?La hora del fascismo?
El ¨¦xito del l¨ªder ultraderechista Jean-Marie Le Pen, del Front National, en las elecciones presidenciales francesas del 21 de abril, que derrot¨® al primer ministro socialista Lionel Jospin y sac¨® a los socialistas de la liza electoral, cuya segunda vuelta disputar¨¢ con Jacques Chirac el 5 de mayo, ha sido un verdadero se¨ªsmo para la vida pol¨ªtica en Francia. Y ha causado consternaci¨®n en Europa y en todos los gobiernos democr¨¢ticos del mundo.
?Qu¨¦ ha podido ocurrir, se preguntan, para que un partido marginal, de corte fascista, considerado una curiosidad poco menos que folcl¨®rica, que voceaba sin impudor sus consignas racistas contra ¨¢rabes y jud¨ªos, propon¨ªa sacar a Francia de 'la Europa del Euro', restablecer la pena de muerte y devolver a los inmigrantes norafricanos y africanos a sus pa¨ªses de origen, haya podido obtener cerca de cinco millones de votos, en una de las m¨¢s avanzadas y antiguas democracias del mundo?
Lo que acaba de ocurrir en Francia no es un hecho aislado y quienes se espantan de lo ocurrido estaban ciegos ante un fen¨®meno que, de unos a?os a esta parte, se viene extendiendo como una onda siniestra por todo el viejo continente, en sus vertientes oriental y occidental: el crecimiento de movimientos y partidos ultranacionalistas, racistas y xen¨®fobos que han ido pasando, poco a poco, de la condici¨®n de grup¨²sculos insignificantes, a ocupar posiciones influyentes, y a veces hasta mayoritarias, en el espectro pol¨ªtico. Ocurri¨® en Austria, con el Partido de la Libertad, de J?rg Haider, ahora parte de la coalici¨®n gobernante; en Italia, con la Liga del Norte de Umberto Bossi, tambi¨¦n parte del gobierno que preside Berlusconi; en B¨¦lgica, donde el Vlaams Blok, de Filip Dewinter, obtuvo la primera votaci¨®n en las elecciones de Amberes (33%); en Holanda, donde Pim Fortuyn alcanz¨® el 34% del voto en Rotterdam en las elecciones municipales del mes pasado, y en Dinamarca, donde el Partido del Pueblo de P¨ªa Kjaersgaard alcanz¨® el 12% del sufragio en las elecciones legislativas del a?o 2001.
No es exagerado llamar fascistas o neo-fascistas a estas organizaciones, pues todas ellas se sustentan sobre la defensa a ultranza del nacionalismo, valor supremo que debe ser defendido contra un enemigo que viene de afuera y que amenaza con arruinar y degradar a la naci¨®n. Este enemigo es el inmigrante. No cualquier inmigrante desde luego, sino el que tiene una piel de otro color, otra lengua, otras costumbres, otros dioses. Es decir: el argelino, el turco, el marroqu¨ª, el negro en general, y tambi¨¦n el gitano, el rumano, el afgano, el serbio, etc.
La demagogia y el miedo juegan un papel principal¨ªsimo en la audiencia que han conseguido estas formaciones pol¨ªticas. No importa que las estad¨ªsticas desmientan sus temores, los mitos que hacen pasar por hechos fidedignos en sus campa?as de adoctrinamiento. ?Han crecido la delincuencia callejera, los atracos, cr¨ªmenes y asaltos? Ello se debe a las mafias y g¨¢ngsters venidos del extranjero y a los ilegales hambrientos exportados a Europa por el subdesarrollo. ?Los ¨ªndices de desempleo aumentan o se resisten a bajar? La raz¨®n es que se privilegia en el empleo a los negros y a los ¨¢rabes y se posterga a los nacionales. ?Suben los impuestos? Naturalmente, puesto que los servicios p¨²blicos se han hinchado elefanti¨¢sicamente debido a esas familias inmigrantes, que se reproducen como conejos, y viven, de manera parasitaria, del dinero que los contribuyentes entregan al Estado para costear la seguridad social.
Muchos de los franceses que votaron por Le Pen se indignan de que los llamen fascistas. No, ellos s¨®lo quer¨ªan dejar sentada su protesta contra un estado de cosas intolerable. Es decir, un sistema caduco y corrompido, en el que los politicastros de la derecha y la izquierda hab¨ªan establecido, por debajo de sus aparentes diferencias, una complicidad s¨®rdida para protegerse, ocultar sus tr¨¢ficos y chanchullos, y eternizarse en el poder. ?Racistas? No, qu¨¦ va: s¨®lo piden que se haga justicia a los franceses, y no se los postergue y discrimine para favorecer a unos inmigrantes, que, adem¨¢s, a menudo odian a Francia y practican costumbres b¨¢rbaras. Y, en cuanto a Europa, desde luego, no son anti-europeos. Eso s¨ª, no quieren que un pa¨ªs de la tradici¨®n, la historia y la cultura de Francia vaya a desintegrarse en una gelatina informe, en el h¨ªbrido monstruoso que resultar¨ªa esa mescolanza comunitaria que est¨¢n cocinando los bur¨®cratas de Bruselas. Europa, s¨ª, pero la de las naciones, bien independientes la una de la otra, protegidas por infranqueables fronteras y nunca revueltas.
