Ca¨ªdo del cielo
Entre los goles admirables, los hay buenos, los hay grandes, los hay maravillosos y los hay sobrenaturales. Estos ¨²ltimos siempre tienen algo, o mucho, de azaroso, de improvisado, de inesperado. Nunca ser¨¢ de esta categor¨ªa uno a bal¨®n parado. Tampoco los habr¨¢ as¨ª cuando sean intencionados, es decir, cuando la jugada vaya encaminada a buscar el gol desde su inicio o, digamos, cuando a m¨¢s de un jugador, de los que intervienen en ella, se le pase por la cabeza que puede acabar en la red su toque o su pared o su pase. Los goles sobrenaturales tienen algo de gratuito, de impensable, de regalo. No en el sentido bajo en que se habla de un regalo del equipo rival, de un fallo o una pifia suya, sino en otro m¨¢s noble de la palabra: tienen algo de regalo ca¨ªdo del cielo.
S¨®lo entonces Zidane comprendi¨® la naturaleza azarosa, improvisada, inesperada de aquel bal¨®n
El gol de Zidane fue maravilloso porque tuvo lugar en una final de la Copa de Europa, porque fue el de la victoria a la postre, porque encerr¨® dificultad y belleza enormes, porque lo meti¨® un astro y no un secundario. Pero no habr¨ªa sido sobrenatural, con todo, de no haber sido inesperado para todo el mundo, incluido Zidane hasta casi el ¨²ltimo instante. El Madrid sac¨® un fuera de juego en su campo. Desde ese saque hasta la volea final (incluidos ambos) hubo catorce toques de madridistas, la mayor¨ªa destinados a conservar el bal¨®n, del que hab¨ªan disfrutado poco durante la primera parte que ya conclu¨ªa. Los locutores de televisi¨®n espa?oles hablaban de sus cosas, no atend¨ªan a esa circulaci¨®n de la pelota, no la narraban. M¨ªchel (m¨¢s entendido y listo que su sopor¨ªfero compa?ero, siempre en Babia) se fij¨® en un pase de Solari. 'Muy bueno', coment¨® distra¨ªdo. Ese pase era el primero intencionado, pero no hacia el gol, sino hacia la profundidad tan s¨®lo. Corri¨® Roberto Carlos, pill¨® el bal¨®n con apuros, lo impuls¨® sin pararlo hacia el centro del ¨¢rea, a ver qu¨¦ sal¨ªa, casi de espaldas, m¨¢s preocupado por no perderlo ante el defensa que lo encimaba que por entreg¨¢rselo en condiciones a nadie. Su toque volvi¨® a no ser intencionado. El bal¨®n subi¨® mucho, un globo, un despeje atacante casi. A nadie se le ocurri¨® todav¨ªa que eso pudiera acabar en gol. No al portero ni a los defensas del Leverkusen, a los que no dio tiempo a alarmarse. Pero tampoco a Roberto Carlos, ni a Zidane siquiera. ?ste no busc¨® el bal¨®n, como se ha dicho, ni fue a colocarse donde previ¨® que iba a caer. No, rondaba por el borde del ¨¢rea, y mientras el despeje-globo subi¨® y subi¨®, muy alto, a¨²n no tuvo en su mente la idea del gol. ?Cu¨¢ndo le vino? ?Cu¨¢ndo se hizo aquello por fin intencionado? Exactamente cuando el bal¨®n dej¨® de elevarse y no empez¨® a caer todav¨ªa. Fue entonces cuando Zidane, que sabe de gravedad y ligereza, entendi¨® que ya no har¨ªa m¨¢s recorrido en el aire que el vertical hacia abajo. Y vio que caer¨ªa justo donde ¨¦l estaba. S¨®lo entonces se le ocurri¨®, s¨®lo entonces lo decidi¨®, si es que este ¨²ltimo verbo puede aplicarse a lo que jam¨¢s fue meditado. Ni por los jugadores alemanes ni por los madridistas. S¨®lo entonces Zidane comprendi¨® la naturaleza azarosa, improvisada, inesperada de aquel bal¨®n: era sobrenatural, un regalo ca¨ªdo del cielo. El resto lo puso ¨¦l. ?l parece tambi¨¦n a veces ca¨ªdo del cielo. Por eso supo reconocerlo, y hacerlo carne, y luego verbo.
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