La crisis de lo pol¨ªtico
Las elecciones presidenciales francesas marcan un punto de inflexi¨®n de la crisis de legitimidad pol¨ªtica que afecta tanto a Europa como al resto del mundo. La globalizaci¨®n de la democracia parece conducir a la crisis de lo polit¨ªco, es decir, del sistema de representaci¨®n ciudadana sobre el que se basa la democracia. Los datos estan ah¨ª: en Francia, una tercera parte de los votantes han apoyado opciones (populistas de derecha o de extrema izquierda que no se reconocen en las instituciones democr¨¢ticas ni en la Uni¨®n Europea). Mirando a Europa en estos momentos, el fen¨®meno Le Pen es la expresi¨®n m¨¢s espectacular y dolorosa (por afectar a Francia, el pa¨ªs fundador de la democracia pol¨ªtica moderna) de una corriente m¨¢s profunda, que va de la Austria de Haider a la Italia de Berlusconi-Fini-Bossi, pasando por el progreso del populismo xen¨®fobo en Holanda (con la irrupci¨®n de Pim Fortuyn), en Dinamarca (haciendo caer el Gobierno socialdem¨®crata), en Noruega, en Suiza y, en formas m¨¢s embrionarias, en pr¨¢cticamente todos los pa¨ªses europeos, junto con el avance en Alemania de Stoiber, el m¨¢s derechista candidato que ha tenido en a?os la democracia cristiana, en torno a una plataforma nacionalista y de seguridad. Una ojeada r¨¢pida al entorno planetario llevar¨ªa a constatar la descomposici¨®n del sistema pol¨ªtico japon¨¦s (que da?a gravemente a la segunda econom¨ªa del mundo), el rechazo un¨¢nime de la gente hacia la clase pol¨ªtica en la Argentina desestabilizada por la globalizaci¨®n financiera, la vuelta al golpismo (Venezuela) y a la guerra civil (Colombia) en Am¨¦rica Latina, la exacerbaci¨®n de los odios fundamentalistas en la India y Pakist¨¢n, la penetraci¨®n de redes criminales en la mayor¨ªa de los Estados africanos, la escalada de la violencia entre israel¨ªes y palestinos, y la tensi¨®n persistente entre redes terroristas y dispositivo de seguridad estadounidense, que lleva a priorizar al estado del orden sobre el estado de la libertad. Lo que ocurre en la escena pol¨ªtica expresa lo que dicen las encuestas de opini¨®n pol¨ªtica en todos los pa¨ªses: los ciudadanos no se sienten representados por sus gobiernos (en una proporci¨®n de 2/3 en el ¨¢mbito mundial, seg¨²n Naciones Unidas), tienen una p¨¦sima opini¨®n de la honestidad y sentido del servicio p¨²blico de los pol¨ªticos y votan m¨¢s en contra de lo que temen que a favor de lo que esperan.
Creo que hay mucho de com¨²n en la creciente incapacidad de las formas democr¨¢ticas del Estado-naci¨®n para representar a los ciudadanos a la vez en la gesti¨®n de lo global (donde reside el poder) y en la preservaci¨®n de lo local (donde vive la gente). Pero tal vez podemos entender mejor el todo yendo por partes y centr¨¢ndonos en lo que est¨¢ pasando en Europa. La primera observaci¨®n es que la crisis de representaci¨®n proviene a la vez del voto de protesta populista de derecha, del des¨¢nimo de los ciudadanos con respecto a los principales partidos del arco democr¨¢tico y del ascenso del voto alternativo y de extrema izquierda, en particular entre los j¨®venes. Por tanto, no se trata tanto de una derechizaci¨®n de la politica, sino de una descomposici¨®n de la base pol¨ªtica del centro-derecha y del centro-izquierda, seg¨²n pa¨ªses y coyunturas. En Francia, el Frente Nacional de Le Pen lleg¨® a rozar el 15% del voto hace una d¨¦cada. El impacto actual de un incremento moderado de ese porcentaje en la actual elecci¨®n se debe a dos factores. Por un lado, a la reforma de la elecci¨®n presidencial, que permiti¨® la expresi¨®n de un voto de m¨²ltiples minor¨ªas, llevada a cabo por Mitterrand, precisamente para facilitar a Le Pen que quitara votos a la derecha, en uno de esos t¨ªpicos gestos maquiav¨¦licos con los que Mitterrand contamin¨® la vida pol¨ªtica en Francia. Por otro lado, porque los mismos j¨®venes (y menos j¨®venes) que ahora se manifiestan en las calles de Francia contra Le Pen no estaban motivados para votar por la izquierda o prefirieron refugiarse en para¨ªsos artificiales de la pol¨ªtica, como el trotskismo del siglo XXI. Por tanto, el fen¨®meno no se llama derechizaci¨®n, sino deslegitimaci¨®n de la pol¨ªtica establecida. Algo semejante ha ocurrido en Italia, en donde el electorado eligi¨® a un Berlusconi perseguido por la justicia, auto-amnistiado con la colaboraci¨®n de la izquierda, a un Fini neofascista rehabilitado y a un Bossi xen¨®fobo confeso, merced a la abstenci¨®n de los desanimados y a la cooperaci¨®n de los comunistas irredentos.
