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LECTURA

El futuro de Espa?a

Tres actores de una democracia liberal son esenciales para su buen funcionamiento: una ciudadan¨ªa, una clase pol¨ªtica y una 'capa ilustrada' de ciudadanos comprometidos que pueda servir de medio y de soporte para una serie de autoridades sociales independientes o 'imparciales' (seg¨²n los t¨¦rminos de Hannah Arendt).

Muchos comentaristas de fines del siglo XIX y comienzos del XX observaron que el funcionamiento efectivo del Estado y los partidos requer¨ªa una dedicaci¨®n profesional o casi profesional a la pol¨ªtica. De aqu¨ª su tendencia a usar una expresi¨®n, 'clase pol¨ªtica', que la propia clase pol¨ªtica tiende a evitar, como si disimulando su identidad quisiera mantener la ilusi¨®n de que depende del electorado al tiempo que hace lo posible para independizarse de ¨¦l. Pero lo cierto es que la calidad de una democracia liberal depende mucho de la calidad de esa clase pol¨ªtica.

'Una interpretaci¨®n liberal del futuro de Espa?a'

V¨ªctor P¨¦rez-D¨ªaz. Taurus. Pensamiento.

Es l¨®gico esperar que el p¨²blico adquiera m¨¢s confianza en s¨ª mismo y demande m¨¢s hechos y razones con los que deliberar y hacerse su propio juicio, y menos gu¨ªas de conducta
Se ha consolidado una ciudadan¨ªa moderada, centrista e, incluso, conservadora. ?sta se atiene a la Constituci¨®n, con sus reglas propias de una democracia liberal
Llama la atenci¨®n, en esta evoluci¨®n, el car¨¢cter pragm¨¢tico y decidido de los pol¨ªticos, que son capaces de adaptarse a las circunstancias externas e internas con cierta rapidez

A lo largo de la experiencia democr¨¢tica se ha asistido en Espa?a a tres rotaciones dentro de esta clase. En cada caso, una promoci¨®n de gentes en torno a los cuarenta a?os ha aprovechado con decisi¨®n el momento y ocupado el poder; se ha manejado inicialmente con prudencia, en buena medida dej¨¢ndose llevar por los vientos y las mareas, pero sin perder totalmente el rumbo, y haciendo cosas distintas de las que hab¨ªa sugerido que har¨ªa unos a?os antes, para despu¨¦s irse demorando y enredando en los acontecimientos o ver agotados sus recursos al cabo de unos a?os, y, finalmente, en condiciones de relativa desmoralizaci¨®n, ser sustituida por la siguiente promoci¨®n de pol¨ªticos, que han repetido aproximadamente la experiencia.

J¨®venes centristas

De este modo, los j¨®venes pol¨ªticos centristas que hicieron la transici¨®n (en su mayor parte, de origen franquista moderado) se encontraron sin el general Franco, que acababa de morir, y con una clase pol¨ªtica franquista sin vocaci¨®n de poder pol¨ªtico y bastante dispuesta a cederlo, un pa¨ªs expectante y moderado, claramente inclinado a la transici¨®n democr¨¢tica, y en medio de una situaci¨®n internacional sumamente favorable. A los pocos a?os naufragaron en medio de una grave crisis econ¨®mica y las aguas revueltas del nacionalismo perif¨¦rico, el terrorismo y un golpe militar. Fueron sustituidos por unos j¨®venes pol¨ªticos socialistas que hab¨ªan hecho gala de su anticapitalismo y su neutralismo en pol¨ªtica exterior hac¨ªa apenas unos a?os, pero que, una vez en el poder, se apresuraron a convertirse en defensores de una pol¨ªtica econ¨®mica ortodoxa para el manejo de la crisis, y de la entrada de Espa?a en la alianza militar occidental, aprovechando la coyuntura de la entrada del pa¨ªs en la Comunidad Europea (que se hab¨ªa ido gestando a lo largo de una d¨¦cada y media). A los pocos a?os se encontraron metidos en una senda de operaciones contraterroristas que infring¨ªan las reglas del Estado de derecho, y de medidas sociales y econ¨®micas que, por su timidez y su escasa coherencia, alimentaban un paro de proporciones muy considerables. Su cr¨¦dito pol¨ªtico se fue agotando gradualmente y, en un momento de aparente crisis econ¨®mica, expir¨® a mediados de los noventa. Los reemplazaron unos j¨®venes pol¨ªticos populares que hab¨ªan convertido un partido de derechas, conservador y nacionalista, en otro de centro-derecha, aparentemente capaz de aceptar un modus vivendi entre el nacionalismo espa?ol y los nacionalismos perif¨¦ricos, y de manejar con soltura una fase favorable, de alza, del capitalismo occidental. (Aunque las rotaciones han sido tres, el ciclo completo se ha repetido hasta ahora dos veces. Sin embargo, parece lo m¨¢s probable que, en su momento, la generaci¨®n actual pase por una experiencia de desgaste an¨¢loga, aunque no id¨¦ntica, a la de las financiaciones anteriores).

