Le Pen, explicado a mis hijos
Jean-Marie Le Pen invade la pantalla del televisor. Mis hijos me miran. Intento evitar la pregunta que se avecina para no protagonizar un episodio como los del libro Pare, saps qu¨¨?, de Miquel Desclot. No lo consigo. '?Qui¨¦n es ese se?or?', preguntan. Es un interrogante que comparten miles de europeos que hasta el 21 de mayo consideraban a Le Pen un facha. Desde hace siete d¨ªas, hay que rendirse a la evidencia: la banalizaci¨®n del fascismo parlamentario sumada a la exasperante capacidad del establishment pol¨ªtico para a?adir a los problemas de los dem¨¢s los suyos propios, le han hecho protagonista, aunque algunos prefieran boicotearle con una hipocres¨ªa testimonial como la que el mi¨¦rcoles se produjo en el Parlamento Europeo, donde, en un alarde de tolerancia, se abuche¨® un discurso de Le Pen sobre Israel. 'Es un pol¨ªtico', respondo para ganar tiempo. Pero mis hijos aprietan: '?Por qu¨¦ est¨¢ contento?'. 'Porque casi ha ganado', contesto. El universo infantil est¨¢ lleno de ganadores y perdedores y eso bastar¨¢, creo, para cerrar el tema. Si insisten, les dir¨¦ que Le Pen tambi¨¦n fue perdedor y puede que vuelva a serlo cuando le recuerden los casos de corrupci¨®n en los que su partido se vio involucrado en Toulon y Vitrolles. Pero no se lo digo para evitar la atracci¨®n hacia el villano y porque me preocupa imaginar un mundo en el que mis hijos sientan la tentaci¨®n de votar a Le Pen.
El l¨ªder del Front National tiene una misi¨®n en el mundo: es defender lo franc¨¦s y un mundo en el que no todos tenemos los mismos derechos
?Por qu¨¦? Porque es candidato a unas primarias cuyo resultado hay que asumir por m¨¢s que te repugne. ?Cu¨¢ntas veces se ha ninguneado a Le Pen! Desde Coluche a los humoristas m¨¢s bestias de Francia se han metido con ¨¦l y, para vencer el miedo, no ten¨ªan en cuenta que los olvidados que dice representar el Front National tienen sus razones para apoyarlo ya que desconf¨ªan de un sistema que no atiende todas las necesidades. Incluso Bernard Tapie, fugaz ministro de Mitterrand y presidente corrupto del Olympique, se atrevi¨® a noquearlo en un teledebate que puso al descubierto el brutal talante de Le Pen. Pero a Le Pen le votan y a Tapie le llaman chorizo. ?C¨®mo contarles a mis hijos que es de los malos sin caer en una simplificaci¨®n? Les cuento su historia como una pel¨ªcula de ciencia-ficci¨®n. Nacido en 1928 en el planeta Tierra, hijo de una campesina y de un pescador. Su misi¨®n: defender lo franc¨¦s y un mundo en el que no todos tenemos los mismos derechos. Tiene tres hijas, nueve nietos, dos carreras, una oratoria m¨¢s t¨®xica que el antrax, le gusta el rugby y fue voluntario en las guerras de Indochina y Argelia donde estuvo dispuesto a matar y a morir por su pa¨ªs. Lo de las guerras despierta el inter¨¦s de mi hijo: '?Qui¨¦n gan¨®?'. Recurro a una respuesta mod¨¦lica en lo pedag¨®gico y repugnante en lo personal: 'En las guerras nunca gana nadie' (si se enteran mis familiares que perdieron la guerra civil, me matan).
Le Pen gesticula. Su discurso neopoujadista, hijo del gaullismo y de un populismo alimentado por la inseguridad y la progres¨ªa papanatas, ha calado en una parte del electorado. Son los que creen que los jugadores de su selecci¨®n no merecen serlo porque no se saben la letra de La marsellesa (olvidan que, pese a su valor simb¨®lico para tantas generaciones de idealistas, el himno incluye un concepto tan discutido como sang impur), pero tambi¨¦n los que pagan los platos rotos de un progreso que no lo es para todos. '?Es como Aznar?', pregunta mi hija. 'No', respondo. Est¨¢ de moda decir lo contrario, pero no todos los pol¨ªticos son iguales: ¨¦ste defiende la pena de muerte para ped¨®filos, violadores, asesinos, terroristas y grandes traficantes de droga, la abolici¨®n del europe¨ªsmo y la expulsi¨®n de los inmigrantes, a los que considera un peligro para la identidad, la cultura y el bienestar. 'Seis millones de inmigrantes, seis millones de parados' fue uno de los lemas de su campa?a en 1995. El mensaje aprovecha lo coyuntural frente a lo estructural. 'Ma?ana los inmigrantes se instalar¨¢n en tu casa, se comer¨¢n tu sopa y se acostar¨¢n con tu mujer, tu hija, tu hijo', dijo en 1984. Le cay¨® una condena por apolog¨ªa del odio racial, pero ¨¦l continu¨®: 'Quiero m¨¢s a mis hijas que a mis nietas, a mis nietas que a mis primas, a mis primas que a mis vecinos. Pues en pol¨ªtica, quiero m¨¢s a los franceses'. Eso no se lo digo porque mis hijos tambi¨¦n quieren m¨¢s a sus padres que a sus vecinos. Aunque si las ideas de Le Pen triunfan, la amiga nacida en la India con la que van a la escuela no tendr¨¢ sus mismos derechos y mi hijo no podr¨¢ desarrollar su ascendente carrera de rapper porque, seg¨²n Le Pen, el rap es una 'excrecencia patol¨®gica'. Por suerte, la informaci¨®n sobre Le Pen termina, y en la pantalla aparecen el equipo del Bar?a y Christanval. 'Es franc¨¦s, ?verdad?', comenta mi hija, fascinada por su peinado. 'S¨ª', respondo, y deseo que lo siga siendo y que no triunfe ese patriotismo eurof¨®bico con una pelota de petanca en lugar de cerebro. Canturreando Douce France, me agarro a esa otra Francia, m¨¢s vulnerable, con enormes problemas, pero capaz de convertir a Anna Gavalda, descendiente de catalanes, en la novelista m¨¢s le¨ªda de estos momentos por su libro Je l'aimais, o a Desailly, hijo del Chad, en el capit¨¢n de su selecci¨®n. Con el mando a distancia, apago el televisor y Le Pen desaparece. Veremos hasta cu¨¢ndo.
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