Tienda de ultramarinos
Un fantasma flota sobre la cr¨ªtica espa?ola. Es el fantasma de la narrativa suramericana. Y en Suram¨¦rica, un mito entretiene a la prensa cultural y a la poca gente que le presta alguna atenci¨®n: es el mito de la consagraci¨®n de los autores argentinos en Espa?a.
Un antiguo chiste mexicano advert¨ªa de que no hay mejor negocio en el mundo que comprar un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. El sue?o actual del escritor argentino es escribir tan bien como los cr¨ªticos y editores espa?oles imaginan que lo hace y su pesadilla ser¨ªa despertar enfrentado a un env¨ªo de una decena de novelas espa?olas recientes y tan reveladoras como en su momento fueron las obras de Cela y Delibes.
El sue?o del escritor argentino es escribir tan bien como los cr¨ªticos espa?oles imaginan que lo hace
Pero el env¨ªo no llega y estoy tan seguro de que tal selecci¨®n es posible como de que hasta ahora nadie la ha emprendido, de modo que el lector argentino y el escritor-lector interesado en determinar por qu¨¦ sus obras llaman la atenci¨®n en la metr¨®poli queda librado a su suerte. En general, a su mala suerte, porque una vez hecho su acopio aleatorio de t¨ªtulos espa?oles, lo explora y termina con una peque?a pila de libros firmados por cl¨¢sicos y modernos que publicaron antes de 1980.
Esto no es efecto del corpus de la narrativa espa?ola actual, sino de la preselecci¨®n que la industria editorial realiza a la hora de publicar y en el momento de elegir qu¨¦ exportar¨¢ a sus ex colonias. No s¨¦ qu¨¦ le sucede al millar de lectores cultos argentinos, que leen mucho m¨¢s que los escritores-lectores, pero ¨¦stos, que son una minor¨ªa de los escritores y a su vez una ¨ªnfima minor¨ªa del total de los lectores suramericanos, ante la narrativa procedente del reino, tropiezan con un problema de lenguaje que no procede del l¨¦xico, sino de la semejanza de l¨¦xico y sintaxis entre el producto narrativo espa?ol con las traducciones que desde los a?os setenta se vienen haciendo en Espa?a de la mejor literatura inglesa y francesa contempor¨¢nea, toda uniformizada en un imaginario coloquial urbano espa?ol.
Con ese arte de trasvasar, se han producido muchos libros, se han perdido muchas obras, y en el camino se fue instituyendo un veros¨ªmil narrativo que ahora impregna a las nuevas promociones de narradores espa?oles.
Se asombraba Fres¨¢n por la frecuencia con que en las traducciones espa?olas, los visitantes dejan la habitaci¨®n girando sobre sus talones y Val¨¦ry recompondr¨ªa sus cenizas convulsivamente si reparase en la cantidad de marquesas, burguesas, proletarias, amantes y prostitutas que entran y salen a las cinco de la tarde en las novelas espa?olas contempor¨¢neas.
Cierto que a las cinco en punto de la tarde, finalmente, un toro veng¨® en la arteria inguinal de Ignacio S¨¢nchez tanto tormento infligido a su especie. Esa hora es eterna, pero no justifica que, en las tres ¨²ltimas novelas espa?olas que he le¨ªdo, el narrador consulte el reloj para datar cada episodio.
Que Ignacio sea tan eterno como Emma, Hans Castorp, Aldonza Lorenzo o el llamado Ismael, no justifica que en la narrativa peque?o burguesa de catalanes y madrile?os todo asesino, visitante, secretaria o prostituta presente su tarjeta de identidad con nombre y apellido cada vez que vuelve a reaparecer en alguna p¨¢gina de esas novelas donde se hacinan nombres propios que no llegan a ser personajes.