Llama la atenci¨®n, en esta evoluci¨®n, el car¨¢cter pragm¨¢tico y decidido de unos pol¨ªticos que, generaci¨®n tras generaci¨®n, parecen dispuestos a cambiar, o modular, sus discursos en cuesti¨®n de pocos a?os, lo que indica que son capaces de adaptarse a las circunstancias internas y externas con cierta rapidez. La principal de las circunstancias internas ha sido la consolidaci¨®n de una ciudadan¨ªa moderada, centrista e incluso, en lo fundamental, conservadora. ?sta se atiene a la Constituci¨®n, con sus reglas propias de una democracia liberal, pero tambi¨¦n con su equilibrio inestable entre el Estado central y las comunidades aut¨®nomas; a una econom¨ªa de mercado en evoluci¨®n gradual y lenta hacia una versi¨®n relativamente liberal, y a una pol¨ªtica exterior de signo europe¨ªsta. La principal de las circunstancias externas es la inmersi¨®n gradual de Espa?a tanto en la Uni¨®n Europea como en el proceso de globalizaci¨®n de la econom¨ªa y el orden geoestrat¨¦gico mundial caracterizado por la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica a finales de los a?os ochenta. Los diferentes segmentos de la clase pol¨ªtica han tenido ¨¦xito en la medida en que se han amoldado a estas circunstancias, resolviendo con prudencia unas cuestiones y dejando otras pendientes, al tiempo que se persuad¨ªan, y persuad¨ªan al p¨²blico, de que conduc¨ªan al pa¨ªs gracias a sus cualidades de liderazgo.

Mirando al futuro, esta experiencia de aprendizaje se ha ido grosso modo acumulando, y parece haber cristalizado en tres ense?anzas (conectadas entre s¨ª): una, relativa al orden constitucional; otra, al car¨¢cter de los pol¨ªticos, y otra, al tenor de las pol¨ªticas p¨²blicas. La ense?anza de la bondad de los principios constitucionales abstractos de un orden de libertad y de la paz civil ha calado en la mayor parte de la poblaci¨®n (con algunas excepciones locales). La segunda ense?anza, asimilada s¨®lo a medias, consiste en que bastantes ciudadanos y algunos pol¨ªticos parecen haber ido comprendiendo que la talla de los pol¨ªticos en tanto que 'estadistas' (es decir, pol¨ªticos con influencia y autoridad moral) depende de que ¨¦stos presenten dos caracter¨ªsticas: que sepan respetar y hacer respetar un orden de libertad, lo que incluye respetar el Estado de derecho, y que sean hombres o mujeres de concordia y no de discordia civil, y act¨²en, en consecuencia, procurando serenar las aguas, para que el debate sea claro, en vez de agitarlas, para que sea turbio, y evitando dejar tras de s¨ª un poso de rencores partidistas.

