El consuelo de la memoria
Una de las noticias felices que la cultura espa?ola ha conocido en las ¨²ltimas d¨¦cadas es la aparici¨®n de una pl¨¦yade de memorialistas e historiadores. Los recuerdos de personajes que vivieron en primera persona fen¨®menos importantes para nuestro devenir colectivo servir¨¢n, as¨ª, como base de la futura tarea documental y cient¨ªfica que transmita a las generaciones venideras un legado indispensable para la comprensi¨®n de su propia identidad. Los Ortega, aunque no es un volumen de memorias estrictamente hablando, y mucho menos una biograf¨ªa o una obra hist¨®rica, tiene al tiempo un poco de todo eso pues consiste, al fin y al cabo, en el libro de la nostalgia de un hombre sobre su ascendencia. Es por eso mismo un documento sobre la inmortalidad, en tanto en cuanto ¨¦sta tenga que ver con nuestra supervivencia en el recuerdo del otro. Frente a la creencia cristiana en la resurrecci¨®n, se desprende de ¨¦l una soterrada actitud renacentista del autor, que nos transmite, quiz¨¢ sin propon¨¦rselo, la sutil idea de que el otro mundo es la prolongada continuaci¨®n de ¨¦ste, por lo que ser un Ortega supone, desde hace m¨¢s de un siglo, incorporar un estilo, una visi¨®n, una forma de hacer y de estar en el panorama intelectual de la vida espa?ola. El triunfo de la fama sobre la muerte, dictaminado por Petrarca, se convierte as¨ª en insospechado motivo de estos apuntes acerca de la existencia de los Ortega, hasta el punto de parecer como si quien los firma pretendiera convertir el apellido en un s¨ªmbolo m¨ªtico, del que nadie de su entorno puede ni debe escapar: ni familia, ni amigos, ni colaboradores, desde luego, pero tampoco los adversarios o los opositores al clan.
Ortega Spottorno renunci¨® a su propio protagonismo en la vida de la cultura, con tal de liderar los esfuerzos por continuar la tarea de su padre
Ortega y Gasset fue, sin duda, el intelectual espa?ol m¨¢s influyente de todo el siglo pasado. El m¨¦rito de esta saga narrada por su hijo, Jos¨¦ Ortega Spottorno, reside en la naturalidad con que enmarca la figura del fil¨®sofo en el entorno familiar y dom¨¦stico, y en la manera en que su obra queda inscrita en una tradici¨®n colectiva de excelencia intelectual y period¨ªstica. Cuenta an¨¦cdotas in¨¦ditas, descubre facetas ocultas de personajes por otra parte sobradamente conocidos, pero nada de eso confiere al libro un especial inter¨¦s. Lo que le otorga su magia, su atracci¨®n, es el acercamiento al mundo individual del fil¨®sofo y de quienes le precedieron en el uso del apellido. La mirada de su hijo se nos muestra tan atenta y l¨²cida como pueda imaginarse, hasta el punto de que uno tiene la impresi¨®n de que Jos¨¦ Ortega Spottorno agot¨® su vida en el fundamental prop¨®sito de relatar la de su progenitor. Como un Jorge Manrique de nuestros d¨ªas, con una prosa tan ingenua y sencilla como los versos del poeta, desgrana as¨ª, paso a paso, una eleg¨ªa racional sin otro destino que rendir culto a su linaje.
Vivir bajo la sombra de un monstruo de la inteligencia, ser hijo de don Jos¨¦ Ortega y Gasset, no le debi¨® resultar f¨¢cil al autor del libro, que renunci¨® a su propio protagonismo en la vida de la cultura, con tal de liderar los esfuerzos por continuar la tarea emprendida por el padre. ?sta, por lo dem¨¢s, ha sido demasiadas veces manipulada, instrumentada, utilizada y abusada por algunos de quienes se pretend¨ªan sus mejores disc¨ªpulos, y por parientes o allegados m¨¢s respetuosos con los intereses materiales y el brillo social inherentes al apellido que con el significado intelectual y pol¨ªtico del fil¨®sofo. Desconozco hasta qu¨¦ punto la influencia orteguiana sigue siendo importante en las aulas universitarias o en las c¨¢tedras de la especialidad. Para mi generaci¨®n fue decisiva y puede decirse que si la democracia existe en Espa?a se debe en gran parte a la permanencia entre nosotros, durante los peores a?os de la dictadura, de un aliento y un talante liberal, y de una ambici¨®n europe¨ªsta que entroncaban directamente con los postulados de Ortega. Los esfuerzos por petrificarle, coincidentes con los deseos de silenciar su pensamiento, no se reducen al intento del ministro franquista de Informaci¨®n, Arias Salgado, por difuminar su obra hasta el extremo de pretender casi ignorar su muerte. Los podemos ver ahora prolongados en las irrefrenables pasiones autoritarias que arrebatan el car¨¢cter de los j¨®venes cachorros de la derecha espa?ola, cada vez m¨¢s parecida hoy a aquella contra la que bramara con justicia el Ortega joven y el Ortega maduro, el de las conferencias en las casas del pueblo y las colaboraciones para El Imparcial o el de los brillantes discursos parlamentarios y los art¨ªculos en El Sol.
En definitiva, con la contribuci¨®n al descubrimiento del mundo ¨ªntimo de su padre, Ortega Spottorno rinde un l¨²cido homenaje a su estirpe de escritores y a la figura de su mejor amigo y de su mejor maestro. ?se del que hubiera podido decir, remedando a Manrique, los mismos, inolvidables versos, que afloran a nuestros labios en recuerdo del propio autor: 'Que aunque la vida perdi¨® / dej¨®nos harto consuelo / su memoria'.

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