Si salimos del mundo de la pol¨ªtica formal y miramos a la sociedad, observamos la fuerza creciente, en la calle y en la opini¨®n p¨²blica, del movimiento antiglobalizaci¨®n (o en favor de una globalizaci¨®n alternativa, seg¨²n las tendencias que coexisten en el movimiento). En los or¨ªgenes de ese movimiento est¨¢ el lema de la primera gran manifestaci¨®n, la de Seattle en diciembre 1999: 'No a la globalizaci¨®n sin representaci¨®n'. En principio, se trata de un lema demag¨®gico, porque la Organizaci¨®n Mundial de Comercio, y otras instituciones internacionales, estan integradas por gobiernos que, en su mayor¨ªa, son democr¨¢ticamente elegidos. Pero precisamente el hecho de que esa representatividad para gestionar la globalizaci¨®n sea puesta en cuesti¨®n es lo significativo. Sobre todo, cuando ese cuestionamiento es crecientemente compartido por sectores importantes de la opini¨®n p¨²blica: 350.000 manifestantes pac¨ªficos en Barcelona no son marginales, pese a quien pese.
Pero, como me preguntaba el presidente Pujol, sinceramente preocupado, en una conversaci¨®n reciente, ?de d¨®nde viene esa desconfianza de la gente con relaci¨®n a los pol¨ªticos? Le respondo a ¨¦l y le respondo a usted, si es que le preocupa el tema, en base a los datos que he ido analizando en los ultimos a?os. Hay que partir de los temas que se repiten en la expresi¨®n de esa desconfianza, en los distintos pa¨ªses europeos. Se habla de inseguridad personal, de delincuencia, de violencia, de p¨¦rdida de identidad nacional (amenazada por la invasi¨®n de los inmigrantes y la supranacionalidad de la Uni¨®n Europea), de un trabajo en peligro y una seguridad social sin futuro, de un mundo dominado por las multinacionales, de una vida alienada por la tecnolog¨ªa, de unos gobiernos dominados por burocracias arrogantes, en Bruselas o en Washington, de un superpoder americano sin control, de una Uni¨®n Europea pusil¨¢nime en el mundo y tecnocr¨¢tica en Europa, de unos mercados financieros en donde nuestros ahorros se pueden evaporar sin saber por qu¨¦, de unos medios de comunicaci¨®n dominados por el sensacionalismo, de unos pol¨ªticos venales, serviles y mentirosos. Si lo digo as¨ª de mezclado es porque as¨ª de mezclado est¨¢ en la cabeza de la gente. Ese brebaje de miedo y confusi¨®n viene en envases diversos seg¨²n ideolog¨ªas: desde el populismo del miedo del votante obrero ex comunista hasta el radicalismo antisistema del joven que constata que no hay sitio para ¨¦l en este mundo globalizado sin que a nadie que ¨¦l conoce le hayan consultado por d¨®nde ¨ªbamos. El mundo ha cambiado de base, en gran parte por fuerzas incontroladas, con los ide¨®logos del mercado como evangelizadores, el mercado y la tecnolog¨ªa como motores y la clase pol¨ªtica mont¨¢ndose en todo lo que fun
cionara (o sea, les diera el poder) a partir de lo que dec¨ªa el marketing pol¨ªtico, el verdadero coraz¨®n del sistema pol¨ªtico en la era de la informaci¨®n.
Junto a estas causas estructurales de la crisis de la ciudadan¨ªa, tambi¨¦n ha cambiado la tecnolog¨ªa de la pol¨ªtica. Los medios de comunicaci¨®n se han erigido en el espacio fundamental de la pol¨ªtica, aquel en el que se forman las opiniones y las decisiones de los ciudadanos. Esto no quiere decir que los medios de comunicaci¨®n tengan el poder, pero en ellos se juega el poder. Con lo cual la pol¨ªtica tiene que adaptarse a un lenguaje medi¨¢tico. Que tiene tres reglas: simplificaci¨®n del mensaje, personalizaci¨®n de la pol¨ªtica, predominancia de los mensajes negativos de desprestigio del adversario sobre los positivos que tienen poca credibilidad. Todo ello conduce a la pol¨ªtica del esc¨¢ndalo como arma fundamental de acceder al poder, por eliminaci¨®n del contrario, como ocurri¨® con Felipe Gonz¨¢lez en Espa?a o Helmut Kohl en Alemania y en tantos otros pa¨ªses que en la ¨²ltima d¨¦cada han visto la escena pol¨ªtica dominada por acusaciones de corrupci¨®n de uno y otro lado. No es probable que haya m¨¢s corrupci¨®n que antes. En realidad, las estad¨ªsticas de Transparency International (que usted puede consultar en Internet) muestran a la vez el alto grado de corrupci¨®n pol¨ªtica en el mundo, pero tambi¨¦n que no es m¨¢s que antes y que disminuye cuanto m¨¢s democr¨¢tica es una sociedad. Pero lo que s¨ª ocurre es que todos los partidos han hecho de la denuncia de la corrupci¨®n un arma favorita. Y como todos tienen que estar armados con dossiers, como disuasi¨®n, el clima general en la ciudadan¨ªa es de identificaci¨®n de lo pol¨ªtico con lo corrupto. Y los medios de comunicaci¨®n no s¨®lo tienen obligaci¨®n de informar de lo que saben (generalmente filtrado por alguien), sino que tambi¨¦n venden m¨¢s e incrementan su influencia. Y as¨ª va decayendo la credibilidad de lo pol¨ªtico en el momento preciso en que la complejidad de la pol¨ªtica es mayor y en que los ciudadanos se sienten m¨¢s confundidos y desprotegidos por la globalizaci¨®n incontrolada de sus vidas. De ah¨ª surge la b¨²squeda ansiosa, la protesta refleja, el grito de basta. Y en ese mundo de b¨²squeda y confusi¨®n proliferan movimientos alternativos y demagogos populistas, sin que a veces sepamos qui¨¦nes son unos u otros hasta el d¨ªa despu¨¦s.
Manuel Castells es autor de El poder de la identidad.
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