La tercera ense?anza, relativa al tenor de las pol¨ªticas p¨²blicas, ha sido aprendida con cierta facilidad y relativa rapidez por la clase pol¨ªtica, de tal manera que la creencia de que las elecciones se ganan o se pierden en el centro pol¨ªtico del pa¨ªs y que conviene seguir la trayectoria general de las pol¨ªticas p¨²blicas de estas dos d¨¦cadas y media de democracia ha llegado a formar parte ya de los saberes comunes de aqu¨¦lla. Se supone que las dos grandes fuerzas pol¨ªticas, que se suelen definir como de centro-derecha y centro-izquierda, comparten varias pol¨ªticas de Estado, y no se esperan grandes cambios de su alternancia en el poder. Su prudencia en lo que pueda alterar el statu quo en la mayor parte de las ¨¢reas de actividad econ¨®mica y social del pa¨ªs se ha ido haciendo casi proverbial, lo que no excluye su capacidad de adaptaci¨®n a cambios que vengan, por as¨ª decirlo, 'solos', como, por ejemplo, los impulsados por la evoluci¨®n de los mercados de capitales a escala mundial. El punto de desequilibrio del sistema est¨¢ en la proclividad de ambas formaciones pol¨ªticas a hacer alianzas con los nacionalismos perif¨¦ricos para desbancar a su rival en las regiones o en el conjunto del pa¨ªs (a veces con ¨¦xito, y a veces con efectos contraproducentes).

La preferencia de la clase pol¨ªtica por actuaciones que ella llama pragm¨¢ticas y prudentes (y que un observador externo m¨¢s exigente podr¨ªa calificar de ap¨¢ticas y poco imaginativas) a la hora de desarrollar un orden de libertad depende, en parte, de la influencia que sobre ella ejerce una capa social ilustrada, intermedia entre la clase pol¨ªtica y la ciudadan¨ªa en general, formada por un medio de profesionales muy diversos, comprometidos con la cosa p¨²blica, del que suelen surgir una mir¨ªada de l¨ªderes sociales, culturales y econ¨®micos con influencia en el espacio p¨²blico, y una serie de autoridades sociales independientes o imparciales.

Dos mundos diversos

Simplificando las cosas, cabe distinguir, dentro de esta capa, dos mundos diversos. Uno es el de los inclinados a actuar en t¨¦rminos de abogados de parte, a poner sus saberes profesionales al servicio de un partido (o sus equivalentes) y a entender que comprometerse es tomar partido. Suelen ser gentes pr¨®ximas a partidos pol¨ªticos, sindicatos y otros grupos de inter¨¦s, y tener una disposici¨®n a demandar, denunciar, exhortar y amonestar. Muchas gentes de Iglesia sienten una fuerte afinidad con ellas (aunque el contenido de sus mensajes sea distinto), y, con frecuencia, los periodistas, y en general los medios de comunicaci¨®n, desempe?an este papel de 'l¨ªderes exhortativos', en cuyo caso no cabe esperar de ellos que den los dos lados de una historia y hagan justicia a las posiciones contrarias. Lo opuesto ocurrir¨ªa con quienes, interesados en la cosa p¨²blica, piensan que comprometerse es comprometerse con los problemas, que lo primero es entender su complejidad y facilitar ese entendimiento al p¨²blico, y que hay que ser, en lo posible, objetivos y hacer justicia escuchando a las dos partes, todo lo cual forma parte esencial de una estrategia orientada a la deliberaci¨®n. Son 'l¨ªderes deliberativos', que recuerdan una y otra vez las reglas de la conversaci¨®n c¨ªvica; expertos que traen a colaci¨®n los hechos de la situaci¨®n, y 'jueces' que tratan de ser justos. ?ste es el segmento que suele servir de tierra nutricia para las autoridades sociales independientes, que pueden desempe?ar un papel de ¨¢rbitros.

