Cinco ideas falsas sobre la inmigraci¨®n en Espa?a
Falsos conocimientos y prejuicios verdaderos hacen de la inmigraci¨®n un chivo expiatorio ideal. Cinco ideas falaces sirven de acta de acusaci¨®n.
1. Espa?a est¨¢ amenazada por una 'invasi¨®n' migratoria. Este temor se basa en un doble supuesto: el de la existencia de una ciencia capaz de medir la presi¨®n migratoria y, por lo tanto, demostrar que un determinado pa¨ªs sufre la amenaza de una invasi¨®n y el de la interpretaci¨®n de las cifras que confirmar¨ªan esta obsesi¨®n.
Sin embargo, ninguna ciencia reconocida es hoy capaz de medir la 'presi¨®n' migratoria que pudiera ejercerse sobre un determinado pa¨ªs rico. Las cifras de la inmigraci¨®n reflejan ante todo la pol¨ªtica migratoria del Estado de acogida. En el caso de Espa?a, siguen estando a todas luces muy alejadas de todo aquello que pueda parecerse a una invasi¨®n: la poblaci¨®n extranjera regularmente establecida se eleva a alrededor de un mill¨®n de personas (si tomamos en cuenta la operaci¨®n de regularizaci¨®n del a?o 2000, que est¨¢ termin¨¢ndose), lo que equivale al 2,5% de la poblaci¨®n total (frente al 4% de la Uni¨®n Europea). As¨ª pues, Espa?a est¨¢ muy por debajo de la media de la Uni¨®n Europea.
Las solicitudes de asilo, tras alcanzar un pico entre 1992 y 1995, se han estabilizado en unas 5.000 anuales (el 96% de dichas solicitudes es rechazado). Es verdad que la ¨²ltima operaci¨®n de regularizaci¨®n ha permitido medir a una parte de la inmigraci¨®n ilegal: 245.000 solicitudes han sido cursadas y 150.000 aceptadas. Pero muchos de estos extranjeros ya hab¨ªan sido titulares de un permiso de trabajo. Por lo tanto, estas personas no son nuevos emigrantes, sino extranjeros reintroducidos en las estad¨ªsticas nacionales por la regularizaci¨®n.
M¨¢s significativo todav¨ªa: resulta imposible decir cu¨¢l ser¨ªa la importancia de la inmigraci¨®n en un contexto de fronteras abiertas. S¨®lo la observaci¨®n de lo que ha ocurrido en pa¨ªses con gran experiencia en inmigraci¨®n, como Francia, permite formular hip¨®tesis. La apertura de las fronteras a la emigraci¨®n laboral parece influir m¨¢s en la forma que toman las migraciones que en su importancia cuantitativa. Antes de 1975, las migraciones hacia Francia eran a menudo migraciones de alternancia en las que los miembros de una misma familia se relevaban en el pa¨ªs de acogida. Esta movilidad se detuvo con el cierre de la fronteras a la emigraci¨®n laboral. A partir de esa ¨¦poca, se desarroll¨® la emigraci¨®n familiar (por definici¨®n, dirigida a instalarse de forma definitiva en el pa¨ªs de acogida).
As¨ª pues, a juzgar por estos ejemplos, s¨®lo se puede afirmar que la apertura de las fronteras engendra la rotaci¨®n probable de los flujos migratorios, mientras que el cierre provoca seguramente el agrupamiento familiar. ?ste se producir¨ªa al cuadrado, es decir, que ser¨ªa proporcional al n¨²mero de solicitantes legalmente establecidos. Por tanto, estar¨ªa controlado.
2. La inmigraci¨®n entra en competencia con la mano de obra nacional y ejerce una presi¨®n a la baja sobre los salarios. Pero basta con aplicar esta afirmaci¨®n a la estructura global de los asalariados para medir su falsedad. A menudo poco cualificados, disponibles para trabajos que ya no quieren realizar los ciudadanos del pa¨ªs de acogida, los inmigrantes aceptan, a falta de leyes protectoras, lo que les proponen los patronos. Su situaci¨®n es similar a la de las dem¨¢s categor¨ªas de trabajadores precarios: mujeres, j¨®venes y trabajadores no cualificados.
El salario medio de las mujeres espa?olas es inferior en alrededor del 30% al salario de los hombres: ?tambi¨¦n se las podr¨ªa acusar de hacer bajar los salarios! Por otro lado, nadie se extra?a del importante desfase que puede existir entre el salario de un directivo y el de un empleado o un obrero...
