La desaparici¨®n de Rusia
Hace un siglo, un espectro temible se cern¨ªa sobre Europa, Turqu¨ªa y Oriente Pr¨®ximo, as¨ª como sobre la India brit¨¢nica, China y Jap¨®n. El espectro era el sorprendente aumento de poblaci¨®n de la Rusia zarista. En 1850 ten¨ªa 57 millones de habitantes; hacia 1910, Rusia albergaba a 111 millones. Incluso la Alemania imperial ten¨ªa s¨®lo la mitad de esta poblaci¨®n, y Gran Breta?a, un simple tercio. Todo el mundo temblaba.
Cien a?os m¨¢s tarde nos enfrentamos al fen¨®meno opuesto: la ca¨ªda demogr¨¢fica de Rusia, en una proporci¨®n y de una forma nunca vistas en la historia mundial. Es cierto que las poblaciones polinesias y amerindias se vieron reducidas dr¨¢sticamente por la invasi¨®n de virus extranjeros. Genghis Khan diezm¨® las ciudades de Asia Central que invadi¨® con sus hordas. El 'gran salto hacia adelante' de Mao probablemente mat¨® a unos 30 millones de chinos. Pero lo que est¨¢ sucediendo en Rusia es una ca¨ªda de la poblaci¨®n generada y propiciada internamente; es decir, el pueblo ruso ha elegido este camino, aunque no por gusto.
Las cifras desnudas lo dicen todo. La publicaci¨®n de la ONU State of the world population 2001 (Estado de la poblaci¨®n mundial 2001) calcula que la poblaci¨®n de Rusia ronda actualmente los 145 millones, pero descender¨¢ hasta los 104 millones para 2050. Murray Feshbach, el distinguido dem¨®grafo estadounidense de la antigua URSS y de la Rusia de hoy, nos cuenta que la poblaci¨®n rusa est¨¢ descendiendo en 750.000 seres al a?o.
Evidentemente, dado que nace tan poca gente, la poblaci¨®n se est¨¢ haciendo mucho m¨¢s anciana, aunque no tengan mucha atenci¨®n geri¨¢trica. La sociedad rusa est¨¢ enferma. Las tasas de mortalidad masculina se est¨¢n disparando por culpa del alcoholismo, que se produce a niveles devastadores, y por un descuido de la salud generalizado en los varones. Las mujeres embarazadas y los ni?os tienen bajos niveles de asistencia sanitaria y la mayor¨ªa de los rusos consideran los hospitales como lugares peligrosos que deben ser evitados a toda costa.
La descuidada y tosca cultura masculina rusa asusta e irrita a las j¨®venes rusas; para ellas es mucho mejor emigrar o simplemente permanecer solteras: muchas, obligadas por las estrecheces econ¨®micas, se dedican a la prostituci¨®n. Una sociedad necesita que las mujeres tengan dos ni?os (o un poco m¨¢s) como promedio simplemente para mantener una poblaci¨®n estable. Sin embargo, en Rusia, la tasa de fertilidad ha bajado ahora a 1,2 ni?os por mujer aproximadamente. De manera inexorable, los nacimientos se reducen, y las muertes de ancianos aumentan.
No es de extra?ar que el presidente Vlad¨ªmir Putin dijera el a?o pasado que ¨¦ste es el problema m¨¢s grave al que tiene que enfrentarse Rusia. No el terrorismo o la degradaci¨®n del medio ambiente o la guerra nuclear. Tampoco China (excepto que su poblaci¨®n en aumento est¨¢ abri¨¦ndose paso hacia las tierras escasamente habitadas de Siberia y Asia Central). La muerte de la ciudadan¨ªa de Rusia es la cuesti¨®n prioritaria para la naci¨®n.
Repito: esto no ha sucedido nunca, y hay muy pocos datos hist¨®ricos que nos ayuden a sugerir una soluci¨®n. ?Qu¨¦ se puede hacer para invertir esta tendencia? Sabemos que una de las consecuencias m¨¢s amplias de la modernizaci¨®n es que las tasas de fertilidad nacional caen, y caen de forma definitiva. Con la modernizaci¨®n, las mujeres tienen mayor acceso a la educaci¨®n, mejoran sus oportunidades profesionales y tienden a retrasar el matrimonio. Tambi¨¦n aprenden a regular mejor el tama?o de la familia. Una tendencia exactamente as¨ª se est¨¢ produciendo ahora en Brasil y otros pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo. Por lo tanto, una ca¨ªda en las tasas de fertilidad de Rusia desde los tiempos de Stalin, y especialmente desde la ca¨ªda de la URSS, es perfectamente comprensible.
Pero si a esta tendencia secular natural se le unen las terribles perspectivas que se les ofrecen a las j¨®venes rusas corrientes, es f¨¢cil adivinar por qu¨¦ no quieren casarse y tener hijos. Por cierto, los abortos en Rusia alcanzan unas cifras terror¨ªficamente altas, muy por encima de las occidentales.
Unas cuantas sociedades modernas han conseguido invertir la ca¨ªda de los ¨ªndices de fertilidad nacional y devolver a sus pa¨ªses un perfil demogr¨¢fico m¨¢s equilibrado. Los pa¨ªses escandinavos lo hicieron mediante fuertes inversiones en atenci¨®n sanitaria para la mujer y los ni?os, apoyo a la familia y compromiso pol¨ªtico, para que las parejas j¨®venes no se amilanaran ante la idea de tener dos hijos. Adem¨¢s, sabemos que el descenso en los nacimientos en Irlanda se invirti¨® levemente cuando su econom¨ªa despeg¨® gracias al 'milagro celta' de los a?os ochenta y noventa, y los j¨®venes irlandeses que hab¨ªan emigrado volvieron a casa (y se casaron).
Sin embargo, es dif¨ªcil imaginar que la alcoholizada sociedad masculina rusa vaya a imitar, por ejemplo, el apoyo generoso de Dinamarca a las mujeres y los ni?os. Esto tal vez le deja a Putin una ¨²nica soluci¨®n: un crecimiento econ¨®mico que conduzca -por lo menos en teor¨ªa- a una renovada confianza entre los j¨®venes rusos que les permita fundar una familia.
Y, de hecho, los indicadores econ¨®micos rusos no son tan malos como antes. El descenso catastr¨®fico de la producci¨®n se ha detenido y ¨¦sta empieza a recuperarse lentamente. La escena social y pol¨ªtica es estable, excepto en las periferias ¨¦tnicas. Los inversores extranjeros vuelven a mostrar inter¨¦s y el FMI da su aprobaci¨®n.
Pero, ?conducir¨¢ la mejora de la econom¨ªa a una mejora de las condiciones socioecon¨®micas? ?Se pueden invertir estas espantosas tendencias demogr¨¢ficas? Lo dudo. Quiz¨¢ la poblaci¨®n descienda s¨®lo en 500.000 al a?o en lugar de 750.000, pero seguir¨¢ habiendo una terrible hemorragia.
Junto a los retos m¨¢s inmediatos de las convulsiones en Oriente Pr¨®ximo, el terrorismo internacional, la carrera de armamentos en el sur de Asia y el ascenso de China (por mencionar s¨®lo unos pocos), el mundo se enfrenta a la perspectiva de la desaparici¨®n silenciosa de Rusia. Y, la verdad sea dicha, no podemos hacernos idea de lo que eso podr¨ªa significar, ni de c¨®mo nos las arreglaremos para hacerle frente.
Paul Kennedy es catedr¨¢tico de Historia en la Universidad de Yale. ? 2002 Distribuido por Los Angeles Times Syndicate International, una divisi¨®n de Tribune Media Services.
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