En Espa?a, la estructura interna de esta capa ilustrada es tal que hay en ella un desequilibrio a favor de los l¨ªderes exhortativos en casi todos los campos, excepto, tal vez, en el de la vida econ¨®mica. En este ¨²ltimo, la existencia de un amplio segmento de expertos econ¨®micos, relacionados con la vida de los negocios y capaces de ir modificando sus puntos de vista al comp¨¢s de la marcha de la econom¨ªa mundial, ha sido importante a la hora de educar tanto a la clase pol¨ªtica como a la ciudadan¨ªa en las reglas de la econom¨ªa de mercado, y en los l¨ªmites y las posibilidades de la acci¨®n pol¨ªtica en la materia. Pero en general no se observan experiencias semejantes en las ¨¢reas de la pol¨ªtica exterior y de defensa, la pol¨ªtica social, educativa, sanitaria, judicial, cultural o de comunicaci¨®n, por poner algunos ejemplos. Los expertos suelen desempe?ar un papel modesto; las autoridades independientes son escasas. Predominan en estos campos las actividades de exhortaci¨®n a las de deliberaci¨®n. De aqu¨ª que se pueda discutir con vehemencia, pero las ideas suelan ser pocas, y no es raro que se reitere, una y otra vez, lo que ya se dijo, o se quiso decir (pero no se dijo con claridad, por confusi¨®n), o se pens¨® decir (pero no se dijo por prudencia), hace diez o veinte a?os. A veces se importan ideas o esl¨®ganes del exterior, con vistas a utilizarlos r¨¢pidamente en la lucha partidista. Pero la emergencia de nuevas ideas desde dentro es dificultosa, ya que la manifestaci¨®n de posiciones independientes se ve inhibida con frecuencia por el procedimiento del silencio sistem¨¢tico: quienes est¨¢n en desacuerdo con ellas las silencian con deliberaci¨®n, y quienes est¨¢n de acuerdo las descuidan por desidia.

Tres factores

Esta primac¨ªa relativa de las tomas de partido y de las actuaciones de exhortaci¨®n y amonestaci¨®n es comprensible, habida cuenta de tres factores. Primero, la debilidad del sistema de educaci¨®n superior durante la mayor parte del siglo XX. Segundo, el exceso de moralismo (de ra¨ªces cat¨®licas o marxistas) en la formaci¨®n de las creencias y los sentimientos de las generaciones que han ido llegando a posiciones de liderazgo o de influencia entre mediados de los a?os setenta y la actualidad. Tercero, el provincianismo o localismo de la vida espa?ola, caracter¨ªstico de la mayor parte del siglo XX, que ha permitido una circulaci¨®n relativamente restringida de las ideas, lo que da cierta ventaja a las ideas simples pero expuestas con insistencia a un p¨²blico deferente o de reducidos horizontes. Estas tres circunstancias, combinadas, han reforzado la importancia relativa de los l¨ªderes exhortativos, les han facilitado el desarrollo de una confianza en s¨ª mismos que compensar¨ªa su falta de experiencia o su sensaci¨®n de ignorancia, y les han ayudado a entender su relaci¨®n con el p¨²blico mediante la analog¨ªa de los l¨ªderes ben¨¦volos que gu¨ªan a sus masas o los pastores benignos que conducen a sus reba?os.

Ahora bien, mirando al futuro, parece probable que este sesgo de la capa ilustrada a favor de una cultura de la exhortaci¨®n, todav¨ªa dominante, se ir¨¢ corrigiendo, ya que aquellos factores se van debilitando. Es l¨®gico esperar que, aunque lentamente, el sistema educativo superior mejore, el moralismo en la formaci¨®n de la gente se reduzca y el esquema mental de referencia de muchos se ampl¨ªe; y que, como consecuencia, el p¨²blico (esa sociedad de clases medias y esa ciudadan¨ªa activa a las que me he referido) adquiera m¨¢s confianza en s¨ª mismo y demande m¨¢s hechos y razones con los que deliberar y hacerse su propio juicio, y menos gu¨ªas de conducta.

Tres actores de una democracia liberal son esenciales para su buen funcionamiento: una ciudadan¨ªa, una clase pol¨ªtica y una 'capa ilustrada' de ciudadanos comprometidos que pueda servir de medio y de soporte para una serie de autoridades sociales independientes o 'imparciales' (seg¨²n los t¨¦rminos de Hannah Arendt).

