En el reino de la soledad
De pronto irrumpe alguien en un mundo en paz: as¨ª son las historias de Patricia Highsmith, desde el principio, desde estos primeros cuentos, catorce, escritos entre 1939 y 1949, antes de Extra?os en un tren, in¨¦ditos o publicados en revistas de la ¨¦poca y, dos, en un libro llamado Once, el que da t¨ªtulo a este volumen, por ejemplo, P¨¢jaros a punto de volar, que tambi¨¦n est¨¢ en Los cad¨¢veres exquisitos. Nunca quisieron a Highsmith en su pa¨ªs, quiz¨¢ porque Graham Greene ten¨ªa raz¨®n, y era muy suya, y peligrosa, sin claros fines morales: una escritora fr¨ªa, buen adjetivo para eliminar cr¨ªticamente a escritores raros. As¨ª que el lector vigila qu¨¦ le espera en la siguiente l¨ªnea de Highsmith: como el habitante de los pueblos tranquilos cuando aparece un forastero.
P?JAROS A PUNTO DE VOLAR
Patricia Highsmith Traducci¨®n de Isabel N¨²?ez Anagrama. Barcelona, 2002 301 p¨¢ginas. 16 euros
En estos cuentos hay trenes, autobuses, estaciones, lugares de cruce, ciudades para turistas, una hermana que viene a tu casa despu¨¦s de algunos a?os lejos. ?Qui¨¦n es el extra?o que llega? Aunque quiz¨¢ el principal enigma sea qui¨¦nes son los que lo reciben, monstruos de la buena conciencia, ojos aumentados detr¨¢s de unas gafas. Las relaciones en la ciudad suelen ser molestas, mercenarias, envidiosas como esa se?ora que mira a dos amantes furtivos en un parque de Nueva York. La soledad es el gran asunto, la soledad gargantuesca de las ciudades: no se trata de gente solitaria, libre, sino de gente que est¨¢ sola, y uno de pronto entiende en el bar de un hotel que la soledad ha sido la gran aventura de su vida, una enfermedad que, incluso curada, dejar¨¢ una marca desagradable.
Son personajes inc¨®modos en ambientes para revistas populares: gente aislada en Nueva York o en una aldea pac¨ªfica, americanos en el extranjero, en M¨¦xico, en mundos que te deforman, te hinchan una rodilla, te cierran un ojo con la picadura de un escorpi¨®n. Estos seres pueden ser cojos, sin oreja, con la columna rota, o quijotescamente enfermos, novias de Ivanhoe y Venus de Botticelli que han hecho de su cama su castillo. En una subasta de arte en Aix-en-Provence encontramos a un antiguo h¨¦roe de guerra, coleccionista de falsificaciones, magn¨ªficas falsificaciones, imitaciones perfectas, como su peluqu¨ªn, su ojo de cristal, sus dientes y miembros postizos: esto me recuerda, desfigurado, el ambiente irreal de los cuentos europeos de Scott Fitzgerald.
Se adivinan los maestros de la joven Highsmith: el Faulkner de Luz de agosto, casas con un olor amarillo a rancio, amantes asesinadas a martillazos y negros amenazados de linchamiento. O aquel cuento de Fitzgerald, donde alguien cortaba vengativamente una trenza mimada. Y Carson McCullers: inocencia y corrupci¨®n. Un verso de los Cuatro cuartetos de Eliot (moda en la juventud de Highsmith y el poeta m¨¢s citado en la literatura negra), 'en el punto fijo del mundo que gira', sirve para titular otra historia. Pero casi siempre se aprecia una claridad de revista de masas, una concisi¨®n que se pierde en las traducciones: 'Three bony raps en la puerta' son en espa?ol 'tres golpes descarnados', pero Highsmith es buena, porque casi nunca resulta sentimentaloide, y sin sentimentalismo es imposible una literatura barata, es decir, redundante, literaria. Hasta su sensacionalismo es escueto, de datos precisos: usan, en el ¨²nico crimen de estos cuentos, 'uno de esos cuchillos de hoja cuadrangular que cierran la carne al salir y cortan la salida de la sangre'. Y, cuando un asesino se arrepiente de matar, es como el saltador de trampol¨ªn que ha mirado demasiado al agua.
A los 18 a?os ya hab¨ªa descubierto Patricia Highsmith uno de sus temas esenciales: el odio como forma de atracci¨®n, como variante amorosa. Es la historia de Hattie y Alice, compa?eras de habitaci¨®n en la residencia de ancianos, porque la lucha por lo que se desea siempre esconde algo infantil, caprichoso, mani¨¢tico, aunque uno haya cumplido los setenta. Pero hay tambi¨¦n un personaje abiertamente positivo, heroico, una secretaria cuarentona, que da azucarillos a las ni?as y los caballos, y cuida a vecinos con escarlatina jug¨¢ndose la salud y el empleo, y, como Patricia Highstmith, posee unas cuantas ideas y pertenencias propias y no envidia las ajenas. Defendemos nuestra soledad, los que tenemos cerca son nuestros remordimientos, y el editor de estos cuentos excelentes recurre a un ardid para demostrarnos que los personajes son nuestros semejantes: las sospechas de un pueblo contra el forastero que pasea con una ni?a de diez a?os en el primero de los relatos, ?son iguales que las sospechas del lector contra el hombre agradable que, en el ¨²ltimo, invita a una ni?a a dar una vuelta en coche? Y as¨ª, por un momento, el lector acaba convertido en personaje de Patricia Hihgsmith.
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