Por ellos, los libros se extienden gratuitamente, con reapariciones a menudo innecesarias y casi siempre teatralizadas con intercambios de frases. Son los famosos di¨¢logos, que en no menos de la mitad de las novelas aparecen tan cuidadosamente redactados como las reflexiones del autor y sus descripciones de escenarios y sistemas de causas y efectos que tambi¨¦n sobreabundan. Por eso -le escrib¨ªa a un autor espa?ol- convendr¨ªa antes de ceder al mito de la narrativa hispanoamericana, sus colegas consulten menos el reloj y, si no conf¨ªan en su memoria auditiva, recurran con m¨¢s frecuencia a la grabadora de cinta, o de casete: mucho de lo que encuentran como 'vital' y 'v¨¢lido' en la literatura argentina procede del tesoro de la lengua espa?ola que se revela al escuchar al personaje cuando act¨²a en sus condiciones naturales y que se desvanece cuando se lo redacta con ajuste a las convenciones editoriales.
Y el tesoro, tan vivo y proliferante en Espa?a como en cualquier ¨¢mbito suramericano, s¨®lo entra en la literatura si se lo respeta y se perfeccionan las artes de simularlo en los relatos.
Una clave de desencanto con gran parte de la producci¨®n espa?ola procede de esa discontinuidad con el lenguaje espa?ol, que no puedo dejar de vincular con la discontinuidad entre narraci¨®n y poes¨ªa que parece regla del establishment editorial del reino. No es el caso de los sudacas que vienen llamando la atenci¨®n de la cr¨ªtica. Aira es un ¨¢vido lector y traductor de poes¨ªa, Piglia es un cr¨ªtico atento a la evoluci¨®n de la poes¨ªa argentina y la narrativa de Saer est¨¢ preprocesada en su volumen de poemas El arte de narrar que sus editores en Espa?a ni comentan.
Nada de esto intenta ser convincente. Son reflexiones tan circunstanciales como la emergencia del mito de la potencia de la narrativa argentina actual, cuyo desmontaje no requiere m¨¢s que cotejar las cifras de las ventas de todas las ediciones de Aira, Saer, Piglia y Fogwill tomados en conjunto, con el de la primera edici¨®n de un best seller aut¨®ctono hispano: P¨¦rez Reverte.
Es cierto que cada uno de los argentinos que ahora llaman la atenci¨®n se ocup¨® a su manera de construir su demanda, pero por medios diferentes a la mimetizaci¨®n de sus textos al est¨¢ndar del mercado. De ese modo, y cada cual a su manera, compuso su peque?o p¨²blico de cr¨ªticos, acad¨¦micos, gente esnob y burgueses cultos. Es un nicho que, en R¨ªo de la Plata, puede absorber un tiraje de dos mil a tres mil ejemplares, algo que para un proyecto literario es m¨¢s que suficiente, seg¨²n lo prueba el hecho de que casi sin excepci¨®n los cuatro argentinos citados cumplen un cuarto de siglo expendiendo la misma clase de mercanc¨ªa, bajo los mismos est¨¢ndares.
Tambi¨¦n ha de influir el hecho de que el autor argentino es hipercontempor¨¢neo del lector espa?ol. Pese a tantos militares retr¨®grados, pol¨ªticos imb¨¦ciles y salvajes globalizadores que se sucedieron ante los actuales hechiceros populistas, Argentina accedi¨® al destape moral, al psicoan¨¢lisis y a las drogas veinte a?os antes; al estructuralismo y a Lacan, quince a?os antes, y a la desaz¨®n posmoderna, con no menos de una d¨¦cada de antelaci¨®n, y por eso hoy, cincuentones como Aira y sesentones como Saer, Castillo y Piglia presentan sus obras luciendo una contemporaneidad legitimada por cuatro d¨¦cadas de usufructo.
A comienzos de marzo, en Espa?a, al cabo de 19 di¨¢logos con gente de prensa, llegu¨¦ a pensar que a igualdad de condiciones de la obra, los cr¨ªticos se reservan su mejor repertorio de elogios para los rioplatenses por el s¨®lo hecho de no ser espa?oles. 'Imprescindible', 'inigualable', 'magistral', 'de lo mejor que se ha escrito en ¨¦sta y otras lenguas', son citas textuales referidas a libros argentinos, que ning¨²n cr¨ªtico espa?ol tender¨ªa a usar para celebrar la obra de un compatriota amigo, y mucho menos al comentar el libro de su enemigo, que es el esp¨¦cimen m¨¢s abundante en el tribalizado espacio cultural espa?ol.
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