Muchos comentaristas de fines del siglo XIX y comienzos del XX observaron que el funcionamiento efectivo del Estado y los partidos requer¨ªa una dedicaci¨®n profesional o casi profesional a la pol¨ªtica. De aqu¨ª su tendencia a usar una expresi¨®n, 'clase pol¨ªtica', que la propia clase pol¨ªtica tiende a evitar, como si disimulando su identidad quisiera mantener la ilusi¨®n de que depende del electorado al tiempo que hace lo posible para independizarse de ¨¦l. Pero lo cierto es que la calidad de una democracia liberal depende mucho de la calidad de esa clase pol¨ªtica.

A lo largo de la experiencia democr¨¢tica se ha asistido en Espa?a a tres rotaciones dentro de esta clase. En cada caso, una promoci¨®n de gentes en torno a los cuarenta a?os ha aprovechado con decisi¨®n el momento y ocupado el poder; se ha manejado inicialmente con prudencia, en buena medida dej¨¢ndose llevar por los vientos y las mareas, pero sin perder totalmente el rumbo, y haciendo cosas distintas de las que hab¨ªa sugerido que har¨ªa unos a?os antes, para despu¨¦s irse demorando y enredando en los acontecimientos o ver agotados sus recursos al cabo de unos a?os, y, finalmente, en condiciones de relativa desmoralizaci¨®n, ser sustituida por la siguiente promoci¨®n de pol¨ªticos, que han repetido aproximadamente la experiencia.

J¨®venes centristas

De este modo, los j¨®venes pol¨ªticos centristas que hicieron la transici¨®n (en su mayor parte, de origen franquista moderado) se encontraron sin el general Franco, que acababa de morir, y con una clase pol¨ªtica franquista sin vocaci¨®n de poder pol¨ªtico y bastante dispuesta a cederlo, un pa¨ªs expectante y moderado, claramente inclinado a la transici¨®n democr¨¢tica, y en medio de una situaci¨®n internacional sumamente favorable. A los pocos a?os naufragaron en medio de una grave crisis econ¨®mica y las aguas revueltas del nacionalismo perif¨¦rico, el terrorismo y un golpe militar. Fueron sustituidos por unos j¨®venes pol¨ªticos socialistas que hab¨ªan hecho gala de su anticapitalismo y su neutralismo en pol¨ªtica exterior hac¨ªa apenas unos a?os, pero que, una vez en el poder, se apresuraron a convertirse en defensores de una pol¨ªtica econ¨®mica ortodoxa para el manejo de la crisis, y de la entrada de Espa?a en la alianza militar occidental, aprovechando la coyuntura de la entrada del pa¨ªs en la Comunidad Europea (que se hab¨ªa ido gestando a lo largo de una d¨¦cada y media). A los pocos a?os se encontraron metidos en una senda de operaciones contraterroristas que infring¨ªan las reglas del Estado de derecho, y de medidas sociales y econ¨®micas que, por su timidez y su escasa coherencia, alimentaban un paro de proporciones muy considerables. Su cr¨¦dito pol¨ªtico se fue agotando gradualmente y, en un momento de aparente crisis econ¨®mica, expir¨® a mediados de los noventa. Los reemplazaron unos j¨®venes pol¨ªticos populares que hab¨ªan convertido un partido de derechas, conservador y nacionalista, en otro de centro-derecha, aparentemente capaz de aceptar un modus vivendi entre el nacionalismo espa?ol y los nacionalismos perif¨¦ricos, y de manejar con soltura una fase favorable, de alza, del capitalismo occidental. (Aunque las rotaciones han sido tres, el ciclo completo se ha repetido hasta ahora dos veces. Sin embargo, parece lo m¨¢s probable que, en su momento, la generaci¨®n actual pase por una experiencia de desgaste an¨¢loga, aunque no id¨¦ntica, a la de las financiaciones anteriores).

