo, aunque a Salif Keita le entusiasme eso del balompi¨¦. Salud¨® arrodill¨¢ndose al estilo papal y juntando las manos mientras inclinaba la cabeza. Y, una vez m¨¢s, el albino maliense fue coherente con su idiosincrasia: hizo lo que le vino en gana.

Ante un concierto de Salif Keita, uno nunca sabe muy bien a qu¨¦ atenerse. Cuando acaba de publicar su mejor disco en tres lustros, Moffou, una nost¨¢lgica mirada ac¨²stica hacia atr¨¢s, un regreso sosegado a las ra¨ªces, a las culturas del pa¨ªs de bambaras malink¨¦s y sonink¨¦s, va y ofrece una actuaci¨®n sin respiro. Lejos de una presentaci¨®n del nuevo disco: m¨¢s bien un repaso al repertorio de a?os (Africa, Mandjou...).

Velocidad

S¨ª que ech¨® un vistazo al pasado, pero para recorrerlo en tren de alta velocidad. Porque surgi¨® un Salif Keita con ganas de bailar y comunicativo como pocas veces se le hab¨ªa visto. Un Salif Keita que desea compartir su idea positiva de una ?frica distinta, de la que piensa que a¨²n no est¨¢ todo perdido; un continente que quiere liberado de violencia, ego¨ªsmo y desesperaci¨®n. Y lo expres¨® a trav¨¦s de los arreglos carnales de sus canciones, en un esp¨ªritu de rumba africana.

Keita, uno de los m¨²sicos m¨¢s importantes que ha dado ?frica, se rodea de m¨²sicos j¨®venes con instrumentos tradicionales (djemb¨¦, bolon, n'goni) y guitarras el¨¦ctricas, ?por qu¨¦ no renunciar de una vez al molesto teclado? Invit¨® a decenas de espectadores a bailar en el escenario en una estampa multirracial al estilo de los anuncios coloridos de una conocida marca italiana de ropa.

Tan s¨®lo al final, se sent¨® con la guitarra en el regazo, una guitarra cuyas cuerdas pulsa a veces con resultado de kora, y cant¨® Folon, con esa voz que emociona irremediablemente.