El camino m¨¢s corto hacia la paz
El camino m¨¢s corto hacia la paz es la destrucci¨®n del enemigo. Lo dificultoso es singularizar bien al enemigo, saber qui¨¦n es y d¨®nde est¨¢. El resto: medios f¨ªsicos, log¨ªstica y ¨®rdenes claras. El enemigo del Estado de Israel han sido siempre los palestinos. Basta con mirar los sucesivos mapas de la constituci¨®n territorial de Israel. El ¨²ltimo, el de hoy, hecho de retazos de poblaciones palestinas discontinuas, como topos en una tersa piel, indica que la l¨®gica de modificaci¨®n humana todav¨ªa no ha alcanzado su final, pero que ¨¦ste no queda lejos. La evacuaci¨®n y las deportaciones no est¨¢n dictadas por una aversi¨®n cultural ni por un conflicto religioso. El mecanismo revela una inequ¨ªvoca b¨²squeda de lugar, de espacio donde construir un futuro de ininterrumpida poblaci¨®n. Nunca ha sido, pues, un conflicto entre ¨¢rabes y jud¨ªos, ni tampoco, por supuesto, entre el islam y el juda¨ªsmo, sino, m¨¢s sencillamente, entre palestinos e israel¨ªes. Aunque a menudo sean ¨¦stos los lenguajes con que se describe la tenaz, irreversible sustituci¨®n poblacional. El procedimiento de ocultaci¨®n narrativa consiste justamente en atribuir al desalojo una dimensi¨®n colosal para que no se vea que el conflicto es ¨ªntimo, dom¨¦stico.
Reducir, deportar, modificar un campesinado, constre?ir las residencias urbanas, variar las concentraciones. Estos son los verdaderos nombres del conflicto. Y tambi¨¦n alambradas, caminos bloqueados, horarios, quedas, control y distribuci¨®n del agua, circulaci¨®n regulada de alimentos, intervenci¨®n de los mercados rurales, recuentos y listas, permisos. En suma, una acelerada y dirigida destrucci¨®n de un orden campesino. Algo reconocible hist¨®ricamente como el rasgo decisivo de la modernizaci¨®n capitalista. Lo que ocurre es que, en este caso, incluye un cambio sistem¨¢tico de gente y, por tanto, todo el proceso resulta m¨¢s abrupto. Est¨¢, por otra parte, ensayado desde hace tiempo con resultados diversos. Sur¨¢frica, Rodesia, Argelia, y antes las naciones blancas y negras de Am¨¦rica. Nunca, quiz¨¢, hubo un planteamiento expl¨ªcito de exterminio sustitutorio. Pero toda la empresa colonial era inconcebible sin los trazos persistentes de la probabilidad efectiva del exterminio de b¨¢rbaros. Jonathan Swift, en el cap¨ªtulo cuarto de los Viajes de Gulliver (1726), se?ala que, a pesar de que no lo lleven a cabo, los Houyhnhnm deciden anualmente en asamblea exterminar a los Yahoos, sus inferiores y subordinados. El reconocimiento de su, por as¨ª decir, recurrente inacci¨®n sirve para mantener vivo el prop¨®sito colectivo de exterminar al b¨¢rbaro que da todo el sentido, aunque no ocurra, a su organizaci¨®n social.
Lo singular del caso israel¨ª es su ¨¦xito, cuya medida se alcanza a ver, justamente, en el alto grado de consecuci¨®n de una poblaci¨®n compacta y de regulado origen. Esta compacidad est¨¢ a punto de lograrse por dos motivos. Israel ha conseguido determinar con enorme resoluci¨®n qui¨¦n es el enemigo. El palestino es un b¨¢rbaro en cuya manufactura intervienen todos los estadios reconocibles de la barbarie: el musulm¨¢n, el ¨¢rabe, el inescrutable merodeador hist¨®rico de Europa, el artero y arrogante retrasado... Un b¨¢rbaro por todos reconocible, incluso para quienes eventualmente simpatizan, inoportuna v¨ªctima, con ¨¦l. Es f¨¢cil, pues, advertir que, cuanto m¨¢s generales y abstractos sean los t¨¦rminos en que se evoca la desposesi¨®n palestina, m¨¢s parecen volverse comprensibles.
El otro motivo del ¨¦xito colonial es la fluidez del curso migratorio hacia Israel, raramente viscoso. La provisi¨®n poblacional procedente de la di¨¢spora jud¨ªa ha nutrido las previsiones sociales del sionismo, otorgando a la colonia unas posibilidades de crecimiento compacto y continuado como ninguna otra colonia moderna ha tenido. Por otra parte, el tama?o territorial final previsto no era inveros¨ªmil ni aleatorio o por explorar. Se pod¨ªa proponer un calendario razonable de las fases en que la ocupaci¨®n, o reocupaci¨®n si se quiere, deb¨ªa producirse. No se trataba ni de las selvas amaz¨®nicas, ni del Lejano Oeste americano, ni de la enormidad australiana.
El antisemitismo europeo, no creo que pueda calificarse de otra manera, aseguraba el abastecimiento poblacional. La perfidia, el ejercicio europeo del mal, dot¨® a Israel de un origen permanente en un territorio, sin embargo, finito. Y ah¨ª est¨¢ la guerra de Ariel Sharon, quiz¨¢ en el momento justo. Hab¨ªa que mostrar que la concedida -por Israel y Estados Unidos- Autoridad Palestina no pasaba de ser una ficci¨®n pol¨ªtica, un interlocutor innecesario. Las bombas de los suicidas palestinos, aunque de indudable importancia pol¨ªtica y social, no tienen por ahora capacidad de alterar la consecuci¨®n y continuidad de Israel como sociedad o de su Estado. Una vez destruido el orden pol¨ªtico palestino y, sobre todo, el haber mostrado que cualquier otro emergente puede tambi¨¦n ser extinguido, s¨®lo queda fijar los t¨¦rminos del repliegue final palestino. Y esto es lo que se discutir¨¢ en el futuro con quien sea. Se muestra que lo mejor, aunque fatuo, es negociar con tu prisionero.
Algunos analistas insisten en la amenaza para Israel que pueden ser el resentimiento y los deseos de venganza palestinos. Vendr¨ªa a ser algo as¨ª como la amenaza de An¨ªbal, a quien su padre oblig¨® a jurar, para perdici¨®n de ¨¦l y de los cartagineses, odio eterno a los romanos. Quiz¨¢ resulten ser efectivas las bombas de An¨ªbal en el futuro, m¨¢s all¨¢ del horror que produzcan. Pero no se sabe. Tampoco est¨¢ nada claro que la supervivencia de la sociedad israel¨ª o de su Estado sea afectada por el clamor humanitario que la guerra de Sharon produzca. No se ven tampoco las razones por las que Israel deba dar particulares cuentas de c¨®mo se ha constituido y de las guerras que gana y, por ejemplo, Estados Unidos u otros grandes extintores hist¨®ricos, no. Al final, por supuesto, se hablar¨¢ de d¨®nde se quedar¨¢n los palestinos y en qu¨¦ condiciones. Naturalmente, la guerra de Sharon supone fracturas graves en la sociedad israel¨ª. M¨¢s grave, creo, es la desavenencia, en alg¨²n caso horrorizada, que la guerra ha producido entre sectores de la di¨¢spora jud¨ªa en el mundo.
La paz, pues, al final. El romano Cornelio T¨¢cito (Agr¨ªcola, XXX) describi¨® con precisi¨®n: 'y cuando crean un desierto (un yermo), le llaman paz'. Exacto.
Miquel Barcel¨® es historiador.
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