El fascismo lleg¨® al poder en el pasado gracias a la complicidad de gentes que no sab¨ªan de manera clara al principio lo que vendr¨ªa de aquellos gobiernos y reg¨ªmenes que apoyaban, confiados en que pondr¨ªan orden donde hab¨ªa caos, garantizar¨ªan la seguridad, el empleo, y limpiar¨ªan la sociedad nacional de indeseables extranjeros. Cuando lo supieron, ya era tarde para dar marcha atr¨¢s, y, adem¨¢s, a muchos de ellos ya la propaganda y la manipulaci¨®n de las conciencias los hab¨ªan conquistado. Por eso, aunque no hay duda de que en la segunda vuelta electoral del 5 de mayo Le Pen no va a salir elegido y Chirac va a ganar la presidencia con una fuerte mayor¨ªa (casi toda la izquierda, empezando por los socialistas, votar¨¢ por ¨¦l 'tap¨¢ndose las narices' para frenar al Front National) hay que ver como un peligro grav¨ªsimo esta legitimaci¨®n electoral del fascismo que significan los 5 millones de votos obtenidos en Francia el domingo pasado por Le Pen y su alter ego Bruno M¨¦gret.
La izquierda moderada es, por supuesto, la v¨ªctima primera de la ascensi¨®n de Le Pen. Por primera vez, socialistas y comunistas quedan fuera de una segunda vuelta electoral en Francia, que ahora se disputar¨¢ s¨®lo entre la derecha y la extrema derecha. El partido comunista poco menos que se extingue y tres partidos trotskistas se reparten su cad¨¢ver (el 10% de los votos). El trauma experimentado ?servir¨¢ para abrir los ojos de la izquierda respecto a la responsabilidad que le incumbe en el tremendo desarrollo del ultranacionalismo en Francia?
No es casual que el Front National se haya convertido, en estas elecciones, en el primer partido obrero de Francia, y que hayan votado por ¨¦l, masivamente, adem¨¢s de los proletarios, los desempleados o amenazados de desempleo, las clases medias bajas y, en general, aquellos sectores desfavorecidos que tradicionalmente conformaban el voto de izquierda. Estos sectores, simplemente, han llevado a sus ¨²ltimas consecuencias la insensata e irresponsable campa?a de cierta izquierda retr¨®grada -sobre todo en Francia- contra la globalizaci¨®n, la internacionalizaci¨®n de la econom¨ªa y un mundo integrado
e interdependiente, presentado como una conspiraci¨®n del neo-liberalismo y las transnacionales para esquilmar a los pobres y devorar la soberan¨ªa de las naciones.
Esto mismo es lo que proclamaba Le Pen, pero dando alaridos m¨¢s estent¨®reos y sacando, con menos hipocres¨ªa, las conclusiones impl¨ªcitas en semejantes convicciones nacionalistas: el ensimismamiento y la xenofobia. Si abrir las fronteras nacionales e integrarse al mundo es la peor cat¨¢strofe que puede sobrevenir a un pa¨ªs, pues hay que reforzar las fronteras nacionales y defender a la naci¨®n y a los nacionales contra esa conspiraci¨®n de neo-liberales ap¨¢tridas. No s¨®lo la cultura debe ser 'una excepci¨®n'; tambi¨¦n el trabajo, el capital, los servicios y hasta los h¨¢bitos culinarios tan caros a Jos¨¦ Bov¨¦; y, por ¨²ltimo, la raza, deben ser protegidos de esa contaminaci¨®n anti-nacional que empobrece y degrada a las sociedades.
El liberalismo no es s¨®lo, seg¨²n lo caricaturizan sus detractores, la defensa de la libertad de mercados; es, fundamentalmente, la defensa del Estado de Derecho, del pluralismo pol¨ªtico, de la libertad de opini¨®n y de cr¨ªtica, de los derechos humanos, de la soberan¨ªa individual. Es decir, de lo que constituye la esencia misma de la democracia. Y, por eso, todas las fuerzas del arco iris pol¨ªtico que sostienen una sociedad democr¨¢tica, del conservadurismo al socialismo, pasando por la democracia cristiana, el radicalismo y la social democracia, han compartido siempre, por debajo de sus diferencias, un com¨²n denominador liberal. En sus sistem¨¢ticos ataques encaminados a la demolici¨®n del liberalismo como fuente de todos los males sociales y en su rechazo sectario de la mundializaci¨®n, la izquierda ha contribuido a fabricar el Golem nacionalista y anti-democr¨¢tico que se llama Le Pen, el fascismo de nuestros d¨ªas.
La pr¨¦dica contra el 'neo-liberalismo' no ha tra¨ªdo un resurgimiento del marxismo, sino del fascismo, dos ideolog¨ªas que, por lo dem¨¢s, como mostr¨® Hayek en Caminos de servidumbre, est¨¢n bastante m¨¢s cerca de lo que parece. Pues ambas tienen, en com¨²n, el desprecio de la cultura de la libertad, y de las instituciones democr¨¢ticas, as¨ª como la religi¨®n del Estado todopoderoso y vertical convertido en panacea para todos los males de la sociedad.
Los pa¨ªses donde el socialismo ha sido capaz de modernizarse e impregnarse de liberalismo, como en Inglaterra, y, en cierto modo, Espa?a y Alemania, no han experimentado este brote acelerado de movimientos neo-fascistas, y, en todo caso, han podido conjurarlo a tiempo. En cambio, donde la izquierda se ha enquistado en el anacronismo nacionalista para combatir, como el enemigo n¨²mero uno, la internacionalizaci¨®n de la vida, esa manifestaci¨®n radical del nacionalismo, inseparable de la xenofobia y el racismo, que es el fascismo, ha comenzado a levantar cabeza y echar ra¨ªces populares. Ojal¨¢ la izquierda francesa y sus cong¨¦neres en el resto del mundo aprovechen esta dura lecci¨®n y se modernicen de una vez.
? Mario Vargas Llosa, 2002. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2002.
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