En realidad, el responsable del aumento de estas desigualdades y de la tendencia a la baja de los salarios es el movimiento de liberalizaci¨®n econ¨®mica en marcha desde mediados de los a?os ochenta. La globalizaci¨®n financiera favorece un reparto de la riqueza que beneficia al capital y a los asalariados -poco numerosos- que influyen directamente en las decisiones que afectan al capital (directores generales, ejecutivos, etc.). En cambio, sin una ley protectora (fijaci¨®n de un salario m¨ªnimo), sin la intervenci¨®n del Estado, este reparto tiende a ser desfavorable para los asalariados en la parte baja de la escala. Por lo tanto, los inmigrantes no son en modo alguno responsables del descenso de los salarios. Al contrario, son las primeras v¨ªctimas. Porque no tienen m¨¢s remedio que integrarse en una estructura de salarios de por s¨ª muy poco igualitaria.
3. Los inmigrantes se benefician indebidamente de las leyes sociales favorables. No hay nada m¨¢s falso. Los inmigrantes que trabajan legalmente en Espa?a cotizan a los sistemas de Seguridad Social y de pensiones. El hecho de que perciban los derechos vinculados a estas cotizaciones es simplemente de justicia, ?al menos si se acepta la idea de que Espa?a es un Estado de derecho que rechaza la esclavitud!
Por otro lado, resulta evidente que su contribuci¨®n al sistema de pensiones favorece ante todo a los espa?oles y supone una ayuda decisiva para el mantenimiento de las mismas. Aqu¨ª, la aportaci¨®n de los inmigrantes es un beneficio absoluto para Espa?a. En efecto, la contribuci¨®n de las nuevas generaciones a la jubilaci¨®n de las anteriores se ve compensada por el hecho de que estas ¨²ltimas han cotizado para la formaci¨®n, la educaci¨®n y el nivel de vida de las j¨®venes generaciones. Pero los inmigrantes vienen del extranjero, ya son adultos y el coste de su educaci¨®n ha sido soportado enteramente por su pa¨ªs de origen, por muy pobre que sea. Representan, por lo tanto, un beneficio neto para el contribuyente espa?ol y una p¨¦rdida completa para el pa¨ªs de origen.
No es casualidad que el debate actual sobre la jubilaci¨®n en Europa tambi¨¦n gire alrededor de la cuesti¨®n de saber si hay que 'importar' o no trabajadores extranjeros para cubrir la tendencia a la baja del crecimiento demogr¨¢fico y, de esta manera, mantener un ni
vel de vida decente de cara a la jubilaci¨®n. Lo que es muy probable es que Europa necesite hacer venir a decenas de millones de trabajadores j¨®venes para hacer frente a este desaf¨ªo. Ning¨²n responsable pol¨ªtico serio se atrever¨¢ a creer que en Europa los fondos privados de pensiones y el ahorro salarial pueden sustituir, de forma significativa, a la jubilaci¨®n por reparto.
Por ¨²ltimo, es cierto que los inmigrantes que trabajan en la clandestinidad no cotizan, pero tampoco disfrutan de protecci¨®n social. No est¨¢n en modo alguno a cargo de la sociedad, lo que, por otro lado, es un insulto para el respeto m¨ªnimo de los derechos humanos. Conocemos la situaci¨®n dram¨¢tica de los trabajadores clandestinos del sur de Espa?a: les es casi imposible disponer de un techo, y en cuanto a solicitar tratamiento, se arriesgan a ser expulsados. Ni siquiera se benefician del derecho de 'asistencia a la persona en peligro'. Es una situaci¨®n escandalosa. El que los inmigrantes sobreexplotados y mantenidos conscientemente en la ilegalidad ni siquiera tengan el derecho a manifestarse, a hacer huelga, sit¨²a a Espa?a, con su Ley de Extranjer¨ªa, muy por detr¨¢s de los dem¨¢s pa¨ªses europeos en materia del respeto de los derechos.
4. La riqueza de Espa?a provoca un 'efecto de llamada' en los pa¨ªses pobres. No es tanto el desarrollo de Espa?a como la importancia de su sector informal lo que provoca este efecto, aunque exista realmente. Evitar la complejidad de los tr¨¢mites administrativos, esquivar un eventual rechazo, saber que se puede, con toda seguridad, encontrar un trabajo aunque sea con unas condiciones espantosas, ¨¦ste es el efecto de llamada m¨¢s poderoso que pueda existir. Al final de todo ello est¨¢ la esperanza de integrarse en la sociedad espa?ola en unas condiciones mejores, o sencillamente ganar el dinero suficiente para regresar a su pa¨ªs al final de su estancia.
