El centenario
-?Es usted cura?
A simple vista, parece pertenecer a ese gremio el anciano de bufanda y gorrito que cubre su jersey de medallas con rostros j¨®venes. Y si no cura, parece un santero este retablo de capilla taurina.
-?Cura? -se escandaliza-. ?Pero si voy de blanco!
Y del fondo insobornable de la fibra sensible, ah¨ª donde el pudor esconde los sentimientos, arranca su declaraci¨®n de principios: porque sin pedir permiso a los pasajeros de Iberia con destino a M¨¢laga que le acompa?an en la zona de tr¨¢nsito, entona su testimonio desafinado:
-En las glorias deportivas / que campean por Espa?a...
Ya no cumple ochenta a?os este ajado hincha de mirada opaca que despu¨¦s de recorrer las terminales del aeropuerto de Barajas como Escamillo el albero maestrante, llega a un rinc¨®n m¨¢s discreto donde pretende ser repatriado dentro de media hora.
-?De turismo, abuelo?
Esa frivolidad lastima al peregrino de las Cruzadas. El himno del Real Madrid Club de F¨²tbol se borra de sus labios y tras un lac¨®nico movimiento de nuez, baja por la tr¨¢quea a las cavernas pulmonares, donde se debatir¨¢ entre estertores de orgullo herido antes de extinguirse.
-Hala Madrid -replica terco.
Si buscaba la complicidad de los transe¨²ntes cosmopolitas de Barajas en honor del campe¨®n ha fracasado, porque es ef¨ªmera la gloria y a los dos d¨ªas del gran triunfo ning¨²n viajero est¨¢ para adhesiones castizas.
En el desd¨¦n de los dem¨¢s percibe que anda fuera de cacho.
Y el sentido del decoro le aconseja silenciar esa trompeta que ostentosamente aire¨® por los aleda?os de la p¨¦rfida Albi¨®n y ahora retiene en sus rodillas, af¨®nica y descangallada, con las manos de alzar la novena Copa de Europa.
-?Qu¨¦ tal por Glasgow?
Esa pregunta le permitir¨ªa referir su gesta. Pero a medida que pasa el tiempo sin que nadie se la haga ni los ni?os le curioseen, hay que suponer que la bufanda asfixia, los guantes de guardameta achicharran y las im¨¢genes de los futbolistas idolatrados calan el jersey y baten sin misericordia su aparato cardiovascular.
Pero igual que el fiero rey de la selva se desmelena y el ave f¨¦nix renace de sus cenizas, ¨¦l renueva su maquinaria de entusiasmos frente a la indiferencia de su entorno cuando excitado por la metaf¨ªsica llanura del Jarama que muestra el ventanal del aeropuerto recita besando sus medallas:
-Buyo, Lesmes I, Hierro, Pach¨ªn, Zoco, Makelele, Juanito, Michel, Santillana, Vel¨¢zquez y Gento.
Vuela el h¨¦roe entre nubes de nostalgia acodado en el mostrador de la compa?¨ªa de bandera, y aunque sus ojos contemplen Paracuellos, su memoria retrocede a otros desmontes:
M¨¢s all¨¢ de los altos del hip¨®dromo, a un tiro de piedra del hotel del Negro y del palacio de Napole¨®n Bonaparte, recal¨® el team pur¨ªsimo nacido en los campos de O'Donnell, que en el municipio de Chamart¨ªn de la Rosa levant¨® una rotonda de dos pisos sobre una zona verde donde a golpe de tal¨®n alcanz¨® fama transoce¨¢nica durante la posguerra del boniato, cuando los ¨¢rbitros vest¨ªan de negro, los partidos comenzaban tras el almuerzo del domingo, y tanto el marcador propio como el simult¨¢neo de la clave publicitaria se cambiaban a fuerza de m¨²sculo, por ese cristiano rechazo a la m¨¢quina que obligaba todos los lunes a una legi¨®n de esforzados a rescatar a ojo y con lapicerito, del mont¨®n de quinielas depositadas en las mesas del Instituto Nacional de Previsi¨®n -en el chafl¨¢n de Alcal¨¢ con Alfonso XI-, la millonaria de catorce.
-Bernab¨¦u, Mu?oz, don Alfredo, la quinta del Buitre, Real, Ra¨²l, Rial y la novena...
La fanfarria de nombres y gestas embarulla su memoria y le impide atender la invitaci¨®n de la azafata.
Los que le rodeaban ya entraron en el avi¨®n de M¨¢laga.
Se reitera el aviso de embarque y el obnubilado ni se inmuta.
La azafata conmina al sumido en el revuelto de efem¨¦rides:
-?Abuelo, al sur!
El centenario revive con el repique de sus medallas.
-Sur, no -rectifica-. ?Ultrasur!
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