Llama la atenci¨®n, en esta evoluci¨®n, el car¨¢cter pragm¨¢tico y decidido de unos pol¨ªticos que, generaci¨®n tras generaci¨®n, parecen dispuestos a cambiar, o modular, sus discursos en cuesti¨®n de pocos a?os, lo que indica que son capaces de adaptarse a las circunstancias internas y externas con cierta rapidez. La principal de las circunstancias internas ha sido la consolidaci¨®n de una ciudadan¨ªa moderada, centrista e incluso, en lo fundamental, conservadora. ?sta se atiene a la Constituci¨®n, con sus reglas propias de una democracia liberal, pero tambi¨¦n con su equilibrio inestable entre el Estado central y las comunidades aut¨®nomas; a una econom¨ªa de mercado en evoluci¨®n gradual y lenta hacia una versi¨®n relativamente liberal, y a una pol¨ªtica exterior de signo europe¨ªsta. La principal de las circunstancias externas es la inmersi¨®n gradual de Espa?a tanto en la Uni¨®n Europea como en el proceso de globalizaci¨®n de la econom¨ªa y el orden geoestrat¨¦gico mundial caracterizado por la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica a finales de los a?os ochenta. Los diferentes segmentos de la clase pol¨ªtica han tenido ¨¦xito en la medida en que se han amoldado a estas circunstancias, resolviendo con prudencia unas cuestiones y dejando otras pendientes, al tiempo que se persuad¨ªan, y persuad¨ªan al p¨²blico, de que conduc¨ªan al pa¨ªs gracias a sus cualidades de liderazgo.

Mirando al futuro, esta experiencia de aprendizaje se ha ido grosso modo acumulando, y parece haber cristalizado en tres ense?anzas (conectadas entre s¨ª): una, relativa al orden constitucional; otra, al car¨¢cter de los pol¨ªticos, y otra, al tenor de las pol¨ªticas p¨²blicas. La ense?anza de la bondad de los principios constitucionales abstractos de un orden de libertad y de la paz civil ha calado en la mayor parte de la poblaci¨®n (con algunas excepciones locales). La segunda ense?anza, asimilada s¨®lo a medias, consiste en que bastantes ciudadanos y algunos pol¨ªticos parecen haber ido comprendiendo que la talla de los pol¨ªticos en tanto que 'estadistas' (es decir, pol¨ªticos con influencia y autoridad moral) depende de que ¨¦stos presenten dos caracter¨ªsticas: que sepan respetar y hacer respetar un orden de libertad, lo que incluye respetar el Estado de derecho, y que sean hombres o mujeres de concordia y no de discordia civil, y act¨²en, en consecuencia, procurando serenar las aguas, para que el debate sea claro, en vez de agitarlas, para que sea turbio, y evitando dejar tras de s¨ª un poso de rencores partidistas.

La tercera ense?anza, relativa al tenor de las pol¨ªticas p¨²blicas, ha sido aprendida con cierta facilidad y relativa rapidez por la clase pol¨ªtica, de tal manera que la creencia de que las elecciones se ganan o se pierden en el centro pol¨ªtico del pa¨ªs y que conviene seguir la trayectoria general de las pol¨ªticas p¨²blicas de estas dos d¨¦cadas y media de democracia ha llegado a formar parte ya de los saberes comunes de aqu¨¦lla. Se supone que las dos grandes fuerzas pol¨ªticas, que se suelen definir como de centro-derecha y centro-izquierda, comparten varias pol¨ªticas de Estado, y no se esperan grandes cambios de su alternancia en el poder. Su prudencia en lo que pueda alterar el statu quo en la mayor parte de las ¨¢reas de actividad econ¨®mica y social del pa¨ªs se ha ido haciendo casi proverbial, lo que no excluye su capacidad de adaptaci¨®n a cambios que vengan, por as¨ª decirlo, 'solos', como, por ejemplo, los impulsados por la evoluci¨®n de los mercados de capitales a escala mundial. El punto de desequilibrio del sistema est¨¢ en la proclividad de ambas formaciones pol¨ªticas a hacer alianzas con los nacionalismos perif¨¦ricos para desbancar a su rival en las regiones o en el conjunto del pa¨ªs (a veces con ¨¦xito, y a veces con efectos contraproducentes).