Existen pocos datos a este respecto, pero a comienzos de los a?os noventa se calculaba que dos tercios de los inmigrantes procedentes del Tercer Mundo trabajaban en la econom¨ªa sumergida. El sector informal alimenta la clandestinidad, los fantasmas sobre la inmigraci¨®n y, al final de la cadena, fomenta el racismo. Para aclarar la relaci¨®n de la sociedad espa?ola con la inmigraci¨®n es necesario que Espa?a acepte luchar contra su propia econom¨ªa informal, aunque s¨®lo sea para no quebrantar el derecho de gentes. Tambi¨¦n resulta evidente que este sector entra en profunda contradicci¨®n con el resto de la econom¨ªa legal espa?ola y con el resto de las normas europeas: esta forma de empleo se asemeja a la competencia desleal.
5. La inmigraci¨®n 'amenaza' con alterar la identidad de Espa?a. Toda sociedad tiende naturalmente a defender su identidad. Es leg¨ªtimo. Pero hay que subrayar de entrada que una identidad cerrada no existe en ninguna parte, nunca ha existido y nunca existir¨¢. Cuando la sociedad es muy r¨ªgida, siempre es contestada por una infinita variedad de desviaciones internas; cuando se repliega totalmente, se ve amenazada con perder su relaci¨®n con la realidad: es el caso de las sectas. Dicho de otro modo, la permanencia de la identidad es exactamente lo opuesto al repliegue de la identidad: es la apertura necesaria a las aportaciones exteriores, aunque s¨®lo sea para adaptarse a s¨ª misma.
En el caso de la inmigraci¨®n, es precisamente ella la que debe adaptarse a la sociedad. Al ser unos individuos aislados, los inmigrantes entran en contacto con una sociedad culturalmente estructurada, infinitamente m¨¢s fuerte que ellos y que sienten que modificar¨¢ su propia identidad cultural. La necesidad de aprender la lengua y la aceptaci¨®n pasiva de las costumbres de la sociedad de acogida modifican su forma de pensar y su comportamiento. No tienen otra elecci¨®n salvo adaptarse. Naturalmente, esta integraci¨®n se articula en torno al modelo cultural y antropol¨®gico dominante en la sociedad de acogida. En el caso de las sociedades en las que las relaciones se rigen por pautas ¨¦tnicas, como en Estados Unidos o en Gran Breta?a, esta adaptaci¨®n reviste el aspecto de reagrupamientos comunitaristas que establecen las pertenencias seg¨²n la diferenciaci¨®n de origen. Uno puede ser descendiente de varias generaciones nacidas en Nueva York, pero sigue siendo 'de origen' chicano o italiano. En otros casos, m¨¢s corrientes en Europa, donde la tradici¨®n universalista pretende, al menos formalmente, someter el origen a la igualdad ciudadana, esta integraci¨®n se realiza, parad¨®jicamente, de forma m¨¢s dolorosa y al mismo tiempo m¨¢s radical. La exigencia de asimilaci¨®n es m¨¢s fuerte, por lo tanto, m¨¢s dif¨ªcil de soportar para las primeras generaciones de emigrantes; el acceso a la igualdad es m¨¢s r¨¢pido, por lo tanto, con m¨¢s posibilidades de provocar una identificaci¨®n m¨¢s completa del emigrante con la sociedad de acogida. Pero, tanto en Estados Unidos como en Europa, la adaptaci¨®n se produce siempre, aunque sea tras numerosas dificultades y tras varias generaciones. S¨®lo se lograr¨¢ plenamente si es progresiva, sin violencia, respetuosa de las singularidades y basada en unas obligaciones sociales a las que correspondan unos derechos reales.
Para favorecer las migraciones del futuro, Espa?a puede, sin duda alguna, mirar hacia Latinoam¨¦rica, bajo el pretexto de que se trata de poblaciones que hablan el castellano y que son adem¨¢s (no se dice claramente, pero nadie se lleva a enga?o) cristianas. Es una actitud ciega: porque la demanda migratoria proviene ante todo de ?frica y del Magreb. Lo quiera o no, Espa?a recibir¨¢ a poblaciones del sur del Mediterr¨¢neo. As¨ª pues, en vez de construir falsos muros, de proferir discursos xen¨®fobos sobre la 'ausencia' de 'proximidad' cultural de las gentes del Sur, ser¨ªa mejor que los responsables pol¨ªticos miraran la realidad de frente.
Estas falsas ideas sobre la inmigraci¨®n alimentan un c¨ªrculo perverso: se justifica la marginalizaci¨®n de la v¨ªctima propiciatoria mediante la creaci¨®n continua del chivo expiatorio. Es grave, porque rebajar demag¨®gicamente el debate sobre el control de los flujos migratorios conduce siempre a un debilitamiento de la democracia.
Sami Na?r es eurodiputado y profesor invitado de la Universidad Carlos III de Madrid.
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