D¨ªas de guardar
Hay libros ante los cuales la tarea del cr¨ªtico es casi indecente. Libros que no pretenden ser 'literatura', que se escriben excluyendo deliberadamente todos los artificios y convenciones del 'mundo del libro'. De ellos resultar¨ªa ofensivo decir: 'Se parece a tal' o 'entronca con la tradici¨®n de Fulano', porque quien los ha escrito no quer¨ªa entroncar con nadie ni parecerse a nadie, sino mostrar, mostrar el material del cual est¨¢n hechos todos los libros, exponer en su desnudez aquello que, para hacer libros, se disimula o se disfraza. 'Lo que hace que una obra adquiera el car¨¢cter de obra', dice Chantal Maillard, 'son las exclusiones, las tachaduras, los recortes'. Desechos de autor.
FILOSOF?A EN LOS D?AS CR?TICOS. DIARIOS 1996-1998
Chantal Maillard Pre-Textos. Valencia, 2001 252 p¨¢ginas. 15,03 euros
Idealmente, eso es lo que deber¨ªamos encontrar en esa suerte de no-obra-literaria que es un diario. ?El mero 'yo' del autor? No, m¨¢s bien lo contrario: el yo del autor es el que recorta, selecciona; idealmente, los fragmentos que componen un diario no son una obra porque no tienen un autor, no son algo que el autor haya hecho, sino precisamente lo que no ha hecho, lo que no ha elaborado, lo que simplemente le ha pasado. Escribir un diario como ¨¦ste requiere una cierta ascesis, una cierta pr¨¢ctica en el ausentarse de s¨ª mismo para permitir que las experiencias cristalicen sin ordenarse en un hilo argumental dirigido hacia una finalidad, un cierto entrenamiento en el desaprovechar, en el repliegue del yo en lo vivido para impedir que las vivencias se conviertan en cap¨ªtulos, episodios o lecciones.
Pero del diario ideal al real media un trecho: hay un artificio que no se puede suprimir, y es, como dice Maillard, el que la propia escritura desencadena en su actividad. Incluso en total pasividad del yo, la experiencia se sigue tallando, recortando, moldeando. Por eso estos fragmentos son tan hermosos y al mismo tiempo tan crueles -nadie los ha 'cocinado', pero la propia crudeza es obligada por la escritura a un cierto decoro: 'Eliminar toda decoraci¨®n. El decoro, ahora, ha de ser la honestidad', es decir, la belleza: 'Designo mi escritura como el ejercicio est¨¦tico de una vida que quiere prolongarse m¨¢s all¨¢ del suspiro'. El trecho entre el diario ideal y el diario real es, en fin, la escritura misma o, lo que es igual, el tiempo, el discurrir, el discurso: eterna maldici¨®n de llegar siempre tarde a s¨ª mismo, de que escribir s¨®lo pueda hacerse cuando aquello de lo que escribimos ya se ha escapado y, por tanto, no puede servir para 'autentificar' lo escrito: 'El ser ocurre en superficie, y la superficie es una red que tejemos al deslizarnos'. Llegar siempre tarde, al atardecer, cuando lo 'oriental' -el lugar del nacimiento y del origen- es ya 'occidental' y est¨¢ en su ocaso.
Con todo, en estos fragmen
tos hay algo m¨¢s que lo que en ellos se muestra, algo m¨¢s que el m¨¦todo por el que se han obtenido y los diferentes trayectos argumentales cuya posible reconstrucci¨®n ofrece Chantal Maillard a modo de ep¨ªlogo, para quien no soporte la geograf¨ªa del pensamiento sin su correspondiente historia. Adem¨¢s de 'mostrar', Maillard tambi¨¦n intenta demostrar algo. Ella lo expresa con precisi¨®n: que as¨ª como hay distintos husos horarios, tambi¨¦n hay husos o m¨®dulos perceptivos, que cada percepci¨®n pertenece a una determinada constelaci¨®n, y que la vida es el tr¨¢nsito constante que atraviesa esos diferentes husos modulares, cada uno con su m¨²sica y su letra propias, coagul¨¢ndose a veces en alguno de ellos. En Filosof¨ªa en los d¨ªas cr¨ªticos, esta 'armon¨ªa (y disarmon¨ªa) de los m¨®dulos' est¨¢ privilegiada sobre los diferentes 'hilos mel¨®dicos' (historia personal, tramas amorosas, pensamientos filos¨®ficos) que jalonan los diarios. Hace pensar, en efecto, en la vieja sabidur¨ªa de las filosof¨ªas de Leibniz o Spinoza: por la identificaci¨®n plena del ser con el desear, pero sobre todo porque el desear es observado no ¨²nicamente como resorte de la acci¨®n, sino tambi¨¦n como capacidad de padecer o potencia para sentir. Lo que llamamos 'inercia' en los cuerpos -dec¨ªa Leibniz- podr¨ªa ser un cierto impulso original por el cual las criaturas-melod¨ªas intentan el ejercicio est¨¦tico de 'prolongar su vida m¨¢s all¨¢ del suspiro', un poco a la manera de esos temas de Mozart que parecen gozar de un impulso propio o fuerza ¨ªnsita para perseverar a costa de ir variando a lo largo de diferentes compases y movimientos. Como sucede con estos temas, cada periodo vital, cada uno de los fragmentos numerados de este diario es un 'd¨ªa cr¨ªtico' que intenta prolongarse tanto como se lo permita su inercia y, en ese sentido, aspira a la cristalizaci¨®n de la escritura, aunque su ansia de existir no pueda ser infinitamente cumplida ni ilimitadamente armoniosa, sino s¨®lo finita y fragmentaria. 'Entiendo la escritura como una necesidad que se genera para darle cauce a una energ¨ªa que debiera cumplirse en el gozo extremo y que se queda en extremado anhelo. En ese sentido, y debido a la inminencia, siempre, de un final que nos vigila, cada d¨ªa de una vida es un d¨ªa cr¨ªtico'.
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