Anarqu¨ªa y espiritismo
El centenario de la muerte de Jacint Verdaguer est¨¢ sirviendo para que conozcamos el avatar humano de un gran poeta, v¨ªctima de la intolerancia de una Iglesia que volv¨ªa a concebir como herej¨ªa cualquier lucidez que viera nacer en su seno. Sin duda, la reedici¨®n de En defensa pr¨°pia (Tusquets) ha servido para que sepamos c¨®mo Verdaguer intent¨® descargarse de las acusaciones de que era objeto por parte de la jerarqu¨ªa eclesial, entre ellas la de complicidad con las doctrinas y las pr¨¢cticas espiritistas. Tales contactos no existieron en realidad, pero cabe preguntarse qu¨¦ pod¨ªa hacer cre¨ªble la imputaci¨®n y qu¨¦ le confer¨ªa tama?a capacidad descalificadora. Esa cuesti¨®n se aclara conociendo y comprendiendo el papel que desempe?¨® el espiritismo en el seno de las corrientes sociales emancipadoras que recorrieron la Catalu?a de finales del siglo XIX y un buen trecho del XX.
Acerca de esta cuesti¨®n hay que saludar la aparici¨®n de De la m¨ªstica a les barricades (Proa), del poeta y antrop¨®logo Gerard Horta, que gan¨® el ¨²ltimo premio Carles Rahola de ensayo. Horta habla de una agitaci¨®n ideol¨®gica y social, una inquietud que coloc¨® a Catalu?a en un estado cr¨®nico de efervescencia popular durante d¨¦cadas, orientado por ideas libertarias, utopistas y anticlericales, pero en la que jugaban un papel no menos intenso convicciones derivadas de la gran tradici¨®n ocultista y neogn¨®stica que recorr¨ªa en secreto Europa desde hac¨ªa siglos. Entre esas doctrinas herm¨¦ticas que encontraron eco entre los sectores m¨¢s descontentos de la sociedad catalana estuvo precisamente el espiritismo, que vino a reeditar aqu¨ª y entonces la recurrente asociaci¨®n entre movimientos sociales revolucionarios y cultos de posesi¨®n. En ese sentido, hab¨ªa razones para que los enemigos de Verdaguer quisieran desprestigiarlo relacion¨¢ndolo con los espiritistas. Con ello, no s¨®lo hac¨ªan de ¨¦l un hereje que manten¨ªa contacto con visionarios y practicaba exorcismos, sino que le mostraban coqueteando con las corrientes revolucionarias con las que el espiritismo aparec¨ªa concomitando en la ¨¦poca.
En la obra de Horta se presenta una Catalu?a convertida en centro mundial tanto de la doctrina espiritista como de su represi¨®n. No es casual que el ¨²ltimo auto sacramental que se celebra en Espa?a se realice en 1861 en el patio del baluarte de la Ciudadela y que consista en la quema p¨²blica de centenares de publicaciones espiristas. Tampoco lo es que el Primer Congreso Espiritista Internacional se celebre tambi¨¦n en Barcelona, en 1888, y que la cita se repita en 1934, cuando en Catalu?a existen m¨¢s de 120 asociaciones espiritistas en activo.
Pero lo m¨¢s significativo es contemplar c¨®mo toda esa actividad espiritista aparece formando parte de la cultura obrera del momento, c¨®mo es entre las clases populares catalanas que los kardecistas encuentran acogida y c¨®mo, en ese marco, mezclan sus doctrinas y experimentos de comunicaci¨®n con universos paralelos con proyectos que buscan una modificaci¨®n radical del orden social. Acusar a Verdaguer de simpatizar con los espiritistas no s¨®lo lo complicaba en pr¨¢cticas tenidas por sat¨¢nicas, sino que tambi¨¦n lo afiliaba a un ideario que era el mismo que el de las tendencias m¨¢s progresistas del momento: igualdad entre g¨¦neros; ense?anza laica; rechazo de la industria de guerra; secularizaci¨®n de la vida cotidiana; impugnaci¨®n de la pena de muerte y la cadena perpetua, as¨ª como reforma del sistema penitenciario; solidaridad universal entre todos los seres; supresi¨®n gradual de las fronteras y proceso de desarme de todos los ej¨¦rcitos... Todo a partir de la concepci¨®n del espiritismo como una ciencia positiva y como una religi¨®n laica, antiautoritaria, igualitarista y socializadora.
Adem¨¢s de recordarnos los contrabandismos entre espiritismo y corrientes libertarias y librepensadoras en la etapa en que Catalu?a mostr¨® su faceta m¨¢s insumisa e insolente -la que cobra todo su sentido en la obra de Verdaguer-, el trabajo de Gerard Horta introduce una reflexi¨®n de la m¨¢xima pertinencia acerca de la continuidad, a lo largo de siglos, de una conexi¨®n entre concepciones del mundo hermetistas y m¨ªsticas, por un lado, y, por el otro, proyectos de transformaci¨®n radical de la realidad que aspiraban a la liberaci¨®n de los oprimidos. Esa vinculaci¨®n no se produce s¨®lo en el plano de las astucias en la lucha por la libertad, ni en la exigencia compartida de que los poderosos desvelasen sus maquinaciones, sino tambi¨¦n en un uso intensivo del cuerpo como puerta de acceso a los arcanos de lo real y como resorte b¨¢sico para todo cambio hist¨®rico.
S¨®lo un malentendido puede hacer incompatible la adopci¨®n de una estrategia de acci¨®n revolucionaria con la presencia de concepciones m¨ªsticas -que no metaf¨ªsicas- que exigen el desvelamiento inmediato de lo oculto y que denuncian la ignorancia como la antesala del infierno. En Catalu?a, a partir de la segunda mitad del XIX, la sistematizaci¨®n espiritista de la que Verdaguer era visto como agente vino a reforzar proyectos de renovaci¨®n social y lo hizo por la v¨ªa de proveerlos no de un factor de irracionalidad, sino de todo lo contrario: de premisas de racionalizaci¨®n que interiorizaban principios ¨¦ticos abstractos y que hac¨ªan la pedagog¨ªa de una autoridad fundada en la legitimidad moral y no en el despotismo -¨¦se s¨ª irracional- del ritual y los sacramentos cat¨®licos.
Anarquismo, librepensamiento, higienismo, imanentismo mas¨®n, feminismo, antimilitarismo, teosof¨ªa, anticlericalismo, espiritismo..., corrientes de pensamiento que un efecto ¨®ptico nos hace contemplar hoy como distantes, vivieron aqu¨ª una apasionante promiscuidad, basada en la convicci¨®n com¨²n de que en verdad eran posibles y urgentes otros mundos, a los que se pod¨ªa llegar a trav¨¦s de otra racionalidad. Verdaguer bebi¨® de ese precipitado y contribuy¨® a ¨¦l con su obra, hecha de aquella misma trascendencia po¨¦tica que animara la Barcelona de la mejor edad, aquella en que se pasara el tiempo escribiendo versos, abriendo universos, levantando barricadas.
Manuel Delgado es profesor de Antropolog¨ªa en la Universidad de Barcelona.
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