La preferencia de la clase pol¨ªtica por actuaciones que ella llama pragm¨¢ticas y prudentes (y que un observador externo m¨¢s exigente podr¨ªa calificar de ap¨¢ticas y poco imaginativas) a la hora de desarrollar un orden de libertad depende, en parte, de la influencia que sobre ella ejerce una capa social ilustrada, intermedia entre la clase pol¨ªtica y la ciudadan¨ªa en general, formada por un medio de profesionales muy diversos, comprometidos con la cosa p¨²blica, del que suelen surgir una mir¨ªada de l¨ªderes sociales, culturales y econ¨®micos con influencia en el espacio p¨²blico, y una serie de autoridades sociales independientes o imparciales.

Dos mundos diversos

Simplificando las cosas, cabe distinguir, dentro de esta capa, dos mundos diversos. Uno es el de los inclinados a actuar en t¨¦rminos de abogados de parte, a poner sus saberes profesionales al servicio de un partido (o sus equivalentes) y a entender que comprometerse es tomar partido. Suelen ser gentes pr¨®ximas a partidos pol¨ªticos, sindicatos y otros grupos de inter¨¦s, y tener una disposici¨®n a demandar, denunciar, exhortar y amonestar. Muchas gentes de Iglesia sienten una fuerte afinidad con ellas (aunque el contenido de sus mensajes sea distinto), y, con frecuencia, los periodistas, y en general los medios de comunicaci¨®n, desempe?an este papel de 'l¨ªderes exhortativos', en cuyo caso no cabe esperar de ellos que den los dos lados de una historia y hagan justicia a las posiciones contrarias. Lo opuesto ocurrir¨ªa con quienes, interesados en la cosa p¨²blica, piensan que comprometerse es comprometerse con los problemas, que lo primero es entender su complejidad y facilitar ese entendimiento al p¨²blico, y que hay que ser, en lo posible, objetivos y hacer justicia escuchando a las dos partes, todo lo cual forma parte esencial de una estrategia orientada a la deliberaci¨®n. Son 'l¨ªderes deliberativos', que recuerdan una y otra vez las reglas de la conversaci¨®n c¨ªvica; expertos que traen a colaci¨®n los hechos de la situaci¨®n, y 'jueces' que tratan de ser justos. ?ste es el segmento que suele servir de tierra nutricia para las autoridades sociales independientes, que pueden desempe?ar un papel de ¨¢rbitros.

En Espa?a, la estructura interna de esta capa ilustrada es tal que hay en ella un desequilibrio a favor de los l¨ªderes exhortativos en casi todos los campos, excepto, tal vez, en el de la vida econ¨®mica. En este ¨²ltimo, la existencia de un amplio segmento de expertos econ¨®micos, relacionados con la vida de los negocios y capaces de ir modificando sus puntos de vista al comp¨¢s de la marcha de la econom¨ªa mundial, ha sido importante a la hora de educar tanto a la clase pol¨ªtica como a la ciudadan¨ªa en las reglas de la econom¨ªa de mercado, y en los l¨ªmites y las posibilidades de la acci¨®n pol¨ªtica en la materia. Pero en general no se observan experiencias semejantes en las ¨¢reas de la pol¨ªtica exterior y de defensa, la pol¨ªtica social, educativa, sanitaria, judicial, cultural o de comunicaci¨®n, por poner algunos ejemplos. Los expertos suelen desempe?ar un papel modesto; las autoridades independientes son escasas. Predominan en estos campos las actividades de exhortaci¨®n a las de deliberaci¨®n. De aqu¨ª que se pueda discutir con vehemencia, pero las ideas suelan ser pocas, y no es raro que se reitere, una y otra vez, lo que ya se dijo, o se quiso decir (pero no se dijo con claridad, por confusi¨®n), o se pens¨® decir (pero no se dijo por prudencia), hace diez o veinte a?os. A veces se importan ideas o esl¨®ganes del exterior, con vistas a utilizarlos r¨¢pidamente en la lucha partidista. Pero la emergencia de nuevas ideas desde dentro es dificultosa, ya que la manifestaci¨®n de posiciones independientes se ve inhibida con frecuencia por el procedimiento del silencio sistem¨¢tico: quienes est¨¢n en desacuerdo con ellas las silencian con deliberaci¨®n, y quienes est¨¢n de acuerdo las descuidan por desidia.

Tres factores

Esta primac¨ªa relativa de las tomas de partido y de las actuaciones de exhortaci¨®n y amonestaci¨®n es comprensible, habida cuenta de tres factores. Primero, la debilidad del sistema de educaci¨®n superior durante la mayor parte del siglo XX. Segundo, el exceso de moralismo (de ra¨ªces cat¨®licas o marxistas) en la formaci¨®n de las creencias y los sentimientos de las generaciones que han ido llegando a posiciones de liderazgo o de influencia entre mediados de los a?os setenta y la actualidad. Tercero, el provincianismo o localismo de la vida espa?ola, caracter¨ªstico de la mayor parte del siglo XX, que ha permitido una circulaci¨®n relativamente restringida de las ideas, lo que da cierta ventaja a las ideas simples pero expuestas con insistencia a un p¨²blico deferente o de reducidos horizontes. Estas tres circunstancias, combinadas, han reforzado la importancia relativa de los l¨ªderes exhortativos, les han facilitado el desarrollo de una confianza en s¨ª mismos que compensar¨ªa su falta de experiencia o su sensaci¨®n de ignorancia, y les han ayudado a entender su relaci¨®n con el p¨²blico mediante la analog¨ªa de los l¨ªderes ben¨¦volos que gu¨ªan a sus masas o los pastores benignos que conducen a sus reba?os.

Ahora bien, mirando al futuro, parece probable que este sesgo de la capa ilustrada a favor de una cultura de la exhortaci¨®n, todav¨ªa dominante, se ir¨¢ corrigiendo, ya que aquellos factores se van debilitando. Es l¨®gico esperar que, aunque lentamente, el sistema educativo superior mejore, el moralismo en la formaci¨®n de la gente se reduzca y el esquema mental de referencia de muchos se ampl¨ªe; y que, como consecuencia, el p¨²blico (esa sociedad de clases medias y esa ciudadan¨ªa activa a las que me he referido) adquiera m¨¢s confianza en s¨ª mismo y demande m¨¢s hechos y razones con los que deliberar y hacerse su propio juicio, y menos gu¨ªas de conducta.

C¨®mo debe ser una sociedad liberal

(...) UNA SOCIEDAD LIBRE NO ES necesariamente una sociedad 'buena'. Los seres humanos pueden ejercer su libertad tanto para el bien como para el mal: cultivar su libertad o negarse a hacerlo, favorecer la libertad de los dem¨¢s o ponerle obst¨¢culos, admirarse o envidiarse unos a otros, construir o destruir, o incluso destruirse como sociedad en una guerra civil, por ejemplo (como les ocurri¨® a los espa?oles hace algo m¨¢s de 60 a?os). (...) Una sociedad liberal ser¨ªa, por tanto, una en la que se da un orden de libertad que funciona correctamente y en la que, adem¨¢s, hay una mayor¨ªa o al menos una masa cr¨ªtica de individuos liberales. El ideal de un futuro liberal puede combinar ambos componentes, pero mientras que el primero (el marco institucional) es un objetivo pol¨ªtico, el segundo (la formaci¨®n de individuos liberales) s¨®lo puede ser materia para una conversaci¨®n y una persuasi¨®n razonable. Una vez establecidas las premisas de mi reflexi¨®n, el paso siguiente es analizar algunos problemas de los espa?oles de hoy, teniendo en cuenta su trayectoria anterior y la coyuntura local e internacional en la que est¨¢n, para, a partir de ah¨ª, esbozar el abanico de elecciones posibles, m¨¢s o menos probables y m¨¢s o menos deseables dede la perspectiva ya se?alada, que, para simplificar, llamar¨¦ liberal. Este futuro liberal, posible y deseable, puede ser poco probable, aunque cabe hacer algo para aumentar su probabilidad. La esperanza de que suceda tiene, pues, bases dudosas. En todo caso, el tiempo es una secuencia de actos dram¨¢ticos, y el futuro es como un drama a la b¨²squeda de un desenlace que no llega nunca.

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